Un debate con el periodista Antonio Maestre ¿Una izquierda que empuje a la izquierda o construir otra izquierda independiente del reformismo, que desarrolle a movilización social y luche por un programa anticapitalista?

Santiago Lupe @SantiagoLupeBCN
Jueves 20 de enero de 2022
El debate sobre la reforma laboral de Yolada Díaz va mucho más allá de lo jurídico. Unidas Podemos ha querido convertirla en la gran conquista de su participación en el gobierno junto al PSOE. El relato, sin embargo, está encontrando serios problemas para asentarse. Crecen las voces desde el sindicalismo alternativo, abogados laboralistas y hasta parte de sus socios parlamentarios que señalan que estamos no ante una derogación, sino su contrario, una revalidación de la contrarreforma laboral del PP.
No repetiré lo que ya muchos hemos escrito en estas semanas sobre lo que sobrevive, lo limitado de las nuevas regulaciones a la temporalidad o la socialización de las pérdidas empresariales que significa el Mecanismo RED. Me interesa más centrarme, en esta ocasión, en el contenido político que implica el acuerdo alcanzado entre la patronal, las direcciones de CCOO y UGT y la ministra de Trabajo del PCE, Yolada Díaz.
La izquierda reformista impone un techo de resignación cada vez más bajo
El pacto marca una línea roja, un techo de cristal – o de pesado plomo – que se presenta como infranqueable. La “izquierda” que nació capitalizando la indignación del 15M, pretende conducirnos a un horizonte de resignación en el que la precariedad heredada de la reforma laboral de 2012 y las anteriores pasa a ser parte de un nuevo “consenso” incuestionable.
Una ración de “es lo que hay” que tiene además un carácter preventivo. Quieren que asumamos que los descargues de esta y futuras crisis, así como los ajustes venideros a cambio de los Fondos Europeos y el pago de la deuda pública emitida para, entre otras cosas, cerrar el rescate bancario con la operación Sareb, se seguirán descargando los hombros de la clase trabajadora.
El relato de “acuerdo histórico” nos devuelve a un consenso entre los agentes sociales que tendríamos que remontarnos hasta los 90 para encontrar algo semejante. La triada de gobierno, patronal y sindicato, los tres “jinetes del Apocalipsis”, que a partir del primer gobierno Aznar fueron segando acuerdo tras acuerdo derechos y derechos.
Después de pactar con el PP algunas de las reformas más lesivas, como la del 97, y revalidar de hecho todas las anteriores de Felipe González a las que se habían opuesto, las direcciones de CCOO y UGT mantuvieron durante el siglo XXI una oposición, aunque fuera formal y y bastante inofensiva, a la mayoría de las contrarreformas laborales posteriores. Fue así con la de Aznar de 2002, la de Zapatero de 2010 y la de Rajoy de 2012. A todas ellas dedicaron al menos una jornada de huelga general de 24h (a la de 2012 dos), aunque después volvieran a imponer la desmovilización y las dejaran pasar.
Al menos en el papel y en los discursos del 1º de Mayo, CCOO y UGT mantenían como objetivos revertir esta serie de ataques o al menos no darles el visto bueno. Esto llegó a su fin el pasado mes de diciembre. Con la firma del acuerdo con el gobierno “progresista”, la CEOE y la CEPYME, se da por bueno y revalidado todo este legado de retrocesos, incluyendo todos los que sobreviven de la más dura de todas, la de Rajoy 2012.
Que la burocracia sindical haga de las suyas no es tampoco gran novedad. Sin embargo, entre los agentes hay una novedad de calado y en una situación protagónica. La maestra de ceremonias es nada menos que la ministra de Trabajo, miembro del PCE y futura candidata a la presidencia del gobierno por parte de la izquierda “del cambio”. El salto en la integración en el régimen y en la gestión del Estado capitalista del espacio histórico del eurocomunismo ibérico y la izquierda populista del siglo XXI a la que se asoció es copernicano.
¿Presionar a esta izquierda o construir otra?
