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Red Internacional
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Salud Pública. La clandestinidad del aborto: "gracias a ustedes estoy viva"

La discusión sobre la legalidad del aborto está en boca de la gran mayoría. Los trabajadores de la salud somos quienes asistimos a las que llegan a los hospitales, si es que llegan, con las secuelas de los abortos clandestinos. Algunas experiencias pueden aportar a que los pro abortos clandestinos piensen en la vida de las cientos de mujeres que mueren por esta razón.

Martes 24 de julio de 2018 02:21

Opiniones sobre el aborto sobran, pero la realidad es que es un método de interrupción voluntaria del embarazo que existió, existe y seguirá existiendo. Las ricas lo hacen en lugares asépticos y las pobres son las que engrosan la estadística de una de las principales causas de muertes en cuerpos gestantes. Si las mujeres sobreviven, tienen que padecer por el resto de sus vidas las secuelas y mutilaciones que implica la clandestinidad del aborto.

Dentro de los trabajadores de la salud, hay una estigmatización y juicio de valor a quienes “caen” a los hospitales por haberse realizado un aborto en condiciones insalubres. Ahora bien, pongamos un ejemplo: un paciente con un abdomen agudo ingresa (supongamos apendicitis) y con el correr de las horas se transforma en peritonitis, ¿se cuestiona al paciente por esa “gravedad”? Claramente no, ni se atreven a decir “como no se cuidó para no llegar a ese cuadro”. Esto cambia si ingresa una paciente con un abdomen agudo y hemorragia vaginal, inmediatamente hay un cuestionamiento desde cualquier punto de vista “al por que lo hizo”, “por qué no lo dio en adopción” y un sinfín de intromisiones. Invalidando completamente la decisión de mujeres que en ese momento no quieren ser madres o ya no quieren tener más hijos. Siempre este debate es crucial, ya que en general cada uno se ubica en que haría personalmente y no en pensar en el derecho a decidir de cada persona gestante, siendo esa la discusión central.

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Como trabajadora de la salud, en mi paso por la Terapia Intensiva, vi pasar a diferentes mujeres que han dejado sus vidas a causa de shock, hemorragias e infecciones provocadas por el aborto clandestino. Hay miles de ejemplos, pero voy a tomar dos que me hicieron pensar sobre como actuamos quienes trabajamos en salud.

Recuerdo el caos que despertó en el hospital el ingreso de la paciente. Corrimos mucho esa tarde y varias más para llegar a la estabilidad de sus signos vitales. Luego de varias unidades de sangre e idas y vueltas a quirófano, la paciente comenzó a mejorar. Un día logramos sacarle toda la asistencia mecánica y artificial, debido a la pronta recuperación. Cuando esta valiente mujer despertó hablamos mucho, me contó todo lo que tenía pendiente. Sus familiares emocionados hasta las lágrimas la abrazaban, ella sin entender la razón de las lágrimas ya que “había zafado”: estaba viva. Al día siguiente, junto a una compañera residente, nos dirigimos a la habitación a darle una noticia que iba a cambiar por completo su vida. Entramos, la miramos y le contamos la adrenalina que había provocado su ingreso. Había peleado mucho por su propia vida, pero su cuerpo tenía grandes tóxicos e infecciones. Cuando se encontraba en un delicadísimo estado de salud le realizaron histerectomía total y hubo que amputarle las dos piernas (a la altura de la rodilla) y un brazo hasta el codo. Solo tenía su mano izquierda. Darle la noticia y contenerla fue una de las peores sensaciones que experimenté. No lloró, solo nos miró y nos dijo “gracias a ustedes estoy viva, gracias por decírmelo… ahora entiendo las lágrimas de mi familia”.

Tiempo después, un día de guardia, de esos que te quedan en la mente, ingresó una paciente por aborto séptico, fue muy duro. Desde el momento que ingrese al box me di cuenta que esa mujer joven de unos veintitantos años peleaba por su vida. Entre las hemorragias y la sangre que se le infundía no dábamos abasto. A eso de las 16 horas entro en paro, fue realmente terrible, no lo pudimos revertir, ella falleció. No cabe en palabras la bronca y el odio con que volví a mi casa ese día. Sentí una parte de mi irse con ella.

