Este artículo apareció originalmente en francés, escrito por Paul Morao, editor de Révolution Permanente, parte de la red internacional de La Izquierda Diario. Frédéric Lordon es un economista y sociólogo francés. Entre sus últimos libros están Figures du communisme (La Fabrique, 2021), y, en castellano, Capitalismo, deseo y servidumbre. Marx y Spinoza (Tinta Limón, 2015). En su blog en Le Monde Diplomatique de Francia acaba de publicar una nota, Sale tartine (“tostada sucia”), [traducida al castellano y publicada bajo el título “¿Cómo enfrentar realmente al fascismo?” en LMD Edición Cono Sur] donde defiende el vínculo entre el voto al Nuevo Frente Popular en las elecciones legislativas y las luchas, denunciando las posiciones de la “extrema izquierda”, aunque ello implique restar importancia a lo que está en juego en los cambios que se están produciendo. Aquí va una respuesta.
El anuncio de la disolución de la Asamblea Nacional tras la aplastante victoria de la extrema derecha en las elecciones europeas tuvo el efecto de una explosión. En un artículo ampliamente difundido, Frédéric Lordon analiza la situación sin precedentes que se ha abierto en el país. Podría ser un ejercicio saludable si arrojara algo de luz sobre la situación actual, para que podamos ir más allá de nuestros reflejos de pánico, considerar las cuestiones en juego y debatir una estrategia para nuestro campo. Por el contrario, Frédéric Lordon ensaya una larga defensa del voto al “Nuevo Frente Popular” [una alianza que reúne, principalmente, al Partido Socialista (PS), Los Verdes (EELV), La Francia Insumisa (LFI) y el Partido Comunista Francés (PCF)], en nombre de un enfoque “leninista” de las elecciones legislativas y de un llamamiento a superar el “antielectoralismo por principios” de la extrema izquierda. Utilizando la metáfora de una “tostada con mierda” [(sic), “tartine de merde” algo similar a la locución argentina “tragarse sapos”, que es la que usaremos aquí desde ahora en adelante, N. del T], Lordon presenta el apoyo a la unión de los viejos aparatos como la única “opción racional”. Así pues, hay que ir a por ella, a pesar del asco que pueda inspirar. Dado que el texto del compañero, junto a quien hemos luchado y seguiremos luchando, presenta una versión distorsionada de la posición de Révolution Permanente y refleja un sentimiento ampliamente compartido en la izquierda desde el 9 de junio, nos ha parecido indispensable continuar el debate.
¿Tanto problema por un sapo?
Pónganlo como quieran, ¿pero tanto problema con tragarse un sapo mientras del otro lado es inminente la llegada del fascismo?: eso dice Lordon, en sustancia, en su artículo. La situación exigiría, por lo tanto, ponerse al lado de un antiguo ministro de Macron, artífice de la Ley de Trabajo y de la reforma de las pensiones de Elisabeth Borne, y hacer la vista gorda ante el apoyo mostrado por figuras tan integradas (o que desean integrarse) en el régimen como Yannick Jadot, Carole Delga, Raphaël Glucksmann e incluso el expresidente entre 2012 y 2017 [cuyo ministro de Economía fue Emmanuel Macron], François Hollande, designado candidato el sábado pasado por el Nuevo Frente Popular (NFP). ¿Traidores al acecho, preparando la próxima traición? No, como se puede leer en las redes sociales, son apoyos “moderados” que son bienvenidos en las elecciones legislativas para oponerse a la extrema derecha.
El texto de Lordon es una clara invitación a adoptar el mismo enfoque: ahora es el momento de hacer fuego con toda la leña para calentar y tragarse toda esa comida desagradable. Para atacar a quienes rechazan esta opción y pretenden discutir otra estrategia para afrontar la situación, Lordon construye un hombre de paja: una extrema izquierda “antielectoral” por principios [1]. La acusación sirve para despolitizar las críticas dirigidas al NFP reduciéndolas a la postura moral de “izquierdistas” que se niegan a ensuciarse las manos. Este artificio retórico oculta el fondo de las críticas de “extrema izquierda” al NFP, todas las cuales están dirigidas contra la peligrosa rehabilitación del ala de centro-izquierda del régimen, encarnada por el Partido Socialista y su aliado histórico Los Verdes, en nombre de la lucha contra la extrema derecha.
