En este artículo se hace un análisis de las distintas dimensiones que toma la Nueva Ruta de la Seda para consolidar a China como potencia mundial. Veremos que esta “ruta” está plagada de contradicciones al tiempo que aumentan de tensiones con el imperialismo norteamericano y las dificultades internacionales que impone la pandemia de covid-19.
Qué es la Nueva Ruta de la Seda?
En primer lugar debe su nombre a las antiguas rutas que conectaban gran cantidad de capitales, desde Beijing hasta Roma, atravesando por tierra y mar varios países de Asia Central y Medio Oriente. Esta ruta cobró mucho valor en el siglo I a.C y XII d.C, durante las dinastías Han y Song respectivamente, en principio por su importancia comercial por las finas telas orientales y el intercambio de diversas mercancías aunque su relevancia histórica reside en haber favorecido la transferencia cultural, religiosa y tecnológica entre todas las sociedades conectadas por la “red de la seda”. Se había establecido un extenso eslabonamiento de caminos con ciudades que se fueron construyendo y desarrollando aceleradamente a su alrededor. De esta manera Ciudades como la actual Estambul (Constantinopla) se convirtieron en conectores geoestratégicos entre los continentes hasta nuestros días.
El nombre moderno es la “Iniciativa de la Franja y la Ruta” (BRI por sus siglas en inglés). Fue presentada por el presidente chino Xi Xinping en 2013, como un ambicioso proyecto internacional de inversión e infraestructura comercial, que adquiere múltiples dimensiones, para insertar al país como un actor de peso mundial, al tiempo que intenta resolver contradicciones internas.
El objetivo de la Nueva Ruta de la Seda (NRS) es apuntalar una red comercial que le permita al país, por un lado, escapar del desequilibrio de sobreacumulación de divisas y sobreproducción que empuja al PCCH a invertir en el extranjero; y por otro, como propaganda interna para catapultar a China, según Xi Xinping, a cumplir el objetivo del “liderazgo mundial en 2049”. De esta manera intentaría profundizar su ubicación como coordinador regional de la producción [1] hacia una ampliación global. Al mismo tiempo que surgen de manera lógica otras dimensiones, como los aspectos geopolíticos, flujos de información, finanzas y la competencia por el desarrollo tecnológico, ya que para insertarse como potencia en un marco de competencia imperialista –tanto EE.UU, la UE y Japón, buscan contener su ascenso– debe emerger en esos niveles.
El proyecto integra, mediante una red de rutas marítimas y terrestres, al continente asiático con Europa, África, el Ártico e incluyendo América Latina, abarcando a 70 países países del globo, lo que representaría al menos 4,200 millones de habitantes involucrados con la perspectiva de invertir US$ 1,3 billones. Estas rutas combinadas, modificarían la infraestructura comercial de China, tanto en su territorio como sus conexiones con el resto del mundo; apuntando también a establecerse como un actor competitivo en innovación y nivel tecnológico con el proyecto superpuesto del “Made in China 2025” para modernizar el sistema productivo. El plan articula la construcción de nuevos puntos comerciales e industriales estratégicos con la modernización de rutas y proyectos ya existentes, y la transferencia de capitales productivos. La intención supera el establecimiento de lazos meramente comerciales; busca exportar modelos laborales, mano de obra (para equilibrar los problemas demográficos internos y el consumo), tecnología y know how (acompañados de sus propios ingenieros y científicos), pero además tender hacia la hegemonía china y fortalecer el liderazgo de Xi Xinping dentro del PCCH, que en varios discursos planteó la aspiración de devolverle la grandeza a China.
El PCCH recupera continuamente antiguos símbolos para fortalecer el nacionalismo chino, tal como se apropia de la Ruta de Seda para invocar una “época gloriosa” en la que predominaba el Tianxia (“Todo bajo el cielo”). Entonces, la idea-concepto del proyecto se convierte en una geoestrategia como parte del fundamento nacionalista chino, frente a la agresión comercial de EE.UU que impone restricciones arancelarias, incluso generando tensiones militares peligrosas [2].
