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La revolución alemana, un debate durante la Segunda Guerra Mundial entre los trotskistas

Guillermo Iturbide

ALEMANIA
Imagen: Marito Ce

La revolución alemana, un debate durante la Segunda Guerra Mundial entre los trotskistas

Guillermo Iturbide

Ideas de Izquierda

En 1942, en las páginas de la revista Fourth International, el órgano en inglés de la Cuarta Internacional publicado por el Partido Socialista de los Trabajadores (SWP) de EE.UU, se dio un debate sobre la revolución alemana de 1918-1923. En él intervinieron Walter Held y Jean van Heijenoort, dos importantes dirigentes.

Este debate estuvo cruzado por la Segunda Guerra Mundial y la catástrofe del ascenso del nazismo al poder en 1933, en la cual jugó un rol de primer orden la Internacional Comunista y el Partido Comunista alemán, ambos por entonces firmemente dominados por la burocracia estalinista.

Walter Held había nacido en 1910. Se unió a la organización juvenil comunista mientras era estudiante y más tarde se convirtió en miembro del Partido Comunista alemán, antes de ser expulsado en 1931 como trotskista. Ocupó roles importantes en la Oposición de Izquierda alemana, por lo cual se vio obligado a abandonar el país después de que Hitler llegara al poder, y durante los años siguientes desempeñó un papel destacado en el movimiento trotskista mundial. Entre sus contribuciones teóricas más conocidas se encuentra La evolución de la Internacional Comunista, un documento presentado a la conferencia trotskista internacional (la conferencia de ’Ginebra’) de 1936. A partir de 1934 Held se estableció en Noruega, donde trabajó estrechamente con Trotsky durante el período de exilio de este. Después de la ocupación nazi en 1940, se refugió en Suecia. A principios de 1941 intentó llegar a los Estados Unidos a través de la Unión Soviética, con la esperanza de que en la confusión de la guerra pudiera pasar sin ser detectado. Fue identificado en el camino, la policía de Saratov lo bajó del tren y desapareció. Cuando este artículo fue publicado en Fourth International, era casi seguro que Held ya había sido ejecutado. Tenía apenas 32 años.

Jean Van Heijenoort, por su parte, nacido en 1912, de origen francés, sirvió como secretario de Trotsky durante varios años en la década de 1930 y en el momento de esta polémica se encontraba en Nueva York, donde ocupaba el cargo de secretario de la Cuarta Internacional. Después del final de la Segunda Guerra Mundial, Van Heijenoort renunciaría al trotskismo, abandonaría la actividad política y seguiría una carrera académica como matemático. Murió en 1986.

Fourth International publica el trabajo de Walter Held en su número de diciembre de 1942–enero de 1943, y la respuesta de Van Heijenoort en el de marzo de 1943.

Al momento de la polémica, mediando el período de entreguerras que fue prolífico en revoluciones, guerras civiles y catástrofes, dentro del marxismo aún se había producido escasa investigación histórica que abarcara al período completo de la revolución alemana desde 1918 a 1923 (respecto a la de 1918, desde 1925 existía la Historia de la Revolución de Noviembre, en 3 tomos, de Richard Müller, debido a la cercanía del hecho y las enormes dificultades para acceder a fuentes y archivos, más allá de las memorias de muchos de sus participantes que aún seguían vivos, de historias como los dos volúmenes de Arthur Rosenberg, Creación e historia de la República de Weimar, o de distintos documentos políticos como los de Trotsky y la Cuarta Internacional.

Es en este contexto que el artículo de Walter Held, “Por qué fracasó la revolución alemana”, generó cierta conmoción en las filas del movimiento trotskista, debido a que sus tesis planteaban una serie de problemas y cuestionamientos, basados en ciertas exageraciones polémicas y varios errores, que fueron respondidos por Jean van Heijenoort en “La revolución alemana durante el período leninista”, cuyo texto también adolecía de varias falencias. Se trata de dos muy largos documentos que se pueden consultar en el original en inglés, por lo cual aquí nos remitiremos a reseñar el debate y dar una posición sobre los argumentos en discusión.

Walter Held: Un replanteo de la historia del comunismo alemán y la Tercera Internacional basado en una idea metafísica del partido revolucionario

Held comienza remarcando la importancia decisiva que la revolución en Alemania tenía para el poder soviético en sus primeros años y la apuesta de la Internacional Comunista a ella.

Sin embargo, la revolución no pudo alcanzar en ningún lugar las mismas alturas que en Rusia en octubre de 1917; el movimiento se frenó a medio camino, retrocedió y finalmente terminó en la barbarie despótica del fascismo. Dado que esto ocurrió en todas partes, debe haber una causa subyacente. Lo conclusión lógica parecía ser que Lenin y Trotsky se habían equivocado.

