En toda guerra las informaciones del campo de batalla son parte del conflicto. Ucrania no es la excepción. Se suceden diferentes noticias, aparecen y desaparecen periódicamente. En estos días, se desarrolló la controversia sobre los drones que estallaron sobre la residencia presidencial de Putin, quien acusa a Kiev y a Washington de haber querido perpetrar un atentado. ¿Pero cuál es hoy la situación global de la guerra en Ucrania? Para contestar esta pregunta, lo primero que deberíamos hacer es situarnos en las coordenadas de la etapa actual de la situación internacional. La guerra sigue siendo la continuación de la política por otros medios. Lejos del mito de la globalización pacífica, el sistema capitalista imperialista sigue siendo una verdadera arma de destrucción masiva.
No se trata solo de Ucrania. En paralelo crecen las tensiones sino-norteamericanas en Oriente. Tampoco es que no hubiese guerras en las décadas pasadas como en los Balcanes, Irak, Afganistán, entre muchas otras. En un artículo anterior con Emilio Albamonte, analizábamos que la principal novedad de la guerra en Ucrania en términos bélicos es la irrupción de la guerra interestatal con el involucramiento de potencias en ambos bandos, aunque con EE. UU. y la OTAN actuando por procuración. Esta guerra ya no responde a los modelos de la etapa anterior, marca el retorno de los enfrentamientos militares “regulares”, la vuelta de la guerra como “batalla en un campo entre hombres y maquinaria” que puede afectar decisivamente el orden internacional [1].
De la batalla en profundidad a la guerra de desgaste
Hasta ahora podríamos distinguir tres etapas en el campo de batalla:
1) Una primera, al comienzo de la invasión, donde el ejército ruso desarrolló una especie de blitzkrieg (guerra relámpago), de batalla en profundidad, que incluyó el avance masivo de tanques hacia Kiev. Con el tiempo viene quedando más claro que, en aquel entonces, la intención de Putin nunca fue ocupar la ciudad sino que, partiendo de informes de inteligencia cuyos promotores fueron posteriormente sancionados, se basaba en la hipótesis del colapso del gobierno de Zelenski. No sucedió. Posiblemente el alto mando ruso subestimó el involucramiento de Occidente y sobreestimó el “interés común” occidental en priorizar la integración global.
2) Una segunda etapa, marcada por la retirada del asedio a Kiev, la reorganización y el despliegue de las tropas rusas hacia el sur y el este de Ucrania. En este capítulo de la guerra, los avances rusos permitieron a sus fuerzas la conquista del principal puerto del Mar de Azov (y del Donbás) y establecer un corredor terrestre desde la península de Crimea hasta los territorios de la región del Donbás que tenía previamente bajo su control. En un momento se especuló con que estas conquistas se ampliarían en dirección oeste hacia Odesa buscando conectar el corredor con los territorios bajo influencia rusa en Transnistria pero no fue el caso.
3) Una tercera etapa –o parte de la segunda según queramos verla– estuvo marcada por la declaración de anexión de las regiones de Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón. Seguidamente tendrá lugar una contraofensiva ucraniana en el óblast de Jersón que obligará a las tropas rusas a situarse al otro lado de río Dniéper en el frente sur. También retrocederán en el óblast de Járkov en el frente oriental. Se desarrollará una lucha por la consolidación de las posiciones en el este, a través del uso masivo de artillería de ambos bandos con una importante preeminencia rusa y con protagonismo en las zonas más calientes de la compañía militar privada conocida como grupo Wagner. Esta etapa continúa hasta la actualidad.
Se ha configurado una especie de “guerra de desgaste”. Un frente que se extiende a lo largo de más de 800 kilómetros. Ambos bandos han distribuido su infantería y artillería en esta amplia línea de frente. Se han establecido extensos sistemas defensivos de trincheras y zanjas antitanque. Las guerras de desgaste, aunque no se superponen necesariamente con la idea de “guerra de posiciones”, en sus formas modernas se caracterizan por el atrincheramiento, los bombardeos de artillería, las cargas sobre las posiciones enemigas y el alto costo en vidas humanas, así como también en equipo y artillería. Una operación ofensiva exitosa es aquella que hace retroceder al defensor a lo largo de la línea de frente. No hay mucha expectativa de un “golpe de gracia”, los combates son palmo a palmo.