El análisis de la NRS permite ver la proyección de China en el mercado mundial, que tras absorber gran parte de la crisis de los subprime en 2007-08, está en un acelerado ascenso para disputar el liderazgo global. En ese proceso, la amigablemente llamada “guerra comercial” abierta por EEUU, le está provocando serias jaquecas al Estado chino, y por esta razón se ve obligado a fortalecer sus vínculos con otros países, especialmente con sus vecinos. De allí la NRS. En este sentido, le permitiría a China asegurarse posiciones sólidas para abastecerse de materias primas, exportar capitales y consolidar sus redes de telecomunicaciones e influencia política y cultural. Sin embargo, esta empresa que está plagada de incertidumbres y elefantes blancos, donde las apuestas de crear nuevos mercados son arriesgadas en países plagados de conflictos sociales, étnicos y militares.
La doble ruta
La ruta marítima, llamada el “Collar de Perlas”, combina proyectos financieros, inversiones directas y establecimiento de bases militares en diversos puntos estratégicos para defender el actual comercio marítimo que representa el 95 %. Esta ruta se desarrolla a partir de las inversiones chinas en distintos países del océano Índico, mar del sur de China, el noreste de África (Yibuti, Sudán y Egipto) y, en menor medida, en Europa y Sudamérica. Esas incluyen la construcción de puertos que acompañados de bases militares para proteger los intereses chinos. Si comenzáramos el viaje desde China, veremos que ha colocado puertos en Singapur, sobre el estratégico Estrecho de Malaca, en Yakarta y Sri Lanka. En Emiratos Árabes Unidos cuenta con un puerto en Abu Dhabi, manteniendo estratégicamente relaciones con un aliado cercano de EE. UU., mientras que mantiene fuertes relaciones comerciales con Irán, un “enemigo de occidente”, manteniendo un pie en Golfo Pérsico. En África tiene un puerto en Yibuti y su mayor base militar fuera del territorio con más de 10 mil soldados y un aeropuerto custodiando los negocios en el estrecho de Bab el-Mandeb –un cuello de botella de conflictos militares–. Así como puertos en Eritrea, Sudán y Egipto sobre el Canal de Suez.
También está planificada la “Ruta de la Seda Polar” que aspira a cruzar el Ártico, compartiendo beneficios con Rusia. Esta vía marítima permitiría reducir de 48 a 15 días el tiempo de transporte en comparación con las rutas del sur a través de los canales de Suez o Panamá hacia EE. UU. y Europa. Además que se calcula que hay reservas de recursos naturales vitales como petróleo, gas y “tierras raras” (fundamentales para la producción de computadoras y smartphones). Este plan desencadenó la locura de Trump de intentar comprar Groenlandia.
Las rutas terrestres a través de Asia Central son una alternativa al comercio marítimo con Europa, para evitar posibles bloqueos comerciales de EE. UU. en los puntos críticos durante las crecientes tensiones [3]. También se trata de una red de Corredores Económicos que conectan a China, con distintas regiones del sur asiático, atravesando a Myanmar, hacia el puerto de Sittwe, y Pakistán hacia Karachi y Gwadar, para desembocar en el océano Índico. El Corredor Económico chino-pakistaní (CECP) es el más avanzado, con inversiones de hasta US$ 60.000 millones y un tercio de los proyectos terminados.
Una de estas rutas terrestres es la ferroviaria más larga del mundo con 13.000 kilómetros, que conectan Yiwu con Madrid. Esta red combina una alta tecnología con métodos rudimentarios debido a los desafíos extremos del terreno. Además, en Asia Central –donde hay enormes reservas de petróleo y gas en disputa con Rusia y Francia–, China ha invertido en la construcción de autopistas, puertos, plantas de energía, redes eléctricas, telecomunicaciones, gasoductos y oleoductos en Rusia, Kazajistán, Turkmekistán, Uzbekistán y el Mar Caspio [4]. Hacia el norte con la mira en Mongolia y Rusia hacia el Ártico. Aunque varios de estos proyectos todavía están en fase de desarrollo, el despliegue por la región están cambiando todo el paisaje geoeconómico y geopolítico al tocar zonas de influencia de países como Rusia o India [5]. Para Beijing estos países representan nichos para transferir los eslabonamientos productivos de menor valor –a partir de que en su propio territorio el salario aumentó drásticamente desde 2012– y una forma de abastecerse de recursos naturales. En este marco, la Organización de Cooperación de Shanghái, un organismo multilateral asiático, ha recuperado peso relativo desde 2016.
