En esta nota, recuperamos varios testimonios de les becaries que exigen la extensión de sus becas, ya que la pandemia impidió la continuidad de sus tareas durante meses. Aún no reciben respuesta de las autoridades universitarias. Si las becas no se extienden, estaríamos frente a la inminencia de cientos de despidos. Pero entonces, ¿investigar es trabajar?
Martes 7 de julio de 2020 21:42
Cientos de becaries hoy se encuentran envueltos bajo un manto de incertidumbre: de un día para el otro pueden dejar de recibir el pago de sus becas. Si bien aún no hubo avisos oficiales, algunas autoridades universitarias alegan que se deben ceñir a los presupuestos: “No habrá actualización inmediata. El presupuesto vigente es el aprobado a fines de 2018 para el año 2019. El Rectorado informa que por ahora se mantiene la fecha inicial de finalización”.
Tal vez para algunos ya se vuelve molesto volver a escuchar que en todo el mundo, la pandemia del COVID-19 trastocó la normalidad capitalista, que todo lo que hasta hoy era de una manera, se pone patas para arriba: en cuestión de meses, en varias puntas del globo escuchamos hablar de reconversión de la producción en las fábricas, de que el trabajo de cuidados que realizan principalmente las mujeres en los hospitales es esencial y debe ser reconocido, de que las vidas negras importan.
Pero hay algo que quedó clarísimo: los pre-supuestos del pasado -aunque sea reciente- quedan totalmente caducos frente a una realidad que es móvil: nadie se esperaba una pandemia. Y sin embargo, nuestras vidas parecieran estar en suspenso. Para Julián, becario de antropología de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), es como estar viviendo en un “eterno durante”: “hay que ver qué pasa después en la dimensión laboral en general, tanto en lo académico -dentro del sistema científico- como en las empresas; esto es algo que alcanza a todes les trabajadores. Hay mucha incertidumbre”.
Investigar ES trabajar
La pandemia vino a recrudecer una situación laboral de precariedad que ya existía. La pelea por reconocer el trabajo que realizan les becarias tiene una larga historia y los malabares que se hacen para cumplir con las tareas de investigación y docencia, también. Una de las principales luchas se dio alrededor del estipendio, un término que usan las autoridades estatales y universitarias para no reconocer garantías y derechos esenciales a les becaries. Si lo llamaran salario, entonces tendrían que reconocer que existe una relación laboral de dependencia, y esto los obligaría a garantizar un aguinaldo, antigüedad, seguridad e higiene laboral, aportes jubilatorios, obra social y licencias por maternidad. Al mismo tiempo, se les exigen dedicación exclusiva, es decir, se prohíbe tener otra ocupación laboral: hay que cumplir con tareas y horarios. Detrás de lo que podría llamarse una contradicción hay un interés muy claro: que el sistema científico y universitario se sostenga al menor “costo” posible, es decir, con mano de obra barata. Una práctica harto conocida por los miles de docentes que realizan trabajo no pago y que las autoridades llaman “ad honorem”.
Los becarios de todo el país dependen de diferentes universidades nacionales, agencias y el CONICET. Esto genera grandes desigualdades en el salario. Hoy, les becaries de la UNLP cobran $8000 menos que los becarios de la UBA y el CONICET. Por eso exigen la equiparación de su salario con el cargo de un Jefe de Trabajos Prácticos, algo que conquistaron en primer lugar los becarios de la UBA en el año 2015, luego de meses de lucha. Y demandan una pauta salarial única para todes les becaries de la Argentina, garantizando igual remuneración por el mismo trabajo.
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Uno de los principales factores necesarios para la formación de les investigadores, es la capacidad de intercambiar y debatir con otres investigadores. Flavia, becaria de la UBA afirma: “Hay como un imaginario del becarie dónde pareciera ser que nuestro conocimiento lo producimos estando solos sentados frente a una computadora (escribiendo, leyendo, tomando cursos online) y hay toda otra parte muy grande que tiene que ver con el proceso de intercambio y debate que hace a cualquier investigador/a.” A la inversa, el carácter aislante del trabajo, fue identificado por Wainerman [1] -especialista en métodos de investigación- como uno de los factores que obstaculizan desde hace décadas, la formación de les investigadores. Algo que rompe con el carácter aislado de la tarea es el espacio de trabajo compartido. Eso es justamente lo que la UBA no reconoce: un lugar de trabajo.