La respuesta de Walter Held a este dilema es que no existieron partidos leninistas en Europa Occidental, capaces de llevar la tarea a su conclusión. Puntualmente, en el caso alemán, carga las tintas sobre la tradición espartaquista y la teoría de la organización de Rosa Luxemburg:

En 1903-1904, Rosa Luxemburg había polemizado fuertemente contra los supuestos ultra-centralismo y burocratismo de Lenin. La agitación y propaganda eran para Luxemburg y Liebknecht las principales funciones del partido. Por otra parte, la iniciativa consciente de la dirección del partido en la formulación de la estrategia y la táctica jugaba un papel subordinado: el levantamiento revolucionario debía surgir de las acciones espontáneas de las masas, y el partido solo debía actuar como asistente. Rosa Luxemburg nunca cambió su posición sobre esta cuestión básica. Tal era la situación del radicalismo alemán. Los pequeños grupos de oposición en otros países, Italia, Francia, Inglaterra, estaban aún más alejados de la concepción de Lenin.

Para Held, el problema de Lenin fue no haberse dedicado desde antes de 1914 a construir un partido marxista revolucionario internacional, lo que adjudica a su admiración por el modelo partidario kautskiano de la socialdemocracia alemana, lo cual repercutió en que luego, con el estallido de la guerra, su llamado a formar una nueva Internacional revolucionaria no encontrara eco prácticamente en ningún lado, salvo hasta después del triunfo de la Revolución Rusa:

La mayoría de la Conferencia de Zimmerwald se opuso a la proclamación de una nueva Internacional y el manifiesto del pequeño grupo de la izquierda leninista de no fue mencionado ni una sola vez en las publicaciones de la Spartakusbund. Por lo tanto, nadie estaba en mejor posición que Lenin para darse cuenta de que los factores subjetivos para el éxito de las revoluciones en Occidente no estaban presentes.

Por lo demás, Held también menciona como un factor actuante la apariencia de la “facilidad” de la revolución, porque las masas obreras no conocían realmente cómo fue posible en triunfo en Rusia, desatendiendo la preparación subjetiva y la necesidad de construir partidos revolucionarios. Adjudica también a los bolcheviques la responsabilidad por la supuesta falta de una voluntad real de poner en pie la Internacional Comunista y partidos comunistas en Occidente, poniendo en su blanco a Zinóviev (presidente de la IC) y su rol como propagandista, como alguien que en realidad desatendió a la Revolución alemana cuando estalló y se limitó a dar consejos superficiales:

Solo un año antes se había opuesto a la cuidadosamente preparada insurrección de Octubre, la calificó de aventurera e irresponsable, e insistió en que procediera a través de los canales legales de la Asamblea Constituyente. Por lo tanto, la revolución proletaria en Alemania le parecía el asunto más simple del mundo y la Asamblea Nacional un problema sencillo. “¡Echen a los traidores, Ebert y Scheidemann!” Tal fue la proclama que envió desde Moscú al proletariado alemán. "¡Convoquen a formar una República Soviética con Liebknecht a la cabeza!”. Hubiera sido más beneficioso si su consejo habría sido: “No se dejen provocar y cometer actos precipitados. Expliquen pacientemente a las masas la traición de la socialdemocracia. Primero construyan y estabilicen vuestro propio partido. Ya les llegará su hora”.

Luego Held se detiene en los pormenores de la fundación de la Internacional Comunista en marzo de 1919 en Moscú y la falta de verdaderos dirigentes de la clase obrera de Occidente, dado el enorme aislamiento de la Rusia Soviética y la dificultad de traspasar sus fronteras en medio de la guerra civil. Sumado a esto, el único delegado real de un partido por fuera de los bolcheviques era el representante del Partido Comunista alemán recién fundado, quien tenía el mandato de votar en contra de la fundación de la nueva Internacional puesto que la consideraban demasiado prematura. Held también destaca la ayuda material, monetaria, del Estado soviético a la actividad de la Internacional Comunista para fomentar la revolución en el resto del mundo. No obstante, este juicio está fuertemente moderado por la consideración de que:

Sin embargo, esta ayuda de Moscú tenía sus desventajas. Si en los demás países hubieran existido partidos bien organizados y con experiencia y líderes independientes como Lenin, los riesgos relacionados con la ayuda rusa se habrían minimizado y las ventajas habrían sido mucho mayores. Sin embargo, no fue así. El dinero solo cumplió la función de enmascarar a los grupos pequeños e ideológicamente inestables con una fachada de influencia y fuerza que en realidad no poseían. Así, esta ayuda de Moscú muy pronto tendió a independizar el aparato del partido de los militantes. Con la degeneración de la Revolución rusa, las subvenciones de Moscú se transformaron en dispositivos de coacción y corrupción.

