En el estudio “Mujer y trabajo remoto durante la Covid 19”, realizado por Mireia de las Heras, directora del Centro Trabajo y Familia del IESE -de la Universidad de Navarra-, la especialista encuestó a 750 personas que llevaban más de 30 días realizando teletrabajo para comparar el impacto del mismo en hombres y mujeres.
Jueves 16 de julio de 2020
Dos jornadas laborales en una
El mencionado estudio refleja que las mujeres encuestadas fueron interrumpidas en su trabajo por cuestiones familiares -principalmente atender a hijos y dependientes- en un 20% más que los hombres. Así mismo tuvieron un 9% más de interrupciones en los asuntos familiares a causa del trabajo.
También muestra que las mujeres han tenido un 20% más de fatiga que los hombres, entendiendo esta como “la disminución temporal de la eficiencia mental y física, debida a la presión externa a la que la persona se encuentra sometida”; y han sufrido estrés en un 16% más, definiendo estrés como “un estado de cansancio mental provocado por exigencias de rendimiento que suele provocar diversos trastornos físicos y mentales”.
Cuando se habla del teletrabajo o home office, se hace referencia a las ventajas de este, por ejemplo el ahorro en tiempo de traslado y menos estrés por el tráfico. En el caso de las mujeres, sin embargo, el incremento en el gasto de servicios en casa, se suma el tener que malabarear entre el trabajo y las tareas domésticas, las cuales han sido históricamente relegadas a las mujeres de manera no remunerada.
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Esto se evidencia al ver que las mujeres dedican un 15% más de esfuerzo y tiempo a la familia que los hombres y cuando se trata de aquelles que viven con padres o suegros es aún más profunda la diferencia, pues las mujeres que viven en estas condiciones dedican un 28% más de tiempo y un 27% más de dedicación. Aún así, los hombres expresaron un 10% más de dificultad para realizar las tareas del hogar y relacionadas con la familia.
Esto lejos de responder a un problema restringido a las dinámicas familiares de cada hogar, es en realidad resultado de una situación estructural, el trabajo doméstico implica un 23.9% del PIB, es decir, dinero que los empresarios y el gobierno se ahorran al no reconocer este trabajo sobre la base de mantener los prejuicios patriarcales que dictan que somos las mujeres las que debemos realizar estas tareas.
A diferencia de lo que sostienen varios sectores, la salida no es la distribución equitativa del trabajo doméstico entre mujeres y varones, pues esta solución sigue estando constreñida a lo privado cuando es un problema de carácter estructural. Si bien es necesario que los hombres asuman que sus compañeras no son las únicas responsables de limpiar, cocinar y cuidar a los niños y ancianos, a lo que hay que apuntar es que sea el gobierno quien garantice estas tareas de reproducción sean garantizadas por el Estado con comedores, lavaderos y guarderías para todas y todos los trabajadores, financiados con impuestos a las grandes empresas, que son quienes en realidad se benefician al no tener que hacerse cargo de la remuneración del trabajo doméstico.
Cuando además eres precarizada
Este informe concluye también que aquellas cuyos jefes muestran “mayor sensibilidad hacia sus empleados” han tenido 5% menos de estrés y fatiga. La realidad es que esa “sensibilidad” no es muy común en los patrones, pues durante la cuarentena lo que ha sucedido de manera generalizada son los recortes salariales, los despidos e incluso en el caso de las maestras de escuelas privadas el hacerlas trabajar más de la cuenta u obligarlas a presentarse en las escuelas en pleno semáforo rojo, entre muchos otras violaciones a sus derechos laborales.
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En cuanto a la vitalidad, entendida como “la energía disponible que uno percibe para poder realizar con eficacia las tareas a las que se enfrenta”, el estudio indica que las mujeres en puestos de liderazgo tienen un 11% más de vitalidad en el trabajo y un 7% más en la familia, que aquellas mujeres que no ocupan altos cargos en sus trabajos.
Además las mujeres que han tenido tiempo para reflexionar sobre su vida durante la pandemia presentan estos malestares en un 6% menos que el resto. Señala también que las mujeres con alta autoestima tienen un 23% más de vitalidad en el trabajo y un 19% más en la familia. Se refiere autoestima como “ la certeza de que con su esfuerzo personal se podría lidiar adecuadamente con la situación laboral y del hogar”.
Estas últimas cifras ejemplifican cómo las condiciones estructurales de las mujeres también influyen en sus estados de ánimo y sus posibilidades de hacerle frente a las adversidades, pues mientras mayor carga laboral tengan, o incluso tengan que tener dos trabajos por los bajos sueldos, aquellas que no pueden pagar empleadas domésticas, son las que menos tiempo tienen “para reflexionar sobre su vida”.
La incertidumbre sobre cómo “lidiar adecuadamente con la situación laboral y el hogar” es producto también de condiciones de inestabilidad económica: ausencia de relación laboral o contratos basura, sueldos de 6 mil o 4 mil pesos al mes, falta de prestaciones laborales como seguro médico.
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En este sentido, no es casual que el 42% de las mujeres encuestadas expresó inseguridad respecto a mantener sus empleos, superando en un 8% a los hombres, pues las mujeres son mayoría en aquellos sectores que están más precarizados y por ende es más sencillo que las patronales efectúen despidos.
La pandemia ha sacado a flote un sin fin de contradicciones que cotidianamente pretenden ser invisibilizadas por el gobierno y los empresarios. Principalmente, se ha evidenciado que las mujeres somo esenciales para la producción capitalista, pues somos nosotras las que todos los días garantizamos las tareas domésticas no remuneradas que son indispensables para la reproducción de este sistema, somo nosotras las que mayoritariamente realizamos los trabajos de limpieza, cuidado de enfermos, salud, las que conformamos el sector de servicios, así como las que mueven las maquinarias de las maquilas. Pero todos estos trabajos que son altamente precarizados
La pandemia es la gota que derramó el vaso y es urgente que de una vez por todas acabemos con el sistema de opresión que utiliza el capitalismo para explotarnos de mayor manera. Organicémonos para decirle a los empresarios y el gobierno que, ¡si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras!
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