Además, si bien en la pandemia el WhatsApp logró convertirse es una herramienta de organización, lo cierto es que el lugar de trabajo como espacio de politización, es también irreemplazable. Dividir, hace tiempo que es una estrategia impulsada desde arriba, para dominar a les de abajo.
La pandemia y la profundización de la precariedad laboral
Investigadoras con larga trayectoria afirman que “se aprende a investigar investigando”. Esto quiere decir que, incluso en el caso de que estuviéramos aprendiendo –y no trabajando-, el Estado debería reconocer que nuestro proceso de aprendizaje ha sido interrumpido por la pandemia, y por lo tanto, las prórrogas de las becas deberían ser automáticas. Paz, becaria de la UBA lo dejó claro: “A mí lo que más me molesta de Rectorado es eso: la pretensión de normalidad, como si nosotres no estuviéramos en el mismo contexto de pandemia”.
La pandemia y la profundización de la crisis afectaron a la gran mayoría, pero a les becaries de una manera particular. Se suspendieron seminarios, se cerraron las bibliotecas, los laboratorios y las facultades. Alexis, becario de la UBA de la Facultad de Psicología cuenta que: “En mi caso, mi proyecto iría por el trabajo de campo estudiando los centros urbanos donde se da el trabajo infantil, y analizando los procesos de exigibilidad de derechos de les pibes trabajadores. Por un lado, no hay manera de que pueda estar en el territorio haciendo ese trabajo. Por otro, las pocas instituciones que se dedican a trabajar sobre ese tema fueron difíciles de contactar o no están activas durante la pandemia. Por el momento fui "reformulando" las actividades y con el equipo estamos estudiando el proceso de trabajo de cuidado de la infancia durante la pandemia, pero no es mi proyecto original, que está trabado”.
Otra becaria, estudiante del Doctorado en Cs. Biológicas afirmó que “El curso que estoy realizando ahora se adaptó al formato virtual, pero las prácticas de laboratorio no se saben aun cuándo podrán hacerse. Otro curso que pensaba realizar no se va a dictar este año. La imposibilidad de avanzar con los cursos suma exigencia a futuro, cuando también habrá que hacer malabares con el trabajo de mesada atrasado. Una alternativa es recortar objetivos, lo que por supuesto va en detrimento de la calidad del trabajo”.
El teletrabajo
El Covid llegó para paralizar un mundo entero, ponerlo patas para arriba. Modificó tiempos y espacios. Para cientos de personas el hogar se transformó en un espacio de teletrabajo. Para les becaries también. Las –ya precarias- condiciones para continuar con el trabajo dejaron de estar dadas. Frente a la imposibilidad de acceder al campo o al laboratorio, es difícil cumplir con las planificaciones previamente pautadas. Las tareas se reconfiguran y se adaptan al encierro; o, mejor dicho: lo intentan. Los cambios son incontables: desde adelantar momentos de la tesis (revisión de bibliografía, análisis y discusión de resultados, escritura), maldecir al mundo entero cada vez que se corta internet, hasta sostener clases de japonés por Zoom.
Una de las principales complejidades del teletrabajo, tiene que ver con la concentración: en el hogar es doblemente difícil enfocarse. Además, les becaries sufren una sobre virtualización: el trabajo, las reuniones, las cursadas, todo sucede frente a una pantalla. Los ojos y la espalda, pasan factura. Un espacio de trabajo garantizaría mínimamente, sillas de calidad. Agustina, becaria de la UBA dijo: “Trabajo intensivamente con mi computadora, que está andando mal, cada vez que se apaga sola, me da un mini ataque pensando en lo que puede salir comprar otra ahora”. La adaptabilidad no es gratis. La virtualidad tiene costos económicos, pero también corporales y emocionales. Hay algo en lo que acuerdan todes les becaries: investigar en situación de encierro afecta el estado anímico y de salud física y emocional.
Y no faltan las becarias que viven un doble teletrabajo. Gabriela, becaria de la UBA cuenta que es imposible trabajar en la casa con dos nenas muy chicas. Sus padres no pueden ayudarla porque son mayores de 60. Su pareja es docente de escuela secundaria y hace casi horario completo de 7.30 a 16.30 frente a la computadora. El enojo, sobra: “Me parece increíble que no se de licencia a uno de los dos progenitores cuando tienen niñes pequeños. A mí me parece ridículo que nos digan, lo que me dijeron a mí en rectorado, no te preocupes, arreglá con tu director no trabajar ahora en la tesis y luego cuando las niñas vuelven al jardín retomas la tesis. No te prorrogamos el pago, pero sí te damos más tiempo para entregar. No sé en qué mundo vive esta gente, pero cuando a mí se me termine la beca, tengo que trabajar, no me puedo tomar tiempo sin trabajar para terminar la tesis”.