Pero este dato no es ninguna trivialidad. Desde los años 70, el Partido Socialista ha servido para canalizar la radicalización surgida a partir del “68” y para consolidar el “golpe de Estado permanente” de la V República desde que llegó al gobierno en 1981. Traicionó abiertamente a los trabajadores y a las clases populares y desempeñó un papel central en la construcción de la Unión Europea, instrumento de las principales potencias imperialistas del continente, encabezadas por Francia y Alemania. Todos estos son elementos sobre los que RN y su demagogia racista se han montado, profundizando las divisiones políticas dentro de la clase obrera, que son un obstáculo central para el derrocamiento del capitalismo. El enfoque de la discusión de Lordon sobre el voto, reduciéndolo a un acto individual sin futuro, conduce a atenuar los problemas que hay. El llamado a “tragarse sapos” implica abrir la boca, pero también cerrar los ojos.
Todo esto es tanto más sorprendente si tenemos en cuenta que Frédéric Lordon fue uno de los protagonistas de la lucha contra la Ley de Trabajo en 2016, uno de cuyos principales logros fue hacer que casi desapareciera el Partido Socialista. Desacreditado a gran escala, el hundimiento del PS había permitido a sectores del movimiento de masas desplazarse hacia la izquierda. Esta dinámica explica, entre otras cosas, la emergencia de una corriente neorreformista en torno a La Francia insumisa en las elecciones presidenciales de 2017, al mismo tiempo que la profundización de la crisis orgánica del capitalismo francés, a la que el macronismo solo aportó una solución temporal. Para aquellos que vivieron el quinquenio de gobierno de Hollande, el hecho de que el regreso del ex presidente, candidato en Corèze por el NFP, pase como si nada debería ser un enorme llamado de atención: el hombre responsable de ataques de brutalidad histórica contra los trabajadores y las clases populares y de una intervención imperialista en Malí vuelve a tener derecho a un lugar en la izquierda. Puede terminar en una lista junto a los Insumisos, suscitando incluso reacciones favorables de Jean-Luc Mélenchon y Philippe Poutou.
Sin embargo, Lordon nos exhorta a “ir allí” de todos modos, incluso proporcionando a los que podrían estar preocupados por esta rehabilitación exprés un argumento de autoridad: “Lo cierto es que, en una situación de rehenes, no tenés tiempo para hacerte el vivo y no te queda más remedio que pasar por el bisturí” [2]. Sin embargo, el compañero plantea dudas sobre la estrategia y señala al final de su texto: “La cuestión ahora, por tanto, es dónde se establecerá el centro de gravedad de la coalición de izquierda. Si la respuesta está a la izquierda de la derecha o incluso de la extrema derecha, entonces ya no es una elección racional, sino todo lo contrario”. Pero tras haber planteado la hipótesis de que la “apuesta de tragarse sapos” podría contribuir igualmente a la “fascistización”, no se atreve a ir más allá. Y, sin embargo, ahí reside el problema estratégico central: el posible retorno de una izquierda reformista gubernamental que ha permitido el florecimiento de la extrema derecha.
