El plan de estímulo aprobado recientemente por el Congreso de Estados Unidos ha desatado todo tipo de interpretaciones desde quienes se ilusionan con un nuevo "boom económico” hasta quienes lo comparan con el “New Deal”. Pero ¿cuál es la realidad del plan de estímulo de Biden? ¿Cómo impacta en la economía norteamericana y en la economía mundial?
El electo presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, consiguió que el Congreso le apruebe un importante plan de estímulo económico: se trata de U$S 1,9 billones (millones de millones). La sorpresa fue que lo logró sin los votos de los republicanos, que a priori se suponían necesarios. De este modo, el paquete terminó siendo de una cuantía superior de la que originalmente se esperaba de pasar por el filtro de un acuerdo bipartidista. Para tener una dimensión valen algunas comparaciones: el estímulo representa casi el 10 % del PIB estadounidense; duplica el programa de estímulo de Barack Obama en términos de porcentaje del PIB; equivale a lo que produce Brasil en un año; o casi cuatro veces lo que produce Argentina.
Existen debates sobre la magnitud del giro en la política económica a la luz de los cambios ideológicos en la sociedad. También existe cierta exageración sobre el impacto del plan. Y hasta un embellecimiento por parte de la prensa afín a Biden. El plan comprende un volumen de recursos que es aproximadamente la mitad de los destinados durante 2020 por el Gobierno de Donald Trump para contrarrestar los efectos del Covid. Entre los estímulos de Trump y los nuevos de Biden, Estados Unidos ya desembolsó un equivalente al 32 % de su PIB. ¿Por qué ahora se espera mayor impacto en la reactivación económica y en el impulso a la economía mundial? Porque, aunque todavía resta saber si se evitarán las consecuencias de las nuevas variantes del Covid, para mayo o mediados del corriente año se espera que gran parte de la población estadounidense esté vacunada y el plan de estímulo no actúe sobre una economía impactada de frente por el virus como en 2020, sino sobre otra distinta, en movimiento.
Además, se estima que sectores de la población confinados en sus casas sin poder salir a recrearse acumularon ahorros por U$S 1,6 billones durante el año pasado. Los análisis más optimistas indican que buena parte de esos ahorros podrían potencialmente volcarse al consumo. Pero lo que está en potencia, no necesariamente va a ocurrir. Depende de muchos factores: la confianza de los consumidores, del verdadero impulso que cobre la economía, las perspectivas de recuperación del empleo. En otro extremo, el ahorro podría perdurar en ese estado, como riqueza en manos de la población y, por ende, no impactar en el crecimiento.
El paquete votado en el Congreso proporcionará U$S 350 mil millones para los gobiernos estatales y jurisdicciones de menor escala. El presupuesto adicional para las escuelas primarias y secundarias será de U$S 130 mil millones. Otros U$S 50 mil millones irán para pequeñas empresas y lugares de actuación en vivo. Se volcarán U$S 45 mil millones en asistencia para alquiler, servicios públicos e hipotecas. Las agencias de tránsito recibirán U$S 30 mil millones. Para la distribución de vacunas se destinarán U$S 14 mil millones. Otros U$S 10 mil millones se volcarán a proyectos de infraestructura estatal críticos. También habrá pagos directos a los contribuyentes: se les enviará cheques de hasta U$S 1.400 a personas que ganan hasta U$S 80.000 anuales, a padres solteros con ingresos de hasta U$S 120.000 y parejas con ingresos familiares que no superen los U$S 160.000. A los desempleados se les pagará U$S 300 por semana hasta el 6 de septiembre. Adicionalmente, habrá beneficios impositivos y créditos fiscales. Hasta septiembre se aplicará un aumento del 15 % en los beneficios de cupones para alimentos. También se expande el Obamacare. El detalle resulta abrumador, pero en realidad en 2020 con Trump en el gobierno ya se enviaron cheques de U$S 1.200 dólares a muchos estadounidenses, los pagos a los desempleados alcanzaron la suma U$S 600 dólares semanales y hubo apoyo a empresas para limitar despidos. Los efectos del primer plan de estímulo de Trump se habían esfumado rápidamente para el mes de julio de 2020.