Un rasgo distintivo de este tipo de guerras es que los beligerantes intentan desgastarse unos a otros mediante la destrucción gradual de material bélico y tropas. Esta etapa de la guerra viene teniendo como símbolo la batalla por Bajmut, una pequeña ciudad en la región de Donetsk. Por meses las fuerzas rusas han saturado con bombardeos. Se han producido combates manzana por manzana, casa por casa. Miles de soldados han muerto en ambos bandos, sin embargo, al día de hoy ninguna de las fuerzas ha logrado un control completo de la ciudad. Según algunas fuentes, las tropas rusas –encabezadas por los mercenarios del grupo Wagner– controlan alrededor del 70 u 80%. En lo que refiere a la guerra de conjunto, ninguno de los bandos ha ganado mucho territorio desde fines de 2022.
En su libro Conventional Deterrence, John Mearsheimer pinta un cuadro bastante ilustrativo de lo que implican las estrategias de desgaste:
Una ofensiva exitosa, como una topadora, literalmente empuja al defensor hacia atrás a lo largo de un amplio frente. La huida y la retirada se alternan, eventualmente desgastando la defensa. Se pone poco énfasis en lograr en el campo de batalla el equivalente a un golpe de nocaut. En cambio, la victoria sigue a una serie de batallas con pelota parada y no se espera que sea rápida. El proceso es prolongado y, en última instancia, el éxito llega cuando el defensor ya no puede seguir luchando. Por supuesto, se supone que el defensor se debilitará antes que el atacante. Dado que no hay atajos para la victoria, un atacante no rehúye atacar los puntos fuertes del defensor. La fuerza se compara con la fuerza” [2].
Los interrogantes de la anunciada “ofensiva de primavera”
Según los últimos trascendidos se estima que “ofensiva de primavera”, que se viene anunciando desde hace tiempo, se iniciaría en algún momento del presente mes de mayo. En las últimas semanas, el frente sur oeste ha vuelto a tomar relevancia en algunos medios de comunicación. Unidades de fuerzas especiales ucranianas han venido realizando diversos ataques puntuales llegando a desembarcar y buscando permanecer del lado oriental del río Dniéper camino a la ciudad de Jersón controlada por Rusia. Se estima que este tipo de acciones buscan abrir un nuevo flanco de combate o por lo menos sugerirlo con la esperanza de aliviar el resto de los frentes. Por otro lado, la ventaja de avanzar sobre Jersón, en el caso de que esto sucediese, sería que se encuentra a tiro de artillería de Crimea, lo cual podría ser un objetivo de las fuerzas ucranianas.
El frente sur centro a la altura de Zaporiya aparece como una de las alternativas más viables de combate para la “ofensiva de primavera” siendo que para desplegar tropas allí no es necesario cruzar el Dniéper. Ha trascendido con cierta fuerza la alternativa de concentrar la anunciada nueva ofensiva en dirección a la ciudad de Melitopol –al sur de Zaporiya y camino al Mar de Azov–controlada por las fuerzas rusas. En esta zona, según el Institute for the Study of War, ya existen focos de guerrillas ucranianas. El segundo objetivo en la mesa de arena, sería Berdyansk, ubicada hacia el sur este sobre la costa del Mar de Azov. Este tipo de planes tendrían por objetivo de máxima cortar el amplio corredor sur de las fuerzas rusas –haciendo insostenible sus posiciones al oeste de Melitopol– y abrir una salida al Mar de Azov para Ucrania. Todo esto son especulaciones por ahora.