Salgamos de esta negación del examen de la “situación concreta”, algo sobre lo que Lordon pretendía ilustrarnos, y ampliemos su reflexión. Es cierto que el NFP vive una situación de “inestabilidad hegemónica”, como la define Stathis Kouvélakis, pero, por muy inestable que sea, es el componente más brutalmente imperialista y antiobrero del NFP el que está experimentando una dinámica ascendente en las últimas semanas. Después de 2022, la antigua alianza Nupes [formada por casi los mismos componentes que el actual NFP], concebida y puesta en marcha por Mélenchon, permitió al PS salvar la ropa en las elecciones legislativas, al preservar su grupo parlamentario a pesar de un resultado históricamente bajo en las presidenciales. Un trampolín para volver a la ofensiva, comprometiéndose cada vez más con el régimen y atacando duramente a La Francia insumisa. Con un 14% de los votos en las elecciones europeas, el Partido Socialista se puso a la cabeza de la izquierda institucional tras una brutal campaña centrada en el militarismo y en el plan para acabar con todo lo que LFI ha podido encarnar de radical en la izquierda institucional en los últimos años [3]. Hoy, es el PS el que se prepara para ver aumentar mecánicamente su número de diputados tras recibir 100 circunscripciones más que en el acuerdo de candidaturas de la antigua Nupes en 2022. Aunque LFI podría conservar el mayor grupo parlamentario de la izquierda, la suma de sus tres competidores podría dejarlo en minoría, como hemos visto con las discusiones en torno al método de elección del futuro primer ministro en un eventual gobierno del NFP. Por último, sabemos que la posibilidad de un acuerdo con la centro-izquierda es uno de los caminos que puede emprender el partido de Macron, que ya está llamando a votar a los candidatos del PS, del EELV o del PCF en caso de que pasaran a las elecciones de segunda vuelta del 7 de julio frente a RN.
Uno está tentado de preguntarse si Lordon no está esquivando el tema por miedo a tener que asumir las fallas de su razonamiento y su papel de garante “radical” en una gran operación de amnistía de la “izquierda de derecha”. En 2017, se burló del “espasmo fusional” provocado por la elección entre Macron y Le Pen, y denunció los mandatos morales que llevaban a sumarse al aluvión republicano detrás de Macron. No se puede poner a todas las fuerzas del Nuevo Frente Popular al mismo nivel que Macron, pero algunas de ellas podrían parecérsele una vez que lleguen al poder en caso de victoria legislativa, como señala, por ejemplo, Bruno Amable, que plantea la posibilidad de una recomposición del “bloque burgués” [4] Bajo la égida de una parte de la izquierda institucional. Pero a diferencia de 2017, esta vez Lordon participa de la unanimidad reinante, negándose a ver que forma parte del mismo tipo de dinámica que denunciaba entonces, y apoyando así la futura rehabilitación de variantes del “frente republicano” y del “mal menor”, que siempre preparan lo peor.
¿Pánico o debate estratégico?
En una situación en la que los peligros se acumulan en Francia y a nivel internacional, ensalzar las virtudes de tragar sapos y forjar una retórica prefabricada para justificar casi todo no es probablemente la mejor manera de proporcionar puntos de referencia a los que luchan. Para apoyar su punto de vista, Lordon ofrece una ilustración sorprendente de lo que, en su opinión, significaría la llegada de RN al poder. La situación actual anuncia un periodo de gran inestabilidad y de bruscos virajes. Con su apuesta fallida, Emmanuel Macron ha precipitado el hundimiento del bloque de centro, abriéndole el paso al “bloque de extrema derecha”. Este último está ahora en proceso de unificación parcial bajo la égida de la RN, tras un acuerdo con Éric Ciotti (hasta hace pocos días presidente del partido de derecha moderada Los Republicanos, quien por el momento permanece relativamente aislado dentro de su partido), y con algunos altos dirigentes del partido de ultraderecha de Éric Zemmour, Reconquête. Por otro lado, el “Nuevo Frente Popular” asegura a la izquierda reformista reforzar su presencia en la Asamblea Nacional, sin garantizar la victoria. En este panorama, prima la polarización entre los dos polos opuestos, pero las elecciones también podrían desembocar en la ausencia de mayoría absoluta, abriendo el camino a una situación de ingobernabilidad, a un gobierno técnico o a coaliciones bizarras.
En lugar de contribuir a esclarecer esta compleja situación, Lordon se centra en una única posibilidad, la llegada de RN al gobierno, descrita como el advenimiento inmediato de un régimen fascista, en el que se disparará con munición real contra los manifestantes, se prohibirán los sindicatos y se desatarán las milicias neonazis en las calles. Aquí, la descripción de la catástrofe que se augura es inversamente proporcional al desarrollo de una reflexión global sobre la situación. En lugar de ofrecer alguna perspectiva, Lordon alimenta el pánico que ya se ha apoderado de una gran parte del “pueblo de izquierda”, en un gesto que poco tiene que ver con el “ejercicio frío y estratégico” que Lordon afirma en su texto.
