Publicamos aquí el prólogo, a cargo de Christian Castillo, a una nueva edición de El Estado y la revolución, de V. I. Lenin, de próxima aparición en Ediciones IPS.
PRÓLOGO
El texto que estamos presentando fue escrito por Lenin entre agosto y septiembre de 1917, poco antes de que se abriera la crisis revolucionaria que desembocó en la conquista del poder por los bolcheviques en Rusia y en la instauración del primer Estado proletario de la historia. Debido a esta situación el trabajo quedó inconcluso, y no pudo ser redactado el capítulo que se referiría a la experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y de 1917, en este último caso, a lo ocurrido entre febrero y agosto de ese año.
Si Lenin, que en ese momento se encontraba en la clandestinidad, se dedicó en esos momentos tan decisivos a clarificar sobre la concepción marxista del Estado, es evidente que se trataba de un punto central sobre el cual, a su entender, los teóricos más importantes de la socialdemocracia alemana, como Karl Kautsky, habían sembrado todo tipo de confusiones y tergiversaciones. Estos dirigentes repetían una y otra vez que Marx y Engels habían dicho contra los anarquistas que, para llegar al comunismo, el Estado se extinguiría junto con las clases sociales, y que no podía ser “abolido” producto de una decisión arbitraria. Pero omitían que para ambos lo que se “extinguiría” era el Estado surgido de la revolución, no el Estado burgués. Y también ocultaban, con mayor vehemencia aún, que en la crítica a los anarquistas los autores del Manifiesto Comunista habían sostenido que la llegada al poder de la clase obrera implicaba la destrucción del Estado burgués en lo que hace a sus pilares fundamentales: su maquinaria burocrática y militar. Por eso el libro incluye una reconstrucción minuciosa de las posiciones sostenidas por Marx y Engels para contraponerlas a la visión que prevalecía entre los socialdemócratas alemanes, que era comparable a la que sostenían los mencheviques rusos en esos días.
El texto deja claro cómo para los fundadores del socialismo científico la conquista del poder por parte de la clase trabajadora, como demostró la Comuna de París de 1871, no implica la mera transferencia de la maquinaria burocrática y militar estatal manejada por la burguesía, sino la destrucción de esta maquinaria y su reemplazo por otra de un carácter muy diferente. O sea, no se trata de que la clase trabajadora “ocupe” el Estado burgués, cuya estructura está en función de garantizar la dominación de una minoría de propietarios capitalistas sobre la gran mayoría de la población, sino de reemplazarlo por otro, adecuado a las condiciones del ejercicio del poder por esta amplísima mayoría. En la Comuna el ejército permanente y la policía fueron reemplazados por el pueblo armado; se estableció que todo funcionario político no podría ganar más que un obrero calificado y que podría ser revocable en cualquier momento por sus electores; y que las funciones ejecutivas del Estado serían ejercidas por los propios representantes electos, con lo cual la Comuna sería una “corporación de trabajo” muy diferente del simple rol de ámbitos de “pura charlatanería” de los parlamentos burgueses, ya que el poder real se ejerce fuera de ellos, por los funcionarios no electos de los ministerios. Es un tipo de Estado cuyo objetivo, al terminar con la sociedad dividida en clases sociales, es lograr su propia extinción, a partir de incorporar progresivamente a toda la sociedad a la gestión de los asuntos políticos y económicos.
¿Por qué este folleto tiene actualidad? Porque ante los retrocesos sufridos por la clase obrera en las últimas décadas y ante la ausencia de revoluciones sociales lo planteado en este texto por Lenin aparece como algo poco menos que desconocido hasta para mucha gente que se reivindica de izquierda. A esto se agrega la identificación entre socialismo o comunismo y totalitarismo burocrático, algo muy diferente a lo que aspiraba Lenin. El aislamiento de la Revolución de Octubre, la muerte de gran parte de los cuadros y dirigentes revolucionarios en la guerra civil y el atraso general de la sociedad rusa favorecieron la burocratización del nuevo Estado, luego de la revolución. El régimen de partido único y el dominio omnipresente de la burocracia se transformaron en el “modelo” imitado en las posteriores revoluciones del siglo XX, opuesto a la democracia soviética defendida por Lenin –y luego por Trotsky– en su lucha contra el stalinismo.
Hoy, esquemáticamente, el campo político tiende a estar hegemonizado entre dos sectores que defienden como inevitable la continuidad del dominio capitalista. Uno, que habitualmente llamamos neoliberal, insiste en limitar las funciones del Estado burgués a las de seguridad y control mientras busca liquidar todo derecho social para que las grandes corporaciones capitalistas ejerzan su poder más despóticamente. A la vez, no vacilan en endeudar a los Estados con cifras siderales para salvar a los grandes bancos, como vimos durante la crisis de 2008. El otro sector, que los neoliberales llaman “populista”, sostiene el fetiche del Estado como un órgano de conciliación de clases ocultando su rol como aparato de dominación. Como ya han pasado varias décadas sin revoluciones sociales triunfantes, estamos ante uno de los momentos de la historia del capitalismo donde más férreamente está instaurada en las amplias masas la creencia que todo cambio progresivo que se produzca se dará en los marcos del actual tipo de Estado y que los cambios a los que podemos aspirar se lograrán dentro de las democracias burguesas, que incluso han dejado de ser llamadas de esta forma para ser nombradas como “democracias” a secas. Pero lo cierto es que si en algún lugar las movilizaciones, revueltas y jornadas revolucionarias que estamos viendo en numerosos países se transforman en procesos revolucionarios abiertos, sin duda van a desarrollarse organismos que expresen de una u otra forma el poder de las masas trabajadoras sublevadas, como fue la propia Comuna en Francia o como fueron los soviets en Rusia, incluyendo formas que expresen la autodefensa de los trabajadores frente a la represión de las clases dominantes, como hemos visto en toda revolución. En el caso ruso, los soviets pasaron de ser la mayor expresión del frente único de las masas obreras y campesinas en lucha a ser la base del nuevo poder estatal tras la victoria de la revolución, basándose en las enseñanzas de la Comuna parisina y lo planteado por Lenin en este texto. También en nuestro tiempo, toda revolución digna de ser calificada como tal verá la emergencia de organismos de este tipo y pondrá en evidencia el carácter opresor del Estado capitalista.