Hasta periodistas bien amigos y defensores del gobierno de coalición y de Unidas Podemos, como Antonio Maestre, han salido a escribir contra la claudicación que representa esta derogación convertida en revalidación. En un reciente artículo en eldiario.es tildaba la reforma laboral como “el epítome máximo de la dinámica de conformismo que se quiere instaurar dejando a un lado las voces críticas para aceptar lo logrado como el borde del abismo”.
Maestre, que titulaba su columna como “Una izquierda que empuje a la izquierda”, defiende correctamente que la consecución de derechos y su ampliación siempre ha estado ligada a la “fuerza de la lucha en la calle”, y lamenta que “esa máxima está quedando diluida cuando en la actualidad el partido de izqueirdas en el Gobierno y las grandes fuerzas sindicales operan defendiendo lo logrado en sus políticas de consenso y no empujando hacia la izquierda”.
La diagnósis es correcta. La pregunta es ¿Podría haber sido o ser de otra manera? Un interrogante que no pretende hacer política o historia contrafactica. La respuesta que se le de es clave para pensar entonces qué izquierda necesitamos construir.
El proyecto político de Unidas Podemos nació con una vocación muy clara: capitalizar un descontento y un ciclo de movilizaciones nacido con el 15M y jalonado por hitos como las huelgas generales de 2012, las mareas, la huelga minera o las Marchas de la Dignidad, entre otros, para transformarlo en un proyecto electoral y lograr acceder al gobierno del Estado.
Desde allí se aplicarían aquellas políticas, y solo aquellas, que la correlacion de fuerzas – o de debilidades, como le gustaba decir a Iglesias citando a Montalbán – permitieran. Cuando Tsipras acató el memorándum de la UE – algo mucho más claudicador que la reforma laboral de Yolanda Díaz, por cierto – el mismo Iglesias salió en su defensa diciendo que no tenía otra opcción.
El viejo lema de “un pie en las instituciones y miles en las calles” es parte de la prehistoria del partido morado. Tras su primer éxito electoral, en las europeas de 2014, y con motivo de la abdicación de Juan Carlos I y las manifestaciones antimonárquicas que se produjeron, Iglesias salió a dejar claro que ni llamaban a participar en ellas ni la cuestión de la forma de Estado estaba en discusión por su parte. Cuando el régimen cuyos candados se venían a romper fue desafiado por un movimiento de masas como el catalán, la política de Podemos en Catalunya y el resto del Estado fue en esencia un respaldo a la legalidad constitucional.
Y desde 2014 hasta ahora, si para algo ha trabajado Podemos, junto a IU y el PCE, ha sido precisamente para evitar por todos los medios que re reabriera un ciclo de movilizaciones como el que ellos vinieron a desviar. El camino de “asalto a los cielos” estaba concebido a base de telepolítica y campañas electorales cada vez más moderadas, disputando el voto moderado del PSOE y tendiendo la mano a un gobierno de coalición que, tras varios intentos, acabó resultando en 2019.
Cuando Maestre y otros neocríticos con el gobierno “progresista” hoy se lamentan de que no existe una “izquierda” que “empuja” desde la calle, lo que les falta decir es que esto no es un hecho caído del cielo. Es parte de la correlación de debilidades que, como la de fuerzas, se construye y deconstruye. Unidas Podemos, junto a la burocracia sindical que tienen el título de bombero social del reino desde hace décadas, son parte de la desmovilización y conformismo desde los días en que el mismo Maestre y otros muchos bedijeron su hoja de ruta.
De ahí que la salida que plantean estos “neocríticos” no sale de la resignación. Si Unidas Podemos se resigna a ser el socio que presiona y trata de conseguir “algo más” de sus colegas sociliberales de gabinete, Maestre quiere una izquierda que presione a los primeros desde afuera para que algo se mueva, aunque sea unos centímetros más, hacia la izquierda.
Necesitamos una izquierda que quiera romper el tablero
Para los que militábamos en la izquierda anticapitalista en los años previos al 15M había una máxima que repetían muchos grupos de la extrema izquierda: “fuera de IU hace mucho frío”. Era un mantra repetido para justificar que, a pesar de que la formación referente del PCE estaba en un curso cada vez más a la derecha, cogobernando con el PSOE en varias autonomías y siendo el ministro sin cartera de Zapatero, había que seguir militando dentro o dándole un apoyo político desde fuera. “Presionar” a esta izquierda del régimen era la única alternativa.
