Se sabe: muchas veces los resultados venden espejismos, particularmente los resultados de los clásicos. Pero el último choque entre Rosario Central y Newell’s deja al desnudo dos realidades muy distintas y dos sentimientos casi opuestos en Arroyito y en el Parque Independencia.
Martes 16 de febrero de 2016
No hace falta que le contemos al lector el tenor, la intensidad con la que se vive el clásico rosarino en la ciudad del Monumento a la Bandera. Basta ver en cada esquina, con su ávida guerra de consignas, de grafittis, de pintadas, en las que “brigadas” de activistas disputan metro a metro y tiñen con sus brochas los pliegues y recodos de Rosario. Es, de hecho, sobre este bello fanatismo, intenso hasta el infinito, de donde se cuelgan los vividores del fútbol, la organización ilícita de barras ligadas al poder político, que desnaturalizan el bello folklore rosarino y hacen que se confunda hinchas con patotas, que todos sabemos que no son lo mismo sino llanamente lo opuesto. Sin embargo el fervor de este clásico tan peculiar trasciende esas miserias.
Este fuego apasionado que rodea cada clásico fue elevado, para el deleite de la parcialidad canalla, a travesuras literarias por el igualmente pícaro y genial Negro Fontanarrosa, y concentró esta vez la tensión de la disputa en las gradas abarrotadas y en el césped del Gigante. Esta vez a los seguidores de la Lepra les tocó comerse las uñas en sus casas.
En estos 90 minutos Central y Ñuls ponían sobre la mesa dos realidades diferentes. Bah, casi opuestas. Ya dijimos: a veces los resultados venden ilusiones. Pero acá no se trataba solo de resultados: Central tuvo, de la mano de un trabajador, tenaz, perseverante y decidido Eduardo “Chacho” Coudet, un extraordinario 2015, llegando a la final de la Copa Argentina, de la que se fue con el sinsabor indisimulable de un robo arbitral, y escalando a los primeros casilleros en el torneo.
Pero no solo eso: Central juega lindo, sus jugadores generan empatía e ilusionan a los seguidores canallas. Nombres como Marco Ruben, goleador del torneo pasado y un cazador furtivo en el área, el sólido Pinola, el letal Larrondo, que el domingo se consagró, o un habilidoso como Giovani Lo Celso, hacen que el pueblo canalla se entusiasme con la justa idea de, por fin, cortar muchos años de sequía y ganar un título. En el partido de ayer, aparte de las gastadas, del folklore, de la tradición y del siempre dulce sabor de ganar, le toque a quien le toque, al clásico adversario, se jugaba nada menos que confirmar si esa esperanza se basa en sustentos sólidos y vigentes o si todo fue un lindo sueño que ya culminó. Por ello, para la canallada, como dice el cuento del loco (¿el loco Coudet?): “hasta acá vamos bien”.
Ñuls, que tiene una historia que defender y que tenía un orgullo que relamer luego de ocho clásicos sin poder ganar a sus “primos” de Arroyito, se jugaba lo contrario: cortar la malaria de, ahora, nueve clásicos sin cosechas, encontrar un juego que no aparece dentro del rectángulo de cal y, de paso, cortar el ambiente irrespirable que llegó al extremo de un ataque público de Maxi Rodríguez al DT rojinegro, que obviamente no iba a pasar desapercibido. Todos sabían, sobre todo el propio Bernardi, que el técnico leproso se jugaba su continuidad laboral y, más en general, su curriculum vitae. Por eso los dos impactos de Ruben y Larrondo, y cada ataque y asedio canalla, fueron balazos al sueño del cuerpo técnico saliente y al sueño de, finalmente, encontrar la estabilidad en el Parque.
Sí, Bernardi se fue. Pero, a priori, no parece, haberse llevado en su bolso los problemas que aquejan a la afición leprosa y que hacen doler sus cabezas. Ñuls tiene jugadores de jerarquía internacional como el propio Rodríguez o el tan solicitado Gato Formica, además de alfiles como Boyé y Denis, el primo de la Fiera. Sin embargo genera dudas al momento de pensar si tiene un plantel y, con particular urgencia, un candidato a DT, un plan y un ambiente como para salir de la coyuntura amesetada que vive y disputar algo arriba. La película recién va por los trailers y publicidades. Pero la foto del DT renunciando, de 9 clásicos sin ganar y de tener que ver a sus eternos adversarios jugar la copa, es letal.
Ya lo dijimos, por si las moscas, dos veces: los resultados venden ilusiones fantasmales que a veces se desvanecen con velocidad sónica. Pero la regularidad y el concepto de Central es visible y, hasta ahora, se entiende y seduce. Y Ñuls parece lejos de salir de la tormenta que atraviesa, desde arriba hasta abajo. Igual, aún queda un largo año.