Hace exactamente cien años, los revolucionarios alemanes Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron brutalmente asesinados por milicias protofascistas. ¿Qué importancia tiene hoy su programa, por el cual fueron asesinados?
Martes 15 de enero de 2019 12:56
El revolucionario ruso W.I. Lenin describió en 1917 en referencia a Karl Marx lo que hoy podemos observar con Luxemburgo y Liebknecht:
En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para "consolar" y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola
Este domingo, cuando más de diez mil personas conmemoraron el asesinato de los revolucionarios alemanes en una manifestación en Berlín, desde la Organización Revolucionaria Internacionalista (RIO) denunciamos su canonización por parte del reformismo y el estalinismo.
La burguesía alemana, como también la burocracia estalinista de la RDA, tergiversaron las obras y vidas de los revolucionarios, en especial de Luxemburgo.
A los órdenes de la socialdemocracia, Rosa fue golpeada, fusilada y tirada al canal Landwehr de la capital alemana. Su camarada Karl Liebknecht fue fusilado por sus espaldas por cuatro miembros de las milicias monarquistas y protofascistas del Freikorps.
Antimilitarismo y guerra
Liebknecht y Luxemburgo lucharon desde temprano contra el militarismo alemán y la guerra. Ambos fueron encarcelados por ello y vieron desde antes de la guerra la inevitabilidad de ella como mecanismo para la destrucción de medios de producción y la posición que debería tomar la socialdemocracia frente a estas cuestiones.
Cuando al comienzo del siglo XX, fueron aumentando las tensiones entre los imperialismos, y los marxistas revolucionarios como Liebknecht y Luxemburgo comenzaron a ver el comienzo de la primer guerra imperialista en el horizonte, una contradicción central en la socialdemocracia alemana comenzó a hacerse visible: el interés de la clase trabajadora mundial comenzó a chocar con los intereses de las burocracias sindicales y políticas de sus organizaciones. En especial la SPD, el partido socialista más grande de esa época, contaba con 700 mil afiliados y dos millones de afiliados en sus sindicatos y por ende un aparato burocrático, con un interés objetivo y en contra del interés de sus afiliados en mantener su posición privilegiada.
El 28 de junio de 1914, finalmente llegó el momento tan temido y, con el asesinato del príncipe austro-húngaro en Serbia, comenzó la matanza imperialista que posteriormente se conocería como Primera Guerra Mundial.
La socialdemocracia alemana, que en los años anteriores había denunciado ferozmente el militarismo del Reich, cedió ante la presión de su burocracia, y votó a favor de los créditos de guerra. La tradición del SPD exigía que los diputados voten en bloque todas las leyes del Reichstag. Sin embargo, Liebknecht rompe con esta tradición en Diciembre de 1914, denunciando el carácter imperialista contra aquellos que con un discurso social-chovinista decían defender a los trabajadores alemanes.
El diputado, antes desconocido ante las masas, se convierte en el héroe de millones de trabajadores que fueron conscriptos en el ejército y obligados a matar a sus hermanos de clase franceses y rusos. Junto a Rosa Luxemburgo y otros revolucionarios como Franz Mehring, Clara Zetkin y Leo Jogiches, comienzan a armar una oposición dentro de su partido.
Liebknecht, en un volante para la manifestación del primero de mayo de 1915, anota una frase por la cual sería recordado un siglo después: ¡El enemigo principal está en el propio país!
Hoy en día, las palabras del revolucionario son más actuales que nunca: Alemania, al igual que Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países imperialistas, está viviendo una ola de xenofobia y racismo no vista en décadas. Migrantes son perseguidos por neo-nazis, y la policía y el servicio secreto ocultan asesinatos racistas. El capital alemán, poder hegemónico de la Unión Europea, extorsiona a Grecia y otros países periféricos y hace caer en hambre y desesperación a los trabajadores y trabajadoras de sus semicolonias. Los intentos del gobierno alemán de aumentar el presupuesto militar, junto a las tensiones incipientes entre EEUU y China, y el impasse estratégico de los imperialismos en el Medio Oriente, son otras señales de la inexistente superación de la crisis económica y de la aproximación de mayores conflictos mundiales.
Hoy es el deber de los revolucionarios, tomando como ejemplo a Rosa y Karl, luchar sin cesar contra la xenofobia y el racismo, armas poderosas de la burguesía para fragmentar nuestra clase.
Es nuestro deber recuperar los sindicatos, que en Alemania tienen millones de afiliados y un poder de fuego enorme, pero están en manos de burocracias que lucran con la pasividad del movimiento obrero.
Estas burocracias han permitido que en Alemania los ajustes neoliberales hayan pasado casi sin lucha y que la huelga política sea un término extranjero para los trabajadores alemanes, algo que se ve en la televisión cuando en otro país las masas salen a luchar.