Beijing lanzó diversas iniciativas que muestran su capacidad financiera para cubrir el volumen necesario de US$ 1,3 billones de la NRS: el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD, destinado a suplantar al Banco Mundial para los BRICS), el Fondo de la Ruta de la Seda y el Banco Asiático de Inversión e Infraestructura (BAII, para competir con el Banco Asiático de Desarrollo liderado por Japón). En la iniciativa del BAII participan alrededor de 80 países, entre ellos Alemania, Francia y Corea del Sur, donde China destinó US$ 40.000 millones para financiar parte de la NRS, acumulando un fondo que supera los US$ 100.000 millones. El AIIB se ha convertido en el coordinador de variados proyectos de infraestructura, solo en África lleva invertidos 148.000 millones de dólares entre 2000 y 2018 según la Universidad John Hopkins, superando a EE. UU. Sin embargo, está lejos de competir en influencia y capacidad con el BM, el FMI o BAD, además de que la moneda utilizada es el dólar, y no el yuan.
Los proyectos han generado deudas multimillonarias en estos países dependientes que cuentan con problemas económico-estructurales profundos. Allí se han desarrollado de manera desigual zonas industriales de bajo valor agregado, como textiles o plantas de ensamblaje como en el corredor económico de Yibuti-Etiopía. Tomando el caso de África, China es el mayor acreedor del continente con el 40 % de la deuda en dólares. Esto le impone un problema interno futuro a Beijing en momentos en que su economía se contrajo 6,8 % durante 2020 [6]. En algunos casos perdonó tramos de deuda como con Angola o Yibuti –que es acreedor del 75 % de su deuda–, para liberar de las cargas que representa el covid-19 actualmente.
Coronavirus: un bache en la ruta
La propagación del covid-19 provocó que muchos proyectos de la NRS atraviesen serias turbulencias. Los bloqueos y restricciones de los gobiernos dificultaron por un lado el flujo de mercancías entre China, EE.UU y Europa, por otro, las cadenas de suministros de recursos para las obras están afectadas llegando a paralizarlas. Esto ha llevado a que se profundice la caída del superávit comercial chino, la base de su proyección internacional, que fue en promedio de 5,2 % en 2001-2010 y de 0,7 % en 2017-2019 [7],.
Paralelamente, algunos de los megaproyectos se han convertido en elefantes blancos para países que sufren fuertes recesiones, lo que dificulta cumplir con vencimientos de deuda. Algunos ejemplos de los proyectos financiados por China: en febrero, Egipto pospuso indefinidamente la construcción de la central eléctrica a base de carbón más grande del mundo en Hamrawein; en marzo, Bangladesh canceló un proyecto similar en Gazaria; en abril, Pakistán solicitó a Beijing condiciones de pago más flexibles para proyectos energéticos por $30.000 millones de dólares, y en el mismo mes Tanzania planteó que cancelaría el proyecto portuario de $ 10.000 millones en Bagamoyo cuyas condiciones eran muy desfavorables al país, ya que China obtendría el control total del puerto bajo un contrato de 99 años; en mayo, los legisladores nigerianos votaron revisar todos los préstamos para proyectos chinos con la preocupación de que el financiamiento podría haberse acordado en términos desfavorables. Por otro lado, algunos países impusieron restricciones a trabajadores e ingenieros chinos que volvían de sus ciudades natales, lo que afectó directamente la continuación de obras.