La votación en el Congreso también expuso algunos límites importantes: dejó de lado medidas más permanentes, tales como un salario mínimo de U$S 15 la hora o la condonación de deudas de los estudiantes. El reclamo de los U$S 15 es extendido entre los trabajadores. La negativa a votarlo podría ser un detalle menor. Al fin y al cabo se impulsaron medidas que van directo al bolsillo de la gente. No obstante, la mayoría de las iniciativas posee un carácter contingente: caducarán en el mes de septiembre. Claro que ninguna medida aislada en sí misma dará resolución integral a problemas estructurales ni los U$S 15 dólares la hora constituyen un ideal, pero una recomposición del salario mínimo permitiría atacar de manera directa y perdurable los bajos ingresos salariales, una de las causas principales de la creciente desigualdad en el país del norte. Por el momento, no va a suceder. Sería un desatino ilusionarse con que Biden se orienta a echar lastre con la herencia neoliberal y sus implicancias en el mundo laboral: la extendida precarización y flexibilización. La actitud del nuevo presidente parece orientada a contener el malestar social y estabilizar la situación económica. Si logra estos objetivos, probablemente intente volver a las mismas recetas de las últimas décadas, las que defiende el establishment del Partido Demócrata que lo empujó a la presidencia.
Aun así, el programa de estímulo, igual que el impulsado durante 2020 bajo el Gobierno de Trump para contrarrestar los efectos del Covid, prosigue criterios que podrían caratularse de tinte keynesiano “clásico”, en tanto transfiere mayormente dinero de manera directa a amplios sectores de la población. Por lo tanto, se contrapone a la lógica predominante desde los años 1980 donde los estímulos de la FED significaron masas de dinero a favor del gran capital, a sostener la valorización financiera de Wall Street. El capítulo más destacado fue el rescate al capital financiero en la crisis desatada en 2008. Los jóvenes en Estados Unidos vivieron la mayor parte de su vida en crisis (la de 2008 con sus efectos duraderos y la del Covid), asistieron a ataques a la clase trabajadora y beneficios impositivos para los ricos, como la última reforma impositiva impulsada por Trump. De este modo, el país del norte se convirtió en uno de los más desiguales entre las potencias del G7. Ese fue el caldo de cultivo de fenómenos políticos por fuera de los cánones habituales: el sanderismo, el trumpismo, Occupy Wall Street y Black Lives Matter. En plena pandemia la desigualdad no paró de crecer. La riqueza de Jeff Bezos, Elon Musk y Mark Zuckerberg y otros 657 multimillonarios se elevó en U$S 1,3 billones, un 44 % más que hace un año. Una cifra que representa dos tercios del plan de estímulo. Estos privilegios no van a ser tocados por Biden.
En forma exagerada el plan de estímulo de Biden, que es de carácter contingente, fue comparado con la Great Society de Lyndon Johnson o el “new deal” de Franklin Delano Roosevelt, que comprendieron medidas de carácter profundo y perdurable, como por ejemplo el derecho a organización gremial. Existen discusiones sobre en qué medida el “new deal” sirvió para rescatar a la economía estadounidense de la recesión de 1930. La economista Paula Bach explica que, en realidad, el asunto es cuándo empezó una recuperación contundente de la economía norteamericana y sobre eso, prácticamente no hay discusión de que fue con el armamento para la guerra. Pero, independientemente de estos debates, está claro que la dimensión, profundidad y alcance de las actuales iniciativas están lejos de aquella experiencia. Pero en algún punto resulta sugerente la comparación: aunque las crisis no se repiten bajo los mismos términos, tal vez la situación actual haya engendrado contradicciones tan profundas como en la década de 1930.
El New York Times calificó al plan como el “mayor esfuerzo contra la pobreza en una generación”. Durante el corriente año el plan permitiría bajar la pobreza en un tercio y disminuir la pobreza infantil a la mitad. De este modo, las encuestas indican que el plan cuenta con un 70 % de apoyo. Pero, tal vez, la novedosa y poco creíble sensibilidad de Biden hacia los pobres esté dialogando con un cambio más profundo en la ideología de amplios sectores de la población. Las encuestas señalan que se redujo la base social para seguir aplicando medidas neoliberales: es masivo el apoyo al Medicare, a la condonación de la deuda estudiantil, al fortalecimiento educativo y a la sindicalización. Incluso en un país polarizado, social y políticamente, a izquierda y derecha, las bases de apoyo del Partido Republicano, con clara ideología de derecha y racista, comparten aspiraciones en el mismo sentido: quieren aumento de salarios y cobertura universal de salud.
