Un estudio minucioso de los sentimientos e intereses nacionalistas que se expresan durante los mundiales, con el conjunto de particularidades que mostró Rusia 2018.
Lunes 23 de julio de 2018
Las banderas de los 32 países competidores, la entonación de los himnos en la previa a cada encuentro, las camisetas con los colores característicos y los escudos correspondientes, los principales monumentos de las ciudades capitales colmados de hinchas embanderados, las caras pintadas de niños y niñas. La Copa Mundial de fútbol masculino de la FIFA despierta, entre tantas pasiones, la exaltación nacional. Su vigésimo primera edición, que tuvo lugar en Rusia, no fue la excepción. Sin embargo, un análisis de sus lógicas y sus componentes exponen contradicciones del Mundial y los nacionalismos.
1. Lo llevan adentro, como lo llevo yo
Fernando Muslera; Achraf Hakimi, Dejan Lovren, Samuel Umtiti, Raphael Guerreiro; Thiago Alcantara, Ivan Rakitic; Raheem Sterling, Adrien Silva; Gonzalo Higuaín y Diego Costa. Esta formación poblada de grandes figuras podría ser campeona del mundo, y no es más que un once posible con algunos de los 82 jugadores que podrían competir en la Copa Mundial de Fútbol masculino de Rusia 2018 defendiendo la camiseta de una selección diferente de la que lo hicieron. Muchos de ellos nacidos en países en los que sus padres futbolistas jugaban cuando nacieron, como el caso del goleador argentino de la Juventus. Otros, como Raheem Sterling, nacidos en países con ligas poco competitivas a nivel futbolístico como Jamaica, viajaron a otras tierras para formarse en las academias de los grandes clubes apenas comenzaron a demostrar talento en sus ciudades de origen, y ahora juegan para el país que los recibió. Algunos, ante la competencia de gran nivel en los seleccionados con jugadores más importantes, optaron por la posibilidad de jugar representando a otra selección, como el delantero brasilero Rodrygo, que juega para España. Las historias de todos estos jugadores, exponen la fragilidad de la condición nacional.
La presencia de jugadores nacidos en un país que representan a otra selección nacional es tan vieja como los mundiales mismos. Vale recordar, por ejemplo, a los argentinos Luis Monti y Atilio Demaría, subcampeones con Argentina en 1930 y campeones con Italia en 1934 y 1938. En esos tiempos estaba permitido que jugadores con doble nacionalidad compitieran por distintos seleccionados. La propia FIFA es consciente de las problemáticas de estos cambios. La normativa actual de la asociación internacional del fútbol prohíbe que un jugador compita en selecciones diferentes en distintos torneos oficiales. Sin embargo, permite que una persona con doble nacionalidad que haya jugado amistosos para un equipo nacional represente a otro del que también sea nacional, en un torneo oficial. También existe una excepción con los menores de 21 años que, aunque hubieran participado con una selección en torneos de divisiones juveniles, pueden cambiar una vez citados a una selección de mayores. En cualquier caso, una vez jugado aunque sea un segundo en un torneo oficial de la FIFA con la camiseta de un combinado nacional, los jugadores no tienen permitido cambiar su decisión.
El caso más particular de este mundial es el de Mario Figueira Fernandes. Nacido en Sao Paulo, su trayectoria en el fútbol comenzó en el Sao Caetano. Pasó por Gremio y estuvo citado para jugar los partidos amistosos denominados Superclásicos de las Américas, entre las selecciones locales de Brasil y Argentina. Sin embargo, perdió su vuelo en un evento nunca aclarado y no participó del encuentro. En 2012 fue comprado por el CSKA ruso. En 2014 debutó con la selección de Brasil en un amistoso frente a Japón. Un mes después, anunció su deseo de jugar para la selección de Rusia, país que había acogido como propio. En julio de 2016, en la previa del actual campeonato del mundo, el propio presidente Vladimir Putin emitió un decreto que otorgaba la nacionalidad rusa a Mario Figueira Fernandes y lo habilitaba para competir por esta selección. En esta Copa llegó al mundial como titular y logró acceder a cuartos de final, donde incluso marcaría un gol frente a Croacia, y fue una de las revelaciones.