Flavia cuenta que desde que empezó la pandemia su pareja quedó desempleada, y desde ahí, solo viven del ingreso de la beca. Es por eso que ya no se dan “el lujo” de comprar comida en la calle. Eso se traduce en más tiempo dedicado a cocinar en el hogar. Otres becaries, deben cumplir con tareas de cuidado para sus familiares.
Alexis, becario de psicología reflexionaba: “Ya vengo atrasadísimo con escribir el proyecto. ¿Pero qué proyecto de tesis voy a escribir si no sé cómo se va a poder seguir investigando? ¿Hago lo mismo que no estoy pudiendo hacer con la beca? Si la sociedad entera tiene incertidumbre frente al futuro, ¿cómo hago un proyecto sobre el futuro?”. La incertidumbre es un sentimiento que cala hondo en los huesos, “te come la cabeza” y despierta preguntas: “¿cómo hacemos para insertarnos en el mercado laboral en estos tiempos?” Una pregunta que se hacen todos los días más de cinco millones de personas que hoy están despedidas, con sus salarios rebajados o suspendidas.
El carácter incierto del futuro cuelga los proyectos personales en un tendal, se suspenden. Miles ya ni saben cuándo volverán a comer. Frente a esta realidad innegable, Julián, becario de la UNLP, reflexiona alrededor de los desafíos de la ciencia: “saber qué pasa en los barrios; cómo se están organizando para sobrellevar esto; cuáles son las estrategias frente a la imposibilidad de hacer changas; el trabajo informal; contextos donde hay violencias; el aislamiento en lugares hacinados donde se pueden promover otras enfermedades, y las acciones y medidas para mitigar el impacto de enfermedades como el dengue”.
La precariedad estructural
Para lograr seguir con la carrera de investigador, es necesario conseguir créditos o puntaje para atravesar los concursos, es decir, las instancias de evaluación del sistema científico. Esto genera una lógica -tal vez poco visibilizada, o muy naturalizada- que se suele llamar “Publish or Perish” (publicar o perecer). Suele generar problemas psíquicos como la depresión o la ansiedad. Imaginen esto, pero en cuarentena, cuando las posibilidades de conseguir créditos se congelan, porque casi todo se suspende: las chances para ingresar o permanecer en el sistema científico son cada vez menos.
Una becaria de la agrupación “Becaries UNLP” decía: “La investigación te lleva a hiper-especializarte y esto implica un gran riesgo de desempleo. Cuando se te termina una beca, si no quedás por fuera, seguís produciendo y formándote para mejorar el CV y poder entrar al año siguiente, desarrollando un trabajo paralelo o contando con ayuda familiar. No te echan del laboratorio, del equipo o el instituto; simplemente dejás de tener un salario. Seguís aportando a tu patronal, que es cada institución. Publicás como parte de un equipo de investigación y de esta manera haces crecer a la institución, que aumenta su prestigio”. Para continuar esta vorágine sin contar con un salario “o beca” tendrías que ser parte de una elite.
Pero, ¿son estas condiciones laborales y estas lógicas de trabajo el “defecto” de un sistema científico que funciona a la perfección? Todo lo contrario. Como lo mencionó la asamblea de becarios de la UBA hace unos años [2], el problema de les becaries es solo la punta del iceberg. Nuestra precarización es una de las manifestaciones de una crisis profunda que atraviesa el sistema universitario y científico en su conjunto. En un artículo del año 2019 publicado en Ideas de Izquierda, Luciana Nogueira y Santiago Benítez Vieyra resaltaron la necesidad de posar la mirada sobre dos factores que inciden estructuralmente en los lineamientos del modelo científico nacional, y que se han mantenido intactas frente a los cambios de gobierno. Por un lado, la injerencia de las empresas en los lineamientos estratégicos de la ciencia. Esto, genera una lógica que mercantiliza el conocimiento, imitando el modelo empresarial y sus lógicas de competencia. Esto influye incluso en los concursos, es decir, en las instancias que evalúan quienes serán incluidos en el sistema científico nacional.