Es aquí donde se hace difícil para la paciente y para quienes peleamos por la gratuidad de los anticonceptivos para no abortar y la legalidad del aborto para no morir… Mientras este Estado deja que cada cual haga una valoración “del por qué” la vida de las mujeres corre un profundo riesgo.

Aborto, una problemática social

No se puede reducir al ser humano a una actividad celular independiente de la relación y la percepción del medio. Es casi como reducir la vida y dotarla de ella a un tumor que crece por los mecanismos bioquímicos de las células cancerígenas. Mucho menos dotar de derechos al embrión por sobre los derechos de la madre, para condenar de homicidio a aquellas mujeres que abortan antes de las 12 semanas.

El aborto es un problema sanitario y social que no puede quedar marginado a la individualidad biológica, negando todas las implicancias socio sanitarias y económicas que atraviesan las mujeres. Por eso es necesario comprender que ninguna reducción biológica es ajustada al problema sanitario del aborto, ni mucho menos para comprender las razones sociales que llevan a una mujer trabajadora a abortar, poniéndola en la cruda y cruel decisión de acceder a un aborto seguro o inseguro dependiendo de sus condiciones económicas.

El aborto es una decisión personal, tomada habitualmente como último recurso, ya que no existe una política seria de educación sexual ni medidas anticonceptivas eficaces para prevenir embarazos no deseados en términos absolutos. Se debe respetar la autonomía, la libertad y la decisión responsable de una mujer que decide abortar y el Estado debe garantizar su atención médica integral.

La prohibición legal y moral del aborto que practican los que se identifican con el movimiento “pro vida” solo conduce a la clandestinidad que chorrea el lucro económico y la muerte. Una verdadera hipocresía estatal, política y religiosa. El aborto existió desde hace miles de años, existe en la actualidad con el saldo de 300 mujeres muertas al año y existirá en los tiempos futuros sino se pone un freno.

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Es una decisión que atraviesa a miles de mujeres y por lo tanto mantenerlo en la clandestinidad equivale a hacer oídos sordos y cómplices de las muertes de mujeres trabajadoras. No se trata de una práctica carente de costos físicos, psíquicos y económicos. Es un problema que debe resolverse de inmediato para que dejen de morir mujeres producto de los abortos inseguros.

Esto no se trata de una reducción simplista a la potencial práctica rutinaria de las mujeres en este método de interrupción del embarazo como sostienen muchos “pro vida”, sino a evitar muchas muertes maternas. Pero la legalización del aborto no puede ser una medida política aislada sin garantizar la transformación de las condiciones estructurales del Estado patriarcal y clerical. Condiciones que permiten los feminicidios, la desigualdad de género, la trata de mujeres, la restricción al ejercicio de una sexualidad libre y responsable, la negación de una educación sexual integral y la clandestinidad del aborto.

La media sanción del proyecto de ley de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, presentado siete veces en el Congreso por el Frente de Izquierda, tiene que ser ley. Debemos poner en el centro de la cuestión la vida de las personas gestantes y acabar con la clandestinidad. El pasado 8M y 13J quedó a las claras que las más jóvenes están dispuestas a conquistar la Educación Sexual Integral en las escuelas. Debemos unirnos, mujeres y hombres, para pelear por reducir a cero la cifra de mortalidad que genera la clandestinidad del aborto.

Las trabajadores y los trabajadores debemos tomar en nuestras manos la demanda de los derechos de las mujeres y cuerpos gestantes, pero también organizarnos para combatir de raíz las condiciones de vida y sociales en este mundo de mediocridad. Se trata entonces de combatir el problema desde la raíz. No solo debemos defender la vida de las pobres que mueren en la clandestinidad debido a este problema social, sino también pelear para que no haya más gente viviendo en condiciones de pobreza, donde el 70% de este sector, no casualmente, son mujeres.

Es necesario que el 8A hagamos temblar la tierra, para que el Senado no mire para el costado (de la clandestinidad). La única forma es organizadas y en las calles, para arrancarle a este Estado femicida cada uno de nuestros derechos y ponerle fin a esta barbarie.