Ahora bien, en ambos frentes mencionados las fuerzas rusas han levantado triples líneas defensivas compuestas por trincheras, fosas, alambrados, obstáculos antitanque de más de 100 km separadas por 15 km cada una. Frente a esto, los tanques Challenger 2 británicos y Leopard 2 alemanes enviados a Ucrania podrían ser útiles, sin embargo, los envíos programados no representarían una cantidad significativa y requerirían de un apoyo continuo para su utilización, incluidas las piezas de repuesto, municiones y entrenamiento para operarlos. En el caso de los M1 Abrams norteamericanos parece descartado que puedan llegar a tiempo. Las fuerzas ucranianas cuentan con sistemas de cohetes de artillería de alta movilidad (HIMARS), pero también todo esto necesita insumos suficientes. A lo que hay que agregar el problema de la cobertura aérea que necesitarían este tipo de ataques y que por ahora, más allá de las especulaciones, no se sabe cómo la tendrán. En cualquier caso no están claras las condiciones en las cuales se desarrollaría la “ofensiva de primavera”.
El desgaste de fuerzas
Para tener un cuadro completo de las perspectivas es necesario evaluar el resultado de la guerra de desgaste hasta ahora. En lo que respecta a las fuerzas rusas, el desgaste ha sido significativo, tanto a en lo que hace a la importante cantidad de bajas que se estima –este dato es aún más oscuro que el de Ucrania–, como en cuanto a problemas de equipamiento y logística. Sus fuerzas no han obtenido avances significativos desde el pasado verano europeo. Para lograr el objetivo de conquistar completamente las cuatro regiones formalmente anexadas (Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón), el ejército necesitaría ampliar la cantidad de tropas en el terreno, por ende, un reforzamiento coercitivo del reclutamiento. La “movilización parcial” decretada por Putin en septiembre pasado se ha llevado adelante con cautela, especialmente en las grandes ciudades, para evitar cualquier desestabilización en el frente interno. Es una incógnita, en este sentido, la magnitud de la capacidad operativa real disponible del ejército ruso ante un escenario de mayor escalada de los enfrentamientos.
En la última etapa, los combates más sangrientos que se llevaron adelante en Bajmut recayeron en buena medida, como decíamos, en el grupo Wagner. Se trata de una fuerza privada, mercenaria, que incluye el reclutamiento coercitivo en las prisiones rusas, comandada por Yevgeniy Prigozhin, un oligarca vinculado directamente a Putin. Con sus apariciones públicas en el campo de batalla mostrando el contraste con el resto de los dirigentes militares, Prigozhin se ha transformado en una figura popular entre quienes apoyan la invasión en rusia. Se ha enfrentado públicamente al ministro de defensa Sergei Shoigu, y al jefe del Estado Mayor Valery Gerasimov en torno a las solicitudes de armamento para su grupo. La última vez fue hace unos días, amenazando con retirar sus tropas de Bajmut el 10 de mayo si no recibe municiones y responsabilizando al alto mando por las muertes en sus tropas. Es una interna que, más allá de la puesta en escena, muestra las propias inconsistencias de las fuerzas rusas y de la combinación de fuerzas mercenarias con el ejército regular. Por otro lado, el fondo de la cuestión podría responder a problemas de la producción o logística.
Del otro lado las trincheras, la amplia filtración de documentos de inteligencia norteamericana por la que se acusa al joven miembro de la Massachusetts Air National Guard, Jack Teixeira, que salió a luz en marzo pasado todavía sigue dando que hablar. Mucha de la información contenida en aquellos documentos etiquetados como “ultrasecretos” trata de cuestiones, de un modo u otro, conocidas. Lo significativo fue su constatación en fuentes norteamericanas. Allí se hacía una sombría evaluación de las posibilidades de la “ofensiva de primavera”. Se advertía sobre la potencia de las defensas rusas atrincheradas que junto con “las persistentes deficiencias ucranianas en el entrenamiento y el suministro de municiones, probablemente dificultarán el progreso y exacerbarán las bajas durante la ofensiva”. A su vez, se señalaba la probabilidad de que la operación solo obtuviese “modestas ganancias territoriales”. Hasta el día de hoy los funcionarios norteamericanos siguen buscando relativizar estas consideraciones. El miércoles pasado el propio secretario de estado, Antony Blinken, sostuvo que aquellas evaluaciones “reflejaban un punto particular en el tiempo”, que no era “estático” y que veía mayores posibilidades en una próxima ofensiva.
