La cultura del apriete es moneda corriente en el fútbol. Una trama de muchas complicidades y pocos inocentes.
Alejandro Wall @alejwall
Lunes 2 de mayo de 2016 00:20
Foto: diario El Litoral
Alan Ruíz, el enganche de Colón, sintió la trompada en la nuca. Estaba rodeado por una patota. Recién había terminado una de las prácticas antes del clásico con Unión: un clásico dentro de una fecha de clásicos, esa superpoblación de rivalidades que armó la AFA para su torneo de 30 equipos. La hermana de Ruíz le había advertido –según contó ella misma en un tuit después del episodio- que tuviera cuidado con la barra. Estaba todo muy espeso en Colón. Ruíz la tranquilizó. Hasta que llegó el apriete, la piña, y el jugador tuvo que abandonar Santa Fe por su seguridad. Y no pasó nada: un homenaje post mortem a ese patriarca del fútbol argentino llamado Julio Grondona.
El clásico se jugó, pero en la cancha no estuvo Ruíz, que espera irse pronto al Sporting de Lisboa. Colón perdió con Unión 1-0. ¿Lo que siguió sorprenderá? Piedrazos en el hotel donde se alojaban los jugadores, amenazas en las casas de los futbolistas y mensajes escritos a mano contra Diego Lagos y Mauricio Sperdutti. A los aprietes le siguieron más aprietes.
No fue el único episodio de estos días. A los jugadores de Newell’s los fueron a buscar al predio de Ricardone, a 20 kilómetros de Rosario, antes de jugar con Central. “No hubo armas de fuego ni trompadas. Sí amenazas verbales para que ganen el clásico”, dijo el presidente del club, Jorge Ricobelli, en el diario La Capital. Total normalidad. Héctor Fértoli, un chico que hasta hace unos meses jugaba en la Reserva, contó que la apretada no lo asustó, pero aclaró que fue innecesaria porque, dijo, ellos ya sabían que tenían que ganar. Tampoco era la primera vez que pasaba: hace un año Maxi Rodríguez había leído la consigna “clásico o balas” en la puerta de la casa de su abuela.
El apriete está naturalizado. Parece el cauce común que sigue a las derrotas. En los medios pululan los eufemismos: “tuvieron un diálogo”, “fueron a charlar”, “hicieron una visita”. El apriete tiene, incluso, hasta sus relatos nostálgicos como cuando en 1981 José Barrita, el Abuelo, y otros laderos de La Doce fueron armados hasta La Candela, el predio en el que se concentraba Boca, para amenazar a los jugadores. Diego Maradona contó alguna vez que quiso enfrentarlos. “Con vos no es la cosa, pibe”, lo frenó el barra.
Y cualquiera que haya ido a una popular sabe que cuando las cosas van mal los hinchas –digamos- comunes reclaman a la barra que haga algo. Hasta los jugadores –algunos jugadores- aceptan los encuentros con la patota. Sólo un ejemplo: antes de un partido con River por la Copa Libertadores del año pasado, en la serie del gas pimienta, el plantel de Boca se reunió con la comandancia de La Doce en el estacionamiento de un hotel.
Para esas relaciones, los jugadores podrían argumentar (lo hacen) una razón: la desprotección. También los dirigentes aducen esa cuestión. Algo así: “Si nos plantamos, después quedamos solos acá”. Luego de lo que ocurrió con Alan Ruíz, Agremiados, el sindicato de los futbolistas, pidió garantías para que sus afiliados pudieran entrenarse. Y se limitó a acompañar el reclamo para que el club libere al jugador. Hasta ahí llegó. “Es subestimar la inteligencia que con una medida de esa índole podemos resolver el tema de la violencia –dijo Sergio Marchi, secretario general del gremio, en TyC Sports, cuando le preguntaron si no correspondía hacer un paro-. Este es un trabajo difícil, yo soy cada vez más escéptico que se pueda resolver y ocurre en un montón de profesiones”.
¿Opinarán lo mismo todos los afiliados?
Es cierto: una medida de fuerza por sí sola no va a terminar con la problemática de la violencia. Es cierto: hay otros factores en el medio, como la protección política, judicial y policial que reciben los barras. Es cierto: los hinchas, en muchos casos, consienten el rol de esos barras. Es cierto: los futbolistas aceptan el juego y, sobre todo, tienen poca conciencia colectiva. Pero naturalizar el apriete lleva directamente a la inacción, a esperar el próximo. ¿Por qué los jugadores de Colón aceptaron salir a la cancha sin un compañero?
