En este tiempo de pandemia se hace más patente la precariedad en puestos de trabajo que demuestran que, en una situación que ninguno deseamos, las olvidadas y olvidados somos necesarios y “esenciales", aunque estemos tan expuestos hasta un riesgo que nos puede llevar a la muerte.
Lunes 13 de abril de 2020
Ante todo lamento que habrá personas que después de leer este artículo miren a su empresa, con otros ojos. Yo voy a contar sobre todo una realidad que está ocurriendo en la empresa donde trabajo, Caprabo-Eroski. Un mes antes de esta, llamémosla crisis por no llamarla guerra biológica, en Caprabo se esperaba una reducción importante de puestos de trabajo y seguramente modificaciones sustanciales de las condiciones de trabajo tremendas, donde los que hoy en día exponen su salud y la de los suyos ya estaban con amenazas veladas de despidos.
Siempre se ha visto que la empresa Caprabo-Eroski nunca jamás haya tenido ningún tipo de consideración con sus trabajadoras a la hora de ser madres, acceder algún cargo, etc. Entonces, ¿qué íbamos a esperar de ellos en esta crisis? Yo nada, yo no me asombro, porque tengo que escuchar a compañeras de caja que solamente se acuerdan de ellas los vecinos que trabajan en el sector clínico, bajándoles una simple mascarilla porque la empresa las dejan expuestas, sin seguridad, sin guantes, sin gel desinfectante, sin mamparas o con unas mamparas ridículas.
Hoy en día se les hace cerrar a las 20.00 hs lo que se dice de cara al público, pero que la empresa las obliga a quedarse sin necesidad metidos dentro hasta las 21:00hs o a las 21:30hs, y después de semanas de sobrecarga laboral tenemos -a la que añadir también la emocional- está más que patente en sus cuerpos.
Se les hacen ir a trabajar un viernes santo a puerta cerrada, una vez y un día más expuesto. Les da igual, para la empresa somos el segundo batallón, un trabajo precario, pero ironía de la vida somos esenciales en una lucha contra un enemigo que según ellos no contempla clases sociales.
Caprabo-Eroski: nunca se le podrá perdonar y sobre todo nunca deberán esperar que sus trabajadoras los miren como una empresa comprometida con ellas. Están dejándolas a cada una de ellas a los pies de los caballos sin darles tregua, ni una mínima seguridad para protegerse. Vuelven con miedo a sus casas, con miedo a que su hija se le abrace de alegría de verla y tenga que rechazarla por su bien. Es más, ni después de una ducha y poner ha lavadora puede darle ese abrazo y ese beso que le daría si no estuviera expuesta y la expusieran.
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