Sin duda, la llegada de RN al poder significaría una profundización de las políticas autoritarias y racistas que ya se han endurecido en los últimos años, con consecuencias inmediatas para los extranjeros y las “minorías”. Las prohibiciones de manifestaciones, la disolución de organizaciones, la expulsión de religiosos musulmanes, los estallidos de brutalidad policial contra manifestaciones o revueltas en barrios obreros o en Kanaky, todo ello se amplificaría con la llegada al poder de Bardella, que buscará dar muestra de su capacidad para ir más lejos que Macron en estos terrenos. La represión de la extrema izquierda también estará en el orden del día, mientras que en los últimos días los voceros de RN han anunciado con bombos y platillos que quieren ir a por la “ultraizquierda”, preparándose así para continuar la labor de criminalización de la oposición iniciada por el ministro del Interior y de Ultramar, Gérald Darmanin.
Contrariamente a lo que escriben Lordon y otros intelectuales, un régimen así no sería fascista, sino que correspondería a una forma más dura y violentamente xenófoba de “bonapartismo”, es decir, un régimen en el que el centro de gravedad del poder reside en el aparato del Estado, y en particular en la policía y el ejército, y no en el parlamento. Trotsky insistió en esta distinción entre “bonapartismo” y “fascismo” en sus escritos sobre Alemania en la década de 1930, no para minimizar el peligro del primero (Trotsky se opuso firmemente al optimismo ciego de la dirección del Partido Comunista alemán y defendió una política coherente de frente único ante los inmensos riesgos de la situación), sino para determinar con precisión en qué punto se encontraban la descomposición de la República de Weimar y el avance de las fuerzas fascistas. Como resume Ernest Mandel en su trabajo Sobre el fascismo:
El fascismo no es simplemente una nueva etapa en el proceso por el que el ejecutivo del Estado burgués se hace más fuerte y más independiente. No es simplemente "la dictadura abierta del capital monopolista". Es una forma especial del "ejecutivo fuerte" y de la "dictadura abierta", caracterizada por la completa destrucción de todas las organizaciones de la clase obrera -incluso la más moderada, incluyendo la socialdemócrata.
Aquí hay que subrayar dos cosas. En primer lugar, Bardella y Le Pen están mucho más cerca de otras figuras de la extrema derecha contemporánea como Trump, Bolsonaro, Orban o Meloni que de Hitler o Mussolini. Si bien estas fuerzas de la “derecha radical” pueden formar parte de lo que Enzo Traverso llama una “matriz fascista”, cuando han estado en el poder todos ellos han reforzado los resortes más autoritarios y reaccionarios de sus respectivos regímenes, sin dar ningún giro cualitativo. Esto no quiere decir que sus gobiernos no sean o hayan sido brutales, violentos y mortíferos, ya sea que pensemos en las diversas políticas autoritarias y xenófobas que llevaron a cabo, como el cambio en la composición del Tribunal Supremo que permitió el histórico ataque al derecho al aborto en Estados Unidos, o en la criminal gestión de la pandemia por parte de Bolsonaro. Sin embargo, hay que distinguir este tipo de poder de los regímenes fascistas, que siguen formando parte del horizonte del capitalismo en descomposición, en el contexto de un salto de la crisis capitalista a la guerra, pero que no corresponden todavía al tipo de régimen al que nos enfrentaremos en Francia tras las elecciones legislativas si RN obtiene la mayoría absoluta. A esto se añaden las contradicciones inherentes al proyecto de RN y a su base social compuesta, que se agudizarán una vez en el poder, así como los límites de su capacidad de movilización desde abajo, que no tienen nada en común con los grupos paramilitares de las organizaciones fascistas, a pesar de la existencia e incluso el dinamismo de ciertos grupúsculos que mantienen una relación más o menos secreta, pero no exenta de conflictos, con RN.