Los sindicatos deben llevar hasta el final las huelgas por el mejoramiento de las condiciones de vida, en vez de capitular en la mesa de negociaciones. Especialmente los cierres de empresas, la tercerización creciente y otras medidas de precarización no deben ser aceptados sin lucha. En vez de gestos humanitarios por un lado y separación por el otro, los sindicatos deben tomar los reclamos de los refugiados, el sector más oprimido y explotado de nuestra clase, acogerlos en nuestras organizaciones y luchar por su plena igualdad en derechos sindicales y democráticos. Como hace un siglo la socialdemocracia luchaba por el sufragio femenino y la abolición del sufragio censitario de tres clases, hoy debemos luchar para que todo aquel que viva en Alemania, pueda votar como un ciudadano más. Para buscar la mayor unidad de nuestra clase, es también necesario proponer un programa que busque unir a los trabajadores calificados, tercerizados y desocupados, para juntos derrotar las contrarreformas que en la década anterior quitaron tantas conquistas de nuestra clase. Especialmente debemos abolir las reformas Hartz. El movimiento de los "chalecos amarrillos" en nuestro país vecino, Francia, demuestra que amplios sectores de la población pueden compartir un programa social con movilizaciones masivas.
Hoy, cuando el capital alemán, tercer exportador de armas a nivel mundial, lucra con la miseria del pueblo kurdo, palestino y yemenita, es nuestro deber luchar para que ni una sola bala sea disparada contra trabajadores en el resto del mundo.
También debemos luchar por la anulación de las deudas hacia bancos alemanes, que lucran con la deuda externa de países semicoloniales, como Grecia, donde el gobierno neorreformista de SYRIZA se arrodilló sin lucha alguna a la Troika y permitió continuar con el saqueo de su propiedad pública por empresas alemanas. Además nos oponemos a la neocolonización de África como pretende hacerlo un nuevo "plan Marshall" económicamente y las intervenciones como en Malí militarmente.
Reforma o Revolución
Mucho antes de sus luchas contra la guerra, la joven Rosa Luxemburgo a sólo 28 años de edad, cruzó lanzas con el viejo teórico y dirigente del Partido, Eduard Bernstein, quien planteó la imposibilidad de la revolución proletaria y la necesidad de llegar al socialismo paulatinamente mediante reformas. El bajo nivel de lucha de clases en las décadas después de la derrota de la comuna de París en 1871, así como el crecimiento económico, llevaron al ala revisionista del SPD, dirigido por Bernstein, a la ilusión de una vía pacífica al socialismo.
Rosa defendió incesablemente al marxismo revolucionario, planteando la inevitabilidad de crisis económicas bajo el capitalismo y la existencia de antagonismos de clase que sólo se podrían resolver con una revolución socialista que lleve a la clase trabajadora al poder y construya una sociedad sin clases, el comunismo.
Las experiencias de nuestra clase en el neoliberalismo hicieron resurgir las ideas bernsteinianas. Francis Fukuyama, planteaba la tesis del “fin de la historia” y la victoria final del capital con la caída del muro de Berlín. La mayoría de la izquierda, desmoralizada y derrotada, profundizó las ideas posmarxistas y reformistas (que habían sido desarrolladas con el auge del neoliberalismo y la degeneración del estalinismo), que al igual que los teóricos burgueses descartaron la idea de la revolución mundial de la clase trabajadora y se limitaron a una mera "guerra de posiciones" por reformas dentro del sistema capitalista. Por ende, el análisis que adoptan del Estado, es que se trata o bien de un “campo en disputa”, donde la izquierda debe ganar posiciones, o bien de un ente abstracto y por ende invencible. Estas teorías demostraron su fracaso en infinitas ocasiones, siendo ejemplos prominentes el chavismo en Venezuela, que ha reprimido y asesinado a cientos de trabajadores, o el gobierno griego de SYRIZA, que sin lucha aplicó los planes de ajuste de la UE.
Nosotros, los militantes de la Fracción Trotskista – Cuarta Internacional, sostenemos al igual que Luxemburgo que estas teorías sólo pueden llevar a los explotados y oprimidos a la derrota, y que el Estado burgués no es más que el órgano de poder de la clase capitalista. Para terminar con este sistema hambreador y violento, es necesario construir órganos de autogobierno, como los “Räte” (consejos) de obreros y soldados que surgieron en la Revolución Alemana entre 1918 y 1923, para establecer un poder antagónico al Estado capitalista, y mediante una insurrección de masas derrocar al Estado y pasar al gobierno democrático de los trabajadores.
¡Fuera las manos de Rosa Luxemburgo!
