A propósito de Las nuevas caras de la derecha de Enzo Traverso.
Enzo Traverso, destacado historiador de las ideas del siglo XX, vuelve con un pequeño libro que es una serie de entrevistas realizadas por Régis Meyran. Este es una continuación de una obra similar, ¿Qué fue de los intelectuales?, con el mismo entrevistador y publicada en 2014 [1]. Se trata de Las nuevas caras de la derecha [2], que, escrito entre 2016 y 2017, busca trazar un panorama y caracterizar a un abanico de fenómenos que va desde el crecimiento en los últimos años de formaciones de la extrema derecha europea como el Frente Nacional de Francia, la AfD y Pegida en Alemania y la ola de islamofobia y racismo, hasta el ascenso de Donald Trump en EE. UU., así como fenómenos muy distintos, como el motivo del surgimiento del “populismo” neoliberal de Emmanuel Macron o el Estado Islámico en Medio Oriente. Dejaremos de lado estos dos últimos temas, en los que también se encuentran líneas interesantes, para concentrarnos en lo que nos parecen los dos principales aportes de este trabajo, y luego terminar polemizando con algunas de sus conclusiones.
Qué es la derecha radical actual. Tradiciones y rupturas
En el primer capítulo, “¿Del fascismo al posfascismo?”, Traverso nos introduce en este último concepto suyo, que califica de provisorio y en desarrollo, que utiliza para calificar el fenómeno de contornos aún no del todo cristalizados de las derechas radicales actuales. Estos partidos, en sus respectivos países, vienen de salir segundos en las últimas elecciones, hundiendo a conservadores y socialdemócratas (en Francia) o poniéndolos en serias crisis (en Alemania), así como derechizando la agenda política.
Traverso critica la palabra “fascismo” cuando hoy se usa de manera indiscriminada para caracterizar fenómenos muy diversos, desde el lepenismo hasta el Estado Islámico (el llamado “islamofascismo”) lo cual oscurece más de lo que aclara. El fascismo, por el contrario, es un fenómeno que no ofrece dudas acerca de sus contornos y sus características. Para Traverso, las actuales derechas radicales no se pueden pensar sin referencia a los movimientos fascistas de entreguerras, pero al mismo tiempo se han separado de ser meramente su continuidad lineal, aunque también distingue entre las formas en las que aparecen en distintos países, como por ejemplo en Hungría y algunos otros de Europa Central-Oriental, donde los caracteriza como neofascismos, movimientos que reivindican abiertamente y buscan una prolongación de los viejos fascismos clásicos.
A pesar de este relativo distanciamiento, en sus orígenes, de las derechas radicales actuales en la posguerra, hay elementos provenientes, por ejemplo, de los colaboracionistas nazis de la Francia de Vichy así como veteranos de la Guerra de Argelia, que hacen de enlace entre las viejas tradiciones y su reformulación actual. Remitiendo al concepto de Carl Schmitt de teología política, que describía la forma en que se estructuraban a comienzos del siglo XX ideologías fuertes y con una gran densidad, en torno a “mitos” como la raza, la sangre, el suelo o la mística de una nación guerrera, Traverso plantea que esto ya no es moneda corriente, viviendo en una época que llama “post-ideológica”, y que los posfascismos también carecen de una ideología claramente delimitada y que se muestran más pragmáticos, como por ejemplo con el remplazo del viejo antisemitismo por la islamofobia, o incluso en casos hasta la posición de liderazgo central por parte de figuras mujeres y LGTBI (por ejemplo en Francia, Holanda, Austria, en parte también en Alemania), junto con cierta adopción demagógica de parte de la agenda de los movimientos feministas y de gays y lesbianas (esta derecha hasta llega a justificar la islamofobia en una supuesta defensa de sus derechos), algo impensable en los fascismos clásicos. Este posfascismo intenta, además, integrarse y dar muestras de “republicanismo” para ser aceptado por el establishment, en vez de proponerse una estrategia de poder (contra)revolucionaria y el fundamento de un nuevo orden político por medio de la toma violenta del poder. Al mismo tiempo, hace gala de algunos rasgos populistas de su matriz de los ‘20 y ‘30, como el discurso de oposición de “la gente sencilla” a las élites. Por el momento, el posfacismo todavía carece de una base directamente partidaria que se movilice al estilo de las falanges militarizadas o los “fasci di combattimento”. En los márgenes existen grupos de derecha que realizan atentados xenófobos, que empalman con su discurso, pero que por ahora su ligazón con estos partidos y figuras no es tan directa ni es reivindicada explícitamente, como incluso pasa con Trump y los grupos supremacistas blancos que aumentaron su actividad y su “autoestima” durante su mandato, pero que no le “responden”.
