La frase es de Thomas Pynchon (El Arco iris de gravedad, Tusquets, 2009). Los bombardeos han comenzado. Dos cazas rafales de la base francesa de Al-Dhafra, al sur de Abu Dabi, destruyeron este viernes un arsenal del EI (Estado Islámico) cercano a Mosul, al noreste de Irak.
Chris Berg París
Martes 23 de septiembre de 2014
Con esta acción Francia se convierte en el primer país europeo en intervenir en Irak bajo el pretexto de una guerra “preventiva” contra el terrorismo, pues “no solo Irak estaría amenazado –declara el presidente francés—no solo Oriente Medio, sino Europa y el mundo”. De esta forma la “decisión está fundamentada en el desafío a nuestra propia seguridad” ya que también “hay que luchar en Francia contra el terrorismo”.
¿Qué hay detrás de las ambiciones bonapartistas de este presidente “socialista” incapaz de mantener la cohesión interna de su gobierno, que ya ha emprendido en el curso de 2 años tres guerras en el exterior (Malí, República Centroafricana, y ahora los yihadistas en Irak)?
¿Acaso estará buscando Hollande proyectar desde “afuera”, en sus delirios gaullistas, lo que desde dentro no ha logrado implantar? Esto es; orden, autoridad, coherencia, prevención, seguridad.
Toda una semántica orweliana de un padre que hace tiempo abandonó la educación y el cuidado de sus hijos, y que con un comportamiento esquizofrénico se quiere mostrar presente en el ejercicio de sus funciones.
La ruptura entre Hollande y su electorado, de los cuales buena parte provienen de las clases populares, se consumó hace tiempo. Porque el presidente francés luego de ser electo dejó bien claro su pacto con la burguesía y los “regalos” que pretendía concederle a la patronal.
Es decir, se mostró como el presidente salido de un partido que desde hace mucho tiempo no tiene nada de “socialista” y mucho de servidor del sistema. Y el sistema son los bancos, la burguesía privilegiada y las multinacionales francesas como Total, instaladas en la región de Kurdistan iraquí desde que a Estados Unidos en 2003 le dio por abrir mercados a base de bombas y drones.
Hoy la empresa petrolera francesa tiene invertidos un 20% de sus capitales en esa zona del oriente medio, con plantas en el sur (Halfaya) y el sureste de Irak, la región autónoma (a medias) del Kurdistán.
Región por otra parte compartida y abierta a otros gigantes del sector como ExxonMobil , quien estaría en negociaciones con Total para cederle su licencia de los dos campos de Pulkhana y Taza, disputados por el gobierno central y el GRK (Gobierno regional Kurdo).
Esto explicaría en parte el interés del hexágono (Francia) por proteger la región. ¿Cómo? Vendiendo armamento sofisticado a los soldados kurdos para garantizar una seguridad que permita la continuidad de la explotación del territorio (en las proximidades de Erbil se encuentra la novena reserva mundial de petróleo).
Además de impedir, protegiendo la zona, el corte de suministro hacia Occidente que desestabilizaría y sembraría el pánico en los mercados. Intereses pues, menos humanitarios que económicos.
Entre tanto; la mascarada de un presidente, tembloroso e inseguro por dentro, autoritario y decidido por fuera, que ante la corte de sus compañeros de naufragio y 350 periodistas acreditados, anunciaba este jueves en el salón de festejos del Eliseo que “será presidente hasta el final del mandato”.
Lo cual en última instancia no depende de su voluntad sino de la acción y las luchas de la clase trabajadora, principal víctima de sus reformas liberales y de sus manías persecutorias.
¿A qué responde sino la elaboración de una ley “antiterrorista” que controle la circulación libre y otros derechos democráticos esenciales?
La aporía está servida: intervención del “Estado paternal” en un mundo de libre circulación de capitales. Es decir, control, solamente para ciertas cosas.
Sembrar el pánico en la población como prerrogativa que justifica la defensa, o mejor, el gasto económico de la defensa: viles artimañas de ese capitalismo que nunca tuvo el rostro humanitario que algunos se empeñaron en concederle.
Y del pánico a la paranoia del terrorismo conspirativo hay un paso: el delirio. La otra guerra es la que está llevando François Hollande contra los trabajadores y la juventud en Francia. Tiempo pues de organizarse en torno a la cordura del movimiento obrero, atender a sus necesidades y sus reivindicaciones, desde la lógica de un programa que ahuyente los fantasmas del capital, exorcizándolos.