Lordon tiene razón al señalar que el Estado bonapartista francés, pilar del régimen más autoritario de Occidente, no es el Estado italiano, y que ofrece más herramientas para una ofensiva muy dura si la extrema derecha llega al poder. Giorgia Meloni es también un caso límite de alineamiento total de una dirigente de extrema derecha con el establishment estadounidense y europeo, inseparable de su trayectoria personal [5] Y de la situación del imperialismo italiano, debilitado en Europa y en su zona de influencia mediterránea y golpeado por graves dificultades económicas. Como una especie de “Syriza” para la extrema derecha, el ejemplo de la dirigente italiana no puede trasladarse mecánicamente para imaginar la llegada de RN al poder. Sin embargo, la dinámica de la lucha de clases en Francia tampoco es la misma que en Italia, donde la izquierda prácticamente ha desaparecido gracias a las políticas neoliberales y pro-UE de los amigos del PS francés en ese país, a saber, el Partido Democrático, surgido del antiguo Partido Comunista Italiano, llevando a la desaparición del PC más fuerte de Occidente. Así que las ofensivas de un gobierno de extrema derecha se encontrarían con una resistencia que en Francia está lejos de haber sido liquidada, a menos que cerremos prematuramente el ciclo de luchas abierto en 2016 y consideremos que una victoria desde arriba el 7 de julio equivale a aplastar al movimiento obrero en las calles. A pesar de las derrotas acumuladas, la energía de los cientos de miles de personas que se han manifestado estos últimos días, como la de los millones de trabajadores movilizados por las direcciones sindicales hace un año, está lejos de haber desaparecido.
En una situación extremadamente tensa para el régimen, en la que el escenario preferido por Macron es reactivar el “bloque de central” cueste lo que cueste, Bardella sería sin duda un acelerador de la “fascistización”, pudiendo contar con una fuerza policial envalentonada y reforzada, pero no con ese poder omnipotente que no admite ningún desafío como describe Lordon, basándose en un sentimiento más que en un examen de la relación de fuerzas. Decir esto no es autoengaño ni que consideremos que la llegada al poder de la extrema derecha sería algo deseable, como pretenden hacer decir a quienes critican al NFP los que los tachan de “aceleracionistas”. Pero el creciente arraigo político de la extrema derecha nos obliga a mirar más allá de los sapos. Y tenemos que considerar todas las cuestiones que están en juego en la situación, en la que la lucha contra todas las formas de cooptación/canalización del movimiento de masas es una cuestión clave. Al pretender, una vez en el poder, calmar a la vanguardia obrera y evitar cualquier explosión social, un retorno con fuerza de la “izquierda de derecha” podría de hecho alimentar una profunda desmoralización, multiplicando la posibilidad de que la extrema derecha llegue al poder en 2027 y se quede allí.
El “viejo” frente popular y el reto de defender una política independiente del régimen y de sus partidos
Estas reflexiones son esenciales para comprender la cuestión central que se nos plantea: cómo romper realmente el impulso de RN, que, sea cual sea el resultado final el 7 de julio, lleva varios años arraigando política y socialmente, en particular entre las clases populares. Proponiendo superar “la antinomia entre las ‘elecciones’ y ‘la calle’”, Lordon concluye su texto llamando a “construir [el número] lejos de las instituciones, lejos de todos los mediadores que están en quiebra o enredados en la lógica del sistema institucional general, partidos oficiales, centrales sindicales, etc.”. En lugar de superar la “antinomia”, el compañero presenta una propuesta desarticulada, sugiriendo que cualquier política electoral sería compatible con cualquier política en el terreno de la lucha de clases.