En 1932, el revolucionario ruso León Trotsky redactó un artículo contra las falsificaciones de Stalin, quien a cusa de centrismo a Luxemburgo. Irónicamente, el Estalinismo hoy en día idolatra acríticamente a la revolucionaria polaca. Estas oscilaciones no son casuales. Las burocracias estalinistas han tenido que cambiar de posiciones en innumerables situaciones para llevar al proletariado a la derrota. En la misma Alemania de entreguerra, el Partido Comunista Alemán, por órdenes de la Internacional Comunista dirigida por Stalin, adopta la tesis del “socialfascismo”, que plantea que la socialdemocracia es el brazo izquierdo del fascismo, lo cual exime al KPD de luchar por un Frente Único Obrero con el SPD, que en ese momento seguía siendo el principal partido de trabajadores en Alemania, y preparó la derrota del proletariado alemán contra los Nazis. Una oscilación en la otra dirección fue el concepto del "frente popular", es decir la sumisión completa de las organizaciones obreras a las direcciones burguesas en Francia, España, China o Gran Bretaña.
Luxemburgo y Liebknecht vieron la perspectiva de la victoria de la Revolución Alemana en los consejos de obreros y soldados que se formaron al calor de las luchas contra la guerra y el hambre.
El estalinismo, contra el cual surgían formas de autoorganización de las masas, como en el levantamiento obrero en la RDA en 1953, o en la revolución húngara de 1956, veía en la actividad de los trabajadores un peligro para la existencia de su burocracia y fue un enemigo implacable de la autoorganización de los trabajadores. También la teoría del “socialismo en un solo país”, creada por Stalin y su clica, está diametralmente opuesta a las posiciones internacionalistas y revolucionarias de Luxemburgo y Liebknecht. Al igual que ellos, sostenemos que una convivencia pacífica con el capital es imposible y utópica, y que para construir una sociedad libre es necesaria la victoria sobre la burguesía en todo el mundo.
Honrar su legado es aprender de sus derrotas
Ser fieles al legado de los revolucionarios como Luxemburgo y Liebknecht, significa sacar lecciones de sus derrotas. Cuando el levantamiento espartaquista de enero de 1919 fue derrotado, Karl Liebknecht escribió su último artículo en la Bandera Roja:
Los vencidos de hoy serán los vencedores de mañana. Porque aprenden de la derrota. El proletariado alemán carece todavía de tradiciones y experiencia revolucionaria. Y sólo con ensayos a tientas y errores juveniles, dolorosos contratiempos y fracasos se puede adquirir la experiencia que garantice el éxito futuro. Para las fuerzas vivas de la revolución social, cuyo crecimiento ininterrumpido es una exigencia de la ley de desarrollo social, una derrota es un estimulante. Y, de derrota en derrota, su camino conduce hacia la victoria
La derrota del levantamiento fue causa de la inmadurez del joven Partido Comunista, que se había creado sólo diez días antes. Rosa Luxemburgo en la conferencia fundacional había votado en contra de este levantamiento prematuro, porque vió que la relación de fuerzas no era favorable y el partido de solo 10 mil militantes no contaba con suficiente influencia en la clase obrera alemana. Ella propuso ganar apoyo de las masas mediante elecciones, pero perdió el voto. El resultado fue catastrófico. Sin embargo, el KPD dentro de pocos meses multiplicó la cantidad de militantes. Pero si hay otra causa de la derrota de la insurrección, es que los espartaquistas, dirigidos por Liebknecht, Luxemburgo, Mehring y Zetkin, no estuvieron aún dispuestos a romper con el SPD cuando se puso del lado del capital alemán al votar por la guerra. Varios años de agitación y construcción de un partido independiente, con un programa revolucionario y delimitado de cualquier social-chovinismo y burocracia, habría aumentado la influencia de los revolucionarios y mejorado las probabilidades de la victoria.
Es por eso que desde la Fracción Trotskista, con presencia en 11 países, luchamos por construir un partido revolucionario a nivel mundial, independiente de burócratas y patrones, sacando lecciones de las victorias y derrotas de nuestra clase, para que esta vez no suceda como hace cien años, para que esta vez, podamos vencer.
Tomando las últimas palabras de Liebknecht:
Y, si todavía viviremos cuando ocurra - nuestro Programa vivirá, regirá el mundo de la humanidad liberada. ¡A pesar de todo!
Bajo el estruendo del hundimiento económico que se aproxima, las masas todavía soñolientas del proletariado despertarán como si oyeran las trompetas del juicio final, y los cadáveres de los luchadores asesinados resucitarán y exigirán cuentas de los malditos. Hoy todavía, el bramido subterráneo del volcán; mañana hará erupción y enterrará todo bajo cenizas y ríos de lava incandescentes