Matt Bruenig en la revista Jacobin, aunque critica la instrumentación del mecanismo de estímulo para los niños pobres a través de créditos fiscales, interpretó la aprobación del paquete de estímulo como un primer paso hacia el restablecimiento de algún tipo de estado de bienestar para convertirlo en una “máquina de lucha contra la pobreza”. En el deseo de algunos (como la revista Jacobin) y en el espanto de otros (liberales y conservadores) sobre el estado de bienestar, emerge una confusión. Para tal cosa, habría que recomponer a la clase obrera todas las conquistas arrebatadas durante el neoliberalismo. No parece el plan de Biden, sino más bien contener el poder de Wall Street y las grandes corporaciones, en la perspectiva de rescatar al capital de conjunto y poner límites a tendencias que puedan avanzar hacia una lucha de clases más radical. Las peleas por la sindicalización que se observan en distintos estados, aunque sean incipientes, dan cuenta del estado de ánimo en la clase trabajadora. En sintonía con este clima, la Cámara de Diputados votó una versión lavada de una ley en contra de las leyes antisindicales. El nuevo presidente será o no “progresista” según lo requiera el desarrollo de la lucha de clases. Para la clase trabajadora no se trata de “mejorar” el plan Biden, sino que el debate importante es si puede desarrollar una perspectiva propia, que le permita conquistar todas sus demandas, algo que choca con los límites que establece el propio sistema capitalista.
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Biden tiene una apuesta más profunda para impulsar la economía: el plan de infraestructura y de energías verdes. Todavía no se conoce concretamente en qué va a consistir. Hasta ahora era considerado de difícil votación en el Congreso en tanto Trump ya intentó impulsar un plan de infraestructuras y fracasó. No obstante, el reciente éxito de Biden en la obtención de los votos para el plan de estímulo sin acuerdo bipartidista deja abierto el panorama.
El enorme plan estímulo de Biden empalma con una política preexistente de incentivos monetarios de la FED (Reserva Federal), que además mantiene la tasa de interés cercana a cero: en términos reales (es decir, en relación con la inflación) es casi nula o por momentos negativa. En la última reunión del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC, por su sigla en inglés), el presidente de la FED, Jerome Powell, afirmó que no esperan subir la tasa de interés hasta 2024. Es que, si bien el FOMC elevó las expectativas de crecimiento de 2021 hasta 6,5 % (otro 3,3 % en 2022 y 2,2 % en 2023), considera que la economía estadounidense se mantiene en el sendero de bajo crecimiento: el potencial estimado a largo plazo es de un crecimiento a solo el 1,8 % anual. Este dato es muy relevante en tanto sintetiza los límites que enfrenta la economía yanqui hace tiempo. Tal vez el plan de Biden dialoga con algo más que el malestar social por la desigualdad. Dialoga con las necesidades del capital de buscar vías alternativas para intentar reanimar una economía anémica desde la crisis de 2008.
¿Un nuevo “boom”?
El periódico británico The Economist afirma que Estados Unidos está desarrollando un experimento que no tiene paralelo desde la Segunda Guerra Mundial: combina estímulos fiscales en niveles históricos, una actitud más tolerante de la Fed frente a la inflación y gigantescos volúmenes de ahorro reprimidos, aunque no se sabe si finalmente se volcarán al consumo. No obstante, advierte sobre los peligros de un recalentamiento de la economía. En particular, alerta sobre la inflación, que la FED estima en 2,4 % para este año. Las alarmas de incendio por la inflación (que en realidad es muy baja) en manos de The Economist parece tener la funcionalidad de realizar una campaña para inhibir los incentivos fiscales. En última instancia, para que no se transforme en la “nueva normalidad” la recurrencia a poner plata en el bolsillo de los más pobres. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que agrupa a los países de mayor riqueza, considera que las presiones inflacionarias ocasionadas por los estímulos fiscales y monetarios serán transitorias debido a la gran capacidad ociosa disponible que dejó el parate por el Covid. Es decir, la oferta podría reaccionar de manera adecuada a una demanda creciente. En términos generales es cierto, pero una mayor demanda también requiere de importaciones desde China, un competidor estratégico del imperialismo yanqui, desde donde Estados Unidos abastece una parte del consumo doméstico.