Contra ese mantra nos rebelamos algunos, como quienes fundamos lo que hoy es la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras. Y contra ese respeto reverencial a la vieja IU se levantaron miles de jóvenes cuando tomaron las plazas el 15M. El “no nos representan” se dirigía contra el PP y el PSOE especialmente, pero IU y la burocracia sindical también estaban incluídos. Las aspiraciones a cambiarlo todo, a construir otra izquierda, abrieron un debate en la izquierda ibérica que se prolongó durante varios meses.
Sin embargo, y precisamente como hilo de continuidad con el periodo anterior, la mayor parte de la extrema izquierda optó entonces por asociarse con un nuevo reformismo – una gran parte proveniente de la misma IU y el PCE, como el mismo Iglesias – para intentar “presionar” desde el inicio y desde adentro y que se moviera a la izquerda. El caso más importante fue el de Anticapitalistas, cuyo papel fue decisivo en la emergencia de esta formación en 2014.
El resultante fue el que conocemos hoy. Ser el consejero, el “leal” compañero... de quienes aspiran a la gestión “posible” del Estado capitalista, condena a la izquierda que aspira a la transformacion social a una ubicación de impotencia y espera pasiva a que ésta mueva ficha. Le pasó a la extrema izquierda de los 2000, le pasó a la que en 2014 y hasta 2018 apostaron a izquierdizar o democratizar Podemos, a Anticapitalistas, y les pasará a quienes, aspiran a presionar desde la calle a la “izquierda” reformista en el poder sin decidirse a construir otra izquierda radicalmente distinta.
La epítome del conformismo que representa la reforma laboral, en palabras de Maestre, alienta el curso a la derecha del gobierno y del marco político. Quien capitaliza el descontento con el reformismo de manos vacías es sobre todo la extrema derecha, no los consejeros del reformismo. Es hora de reabrir el debate de qué izquierda necesitamos.
Ante la bancarrota que representa hoy Unidas Podemos para las aspiraciones defraudadas y las expectativas reducidas al mínimo, necesitamos una izquierda sin complejos, que devuelva el eje al desarrollo de la movilización y la autorganización. Que quiera construir esa “fuerza en la lucha en la calle” en los centros de trabajo, de estudio, en los barrios... para pelear por medidas de fondo que acaben con la lacra de la precariedad, la especulación inmobiliaria, la pobreza energética y se disponga a abordar todas las demandas democráticas contra la Corona o por el derecho a decidir sobre los que el progresismo ha vuelto a echar el candado.
Una izquierda que combata a la derecha, no de la mano de los partidos en el gobierno que le pone la alfombra roja a su avance, sino con los métodos de la movilización y construyendo una alternativa política que apunte a tocar de lleno los beneficios y privilegios de los capitalistas para resolver los grandes problemas sociales, y combata así la “guerra entre pobres” que alienta Vox a lomos de la insadisfacción creciente.
No se trata de “empujar” a una izquierda que, como la IU de los 2000, se da como insustituible. Sino de construir otra izquierda cuyas señas de identidad sean claramente la apuesta por la movilización, la independencia de los diferentes partidos e instituciones del régimen y la defensa de un programa anticapitalista.
La de la reforma laboral es, o debería ser, una primera batalla en esta dirección. No basta con denunciar sus insuficienciencias o la falta de “ambición” hacia la izquierda del gobierno. Es hora de que la izquierda anticapitalista, junto al sindicalismo alternativo, hagamos de la derogación de la reforma laboral de 2012 y las anteriores, una hoja de ruta que sirva para empezar a rearmar las fuerzas sociales sin las que no podremos ni detener la degradación de nuestras condiciones de vida, ni ponerle freno a una derecha que espera al acecho a que el enésimo gobierno de “izquierda” que aplica políticas de derecha le abra las puertas.

Santiago Lupe
Nació en Zaragoza, Estado español, en 1983. Es director de la edición española de Izquierda Diario. Historiador especializado en la guerra civil española, el franquismo y la Transición. Actualmente reside en Barcelona y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.