Cómo la República (con mayúscula) fabrica constantemente monstruos
Tal vez el punto más fuerte de la argumentación de Traverso en el libro pasa por la discusión sobre el doble carácter de lo que llama la “religión civil” de los valores republicanos, que particularmente se evidencian en Francia. Los partidos tradicionales que han sostenido allí a la V° República han llamado siempre a cerrarle el paso a la extrema derecha apelando a ese sistema de valores. Un tema central de ellos es el laicismo. Este originalmente fue un arma de propaganda de la República francesa contra la Iglesia Católica, baluarte de la reacción monárquica y del antisemitismo. No obstante, el laicismo del Estado como pasaporte a la ciudadanía se erigió en el mismo momento en que el imperio colonial estaba en su mayor auge, por lo cual fue necesario hacer una división entre los ciudadanos de la metrópoli y los “indígenas” de ultramar.
A su vez, se ha integrado dentro de esta “religión civil” un uso instrumental de la memoria del Holocausto, algo que también comparte la propia Alemania actual, que va de la mano del apoyo político al Estado de Israel. Por caso, se ha llegado a reconocer la colaboración del régimen de Vichy con el genocidio judío. Pero el punto ciego al que llega la ideología republicana francesa, para Traverso, como “freno” al avance de la extrema derecha y hasta los fantasmas del pasado como el antisemitismo, es ese endiosamiento de una república mítica que nunca existió, algo así como el sueño ideal de la Ilustración, mientras que la que sí existió y existe combina un doble estándar de, por un lado, un supuesto apego a valores democráticos y de tolerancia universales, junto con la verdadera cara oscura de la convivencia de esa vieja pantalla con la realidad de un brutal imperio colonial, con genocidios no reconocidos, silenciados, en África y Asia, y el mantenimiento hoy del estatus de parias de las poblaciones de ese origen.
En relación a esto, continúa con un desarrollo interesante respecto a los resabios de “judeofobia” [3], como prefiere llamarla, retomando planteos que viene presentando en trabajos recientes, como en “El fin de la modernidad judía”. Para Traverso, el lugar funcional que en la Europa previa a la Segunda Guerra Mundial ocupaba el odio a los judíos, hoy lo llena la islamofobia. En la actualidad, ningún Estado ni partido político importante de extrema derecha es antisemita; todo lo contrario, es una política de Estado que los escolares visiten el ex campo de concentración de Auschwitz. La judeidad tiene un pasado de minoría perseguida y discriminada desde el Estado como la encarnación consumada de la “otredad” y de una cultura decadente y perniciosa, algo que hoy ya no ocurre. Traverso plantea el efecto nocivo de la mirada sesgada de sacralización de solo un genocidio, el judío, frente a la sistemática negación de los otros, los de las excolonias árabes, lo cual alimenta el odio antijudío en sectores de los árabes/musulmanes asentados en Europa. Es una nueva injuria que se suma al hecho de que hoy los judíos se les aparecen frecuentemente a estas poblaciones como la encarnación de un poderoso Estado que oprime a sus hermanos de Medio Oriente y como el epítome de la modernidad occidental.
Conclusiones polémicas: el populismo imposible
En el prólogo a la edición argentina fechado en diciembre de 2017, al comienzo mismo, ya se adelantan importantes y polémicas conclusiones: “Lo que sin duda podría hacer retroceder al posfacismo sería un populismo de izquierda, ni xenófobo ni regresivo (…) El primero en teorizar ese populismo de izquierda fue un pensador político argentino, Ernesto Laclau” [4]. Seguidamente, reivindica la experiencia de Podemos.