Esta situación traerá consecuencias graves para China en cuanto a pérdidas financieras, pero principalmente puede generar pérdidas de divisas a los países vinculados a los proyectos del NRS que le proveen recursos naturales. A medida que la rentabilidad financiera que espera Beijing se aleje con la crisis de Covid-19 y la parálisis de la economía africana y países asiáticos, estará más presionada por su propia economía que se contrajo trimestralmente por primera vez en tres décadas. El PCCH queda en una disyuntiva porque reestructurar esas deudas puede generar presión sobre su propio sistema financiero. En cambio, si presiona a países como Sri Lanka o Kirguistán a que paguen los vencimientos, le puede valer duras críticas de la comunidad internacional donde muchos planteaban que la iniciativa era una “trampa de deudas”.
Consideraciones de una “guerra comercial caliente”
Si bien se plantea desde la prensa que estamos frente a una “Nueva Guerra Fría”, lo cierto es que hay enormes diferencias con las relaciones que mantenía EE. UU. con la URSS antes de su caída, por esto la naturaleza del conflicto es muy diferente [8]. En este caso, EE. UU. busca bloquear es ascenso chino como posible hegemón. Mientras tanto, China aprovecha cada una de las posiciones que los norteamericanos abandonan, por ejemplo, el lugar en la OMS donde China utilizó para fortalecer sus aptitudes diplomáticas. Las potencias como EE. UU., Francia e Inlgaterra, vieron cómo las cadenas de valor global están profundamente afectadas por la crisis de covid 19, por esto plantean desacoplar sus economías de China, para dejar de depender de su producción, o presionar para que liberalice aún más su economía permitiendo su participación en empresas chinas. Esta relación interdependiente, y deficitaria para occidente, está siendo cuestionada por varios gobiernos, de ahí que la “guerra comercial” sea más agresiva y las amenazas militares sean más frecuentes, aunque avanzar en romperla parece una empresa casi imposible.
EE. UU. intenta bloquear, a partir de actores estatales o paraestatales, las inversiones de la NRS aprovechando antiguas disputas. Por ejemplo, en Karachi, Pakistán, hubo ataques a la embajada China o en el puerto de Gwadar atribuidos a los separatistas baluchis desde 2018 [9]. En 2011, EE. UU. junto a la ONU, reconocieron rápidamente a Sudán del Sur como estado independiente de Sudán, luego de décadas de guerra civil, el objetivo de esta maniobra era bloquear la inversiones chinas en el petróleo ubicado en el Sur, y los puertos en el norte.
India, con el respaldo de EE. UU., intenta limitar la influencia china ubicándose como su competidor regional. En Myanmar utilizó su capacidad de lobby para convencer al país de que liberalice el financiamiento de los proyectos de infraestructura en comunicaciones, donde China planea avanzar en un Corredor Económico hasta la Bahía de Bengala; en la misma sintonía sucede en Bangladesh. Estos pivotes marcan que la relación con China es más débil de lo que parece. De la misma manera atrayendo, o impulsando a que empresas, como Apple, se re-localicen en India o Vietnam para dejar de depender de China.
Las tensiones militares con India en el Himalaya, buscan bloquear la NRS que pasa por Pakistán (enemigo histórico de India), una de las razones por las cuales hostiga también a Cachemira. Además, el reclamo de soberanía de territorios vitales del Estrecho de Taiwan, el Mar Meridional de China, el intento de absorber la totalidad de Hong Kong, y las maniobras conjuntas con Rusia e Irán en el golfo pérsico y el Índico son demostraciones de fuerza para proteger la NRS. En el mismo sentido, los discursos de los países “occidentales” sobre derechos humanos por la sistemática represión al pueblo musulmán uigur en la provincia de Xinxiang –sistemáticamente reprimida por estar en las puertas de Asia Central– en el norte, son utilizados por “occidente” para sancionar económicamente al país. Lo mismo vale como el apoyo hipócrita al movimiento hongkonés que lucha en defensa de sus libertades democráticas.