De conjunto el texto de Walter Held hace particular hincapié en el problema de la existencia en grandes sectores de los partidos comunistas de fracciones ultraizquierdistas, por eso el meollo de todo su trabajo en cuanto a la búsqueda de razones por las cuales no hubo un partido leninista en Alemania reside en la Acción de Marzo de 1921.

En marzo de 1921, cuando el jefe de policía socialdemócrata, Hörsing, ordenó a la policía que marchara al distrito minero de Alemania central, la nueva dirección del Partido Comunista convocó a una huelga general para armar a los trabajadores y derrocar al gobierno. Para las masas de trabajadores este pronunciamiento cayó como un rayo en cielo sereno. Bajo la dirección de Levi, el partido había seguido hasta entonces una política de frentes únicos proletarios. Y de repente se produjo esta regresión al infantilismo golpista. La ironía de este llamamiento a la huelga general era que se convocaba un día antes del Viernes Santo, cuando la mayoría de las fábricas estaban cerradas durante cuatro días. Mientras la mayoría de los trabajadores alemanes celebraban la Pascua, la dirección del Partido Comunista alemán estaba llevando a cabo una revolución. Fraternizó con el putschista “Partido Comunista Obrero” y se desgañitó aún más fuerte que este. Como un Robin Hood moderno, Max Hölz saqueaba las casas particulares de los capitalistas y dividía el botín entre los pobres. El año anterior, el Partido Comunista había excluido de sus filas a este filibustero, mientras que ahora lo aclamaba como un héroe. Los dirigentes comunistas cometieron estupideces aún peores. Para “electrizar” a las masas, incitaron a los miembros del partido, disfrazados de “enemigos”, a atacar sus propias oficinas y publicaciones, para luego “responder” a estas acciones mediante el sabotaje de los ferrocarriles, dinamitar los tribunales, ataques a las cajas de ahorros y a la policía, una táctica que Adolf Hitler emuló con mucho mayor éxito en 1933

En respuesta a estas acciones, la clave del texto de Held es destacar la figura de Paul Levi, a quien destaca la figura como el dirigente más brillante y equilibrado políticamente tras la desaparición, en los primeros tres meses de 1919, de toda la vieja guardia espartaquista de Luxemburg, Liebknecht, Jogiches, Mehring.

Held sostiene que el Tercer Congreso Mundial, “en la superficie […] fue un espectáculo imponente […] Sin embargo, a pesar de lo brillante y correcto de su rumbo en su expresión externa, el Tercer Congreso Mundial ya contenía los gérmenes de la enfermedad que, unos años más tarde, precipitarían la degeneración de la Internacional Comunista y, junto con ella, del Estado soviético”. Llega a esta conclusión porque opina que ese congreso fue, en lo fundamental, una concesión a las tendencias ultraizquierdistas a la par que la condena oficial de las críticas de los opositores a la Acción de Marzo, todo de una forma lo suficientemente confusa como para permitir diferentes interpretaciones, desde Lenin y Trotsky que coincidían en el fondo de la crítica a la Acción de Marzo y a los ultraizquierdistas hasta estos últimos que habrían sentido el congreso como una validación de sus puntos de vista pero que, en lo esencial, el balance final habría sido darle la luz verde a esta última tendencia, manteniendo la crisis en el partido alemán en forma latente hasta que volviera a estallar. Así, Walter Held llega a la conclusión de que la Tercera Internacional, desde su Tercer Congreso, tendió a imponer una suerte de “obediencia debida” a una línea equivocada pero emanada desde su dirección, de alguna manera preanunciando lo que luego fue la norma durante el período estalinista, desde 1924 en adelante [1]. En relación al aval por parte de Lenin y Trotsky de la expulsión de Paul Levi, el principal representante de los críticos a la Acción de Marzo, plantea que “sigue siendo difícil entender cómo […] pudieron seguir colocando la forma por encima del contenido en el Tercer Congreso”.

Luego hace un relato de los acontecimientos de la crisis revolucionaria de 1923, de la cual hace una representación muy parcial e incorrecta, que criticaremos con más detalle más abajo. Para un relato pormenorizado de esa crisis y los debates del momento, sugerimos leer “El Octubre alemán, ¿leyenda o revolución fallida?” de Juan Dal Maso.