El fascismo clásico nació en la Europa de las postrimerías de la Primera Guerra Mundial. Sus orígenes y configuración más clásica están en dos países imperialistas que salieron muy golpeados de la guerra, con grandes crisis políticas y económicas y atravesados por la revolución obrera, como Italia y Alemania. El fascismo al mismo tiempo venía a cumplir con dos objetivos: perseguir una política imperialista audaz frente a las restricciones internas y externas y, principalmente, aniquilar hasta el más mínimo vestigio de lo que Trotsky llamaba los “esbozos de democracia obrera” dentro del régimen capitalista [5], es decir, al movimiento obrero y sus organizaciones, incluso hasta las más conciliadoras. Para esto, como movimiento fuera del poder, contaba con el financiamiento de sectores de la burguesía, lo cual era relativamente enmascarado por su retórica populista y “revolucionaria”, y se basaba en la movilización organizada de falanges armadas de pequeñoburgueses arruinados y descontentos, desclasados, y sectores díscolos del ejército, principalmente de la baja oficialidad y la suboficialidad. Estos grupos, si bien surgían desde fuera del Estado capitalista, eran sus auxiliares en momentos de crisis revolucionaria, cuando estaba en cuestión el dominio de clase de la burguesía. Una vez en el poder, implantaban un régimen bonapartista totalitario basado en la atomización del proletariado y la destrucción de todas sus organizaciones. El fascismo era sinónimo de guerra civil contra el proletariado, algo emparentado a la tendencia de la guerra moderna a llegar a su forma extrema, como teorizaba Clausewitz, y un espejo de la disposición de combate revolucionaria que mostró el proletariado. No obstante, por este carácter y los peligros que implicaba, el fascismo como opción de poder era solamente la última carta contrarrevolucionaria de la burguesía.
Podría conjeturarse que la particularidad de los contornos de las derechas radicales actuales también tiene su razón de ser en el evidente contraste de los últimos 40 años con la época de entreguerras. Hoy, si bien se vuelven a registrar más fricciones entre potencias, con un Donald Trump que, en medio de la decadencia de la hegemonía nortemericana, trata de patear el tablero para revertir esa situación, no hay todavía, no obstante, una situación de guerras entre países imperialistas ni de revoluciones obreras, como fue la característica del período de auge del fascismo. La derecha radical actual todavía no llega a ser una amenaza equivalente, de vida o muerte para el movimiento obrero o para los inmigrantes o minorías, donde estos tengan que defender su propia existencia so pena de nuevos Auschwitz y Holocaustos.
Sin embargo, ante futuros escenarios convulsivos y con mucha lucha de clases, la existencia de una importante derecha radical como la actual podría decantar en la vuelta de movimientos fascistas más similares a los clásicos. Esto debería ser una advertencia para ir forjando una izquierda revolucionaria con eje en la lucha de clases.
En las conclusiones también reivindica la experiencia de Syriza. Esta última llegó al poder sobre la promesa de plantarse ante la Troika. La transformación en apenas cinco meses en un gobierno de ajuste y represión fue un enorme choque contra ese horizonte, no su expresión. El desinfle de Syriza, y hoy en día, sin pena ni gloria, también el de Podemos, va de la mano de su integración completa al establishment, llevando incluso a Tsipras a ser uno de los más fieles aliados de la OTAN y de Israel, donde se multiplican las bases militares norteamericanas y se privatizó casi todo, a un nivel al que incluso no había llegado antes con gobiernos conservadores y socialdemócratas. Las aspiraciones puestas en este tipo de estrategias, más como en el caso de Syriza sobre una ola de años de lucha de clases, y el choque brutal con esas aspiraciones produce no solo derrotas sino decepciones que, como muestra la experiencia del período de entreguerras, en condiciones dramáticas puede llevar al crecimiento y el triunfo de auténticos movimientos fascistas.
En resumen, el trabajo de Traverso es un buen ejercicio de diagnóstico para pensar estos nuevos fenómenos a los que tenemos que hacer frente y que en los próximos tiempos convulsivos irán tomando formas más definidas y posiblemente más “clásicas”, pero al mismo tiempo se vuelve necesario criticar la perspectiva desde la que su autor propone enfrentarlos.
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(A la memoria de Laura Rimedio y Ezequiel Castro, militantes revolucionarios, compañeros, amigos, a un año).
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