“Porque si te plantás sos ‘camarillero’, los clubes no te llevan por conflictivo y así te vas quedando afuera”, me respondió a esa pregunta un jugador de Primera que pidió reserva de su nombre. Otro ex jugador, con una larga trayectoria en el fútbol argentino, me dio el mismo argumento: “Si te peleás con los dirigentes estás muerto, son los que te contratan”. En Santa Fe, por lo bajo, hasta se intentó cambiar la carga de la prueba instalando la idea de que como Ruíz tenía cerrado su pase al Sporting buscó problemas para irse del club.
Si los casos de aprietes en la Primera tienen algo de difusión en los medios masivos, en el Ascenso suceden casi en la oscuridad. En la B Nacional, en la B Metro, en la C y en la D, pero también en torneos como el Federal B. Semanas atrás, Rafael Sosa, delantero de Atlético Policial, un equipo de esa categoría, contó que la barra los amenazó con armas después de que perdieran por goleada contra Almirante Brown de Lules; les apoyaron pistolas en sus piernas y estómagos. “La Policía nos dejó solos”, escribió Sosa en su muro de Facebook.
Y todo ocurre cuando se discuten súperligas y sociedades anónimas, y se rosquean candidatos entre las facciones de la AFA. En esas discusiones, los jugadores no cuentan. No tienen voz (y menos voto) en las decisiones del fútbol. No hay silla para los futbolistas en esos asuntos. Nadie les consulta sobre calendarios o formatos de los torneos. “Eso sería utópico –me dijo el ex futbolista-. En los deportes indivuales puede ocurrir, pero en un deporte colectivo como el fútbol, es imposible. ¿Qué jugador se opondría a los dirigentes que después lo tienen que contratar?”.
Una de las cuestiones que quedó en el trasfondo del torneo de 30, lo que casi nadie puso en los cálculos, fue la baja de los contratos de los jugadores. Y no de las estrellas, a las que retorcarle los números no es sencillo, sino de los que menos ganan. ¿Qué opinaban (y opinan) sobre ese tema los que tienen que jugar esos mismos campeonatos? ¿Y sobre la seguridad en los campos de juego? Un año después de la muerte de Emanuel Ortega, jugador de San Martín de Burzaco, todavía hay canchas en las que no se colocaron las colchonetas para cubrir los paredones que rodean el césped.
Aunque las cuentas de la AFA y los clubes aparezcan en rojo, plata no faltaba para hacerlo. La Fundación El Futbolista, creada por Agremiados en 1991, guardaba más de dos millones de dólares en sus cajas de seguridad de los bancos Santander Río y HSBC, como se detectó en la causa que la jueza María Romilda Servini de Cubría lleva adelante por el manejo de los dineros públicos de la televisión. Esa plata fue girada desde la AFA por un acuerdo que iba por afuera del programa Fútbol para Todos. “No existió desvío alguno, por el contrario, todo se encuentra documentado y registrado en los libros contables y balances de la entidad”, aclaró la Fundación en un comunicado. Pero el caso está en proceso de investigación.
“El gremio se mete cuando los clubes te deben el sueldo o cuando tenés alguna cuestión de contrato. Te saca los cheques, que siempre son a diez meses. Y nada más. Si es por otras cuestiones, por condiciones de trabajo, por ejemplo, te recomienda no hacer quilombo. Porque después no te quiere ningún equipo”, me contó el futbolista en actividad.
Es probable que alzar la voz tenga consecuencias. ¿Persecución sindical? Ocurre en cualquier gremio, aunque el fútbol tiene otra particularidad: el rigor de los hinchas. Sin embargo, la Generación Dorada, con Luis Scola a la cabeza, el peso de Manu Ginóbili y la legimitidad que construyó en años de triunfos, demostró que cuando los jugadores se comprometen pueden, incluso, hasta cambiar una dirigencia acusada de corrupción. Los que se metieron, claro, fueron los Messi y los Mascherano del básquet. Y eso vale.
En el fútbol, no serán los Messi y los Mascherano los que se planten; no será la dirigencia gremial, ahora además puesta bajo sospecha por el manejo de los fondos. Pero alguien, en algún equipo, en algún lugar, tendrá que hacerlo. Algún futbolista, alguna vez, tendrá que romper con la quietud.