De Lanata a Patricia Bullrich, los ataques a la memoria de Maldonado se repiten sin parar. Pero la juventud levanta su imagen como bandera de lucha contra los asesinos y los que quieren doblegar al pueblo trabajador.

Javier Nuet @javier_nuet
Miércoles 1ro de agosto de 2018
Con una metáfora sobre los zan-ryu, unos soldados japoneses que siguieron peleando después de terminada la segunda guerra mundial, Jorge Lanata se despachó el sábado contra quienes seguimos exigiendo justicia por Santiago Maldonado, a un año de su desaparición.
En su relato del hecho histórico, -copiado casi textualmente de Wikipedia-, el columnista de Clarín intenta, en tono burlón, desacreditar la pelea de familiares, amigos, organizaciones y cientos de miles de personas que se manifiestan desde entonces. No es algo novedoso por parte de quien viene siendo uno de los comunicadores más serviles de la campaña oficial, plagada de noticias falsas, manipulaciones y operaciones mediáticas.
Nos quiere decir que, como en esa peculiar anécdota de los soldados, seguimos peleando una “guerra” que terminó en el momento en que la autopsia, que hoy está fuertemente cuestionada, dio como resultado que la muerte fue por ahogamiento.
Ya no habría motivos para exigir todas las respuestas que faltan, ni para discutir la responsabilidad de la gendarmería nacional, que reprimió brutal e ilegalmente en la Pu Lof de Cushamen ese 1° de agosto. Ni para hablar de todas las operaciones mediáticas construidas desde el poder ejecutivo para desviar y entorpecer la investigación desde el primer momento.
Según Lanata, Santiago Maldonado nunca podría haber sido un desaparecido, porque no era “digno” de tal cosa. “No era un dirigente, tampoco era mapuche, sino solo un militante más que cortaba la ruta”, nos dice el conductor de “Periodismo Para Todos”.
Pero lo que no puede comprender -o comprende muy bien y por eso se preocupa por el tema- es que ese joven artesano no estaba ahí porque sí. No era alguien cualquiera que un día “enloqueció” y salió a cortar rutas. Santiago Maldonado estaba en esa protesta porque decidió dedicarle su vida a una causa que lo excede completamente. Estaba defendiendo a una comunidad que lucha por sus tierras contra empresarios imperialistas como Benetton que hace décadas se apropiaron de una porción enorme del suelo argentino. En el caso del italiano, por ejemplo, hablamos de una propiedad del tamaño de cuarenta y cuatro veces la Ciudad de Buenos Aires.
Es por eso que su cara en fotos, volantes, paredes, perfiles de las redes sociales, mochilas, recitales de rock y hasta en sobres de votación se convirtió en un símbolo para cientos de miles de jóvenes al mismo tiempo que se convertía en una crisis política enorme para la ministra Patricia Bullrich -a quien la Plaza de Mayo entera le exigió la renuncia- y el gobierno de Mauricio Macri.
Porque, en última instancia, esa mirada atenta, penetrante, que apunta directo a la cámara, representa una amenaza enorme para los intereses que intenta defender Cambiemos. Cuando Christine Lagarde entra al país por la puerta grande, mientras el boleto del colectivo y los servicios como el agua, la luz y el gas no paran de subir, mientras el aumento del dólar se come al sueldo con la inflación, el peligro de que miles tomen a Santiago como ejemplo es un problema enorme para los grandes empresarios.
El decreto de la semana pasada que habilita a las Fuerzas Armadas a intervenir en conflictos de seguridad interna tiene que ver con esto. ¿Cuáles son los enemigos internos a combatir? Hablan de las drogas, pero a nadie se le escapa que el enorme negocio del narcotráfico no podría existir si no fuera por la connivencia con el Estado. Hablan de los mapuches, pero sólo un obtuso o un reaccionario podría creer que son realmente terroristas. Y hablan de las “mafias sindicales”, pero es inverosímil pensar que van a ir contra los que se cansaron durante estos dos años medio de ofrecerle a Macri “gobernabilidad”.
