Un relato sobre Dorita, la cocinera que arrancó a trabajar en el restaurante un día de enero. Mates, risas y una historia particular.
Viernes 23 de agosto de 2019 08:49
Dibujo: Caro Daglio
Dorita creía que se debía resignar, ella se había criado trabajando, “yo si no estoy acá no como, piba”, me dijo una vez. Y que la vida es así, que es como una especie de laberinto que uno lo recorre como el minotauro cuya llegada es la felicidad. Y uno anda perdido creyendo que nunca va a llegar.
A Dorita me la presentaron un día de enero, la vi por primera vez en la puerta del restaurante con una musculosa blanca y un pantalón negro más una mochilita de aguayo que sostenía con su mano derecha. “Soy Dora y me llamaron para trabajar hoy”, así se había presentado. Le indiqué donde debía dejar sus cosas, la acompañé hasta la cocina y le pedí que espere a los chicos, quienes serían sus nuevos compañeros.
Y así arrancó, primero rebosando milanesas, luego horneando pizzas y empanadas.
El mostrador era un escenario de locuras, cuando aflojaba el trabajo, los chicos se acercaban a mí a robarme un mate, yo estaba con los pies apoyados sobre una madera de abajo y me balanceaba sobre la banqueta mientras lo cebaba.
Dorita tenía una cálida sonrisa, le faltaban un par de dientes, los hoyitos cuando se reía y un brillo en los ojos que emanaba un dejo de tristeza.
“¡Flaca! fijate que cuando haya gente, los cocineros no estén acá”, me retó el patrón una vez.
Dorita, se había esforzado por terminar el secundario en el Fines. “Me gustan las clases de biología pero más las de lengua, el profesor explica como una ametralladora”, me comentaba.
Vivía a una hora de colectivo, desde la plaza más cercana al restaurante. Los días de sol eran más amenos para venir a trabajar -me contaba- pero cuando llovía era todo un problema, “qué difícil atravesar esos charcos”, decía y se llevaba una mano a la cabeza.
Cuando le hicieron firmar el alta y la baja al trabajo se preocupó, pidió que no la pusiesen en blanco ya que de esa forma le quitarían el plan que tiene por su hija. Yo le dije: ¡no te preocupes, Dorita! esto no tiene ninguna validez, acá hay un estado cómplice y contadores inescrupulosos que dibujan números. Todas macanas para que se enriquezcan los de arriba y los monitos de circo sigan trabajando para la comida del día.
Dorita no hablaba mucho, una vez me preguntó por qué yo estaba soltera y que creía que yo había dejado alguno pagando. La miré de reojo y esbocé una sonrisa como dándole a entender que era más lo que ella se imaginaba que lo que es de verdad. Y recordé por siempre sus palabras: la verdad es esta piba, te buscan, te usan y después vuelven con las maltratadoras, una muy buena no enamora.
Un día que en el restaurante no había gas, le dijeron que no vayase más hasta que se normalizara la situación. A Dorita no la volví a ver, solo por alguna publicación en Facebook. Por lo general subía frases o fotos con su hija. Yo no me olvidé nunca de sus palabras.