Minimizando las implicaciones estratégicas de sus tácticas electorales, Lordon descarta el hecho de que la dinámica del NFP pese sobre la conciencia de los sectores de vanguardia y pueda socavar sus capacidades de resistencia. A escala de las luchas de partidos, la lucha a muerte entre el PS-EELV-PCF y la LFI debería dar una idea de por qué la política electoral no es neutra en sus implicaciones, del mismo modo que la historia de las varias “uniones de la izquierda” (reformista) que han existido nos enseña su capacidad de pasivización/cooptación del movimiento obrero. Contrariamente a la creencia popular, los grandes momentos de crisis no solo están marcados por el triunfo de corrientes políticas ultrarreaccionarias, sino también por diversos intentos de canalizar el impulso obrero y popular, que sistemáticamente acaban preparando el terreno para las fuerzas reaccionarias.
Lordon peca aquí, más que de hacerse ilusiones en la unión de la izquierda reformista, de adherirse a una historia mítica del Frente Popular en Francia. Escribe:
La verdadera historia del Frente Popular no comenzó la noche de la segunda vuelta electoral del 3 de mayo de 1936, cuando se impuso en las elecciones, sino el 11 de mayo, con las primeras huelgas. Fue un programa notablemente débil el que llevó al poder. No importa: creó una situación.
Así pues, el sapo que tendríamos que tragarnos ya no sería solo un mal momento que hay que transcurrir, sino que potencialmente podría abrir una brecha para el movimiento de masas. Aquí Lordon está exagerando las posibilidades que podría crear una victoria electoral, y sumándose a una idea común en las alas “radicales” de la izquierda institucional según la cual la conquista electoral del poder sería una condición previa útil, si no indispensable, para cualquier movimiento revolucionario. Desgraciadamente, la “historia real” del “Frente Popular” muestra precisamente lo contrario.
No comenzó el 3 o el 11 de mayo de 1936, sino en febrero de 1934, cuando las masas trabajadoras obligaron al PCF y a la SFIO [el antiguo nombre del actual PS] a unirse tras los disturbios fascistas. La alianza electoral entre los dos principales partidos obreros franceses y un pilar de la III República, el Partido Radical, fue dictada por la agenda de la burocracia soviética, que estaba ansiosa por establecer relaciones diplomáticas con Francia para conseguir aliados frente a la amenaza del régimen de Hitler. La política del PCF desempeñó el papel de moneda de cambio con el Estado francés, garantizando una relación leal con sus instituciones, lo que se expresó emblemáticamente en la presión ejercida por el partido para moderar el programa del Frente Popular, el giro nacionalista del partido y su condena, en el verano de 1935, de las movilizaciones obreras en los arsenales de Brest y Toulon. Sangrientamente reprimidos, los obreros que se oponían a las medidas de austeridad del gobierno de Laval fueron acusados por el PCF de “provocadores”. El frente popular mantuvo así, desde el comienzo, una relación de contención frente a las masas, razón por la cual los militantes trotskistas franceses de la época, que estaban en primera línea defendiendo la unidad de las organizaciones obreras a principios de los años 30, libraron una intensa lucha política contra el Frente Popular [6]. Y si en 1936 las masas se desbordaron a pesar de la elección del gobierno, no fue porque se hubiera “abierto una situación”, sino porque el Frente Popular no había logrado encauzar plenamente la situación que ya existía y contra la cual se había formado.
Es cierto que el gran movimiento huelguístico con ocupaciones de fábricas finalizará con conquistas sociales, pero estas eran el producto de una lucha a gran escala y de la voluntad del gobierno del Frente Popular de encontrar una salida a “esta formidable situación, esta situación que he calificado no de revolucionaria, sino de cuasi-revolucionaria”, como diría unos años más tarde Léon Blum. Esta política impidió que las grandes huelgas cambiaran de forma duradera la correlación de fuerzas en el país, dando lugar rápidamente a una vuelta a las políticas antiobreras, autoritarias y xenófobas. El gobierno del Frente Popular se apresuró a reprimir, incluso con derramamiento de sangre, todo lo que consideraba demasiado radical en el país, ya se tratara de los pueblos colonizados, sometidos a “una oleada de represión, encarcelamientos, disolución de movimientos y fusilamientos” [7], de la extrema izquierda antifascista, como en los fusilamientos de Clichy en marzo de 1937, o de los extranjeros, blanco de una política ultraxenófoba dictada por la derecha y la extrema derecha a partir de 1938.