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Según las últimas estimaciones de la OCDE, la economía mundial, luego de caer un 3,4 % en 2020, crecería un 5,6 % en 2021. El pronóstico mejoró 1,4 puntos porcentuales en comparación con su proyección de diciembre. Obviamente, estas altas tasas de crecimiento están condicionadas por el avance de la vacunación, que es sumamente crítico, los nuevos cierres en muchas regiones del planeta y el impacto de las nuevas cepas del Covid. Los mayores crecimientos se esperan para India con el 12,6 %, China 7,8 % y los Estados Unidos con el 6,5 %. Cuando se observa el resultado de 2020 y el esperado para el corriente año, en el agregado del período de conjunto, los guarismos favorecen al gigante asiático, que logró mantener, aunque con una desaceleración profunda, el crecimiento el año pasado (2,3 %) mientras que la economía yanqui retrocedió (-3,5 %). En la actual coyuntura, la dinámica estaría virando a favor de la potencia de occidente: la OCDE estima que los planes de estímulo agregarían 3 puntos porcentuales al crecimiento económico estadounidense. Gracias al mayor tamaño de su economía, que supera el de China, Estados Unidos será el país que mayor aporte realizaría al crecimiento mundial en 2021. Se trata de un hecho que no se observa en la economía mundial desde 2005. José Siaba Serrate señala que en la primera parte del año el crecimiento estadounidense podría alcanzar los dos dígitos y concluir el año con registros más elevados que China. ¿Volverá a ser la potencia en decadencia la locomotora de la economía global? Difícilmente. El panorama inmediato no borró sus contradicciones estructurales (altos déficits comerciales y fiscales; escasa inversión y avance de la productividad) que se expresan en el escaso crecimiento potencial de 1,8 % de la economía estadounidense, como señala la FED. Pero incluso en la coyuntura, indica Siaba Serrate, los “mercados” reaccionaron provocando un alza en la tasa de los bonos. El economista se pregunta si se trata de una primera discrepancia con el plan del Gobierno de Biden. Es muy probable. El capital financiero buscará los mecanismos extorsivos adecuados para intentar disciplinar el gasto y, tal vez, aguar el impacto del plan de estímulo.
No solo eso. El ritmo de recuperación económica mundial esperado no es equivalente a mejora en los indicadores sociales de desocupación, pobreza, desigualdad. Ni siquiera alcanzará para recomponer rápidamente el mercado de trabajo en los propios Estados Unidos. En el mundo millones perdieron sus puestos de trabajo, se cerraron negocios y esto tuvo como consecuencia un crecimiento enorme de la pobreza: según el Banco Mundial, 250 millones de personas ingresaron en situación de pobreza por la pandemia. En el polo social opuesto a los que cayeron en desgracia, la riqueza de los multimillonarios aumento 27,5 %. El resultado es un incremento de la desigualdad en un mundo capitalista que ya era muy desigual antes de la pandemia. Está situación devela que las altas tasas de crecimiento esperadas para el año en curso en realidad no son de épocas normales, sino que tendrán lugar luego de la enorme retracción económica y social causada por el efecto del Covid.
Crecimiento desigual
La recuperación será totalmente desigual por regiones y países. Será más dinámica en Asia Oriental y el Pacífico. El alto crecimiento de los Estados Unidos daría impuso en la zona TMEC (Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá). Para la Eurozona, según The Economist, las encuestas de la industria manufacturera son alentadoras aun cuando se observan retrasos en el plan de vacunación y la lucha contra nuevas variantes. La Eurozona, a la vez, está aplicando mucho menos estímulos que Estados Unidos. Existen, claro, desigualdades en su interior: se registran mayores niveles de gasto público por Covid en Alemania y el Reino Unido. De conjunto, en la Eurozona el crecimiento será moderado: está pronosticado un 3,9 % por la OCDE. Recién en 2022 recuperaría lo perdido en la pandemia.
En América Latina el plan de estímulo estadounidense podría tener un impacto indirecto a través del empuje del crecimiento mundial, en particular por la vía de la expansión de China, por el aumento de los precios de las materias primas y la baja tasa de interés que abarata el endeudamiento. Aun así, este año la región crecería apenas un 3,7 % sin lograr recuperar lo perdido. Es que la caída de la economía en 2020 no registra antecedente histórico, fue la mayor en 120 años: la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) la estimó en 7,7 %, la más alta retracción de todas las regiones del planeta. Latinoamérica es la región más afectada por la pandemia en tanto encontró límites más estrechos que las potencias económicas para aplicar recursos fiscales. De este modo, sufrió el 30 % de las muertes y registró 22 millones de nuevos pobres. A la vez, existe un derrumbe de la inversión extranjera directa que precede a la pandemia. El director del departamento occidental del FMI, Alejandro Werner, afirmó que hasta 2023 la región no logrará recuperar los niveles económicos de 2019. Para recuperar el ingreso per cápita el horizonte es más lejano: 2025. En lo inmediato, el desastre sanitario en Brasil y sus posibles ramificaciones a otros países de la cepa de Manaos agrega incertidumbre. La CEPAL habla hace tiempo de una “década perdida” para la región. La definición cobró más vigencia con el impacto del Covid.