De esta crisis, que comenzó con la invasión de las tropas francesas y belgas en la cuenca del Ruhr a comienzos de 1923 exigiendo cobrar “en especie” las leoninas reparaciones de guerra que estipulaba el Tratado de Versalles a la vencida Alemania, Held destaca en la cadena de errores del KPD y la IC, en primer lugar el debate sobre la llamada “Línea Schlageter”, propuesta por primera vez por Karl Radek, uno de los principales miembros del Ejecutivo de la Internacional, donde se ensayaba un acercamiento entre los comunistas y las formaciones de extrema derecha, proto-nazis, bajo una pretendida consigna de “liberación nacional” de Alemania del yugo extranjero impuesto por las potencias vencedoras, con la declamada intención de ganar para el comunismo a parte de las clases medias nacionalistas empobrecidas que se volcaban hacia la contrarrevolución, tratando de ligar de alguna manera esa supuesta opresión nacional (¡de un país imperialista como Alemania!) con un programa anticapitalista. Held cuestiona de nuevo cómo principalmente Trotsky (ya que Lenin ya había sufrido su último ataque de apoplejía que pocos meses más tardes lo llevaría a la muerte) no pudo controlar las actividades de la dirección permanente de la IC. Destaca la mala impresión que todas formas Trotsky tenía de la dirección del KPD y de las pocas ilusiones en que estuvieran a la altura de las circunstancias.

Luego, extrañamente, Held hace el siguiente comentario:

Mientras tanto, la dirección del partido alemán había cometido otros errores contra los que Lenin y Trotsky les habían advertido expresamente en el Cuarto Congreso Mundial de 1922: entraron en los gobiernos socialdemócratas de Sajonia y Turingia. ¡En un momento en que el Partido Comunista podría haber abierto las puertas del poder en toda Alemania si solo hubieran sabido usar la llave que tenía en sus manos, Brandler y Thalheimer llamaron a la entrada de servicio y rogaron unos cuantos puestos ministeriales en los impotentes gobiernos provinciales! Ante tanta impotencia, la burguesía recuperó la confianza en sí misma.

Lo extraño de este párrafo es que es manifiestamente erróneo: la táctica de la formación de un “gobierno obrero” de coalición entre el KPD y el ala izquierda de la socialdemocracia en los gobiernos regionales de Turingia, con la entrada como ministros de los dirigentes comunistas, no fue algo que fuera en contra de lo aprobado en el Cuarto Congreso de la IC sino al contrario. Volveremos en las conclusiones finales sobre esto.

Como conclusión de todo su ensayo, Held plantea:

La concepción del partido alemán no era la adecuada desde el principio. Sus relaciones con las masas y consigo mismo no fueron analizadas lo suficiente y sus políticas prácticas y concretas fueron incorrectas en todos los eventos decisivos, comenzando con enero de 1919, así como en el putsch de Kapp (1920), la Acción de Marzo (1921) y también en el año 1923 […] [Trotsky] siempre atribuyó la razón decisiva de la derrota de su tendencia en Rusia a la derrota de la revolución alemana. Los escritos de Trotsky explican brillantemente cómo el fracaso de la Internacional Comunista jugó a favor del ascenso de la reaccionaria burocracia soviética, y cómo esta burocracia a su vez destruyó finalmente la Internacional. Sin embargo, la pregunta sigue abierta: ¿Por qué Lenin y Trotsky no lograron construir una Internacional marxista seria durante el período de 1917 a 1923?

Jean van Heijenoort: El comienzo de un debate que no siguió

En su respuesta de marzo de 1943, “La revolución alemana en el período leninista”, Jean van Heijenoort comienza diciendo que su réplica está cruzada por un cierto disgusto, molestia (embarrassed):

Las terribles condiciones del período reaccionario que estamos atravesando impiden que el mismo Held participe en la discusión. Sin embargo, a pesar de su silencio forzado, me siento obligado a criticar su artículo, porque contiene una serie de errores sobre cuestiones de gran importancia para la educación revolucionaria de los militantes proletarios. Por la misma razón de que su artículo contiene excelentes verdades, muy útiles de recordar, es tanto más necesario criticarlo: nada, en efecto, es más peligroso que un error que se refugia detrás de una gran verdad.