El enemigo interno entonces es otro. Quizás es por eso que Lanata en su columna habla contra supuestos “soldados” y sobre una “guerra”. Es la guerra que le declaró el gobierno a los trabajadores que salen a pelear cada vez que hay despidos. O a las cientos de miles de mujeres jóvenes que son parte de la marea verde y que ahora que vieron que peleando en las calles se pueden lograr conquistas, están dispuestas a ir por mucho más. O a los jóvenes que venimos siendo protagonistas de las grandes movilizaciones por los derechos humanos que hubo desde que asumió el macrismo.
La guerra la declararon ellos. Por eso hoy, quienes queremos darle batalla a la miseria, al ajuste, a la depredación de nuestros recursos y a la persecución de los pueblos originarios nos vamos a volver a ver las caras cuando llenemos, una vez más, la Plaza de Mayo.
Ahí vamos a tener un debate importante: ¿Qué rol juegan, o pueden jugar, las fuerzas armadas como institución? ¿Existe la posibilidad de que estén puestas al servicio del pueblo? Eso es lo que sostienen el kirchnerismo y algunos de sus aliados. Por eso durante sus gobiernos intentaron llevar adelante una política de “reconciliación” con el ejército, planteando que podía asistir a la población. Esto no significa que los militantes de esas organizaciones o quienes votan a Cristina defiendan a genocidas. Pero fue esa política la que llevó a tolerar, por ejemplo, que se nombrara a un genocida como César Milani Jefe del Ejército, como “mal menor”.
En Argentina son miles los militares, policías, agentes de inteligencia y penitenciarios que siguen en su cargo desde la época de la dictadura. La reapertura de los juicios a algunos de los represores fue un triunfo de las organizaciones de Derechos Humanos que pelean hace décadas contra la impunidad, pero aún así sólo fue juzgado y encarcelado un porcentaje menor de todos los que participaron directamente del genocidio.
La política de reconciliación hizo que fuera imposible enfrentar esos problemas estructurales del aparato represivo, lo cual dejó en mejores condiciones al gobierno de Cambiemos para dar este salto tenebroso que implica volver a poner al ejército en las calles después de haber intentado darle domiciliarias y 2x1 a los milicos genocidas. El mismo gobierno de Macri que en diciembre del año pasado nos reprimió a miles de jóvenes y trabajadores que nos movilizamos para que no le saquen el pan de la boca a nuestros abuelos.
Santiago demostró que las ideas se defienden con el cuerpo. Creía que había que estar en ese lugar defendiendo la causa de los mapuches. Así quieren sus familiares que sea recordado. Sergio Maldonado, por otro lado, demostró que la causa por Santiago también se defiende poniendo el cuerpo, saliendo a la calle, organizándose. Si el caso no pasó al olvido fue porque fuimos miles.
Así lo creemos quienes conformamos la Juventud del PTS y por eso queremos evitar que nuestras fuerzas se disipen. Queremos que esos cientos de miles de estudiantes y trabajadores que vamos a estar hoy en la Plaza de Mayo, junto con las cientos de miles de mujeres que van a volver a inundar las calles con la marea verde el 8A, nos organicemos en nuestros lugares de estudio y de trabajo.
Hoy salimos por Santiago Maldonado, como lo hicimos en su momento por Mariano Ferreyra, por Rafael Nahuel, Por Maximiliano Kosteki, por Darío Santillán y por todos los jóvenes que decidieron que había que poner el cuerpo para defender distintas causas, y que por eso les arrebataron sus vidas en nombre de los negocios de los capitalistas y sus gobiernos.
Vamos a volver a copar la plaza por todos los pibes que el Estado nos arrancó, porque sabemos que sus peleas no fueron en vano. Vamos a tomar la posta levantando sus banderas para cuestionar y enfrentar a esta sociedad que ya demostró no tener nada para ofrecernos a los jóvenes.
En su lugar nos proponemos construir una nueva sociedad, sin explotación ni opresión, donde ya no tengamos que salir a la calle a exigir justicia por tantos jóvenes.Quisieron frenarnos pero no pudieron. Hoy nos vemos una vez más en las calles por Santiago, que está presente.