Por su parte, el Washington Post confirmaba, en su momento, el panorama expuesto por aquellos documentos a través de diversas declaraciones de comandantes ucranianos que advertían sobre la escasez de tropas calificadas y la imposibilidad de combatir con las tropas disponibles que carecen de cualquier experiencia militar y huyen espontáneamente frente a la abrumadora artillería rusa. Según esos mismos informes, las tropas con alguna experiencia o bien murieron o bien quedaron fuera de combate como heridos. Lo que sería consistente con las fuentes occidentales que señalan –no hay datos oficiales– una cifra que asciende a 120 mil bajas entre muertos y heridos. Para tener un parámetro de comparación, la fuerza de combate real de Ucrania al inicio del conflicto, algunos analistas la estimaban en alrededor de 130 mil efectivos [3]. Paralelamente, las declaraciones de los funcionarios estadounidenses han puesto el acento en que la situación hoy en el campo de batalla puede no reflejar una imagen completa de las fuerzas, porque Kiev está entrenando tropas para la próxima contraofensiva por separado, impidiendo deliberadamente que participen en los combates actuales. En cualquier caso, este último hecho sería insuficiente para revertir la situación general.
Si bien la guerra de desgaste ha sido muy costosa para ambas partes, por la asimetría entre Rusia y Ucrania, para esta última el peso relativo de las pérdidas sería mucho mayor. Esta comparación es central, porque si bien las fuerzas ucranianas cuentan con una amplia ayuda militar occidental, tanto para el imperialismo norteamericano como para la OTAN se trata de una guerra por procuración, lo que implica, entre otras cuestiones, no poner tropas propias en el terreno. Los soldados, así como los muertos y heridos, por ende, corresponden a las fuerzas ucranianas. Aunque las bajas totales rusas según diversas estimaciones serían mayores, en términos proporcionales para Ucrania sus bajas tendrían una significación más decisiva.
Las presiones a un mayor involucramiento directo de EE. UU.
Ahora bien, la cuestión es que en una guerra de desgaste como esta, como señalaba Mearsheimer, “la fuerza se compara con la fuerza”. Es decir, la victoria, en caso de conseguirse, está del lado de quien es capaz de reemplazar más fácilmente el equipo militar, incluyendo grandes cantidades de artillería y vehículos blindados, y de aumentar el reclutamiento para absorber la alta proporción de muertos y heridos que este tipo de combates conllevan. Incluso en los casos en que finalmente la estrategia de desgate logra el éxito tiene enormes costos. Para ganar una guerra de desgaste se requiere la voluntad de absorber bajas considerables y pérdidas significativas de equipo.
Sin un alto nivel de apoyo continuo de la OTAN, pero fundamentalmente de EE. UU., las fuerzas ucranianas colapsarían más o menos inmediatamente. La pregunta en este punto es cuál es el límite de la estrategia de valerse de las fuerzas de Ucrania para llevar una guerra de desgaste por procuración contra una potencia como Rusia. O, dicho en otros términos, cual es el límite que tiene la intervención indirecta del imperialismo norteamericano para proseguir una guerra que depende, más allá de toda la ayuda militar, del esfuerzo de guerra exclusivo de las desgastadas fuerzas ucranianas sobre el terreno.
Por otra parte, Ucrania depende plenamente de la ayuda occidental incluso para lo más básico, lo cual debería comprender, según el análisis del think tank militar CSIS: 1) Requerimientos de flujo continuo de armas y municiones. Por ejemplo, se estima que Ucrania dispara 90.000 proyectiles de artillería por mes. Para tener una dimensión, eso es igual a toda la producción anual de EE. UU. en 2021. 2) Necesidades de reemplazo de equipo perdido, siendo que –según fuentes no clasificadas– Ucrania había perdido para febrero 457 de los 858 tanques con los que empezó la guerra, 478 de 1.184 vehículos de combate de infantería y 247 de 1.800 piezas de artillería. 3) Necesidades de equipo y entrenamiento para unas fuerzas ucranianas que, como mencionábamos, ya no son las mismas que al inicio de la guerra. A esto se le suman todas las otras capacidades más allá de lo indispensables para combatir.