El centro de la respuesta de Van Heijenoort es su crítica a lo que ve como una metafísica del partido en Walter Held:

A propósito de los distintos eventos de 1919-23 en Alemania o Italia, Held usa incesantemente las mismas expresiones: "la concepción [del partido] no era la adecuada desde el principio", "el intento de [construir un partido] fue demasiado tardío", "tal intento [de construir un partido] estaba condenado al fracaso porque había un vacío", etc. Así pues, el partido se convierte en un círculo vicioso: el partido no puede formarse porque todavía no existe [...] Como la inexistencia del partido es su única explicación para todo, fetichiza un incidente en la historia del partido en la única explicación para su inexistencia. En la historia del movimiento alemán, tropieza con el caso Levi y se ve obligado a exagerar y distorsionarlo para construir a partir de él una causa para la derrota de la ola revolucionaria de 1917-23 y, por tanto, para la degeneración de la Internacional Comunista y del Estado soviético. Held ha llegado a una verdadera revisión de la historia de la Internacional Comunista y de los orígenes de nuestro movimiento.

En algunos puntos, Van Heijenoort hace una defensa correcta de esas lecciones pero, no obstante, su réplica tiene varias debilidades y deja sin respuesta algunas de las cuestiones fundamentales suscitadas por Held.

Comienza haciendo un contrapunto con Walter Held alrededor de la figura de Paul Levi y la Acción de Marzo, que constituyen el núcleo central de la argumentación de Held, ya que para este último ese es el momento clave en el que el comunismo alemán y la Tercera Internacional trastabillaron. Pero por lo central del problema y lo problemático de la argumentación de ambos textos, por ahora lo dejaremos para más abajo.

A continuación, Van Heijenoort pasa a discutir sobre el Tercer Congreso de la Internacional Comunista, otro punto central en el texto de Held, ya que ese congreso precisamente se realizó a mediados de 1921, poco después de la Acción de Marzo y, junto con el Cuarto, fueron los dos congresos más importantes del período leninista de la Tercera Internacional, ya que en ellos se enfrentaron constantemente las tendencias ultraizquierdistas, a menudo mayoritarias, y la de Lenin y Trotsky. En el punto de la expulsión de Paul Levi, Van Heijenoort dice:

En realidad, la resolución simplemente recuerda los principios más elementales de la disciplina revolucionaria. Pero ya hemos visto que Held tiene una verdadera ceguera hacia las demandas del centralismo democrático. Para él, la decisión del Tercer Congreso es burocratismo. Peor aún, es el burocratismo el que causó la bancarrota de la Internacional y la degeneración del Estado soviético.

Van Heijenoort plantea que Held se acerca peligrosamente a los críticos pequeñoburgueses del bolchevismo que dicen que los gérmenes del estalinismo estaban presentes ya desde los orígenes. El trotskista francés plantea que el compromiso de Lenin con los ultraizquierdistas se debió a la necesidad de lograr una cierta resolución intermedia que los delegados del KPD pudieran votar, porque había un riesgo muy serio de que rompieran con la Internacional, ya que eran mayoritariamente ultraizquierdistas. Así, Van Heijenoort resalta la inmadurez y el carácter formativo de la IC como organismo mundial.

No obstante, Van Heijenoort le reconoce a Held que Lenin y Trotsky pueden haber tenido algo de responsabilidad por no haber podido controlar más de cerca la actividad del secretariado de la Internacional, siendo que estaban absorbidos por el trabajo enorme de dirección del Estado soviético y Trotsky, particularmente, se encontraba dirigiendo al Ejército Rojo en forma itinerante a lo largo de los frentes.

Finalmente, Van Heijenoort termina criticando el método de razonamiento de todo el texto de Walter Held, que se resumiría en una cuestión metafísica donde la revolución alemana y la Tercera Internacional habrían estado condenadas desde el principio por haberse fundado demasiado tarde y terminar adjudicando todo a una ruptura demasiado tardía de Lenin con el kautskismo, donde Held pareciera sugerir, radicalizando su lógica, que casi desde la formulación de ¿Qué hacer? de Lenin en 1903 este debería haber tenido la clarividencia de pelear por alguna forma de agrupamiento u organización internacional separada de la mayoría de la Segunda Internacional, algo así como reproducir la ruptura partidaria en Rusia entre bolcheviques y mencheviques que solo se consumó desde 1912, pero a nivel internacional, desde por lo menos nueve años antes. Esta lógica de Held, plantea Van Heijenoort, llevada a su conclusión final, debería entonces hacer que el trotskista alemán se replanteara que el origen de la Oposición de Izquierda y la Cuarta Internacional debería haberse dado mucho antes, algo que no tiene sentido.

Van Heijenoort busca liquidar esa forma de razonamiento en su conclusión:

Estos problemas de causalidad histórica pueden convertirse fácilmente en casuística, si no se indica con precisión de qué se está hablando. En términos claros, la cuestión es la siguiente: ¿Hubo, en el período leninista de la Internacional Comunista, un error específico que, si no se hubiera cometido, habría posibilitado que la Internacional no degenerara? Para Held es el asunto Levi. Hasta ahora, era el método de los críticos pequeñoburgueses de todos los matices –los ultraizquierdistas como Gorter, los anarquistas, Souvarine, etc., etc.– colocar la causa de la derrota del bolchevismo en el propio bolchevismo. Renunciamos voluntariamente a este método estéril.