La lógica de los nacionalismos impulsa una serie de lugares comunes para explicar el fútbol. Como señala Pablo Alabarces, la sangre se pone en relación con el territorio y la cultura en gran cantidad de discursos para explicar la relación entre Nación, fútbol e identidad. En ese marco se incluye la vinculación con la genética, la creencia de que los seres de un mismo país llevan en su sangre a su patria, y con ella, un amor especial a su camiseta y una forma específica de jugar y entender el deporte. Así lo presentan publicidades como la que lanzó el diario deportivo Olé este mismo año, titulada justamente “Genes”. Allí, una pareja rusa recurre a un donante de esperma argentino y su hijo demuestra una serie de características propias de lo que el diario entiende como argentinismos: mueve los brazos desde bebé de modo similar a los hinchas en los estadios, canta en el coro del colegio revoleando un pañuelo y a los saltos, grita una victoria en un torneo de ajedrez como Maradona en el mundial de 1994. Todo para ilustrar la frase que da cierre al comercial: “el amor por Argentina está en nuestros genes”. Si este amor se lleva en el ADN es innato e indiscutible. Si la genética marca las formas y comportamientos de las personas estamos predestinados por nuestra propia sangre a ser argentinos. En ese mismo sentido, el estilo de juego nacional es presentado como parte esencial del ser patrio. Esto se vincula íntimamente con la idea del territorio. En ese caso, se presenta al estilo criollo, caracterizado generalmente como gambeteador, habilidoso y pícaro, frente a otros. Así, ante un gran jugador con estas características, como podría ser el talentoso belga Eden Hazard, se sentencia que “parece sudamericano” o “un argentino nacido en Bélgica” o que “parece haber nacido en Villa Fiorito”. Entonces, el ser argentino estaría explicado por el nacimiento en un espacio particular, lo que se traduciría en un tipo genético específico que brindaría de contenido a las formas en que jugamos y sentimos el fútbol. Finalmente, aparece la concepción de lo cultural como un tercer entramado ligado a estos elementos. En este territorio con esta sangre nos criamos de dicha manera que impulsa la forma en que comprendemos el deporte. Con una explicación más culturalista sí nos podemos identificar quienes estudiamos ciencias sociales. Y, sin embargo, cuando se exacerban y se exageran las condiciones culturales para escencializarlas y presentar la argentinidad como una forma única de sentir el fútbol, se pierde cualquier capacidad de comprender la amplitud y complejidad de la relación de una sociedad con el deporte. Para que quede más claro: no todos los argentinos aman el fútbol, y mucho menos somos todos el hincha varón, machista, xenófobo, cegado por la pasión e incondicional en el amor que presenta TyC Sports. En este marco se amparó, por ejemplo, Enrique Macaya Márquez cuando, al exponer su visión sobre las capacidades físicas de los jugadores nigerianos aseguró que “tienen muy buena técnica y genéticamente muy buena resistencia” debido a que “los antepasados de estos jugadores, si querían comer carne tenían que corretear a un león, y si querían que no los comiera nadie también tenían que correr porque se los comía el león”. Estas lógicas que se albergan en las ideas de la genética, el territorio y la cultura (tomada en un sentido evolucionista) para explicar la relación entre nacionalidad y fútbol no hacen más que reproducir estereotipos ficticios y discriminatorios, presentados generalmente desde una óptica etnocéntrica que rescata las bondades de la patria propia frente a las demás. Como consuelo ante esos análisis nos quedan el corto “Lo llevo en la sangre”, dirigido y escrito por Pablo Pérez en 1995 y el cuento “Campitos” de Juan Sasturain, que retoman en un excelso tono de parodia las máximas de la genética y el territorio como determinantes de la identidad y las capacidades.