El mito que rodea al Frente Popular hace que desaparezcan estas cuestiones y considera que una política de apoyo a las “uniones de la izquierda” reformista sería un mero momento “táctico” sin consecuencias [8]. Esto es coherente con el “punto L”, la hipótesis estratégica definida por Lordon, que hace de la combinación de un gobierno de la izquierda reformista y un movimiento de masas el escenario preferido para el desarrollo de un movimiento revolucionario. Es una hipótesis que sobreestima las posibilidades abiertas por una victoria electoral y que, por el contrario, subestima el impacto de las ilusiones electorales en los sectores de vanguardia y el desafío de construir organizaciones revolucionarias independientes. Al criticar abiertamente las diversas versiones del “frente popular”, estas últimas han luchado históricamente contra las ilusiones y desilusiones características de estos momentos [9]. Defendiendo así las condiciones de posibilidad del tipo de política independiente que reclama Lordon. Es precisamente en este planteamiento donde encontramos la lógica “leninista”. Lordon se reivindica como adherente a ella, pero la reduce a un ultrapragmatismo y a un virtuosismo de la “táctica” política.
Sin embargo, no fue simplemente el “derrocamiento del capitalismo” lo que sirvió de brújula estratégica a Lenin, sino la resuelta defensa de la independencia de las masas trabajadoras y sus instituciones frente al Estado y la hegemonía burguesa. Frente a este desafío, la construcción de un partido revolucionario que luchara por construir una orientación para la clase obrera y los oprimidos, que fuera autónoma de los partidos y burocracias serviles a las clases dominantes, constituía una tarea central, de lo contrario se neutralizaría cualquier perspectiva revolucionaria. Durante casi 20 años, la lucha política de los bolcheviques estuvo guiada por su negativa a seguir los pasos de las distintas alas vinculadas al régimen, ya fueran liberales (los kadetes), “radicales” (los eseristas) o incluso socialistas y obreras (los mencheviques), lo que llevó a que se condenara regularmente a Lenin por “intransigencia”. Sin embargo, fue este programa el que permitió a los revolucionarios rusos, en 1917, oponerse al “frente popular” encarnado por el Gobierno Provisional dirigido por el representante de la burguesía liberal, Kérenski, apoyado por los partidos socialistas “moderados”, negándose a que los soviets se subordinaran a él, al tiempo que se mostraban dispuestos a luchar para defenderlo ante la amenaza de las fuerzas fascistas, como cuando Kornílov amenazó con dar un golpe y barrer el gobierno.
Esta experiencia sería considerada por la III Internacional como una escuela estratégica y un ejemplo canónico de la necesidad de que los revolucionarios dirijan la lucha tanto contra las fuerzas reaccionarias fascistas como contra los agentes de contención del movimiento obrero. Es un desafío fundamental para cualquier lucha consecuente contra el fascismo, cuyas diversas variantes de Frente Popular en Francia, España y Chile han terminado por preparar el camino para su ascenso al poder desarmando las luchas de masas, la única fuerza capaz de oponérsele resueltamente.
Por un frente único contra Macron y la extrema derecha
En los últimos días, la emergencia del NFP ha transformado la urgencia de luchar contra la extrema derecha en el apoyo a un acuerdo entre aparatos, limitado a una estrecha perspectiva electoral. La movilización de la CGT, que ha optado por lanzar una campaña de apoyo activo al NFP, se inscribe en el mismo planteamiento. No solo es probable que el Nuevo Frente Popular refuerce a algunos de nuestros enemigos de clase, como viene quedando cada vez más claro hasta para algunos de quienes apoyan la alianza, sino que también deja de lado cuestiones que son fundamentales para hacer retroceder a la extrema derecha.