En su crítica, Van Heijenoort no se refiere a la crisis revolucionaria de 1923 y la forma en que la presenta Held. Hablaremos de esto más abajo.

Una reflexión sobre las posiciones en debate

El debate que se dio en las páginas de Fourth International se dio en condiciones dramáticas para la Cuarta Internacional. Entre 1942 y 1943 fue el punto más intenso de la Segunda Guerra Mundial, donde por ejemplo la maquinaria de los campos de concentración y exterminio nazis hicieron el grueso de su obra genocida, poco antes de que la contraofensiva soviética en el frente oriental signara el comienzo de la debacle del régimen nazi. Uno de los participantes en este debate, Walter Held, de hecho, como todo indica, ya había muerto en el universo concentracionario del Gulag, espejo del del nazismo. Todas las corrientes políticas en la izquierda estuvieron puestas bajo una durísima prueba y la Cuarta Internacional, la única corriente revolucionaria que pudo pasar la prueba, también estuvo sometida a enormes presiones materiales e ideológicas producto de la enorme reacción y retroceso en el campo de las ideas. Se podría decir que en muchos de los planteos de Walter Held hay un eco de todo esto.

Algunos de los argumentos del texto de Walter Held de alguna manera adelantan varias de los opiniones que prevalecen en las investigaciones de las últimas décadas sobre la Revolución alemana y el KPD, especialmente tras la caída del Muro de Berlín, que insisten en rescatar figuras como la de Paul Levi y que tienden a juzgar negativamente la empresa del KPD y de la Internacional Comunista casi desde sus mismos orígenes, solo que, al contrario de Walter Held, militante trotskista hasta el final, en pos de fundar una especie de nueva tradición “socialista democrática” intermedia entre la socialdemocracia y el “comunismo” como insumo teórico para un nuevo reformismo.

Por cierto, Van Heijenoort no responde al argumento de Held sobre el supuesto “kautskismo ortodoxo” de Lenin. Held exagera las implicancias de la admiración del revolucionario ruso por el llamado “Papa del marxismo” hasta 1914, ya que efectivamente el conjunto de la teoría de Lenin fue planteando cada vez más diferencias con Kautsky desde muy temprano, algunas de las cuales no era plenamente consciente de que eran tales. Para profundizar sobre la teoría de Lenin en relación y frente a la de Kautsky, con su diferencia específica, desde antes de 1914 se puede leer “La revolución es un momento de impetuosa inspiración en la historia” de Ariane Díaz.

Precisamente, uno de los puntos más flojos de todo el debate es la personalización en la figura de Paul Levi, tanto en el caso de Walter Held, que considera que su alejamiento del comunismo fue un punto decisivo de la debacle del KPD y la IC, como en la forma en que Van Heijenoort discute en contra de esa perspectiva. El francés hace una argumentación muy ad hominem destacando sus rasgos personales negativos, como su origen de clase (burgués), hasta incluso “citando” supuestas frases de Levi contra el KPD que en realidad eran apócrifas [2], todo lo cual era innecesario y no ayudaba a una argumentación como la de Van Heijenoort, que tiene puntos correctos. Sumado a esto, también plantea un argumento poco convincente de que los episodios de Alemania central en marzo de 1921 no habrían sido una aventura putschista (Trotsky en realidad más bien pensaba que sí lo había sido), equiparándolos con las llamadas “Jornadas de Julio de 1917” durante la Revolución Rusa, durante las cuales la vanguardia obrera de Petrogrado se “descuelga” de las masas obreras del resto del país, mucho más atrasadas, y tiene intenciones de hacer una insurrección y desalojar al gobierno provisional conciliador. Los bolcheviques precisamente vieron en estas tendencias una peligrosa deriva putschista que podía llegar a poner en juego el futuro de toda la revolución, que hubieran hecho que el gobierno provisional aplastara a la vanguardia de la capital rusa utilizando a soldados, campesinos y sectores obreros más atrasados del interior, posiblemente acabando con todo el proceso revolucionario, por lo cual se pusieron a la cabeza de las manifestaciones pero con la intención de que estas no pasaran de ser eso, manifestaciones, y evitar una insurrección que en esas condiciones hubiera sido un fracaso desastroso y verdaderamente hubiera constituido un putsch. Esta actitud no fue la del KPD durante la Acción de Marzo de 1921, que lejos de “corregir” y canalizar las tendencias putschistas de un sector descolgado de la vanguardia minera impaciente, las fomentó ampliamente, llevando a un fracaso estrepitoso y la pérdida de la mitad de todos los militantes del partido por desilusión, además de miles de muertos y heridos.