Otro de los aspectos que el dirigente –junto a Trotsky– de la Revolución de Octubre busca clarificar tiene que ver con las bases materiales, económicas, para la existencia de un nuevo tipo de Estado y, por lo tanto, de una democracia mil veces superior a la más amplia de las democracias capitalistas: un Estado y una democracia de los trabajadores. Para Lenin,
el desarrollo del capitalismo crea las premisas que permiten que “todos” intervengan realmente en la dirección del Estado. Algunas de estas premisas son: la liquidación del analfabetismo, cosa ya lograda en varios de los países capitalistas más adelantados, luego la “instrucción, el adiestramiento y la disciplina” de millones de obreros por el enorme y complejo aparato socializado de correos, ferrocarriles, grandes fábricas, gran comercio, bancos, etcétera, etcétera [p. 81].
Sobe la base de estas premisas económicas “es perfectamente posible, después del derrocamiento de los capitalistas y los burócratas, pasar en seguida, de la noche a la mañana, a reemplazarlos por los obreros armados, por toda la población armada, en la tarea de controlar la producción y la distribución, en la tarea de llevar el registro del trabajo y los productos” [p. 81]. Y continúa:
Registro y control: esto es principalmente lo que hace falta para la “puesta en marcha”, para el buen funcionamiento de la primera fase de la sociedad comunista. (...) Todo lo que se necesita es que trabajen por igual, que respeten la norma de trabajo y reciban un salario equitativo. El capitalismo ha simplificado hasta el extremo el registro y el control necesarios para esto, reduciéndolos a operaciones extraordinariamente simples, accesibles a cualquiera que sepa leer y escribir, de inspección y anotación, conocimiento de las cuatro reglas aritméticas y extensión de los recibos pertinentes [p. 81].
Detengámonos un instante en este aspecto. En nuestro siglo XXI, con el desarrollo de la ciencia y de la técnica, en general, y la revolución de las comunicaciones, en particular, estas premisas son muy superiores a las que se refería Lenin. La televisión, la radio, las computadoras, los teléfonos celulares y las redes sociales son todos medios que permitirían hacer llegar fácilmente la información a millones para deliberar sobre qué decisiones económicas y políticas tomar, para planificar en forma democrática los recursos económicos, de forma tal que permitieran ir eliminando progresivamente la desigualdad y reducir la jornada laboral, dando paso a que los conocimientos científicos y culturales lleguen a porciones cada vez mayores de la población. Estamos seguros de que en una democracia de este tipo las irracionalidades heredadas del capitalismo serían suprimidas más temprano que tarde. Difícilmente prevalecería la propuesta de hacer viviendas para que nadie viva en ellas antes que dar solución a los millones que se hacinan en villas y asentamientos. Que un puñado acumule fortunas que no podrán gastar por generaciones mientras cientos de millones pasan hambre literalmente en el mundo. O que algunos trabajen 10 o 12 horas mientras otros tengan que recurrir a un plan social para sobrevivir en vez de repartir el trabajo disponible entre todos y todas. O destruir el medio ambiente hipotecando la vida futura en el planeta para que unos pocos se llenen los bolsillos. Claro, esta sociedad no será aún el comunismo, donde logremos pasar del principio de reparto de “cada cual según sus capacidades” a “cada cual según sus necesidades” o, dicho en otros términos, “del reino de la necesidad al reino de la libertad”. Pero si será “un escalón necesario para limpiar a fondo la sociedad de todas las infamias y bajezas de la explotación capitalista y para seguir avanzando” [p. 82]. Porque:
Desde el momento en que todos los miembros de la sociedad o, por lo menos, la inmensa mayoría de ellos, aprenden a dirigir ellos mismos el Estado, toman esta tarea en sus propias manos, organizan el control sobre la minoría insignificante de capitalistas, sobre los caballeros que quieren conservar sus hábitos capitalistas y sobre los obreros que fueron profundamente corrompidos por el capitalismo, desde este momento comenzará a desaparecer la necesidad de todo gobierno en general. Cuanto más completa sea la democracia, más cercano estará el momento en que se haga innecesaria. Cuanto más democrático sea el “Estado”, que consiste en los obreros armados y que “no es ya un Estado en el sentido estricto de la palabra”, más rápidamente comienza a extinguirse toda forma de Estado [p. 82].
Desde 2008, el capitalismo se arrastra en una crisis. Nuevas generaciones perciben que este sistema solo les depara un futuro cada vez más oscuro. Clarificar los objetivos de nuestra lucha se vuelve primordial para ofrecer una perspectiva socialista y revolucionaria a quienes salen a las calles cada vez más frecuentemente a enfrentar las consecuencias de este sistema de explotación y opresión.
4 de noviembre de 2019
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