Lo que exponen las reglamentaciones, los cambios, las excepciones, es la fragilidad de un par de ideas que se presentan a sí mismas como indiscutibles, la del ser nacional y la nación. Una persona puede tener doble nacionalidad, o ninguna. Puede cambiarse su nacionalidad, transformarse. La idea del ser nacional como algo fijo, inamovible, puede ser replanteada desde esta óptica.
2. Los hijos del colonialismo
El dominio europeo en África y la colonización de sus territorios fue la forma en que se vincularon las poblaciones de uno y otro lado del mar. Las migraciones forzadas por la esclavitud, el hambre o las guerras fueron una constante en el continente africano durante siglos. Desde el siglo XX y ante la necesidad, Europa suele ser el destino elegido por los africanos que anhelan escapar de sus tierras devastadas en busca de nuevas oportunidades. En Europa son excluidos por gobiernos y sociedades que buscan la expulsión y la restricción del ingreso de los migrantes. Los que pasan los filtros se convierten usualmente en la mano de obra barata y precarizada.
En el campo futbolístico, las ligas profesionales en África datan en general de la década de 1950 en adelante, sumado esto a la pobreza de sus clubes y la debilidad de sus campeonatos, lleva a la búsqueda de una gran mayoría de jugadores africanos de llegar a un club europeo donde desarrollarse tanto futbolística como económicamente de un modo imposible en sus países de origen, incluso desde las categorías formativas. La posibilidad de obtener la doble nacionalidad implica para muchos una facilidad extra ya que no ocupan un cupo de extracomunitarios en los clubes. De las cinco selecciones africanas que compitieron en Rusia, sólo el diez por ciento de los jugadores actúa en las ligas de sus países: 8 en Egipto, 5 en Túnez, 2 en Marruecos, 1 en Nigeria y ninguno en Senegal. El mercado europeo que todo lo abarca toma a los mejores jugadores de otras latitudes y los incorpora a sus equipos. De los 23 seleccionados argentinos sólo 3 juegan en el fútbol local, todos los demás en Inglaterra, España, Italia, Francia, Holanda o Portugal.
El campeón del mundo tiene 14 de sus 23 jugadores con ascendencia africana y otros cuatro de las ex colonias francesas en el caribe. Los hijos de los inmigrantes africanos, los de segunda generación, nacidos en países europeos son las grandes figuras de los seleccionados del viejo continente. Mientras la Unión Europea cierra sus puertas a los inmigrantes y refugiados del mundo con discursos y prácticas xenófobas y racistas, los jóvenes hijos de migrantes triunfan en los clubes y seleccionados. En Bélgica fueron 11 los hijos de migrantes, mientras que en Inglaterra fueron 9. Todos ellos con ascendencia vinculada a un país africano. No es una novedad la presencia de genealogía africana en las selecciones europeas. En Francia este debate fue público durante la Copa Mundial de 1998 en la que la selección local se consagró campeona con la participación de Patrick Vieirá, nacido en Cabo Verde, Lilian Thuram, nacido en Guadalupe y su figura Zinedine Zidane, de ascendencia argelina.
Este fenómeno tiene su contracara en la participación de jugadores europeos en países que fueron colonias. Es el caso de Marruecos, que incorporó 16 jugadores nacidos en Europa como España, Francia, Holanda, Alemania, y uno nacido en Canadá, todos ellos hijos de marroquíes que se marcharon a esos países y que retoman la identidad de sus padres y madres como propia. Lo mismo sucede en Túnez, con 9 jugadores nacidos en Francia, en Senegal, con 8 franceses y un español y en Nigeria con dos holandeses, un ruso y un alemán. Este doble movimiento es consecuencia de generaciones de colonialismo europeo en África y de las constantes migraciones de ese continente devastado hacia Europa.