Tanto Held como Van Heijenoort hablan de la lucha en el Tercer Congreso de la IC y las diferentes apreciaciones que tienen del mismo. Es muy ligera la forma en que Walter Held da poca relevancia a los congresos de la IC de 1921 y 1922 (el Tercero y el Cuarto, respectivamente), ya que de ellos salieron muchas de las resoluciones y orientaciones más importantes de la Internacional Comunista en tiempos de Lenin, como la política del frente único o la táctica del gobierno obrero, o las discusiones programáticas y la relación entre la revolución en los países centrales y en los países semicoloniales, lo cual se puede constatar leyendo la enorme cantidad de documentación que ocupan esos congresos en las distintas recopilaciones de ellos que se han hecho, entre ellas, Los primeros 5 años de la Internacional Comunista de León Trotsky.

Held considera que el Tercer Congreso de la IC fue, más allá de las apariencias, un congreso que dio el visto bueno a la táctica de la ofensiva y el ultraizquierdismo, y que es el origen del germen burocrático que luego decantaría en el estalinismo, instalando la obediencia a Moscú como norma. Esto es insostenible, ya que, lejos de “imponer” el ultraizquierdismo “desde Moscú”, la gran mayoría de los delegados tenía posiciones ultraizquierdistas, y hasta incluso Lenin y Trotsky se encontraban en minoría en la delegación de su propio partido. Los dos dirigentes más importantes del bolchevismo solo ejercían una función decisiva en la orientación política general durante los congresos, pero por lo general no podían ejercer una influencia cotidiana en las tareas de la dirección de la Tercera Internacional, particularmente en el año crítico de 1921, estando desmedidamente abocados a las tareas del Estado soviético, por lo cual esta dirección recaía en otros militantes de mucha menor capacidad política, como Zinóviev, Bujarin o Radek, y otros de similares características pero con todavía más falencias y estrechez de miras políticas y teóricas y menos experiencia, como los comunistas húngaros exiliados en Rusia. Contra lo que dice Van Heijenoort al respecto, la investigación de Pierre Broué en el tomo 1 de su Revolución en Alemania sugiere que este equipo de dirección permanente de la IC, con terribles deficiencias, habría sido el que efectivamente estuvo detrás de la aventura de la Acción de Marzo y posiblemente la motivación pueda haber provenido de Zinóviev como una forma de oposición a la implementación de la NEP en Rusia. Desde ya que, como dice Trotsky, no se trató de una insurrección artificial siguiendo órdenes del Estado soviético por una necesidad de política exterior, en el sentido de que no fue una política votada por la Internacional ni por los principales dirigentes bolcheviques, sino una aventura irresponsable e inconsulta de unos pocos dirigentes. Es tan insostenible la acusación de Held de “obediencia debida” a los rusos y burocratización desde el Tercer Congreso de 1921 que, si realmente hubiera sido así, no hubieran seguido existiendo tendencias ultraizquierdistas predominantes en la mayoría de los PC occidentales que llevaban a cabo una política a la que los principales dirigentes rusos se oponían vehementemente. Lenin y Trotsky creían en la necesidad de educar, ganar y convencer a esas tendencias por una combinación de su propia experiencia y de la educación teórica, aún al costo de que esos partidos cometieran muchas veces errores graves. No imponían a los dirigentes a dedo según los gustos de Moscú, como empezó a ser la regla con el ascenso del estalinismo, sino que esos mismos dirigentes que no concordaban con la política de los rusos y la desafiaban repetidamente con su “teoría de la ofensiva” les traían dolores de cabeza, pero eran conscientes que no había otra forma de construir la Internacional que por convencimiento y por medio de la educación en los congresos anuales y los plenarios ampliados del Ejecutivo internacional, que eran una especie de “mini-congresos” y donde también participaban Lenin y Trotsky) [3], no por medio de órdenes desde arriba, aunque fuesen las órdenes con la política “correcta”.

Solo gracias a la pelea que dieron principalmente Lenin y Trotsky, las resoluciones del Tercero y el Cuarto congresos iban completamente en contra de esas tendencias ultraizquierdistas, aunque al precio de tener que hacerles algunas concesiones. La historia del comunismo alemán, con su nula experiencia revolucionaria previa a 1918, a comparación de la de los comunistas rusos, más bien los empujaba en el sentido de un cierto fatalismo revolucionario, afín a la llamada “teoría de la ofensiva permanente”.