Las contradicciones del largo plazo
La recuperación en el corto plazo gracias a los estímulos y el rebote de la enorme caída de 2020 no significa que se hayan recompuesto las condiciones de la acumulación del capital. Todo lo contrario. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) espera un crecimiento de 4,7 % para 2021, más moderado que el estimado por la OCDE. Aunque reconoce el impacto de los estímulos en Estados Unidos, señala varios problemas. La recuperación está lejos de dejar atrás el crecimiento económico anémico existente antes de la pandemia, que exhibía tasas menores al 3 %. En 2021, según la UNCTAD, la economía global estará U$S 10 billones por debajo del nivel que se hubiera obtenido si se mantenía la tendencia prepandemia. Entre 2020 y 2021, la pérdida del ingreso real en relación con la tendencia antes del Covid se ubica entre el 6,2 % para la República de Corea hasta 27,7 % para India. En el tramo medio, entre otros países, figuran China (-7,3 %), Japón (-10,2 %) y el propio Estados Unidos (-10,2 %). En América Latina, Brasil perdió 9,8 %, Argentina 13,9 % y México 17,5 %. En el promedio mundial, la pérdida es de 12,3 %.
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Por su parte, el FMI estima que para fines de 2022 el PIB per cápita estará 13 % debajo de las proyecciones previas a la crisis en las economías avanzadas y será 22 % menor en las economías denominadas emergentes o en desarrollo (en general se trata de países dependientes, atrasados, semi coloniales, en términos marxistas). La eventual recuperación inmediata gracias a los incentivos fiscales y monetarios deja sin responder una pregunta central para que el mundo capitalista experimente crecimiento a largo plazo sobre bases sólidas ¿cuáles serán los motores en la empresa privada para sostener ese crecimiento?
Si bien hay debates sobre los niveles de tasa de ganancia, el economista marxista Michael Roberts afirma que “En el año de la pandemia, la rentabilidad del capital en las principales economías alcanzó un mínimo histórico”. La ganancia es la savia que mueve al capital y las inversiones. La huelga de inversiones productivas precede al Covid: tiene expresión en la expansión sin límite de la especulación financiera. Un indicador de esta situación es el estancamiento de la productividad. El economista señala que la tendencia de crecimiento mundial disminuyó con el impacto del Covid en relación con la dinámica previa, la cual ya era languideciente en comparación con la registrada antes la crisis de 2008. De tal modo, concluye el economista, “la recuperación económica no tendrá forma de V ni será rápida, sino más bien una forma de ‘raíz cuadrada inversa’ cuando el PIB real, la inversión y el crecimiento del empleo permanezcan por debajo de las tasas anteriores de forma indefinida, lo que sugiere otro tramo en la larga depresión que se produjo después de 2009”.
Roberts indica que la forma sostenible de incrementar la rentabilidad es reducir el tamaño de la fuerza laboral, despedir trabajadores “improductivos”, y generar las condiciones para aumentar las ganancias mediante la inversión en nuevas tecnologías. Aunque las grandes empresas tecnológicas (Amazon, Alibaba, Alphabet, Facebook y Netflix) se preparan para reemplazar mano de obra por tecnología sin importar el costo social, la implementación de estas iniciativas no es lo que prima a nivel general. Las medidas de estímulo sostienen a flote a empresas que deberían encarar el camino de reestructuración o perecer. Los préstamos baratos, a la vez, sostienen con respiración artificial a empresas pequeñas y débiles. O a las llamadas empresas zombis que sobreviven para pagar los salarios y los intereses de su deuda, pero no amplían la inversión ni el empleo. De este modo, la deuda corporativa se ubica cerca de un máximo histórico en todas las principales economías capitalistas. El economista cita un estudio que realiza una definición lapidaria sobre el exceso de deuda empresarial: “es una fuerza macroeconómica importante que tiene efectos negativos apreciables en la frecuencia del ciclo económico”.
Mantener los mercados financieros “anarcotizados” con los estímulos monetarios exacerbó uno de los principales problemas de la economía mundial al menos desde que se desató la crisis de 2008: el megaendeudamiento. Este problema se agudizó con los planes de estímulo. Existe una montaña de deuda a escala mundial que afecta a los ámbitos económicos centrales: no son solo las corporaciones, sino también las familias y los estados los que están sobreendeudados ¿Puede la economía capitalista pararse sobre sus propios pies por fuera de los incentivos fiscales y monetarios? Difícilmente. Pero sostener los incentivos está elevando las contradicciones acumuladas a niveles insospechados.
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