Con su programa más moderado que el de la Nupes y su proyecto de “dar credibilidad” a la izquierda, a imagen de la intervención del diputado de LFI, Éric Coquerel, y Boris Vallaud (presidente del bloque del PS en la Asamblea Nacional) en la cámara patronal Medef, el NFP sitúa en el centro de su estrategia la reconquista de los descontentos de “izquierda” con el macronismo. Esta política, orientada hacia el electorado de clase media urbana, contribuye a mantener y profundizar la división de nuestra clase, dejando a una parte de los trabajadores y de las clases medias empobrecidas en el seno del bloque reaccionario de RN, y haciendo que otra vez la cara de la izquierda sean algunos de los peores enemigos de los trabajadores como François Hollande. El hecho de que el periodista François Ruffin, diputado de LFI que en los últimos años decía defender una estrategia orientada a unir a las clases trabajadoras, haya pasado de ser un símbolo del “nunca más con el PS” en 2016 a ser el principal artífice de la rehabilitación del Partido Socialista, dice mucho de los cambios en curso.
Contra estos acuerdos de arriba abajo de los aparatos electorales, forjados con el beneplácito de las direcciones sindicales, es necesario luchar por una política de frente único que tenga un carácter combativo y sea realmente capaz de hacer retroceder a Macron y a la extrema derecha. La batalla por las pensiones, que sacó a millones de personas a la calle y silenció a la extrema derecha durante meses, demuestra que las fuerzas existen y están disponibles. Lo mismo ocurre con las luchas que se han sucedido desde 2016, desde la Ley de Trabajo a los Gilets jaunes, pasando por la revuelta en los barrios obreros en 2023 o las movilizaciones en Kanaky en las últimas semanas. Lo que falta en estas dinámicas es una dirección que busque llevar la lucha hasta el final, sin tregua, contra Macron, la extrema derecha y su mundo. Una dirección con un programa de acción claro, basado en las reivindicaciones del conjunto de nuestra clase, inflexible en la lucha contra el racismo y la xenofobia, y que busque así unirla en la lucha contra los grandes capitalistas.
Solo una perspectiva así podría construir una alternativa para los millones de trabajadores que sufren la degradación y el deterioro de sus condiciones de trabajo y de vida. En un momento en que una parte cada vez mayor de ellos utiliza las diversas figuras del “extranjero” como chivo expiatorio de su resentimiento, solo mediante la lucha, sacándose de encima el sentimiento de impotencia y superando las aspiraciones atrofiadas de la “competencia social racializada” [10], será posible socavar el impulso de la extrema derecha y hacerla retroceder. Para defender esta posibilidad, es imperativo luchar contra quienes, en la derecha, el centro y la izquierda reformista, aspiran a regenerar el régimen y a neutralizar las fuerzas que se oponen o podrían oponerse a él. Esto es tanto más fundamental en un momento de crisis, en el que las presiones nacionalistas y guerreristas, que distan mucho de ser prerrogativa solo de RN, son factores poderosos para liquidar la independencia de clase.
Frente al peligro real de arraigo de la extrema derecha, es la defensa de otra lógica -de combate revolucionario más que de compromiso, algo más que apenas las ilusiones en la posibilidad de reducir las peores tendencias del régimen- lo que pretende encarnar la campaña para las elecciones legislativas lanzada por Révolution Permanente en la 2ª circunscripción de Seine-Saint-Denis, con Anasse Kazib y Elsa Marcel como candidatos. Frente a las organizaciones de la “extrema izquierda” que han decidido diluirse en el Nuevo Frente Popular, como el NPA-L’Anticapitaliste de Philippe Poutou, que ahora explica en sus entrevistas que no es “antipolicía” y llama a la “unidad de la izquierda” incluyendo a Hollande, nosotros nos encargamos de hacer campaña a contracorriente. Las reacciones de las bases, en los barrios obreros donde la izquierda sigue siendo fuerte, pero donde la extrema derecha está empezando a emerger y donde la desilusión con la izquierda institucional está alimentando un alto nivel de desmoralización, refuerzan nuestra convicción de que tenemos que presentar un mensaje diferente. Porque los trabajadores y las clases populares de este país empiezan a estar hartos de tragar sapos...
Traducción y adaptación: Guillermo Iturbide
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