Si partimos de la significativamente mayor capacidad –productiva y militar– de Rusia respecto a Ucrania, la tendencia es que las fuerzas de esta última se hagan cada vez más dependientes de la ayuda externa para poder proseguir una guerra de desgaste como esta. En este punto se abren dos grandes alternativas. El imperialismo norteamericano puede, o bien seguir profundizando su intervención y apostar a una mayor debilidad rusa, o bien proponerse preparar para el próximo año algún tipo de escenario que reduzca la intensidad de los enfrentamientos. Una decisión estratégica que seguramente no se definirá en el corto plazo y, posiblemente, dependerá en alguna medida de los resultados que arroje, cuando se concrete, la ofensiva de primavera. Pero la discusión está planteada.
A principios de 2023, el think tank militar Rand Corporation analizaba las alternativas del imperialismo norteamericano si su objetivo fuera evitar una guerra larga. El punto de partida es la improbabilidad de una victoria ucraniana. El análisis se centra en la evaluación de costos y beneficios de una prolongación de la guerra. Entre estos últimos señala, sobre todo, el mayor debilitamiento de Rusia y la reducción de la dependencia de los aliados norteamericanos respecto de ella. Entre los costos, el aumento del riesgo de escalada involucrando directamente a miembros de la OTAN, las necesidades de Ucrania de mayor apoyo económico y militar, la menor capacidad de EE. UU. de concentrarse en otras prioridades (léase China) y el aumento de la dependencia rusa de China.
La conclusión del estudio es que EE. UU. debe tomar medidas tendientes a propiciar algún tipo de armisticio a mediano plazo, en el cual ninguna de las partes decline sus pretensiones pero que de algún modo “congele el conflicto”. Para ello propone planificar y condicionar el apoyo a Ucrania y un esquema de “seguridad” para esta última articulado con sus aliados que excluya su incorporación a la OTAN, así como el alivio de las sanciones rusas, entre otras cuestiones. El concepto central es pasar a un plano secundario el problema del control territorial, que considera que no es una dimensión importante para EE. UU., y concentrar la atención en sus intereses globales en la guerra. Las conclusiones del estudio, sin embargo, no son muy alentadoras sobre la viabilidad de tal ingeniería, pero reafirma la necesidad de encararla.
Lo cierto es que a medida que la guerra se prolonga y aumenta el desgaste, tiende a hacerse necesario un involucramiento aún más directo del imperialismo norteamericano. Se hace más delgada la línea que separa la guerra por procuración del enfrentamiento abierto con Rusia, con todos los riesgos de accidentes y de escalada que ello implica. Una pequeña muestra de ello fue el incidente, en marzo pasado, del dron MQ-9 Reapter norteamericano en las cercanías de Crimea (a 60 kilómetros del puerto de Sebastopol) donde un avión de combate ruso, más allá de los detalles, terminó derribándolo. En esta delgada línea se mueve el futuro de la guerra.
El escenario se hace más volátil. La guerra de desgaste no tiene aún un resultado a la vista. Se trata de un panorama que puede agudizarse si se concreta la “ofensiva de primavera” y recrudecen los enfrentamientos. Como decíamos al principio, el guerrerismo de las grandes potencias está en pleno desarrollo, Ucrania es el escenario más agudo de un proceso más amplio. Esta es la perspectiva que tenemos que enfrentar. Por eso contra toda ubicación detrás de alguno de los “campos” reaccionarios en pugna y las ilusiones en una solución de “paz” imperialista, venga de la mano de Europa, China o de la potencia que fuere, la cuestión pasa por constituir un polo contra la guerra en Ucrania que plantee la unidad internacional de la clase trabajadora con una política independiente, por el retiro de las tropas rusas, contra la OTAN, contra el armamentismo imperialista y por una Ucrania obrera y socialista.
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