Los jóvenes árabes y/o negros descendientes de inmigrantes son los chivos expiatorios de las sociedades europeas. El sociólogo uruguayo-francés Denis Merklen cuenta la forma en que son perseguidos estos jóvenes de clases populares. Su principal hostigador cuando no logran triunfar en el fútbol y erigirse como una excepción, son las fuerzas de seguridad. Las derechas nacionalistas los señalan y los apuntan como extranjeros. De allí que los discursos que durante el mundial reclamaban la “africanidad” de los hijos de los inmigrantes deben tener en cuenta que retoman esta misma lógica. Sin negar sus raíces, ellos son claramente europeos en toda la ley, tienen y deben tener los mismos derechos que cualquier otro ciudadano nacido, por ejemplo, en Francia.
Así es y debe ser para Kanté, Mbappé, Pogbá o Tolisso, nacidos en Francia e hijos de africanos. No son migrantes, son ciudadanos franceses. Y el reclamo que llevan adelante esas poblaciones es el pleno reconocimiento de sus derechos ciudadanos y de sus condiciones sociales. Del mismo modo, tiene total legitimidad la decisión de quienes optan por representar a la patria de sus familias y que sienten como propia. Es el caso del defensor central del Napoli Kalidou Koulibaly, que decidió competir para Senegal y no para Francia y de Noureddine Amrabat, quien se negó a jugar para Holanda y representa a Marruecos, donde nacieron su padre y su madre.
El Mundial de Rusia mostró dos caras del colonialismo. Por un lado, la marca de la ascendencia africana en las selecciones europeas. Por el otro, la presencia de jugadores europeos que reivindican sus raíces africanas, representando a sus países. De esa manera puso el foco en la existencia de estas poblaciones silenciadas y negadas por los gobiernos europeos.
3. Fútbol y política
El partido enfrentaba a Suiza con Serbia. En el seleccionado serbio había cinco jugadores nacidos fuera de esas tierras, incluyendo a dos nacidos en Suiza: Aleksandar Prijović y Miloš Veljković. En el arco de enfrente había 8 jugadores nacidos fuera del territorio suizo. Entre ellos estaba Xerdan Shaqiri, nacido en Kosovo, un país en conflicto bélico con Serbia, que no reconoce su independencia. Su familia se mudó a Suiza huyendo de la guerra. Además, integraba este equipo Granit Xhaka, cuya familia albanesa también había escapado a Suiza luego de que su padre estuviera preso en Serbia por manifestaciones contra el gobierno. Incluso su hermano juega para la selección de una Albania que también reclama su independencia.
En el partido, Serbia ganaba por 1 a 0 cuando Xhaka conectó un rebote y, desde afuera del área grande convirtió un golazo a pura potencia. En el festejo, eufórico, cruzó las manos enganchadas por sus pulgares con las palmas hacia adentro. En el minuto final del encuentro Shaqiri picó a las espaldas de la defensa rival y punteó la pelota con la pierna izquierda ante la salida del arquero para poner el partido 2-1 y prácticamente asegurar la clasificación de su seleccionado a los octavos de final. En el grito de gol, desaforado, cruzó las manos enganchadas por sus pulgares con las palmas hacia adentro. El gesto de ambos jugadores hacía referencia al águila, símbolo de la bandera de Albania.
Las críticas a los jugadores no tardaron en llegar. El propio técnico suizo declaró post partido que “Nunca se debe mezclar la política y el fútbol. Creo que todos juntos debemos alejarnos de la política en el fútbol y deberíamos enfocarnos en este deporte como un juego hermoso y algo que une a las personas”. El subsecretario de la selección serbia anunció “escribiremos a la FIFA. Hubo varios gestos controvertidos y todos vimos lo que sucedió con ambos goles”. Finalmente, los jugadores no recibieron sanciones deportivas, pero sí fueron multados por el ente regulador del fútbol con 10.000 francos suizos (equivalentes a 10.135 dólares).