Por otra parte, es interesante la poca y superficial reflexión que ambos textos hay de la experiencia de la crisis de 1923, algo que aún hoy es poco conocido en el marxismo en general y que ha suscitado pocas reflexiones, que intentamos subsanar con la publicación del tomo 2 de Revolución en Alemania de Pierre Broué. El problema de concentrarse centralmente en la Acción de Marzo de 1921 y Levi, tanto en Held (que menciona la crisis de 1923 pero le da un rol secundario), como en Van Heijenoort (que ni siquiera se ocupa del tema) parecen dejar de lado que ese fue el gran evento decisivo porque era la culminación de ni más ni menos que de un largo proceso de cinco años de experiencias revolucionarias en Alemania, donde el movimiento obrero ya no tenía ni la ingenuidad política ni la virginidad revolucionaria propia de los errores de la etapa que va entre noviembre de 1918 y enero de 1919. En ambos textos parece tratarse de una discusión de personalidades y problemas “intrapartidarios” más que de procesos políticos.

El llamado “Octubre alemán” de 1923 se trató de una ocasión desperdiciada, y no por los errores que marca Held, entre los que señala la adopción de la táctica de gobierno obrero como una mera pelea por cargos ministeriales, supuestamente contradiciendo lo que indicaba la IC. En todo caso, el objetivo de esta táctica para la Tercera Internacional, en una situación muy excepcional y de ascenso revolucionario, era formar y participar en esos gobiernos con la condición de que estén dadas las circunstancias para, utilizando los puestos ministeriales, acelerar los preparativos insurreccionales que permitieran vencer a la burguesía y sus fuerzas represivas y llevar al poder a un gobierno obrero revolucionario en toda Alemania. En todo caso, el problema del KPD fue que su dirección efectivamente no aceleró esos preparativos ni tomó medidas, confiando, por el contrario, en “convencer” por medios diplomáticos a la izquierda socialdemócrata de ir más allá de sus intenciones, incluso llegando al colmo de someter a votación pública (en el congreso de los consejos obreros de Chemnitz del 25 de octubre de 1923) y al veto de los socialdemócratas ni más ni menos que una huelga insurreccional. Se puede leer más en profundidad sobre la táctica de gobierno obrero en 1923 en la parte I, “Democracia burguesa, democracia radical y gobierno obrero” de “Gramsci, Trotsky y la democracia capitalista” de Emilio Albamonte y Matías Maiello. Esta lógica es lo que realmente terminó transformando lo que debería haber sido un medio para preparar la insurrección, como era la participación en los gobiernos obreros de Sajonia y Turingia, en un fin en sí mismo, no la táctica de gobierno obrero per se, como parece señalar Walter Held.

Con estas reflexiones pretendimos reconstruir este debate interesante del movimiento trotskista sobre la revolución alemana, ocurrido en plena Segunda Guerra Mundial, señalando también los grandes límites que tuvo, pero que en la actualidad, con mejores herramientas de investigación sobre ese período, podemos abordar para sacar lecciones para las luchas de hoy.


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[1“Los delegados deben haber tenido la impresión de que siempre sería mejor cometer errores siguiendo las órdenes de la IC que actuar correctamente violando la disciplina. De esta manera se puso la primera piedra para una serie de eventos que iban a cambiar la Internacional Comunista en el curso de unos pocos años hasta transformarla en una sociedad de mamelucos, en una dependencia servil de la fracción gobernante en Moscú y finalmente en un mero instrumento de la política exterior nacionalista y oportunista de Stalin”.

[2Se trata de unas frases donde Paul Levi supuestamente incitaba a los familiares de las víctimas de la Acción de Marzo a absolver de los crímenes a la policía, las fuerzas armadas y el gobierno, y por el contrario culpar exclusivamente a los comunistas, lo mismo que otra supuesta frase donde Levi renunciaba de antemano a toda pelea por sus posiciones dentro del KPD. Esas supuestas citas no se encontraban en ningún documento escrito por Levi comprobable, sino que, como se pudo establecer posteriormente a este debate de 1943, provenían de Karl Radek, quien las había inventado para desacreditar a Levi. Posiblemente Van Heijenoort no supiera esto.
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Guillermo Iturbide

(La Plata, 1976) Es licenciado en Comunicación Social (FPyCS-UNLP). Compiló, tradujo y prologó Rosa Luxemburg, "Socialismo o barbarie" (2021) y AA.VV., "Marxistas en la Primera Guerra Mundial" (2014). Participa en la traducción y edición de las Obras Escogidas de León Trotsky de Ediciones IPS. Es trabajador nodocente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP. Milita en el Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997.