La carrera por la supremacía tecnológica tiene eje en el desarrollo chino del 5G denominada la tecnología de las cosas, que ha abierto una batalla geopolítica por la transferencia tecnológica. En primer lugar la administración Trump prohibió a Huawei y sus proveedores utilizar tecnología y software estadounidenses de manera directa. También, recientemente Australia e Inglaterra rechazaron la red de telecomunicaciones 5G de Huawei a exigencia de EE.UU. El gigante asiático ha comprado varias empresas estatales europeas que fueron privatizadas por de la crisis del 2008. En el continente adquirió una serie de aeropuertos (Inglaterra, Alemania y Francia) y puertos (Italia, Croacia, Grecia, España) que cuentan con alta tecnología, para garantizar que sus mercancías lleguen al viejo mundo. Además ha intentado absorber tecnología a través de la compra de empresas privadas europeas como Daimler-Mercedes. Por esto, los países europeos comenzaron a imponer mayores restricciones a los capitales chinos para resguardar las industrias estratégicas, evitar el saqueo a la “propiedad intelectual” y la transferencia tecnológica. Si bien las inversiones chinas en Europa son enormes, en los últimos años marcaron una tendencia decreciente, desde un tope de US$ 41.836 millones en 2016 a poco menos de US$20.000 millones en 2018, según el Grupo Rhodium y el Instituto Mercator para Estudios de China.
El modelo chino en problemas
El alcance en los distintos niveles de la NRS muestra las capacidades del gigante asiático como potencia regional con una proyección más global, en la que se expresan distintos rasgos imperialistas, pero que la pandemia contrastó las debilidades del modelo de crecimiento chino [10].
Como plantea Esteban Mercatante, China está en obsesionada en “salir de la ‘carrera hacia el fondo’ (…) a cambio de un dumping social y ambiental, e ingresar en la ‘carrera hacia la cima’ en materia de generación de valor y desarrollo”.
Por esta razón han lanzado diversos proyectos ambiciosos complementarios a la NRS. Por un lado, el relanzamiento del “Made in China 2025”, que apunta a realizar cambios estructurales, para pasar de ser una economía basada en la producción de bienes de bajo valor agregado, a desarrollar una industria vinculada a la producción e innovación de alta tecnología, de forma endógena, para competir en el mercado de TICS, nanotecnología y robótica. Por esto, viene empujando fuertemente con el desarrollo del 5G, junto a sus empresas que compiten en primer nivel mundial como Huawei y ZTE (también orientada al desarrollo de comunicaciones) que han desatado una guerra comercial y geopolítica de dimensiones globales. Por otro lado, ha lanzado el plan “Go West”, que consiste en apuntalar e mercado interno, desarrollando la región central y occidental del país en respuesta a los crecientes desafíos internacionales, previendo los posibles, aunque difíciles, desacoples o shocks económicos externos [11]. Este camino intenta equilibrar, de manera tutelada por el Estado chino, las contradicciones internas entre una enorme población rural que vive en la pobreza y un aumento del nivel de vida en las regiones urbanas.
Xi Xinping planteó en varios discursos sobre establecer un “diálogo entre civilizaciones” a partir de en aprendizaje mutuo e intercambio cultural. Sin embargo, el gigante asiático está dejando un rastro en todos los continentes difícil de desmontar, con enormes consecuencias sociales y ambientales a partir de la megaminería o la construcción de autopistas y represas gigantes, además está generando grandes cargas de deuda, aplastando salarios, e imponiendo condiciones desfavorables a los países receptores de sus capitales a largo plazo, y como vemos con los proyectos titánicos, el paisaje de gran parte del planeta ya no será el mismo. Aunque Xi Xinping utilice la NRS como un estandarte para consolidar a China en una potencia mundial, “lo que importa es que el gato case ratones” [12]. Si bien China tuvo avances muy significativos, en términos comerciales y de influencia a partir de esta iniciativa, aún sus debilidades geopolíticas y contradicciones internas hablan de que sigue siendo una incógnita que alcance el liderazgo futuro en medio de fuertes desequilibrios capitalistas.
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