Los pronunciamientos políticos de parte de los jugadores y directores técnicos están prohibidos por la FIFA. Del mismo modo que se multa a las federaciones de los países cuyos hinchas tuvieron conductas discriminatorias o antideportivas. Durante este mundial fueron penadas las federaciones de Argentina y México, entre otras. En ese gesto, la asociación del fútbol iguala cualquier forma de manifestación política con la discriminación.
La palabra política parece prohibida para la FIFA, que promueve el deporte como una fuente de unidad y de celebración. Lo curioso es la capacidad que tiene la asociación para negar el espacio de la política en el marco de una competencia organizada en base a la división del mundo en estados nacionales. Allí donde se cantan los himnos, se pintan los colores, se venden las camisetas, flamean las banderas, también se sanciona el debate político. Lo que pareciera haber entendido Gianni Infantino, presidente de la entidad, es la distinción entre la política y lo político.
Para el pensamiento postfundacional esa diferencia está en entender la política desde su concepción tradicional, que incluye al sistema político, con sus formas de acción e instituciones, y hace referencia al momento instituido en que un proyecto político encuentra legitimidad y se torna hegemónico. Lo político, en cambio, refiere al momento instituyente, al acontecimiento como disrupción de lo establecido, a la transformación, a la pregunta ontológica por el fundamento de lo social, lo que nos conforma como sociedad y nos une. Lo político es aquello que cuestiona la política al poner en duda sus bases, sus condiciones y sus presupuestos. La FIFA se ordena en base a la lógica de la política. Es el ente hegemónico que nuclea a las federaciones nacionales y que organiza, regula y legisla sobre el fútbol profesional a nivel mundial. Es el orden del sistema político, la forma del momento instituido. Lo que preocupa a la FIFA no es el sistema político, sino la crítica y el cuestionamiento a las jerarquías que organizan ese sistema, a los presupuestos que la legitiman y le permiten establecer el dominio hegemónico.
Cuando un jugador muestra, por ejemplo, las banderas de las dos naciones con las que se siente identificado impresas en sus botines, como hizo Shaqiri a través de sus redes sociales, expone la fragilidad de la identidad nacional y con ello también los presupuestos sobre los que se organiza el mundial, la FIFA y los estados nación en sí mismos. Cuando el cuestionamiento político emerge desvela los fundamentos de los poderes instituidos. Lo que niegan es la dominación y la explotación que organizan las naciones en su interior y al sistema político en general. Lo que ocultan es la división de la sociedad en clases sociales, en géneros, y la estructuración desigual de esas diferencias. Esto quiere evitar la federación internacional cuando sanciona las manifestaciones políticas: el conflicto. Es una tarea difícil, quizás imposible. El fútbol, lo político y la política siempre estuvieron vinculados y pareciera que siempre lo estarán. En el marco de la organización de una Copa Mundial de fútbol de países, esa presencia política es indiscutible. Por lo tanto, seguirán existiendo, mal que le pese a la FIFA, manifestaciones de lo político.
Retomar la pregunta por la identidad, entendiéndola como un prisma con infinitas caras en vez de como una normativa estandarizada y rígida, nos puede acercar a comprender de un modo más amplio las complejas aristas que la implican. Esa pregunta revela la fragilidad de las naciones y el ser nacional como una esencia, reponiendo su carácter histórico. Reinstalar la pregunta por lo político abre las posibilidades al cuestionamiento de los presupuestos, de aquello que parece instituido, visibilizando las desigualdades. La Copa Mundial de Fútbol de naciones expone algunas de las contradicciones de los estados nacionales y, en sus grietas, las posibilidades de pensar el conflicto. En los festejos de la Francia campeona del mundo, en las calles de París, entre el azul, el rojo y el blanco, celebraban hombres y mujeres con banderas y camisetas de Argelia y de Túnez.