Por otro, el carácter antidemocrático para definir los lineamientos. Sin ir más lejos, el 60% de los trabajadores del CONICET, no deciden quienes serán sus autoridades. Mucho menos a dónde se dirigen los recursos. Un becario de la UNLP afirmó que: “Nosotros tenemos representación en los órganos de cogobierno de la universidad en tanto que graduades pero no en tanto que becaries. Esto redunda en este vacío de representación que nosotres constatábamos, en el cual nosotres desarrollamos nuestras luchas. Como ejemplo de esto, hubo en el reglamento del sistema de becas internas de la Universidad, un cambio que fue a puertas cerradas, que en ningún momento nos tuvo a nosotres como interlocutores”. Muches de les becaries además, cumplen con tareas de docencia, y tampoco votan en el claustro docente: una realidad compartida por cientos de docentes “ad honorem” en toda la UBA; incluso por docentes que perciben salario.
En pocas palabras: estamos ante un sistema científico que mercantiliza la producción del conocimiento, que decide y responde a la pregunta de “¿ciencia para qué y para quién?” entre cuatro paredes. Un sistema, cuya base estructural es la precarización de miles de trabajadores, docentes e investigadores en formación.
Lo que sigue
En el marco de la pandemia, les becaries desafiaron la inmovilidad que impone la cuarentena y crearon la Asamblea Nacional de Becaries [3]. El fruto de estas primeras experiencias de organización nacional, fue una carta abierta dirigida al Presidente de la Nación, a las autoridades provinciales, a los organismos de ciencia y tecnología y a las universidades. En La Plata, ya abandonaron el plano de la virtualidad y salieron a las calles.
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Entre las demandas, se exigen las prórrogas para todas las becas de maestría, doctorales y posdoctorales: con una duración equivalente a la duración del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio para las becas que finalizan en 2020, y con una duración de un año para las becas vigentes. Asimismo, requieren la extensión de las convocatorias para ingresar a la carrera de investigador científico y rechazan cualquier intento de de reducir el número de becas previstas para el 2021. Además, reclaman el otorgamiento de licencias por cuidados, maternidad y enfermedad para todes les becaries que las requieran. La organización democrática desde abajo y en unidad con los sindicatos docentes, puede ser un inicio hacia la conquista de estas demandas. Por eso, les becaries repudian que Feduba (organización gremial docente) haya impulsado su propia campaña por la extensión de becas, sin haberse comunicado con la asamblea de becaries.
Les becaries no fueron los únicos que desafiaron la cuarentena. Les jóvenes que se organizan en la red de precarizadxs han repudiado a viva voz, entre otros atropellos a sus derechos, el no reconocimiento de la relación laboral. Este punto en común ¿podrá ser el puntapié hacia un puente que una luchas diversas pero similares?
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El camino para conquistar estas demandas se expresó en las masivas movilizaciones en defensa de la educación pública donde se forjó la unidad entre docentes, estudiantes y becaries. También, dieron el ejemplo les investigadores que salieron a la calle para repudiar el ajuste en la ciencia. Tal vez sea hora de que becaries, docentes, investigadores y estudiantes, en alianza con estos sectores de trabajadores afectados por la crisis que comienzan a irrumpir en la escena local, pongan patas para arriba un sistema científico y universitario que se asienta sobre la precarización laboral. Lograr el reconocimiento de la investigación como un trabajo, es parte de una pelea más amplia que nos propone un desafío: construir otro modelo de ciencia, donde lo que se investigue sea parte de una decisión colectiva democrática y donde los desarrollos científicos sean puestos al servicio de las necesidades de la gran mayoría de la población.
[1] Wainerman, C. (2011) “Consejos y advertencias para la formación de investigadores en ciencias sociales”, en Catalina Wainerman y Ruth Sautu (comps.), La trastienda de la investigación, Buenos Aires: Editorial Manantial, nueva edición ampliada.
[2] Asamblea de becarixs UBA, (2015). Los becarios de posgrado un emergente de la crisis de la investigación y docencia en la universidad pública. Apuntes y balance de la asamblea de becaries UBA. En “Desafíos y dilemas de la universidad y la ciencia en América Latina y el Caribe en el siglo XXI”. Martínez y Corre Coord. Recuperado de: https://www.teseopress.com/
[3] Las organizaciones que participan son: Becaries UNLP. Trabajadores Científiques en Lucha; Asamblea de Becaries CONICET y Agencia Santa Fe; Jóvenes Científicxs Precarizadxs (Regional Bs. As. y La Plata); Colectivo Becaries CIC; Asamblea de Becaries Córdoba; Asamblea de Investigadores en Formación UTN-FRD; Asamblea de Becaries Mar del Plata; Becarixs UBA y la Asamblea Nacional de Becarixs Agencia.