Sábado 15 de noviembre de 2014
Este jueves, al salir de una escuelita donde trabajo como docente de inglés, tuve una experiencia que me conmovió, y me parece importante poder compartirla: En el auto de un profe que se ofreció a llevarme hasta el centro, una compañera que también viajaba con nosotros sacó un papelito y comenzó a reírse comentando que se lo había sacado a sus alumnos durante la clase.
El papelito decía: “Mi mamá quería una mujer, y mi papá un varón. Pero lo único que salió fui yo: un maricón”. A continuación del verso, el nombre de un nene de la escuela como firma. Este nene, que tiene tan solo 10 años, hace por lo menos tres años que se anima a decir delante de toda la escuela que él se siente gay, que le gustan los nenes, y no de la misma forma las nenas.
Mientras mi colega ponía el acento en lo “creativos” que podían ser los chicos con tal de no prestar atención en clase, yo no pude evitar quedarme emocionadísimo con el papelito porque, por más que ni ella, ni mucho menos yo pudiéramos despejar la duda de si esto había sido escrito por él mismo o por sus compañeros para molestarlo, en ese versito tan corto, estaba escondida una gran verdad de todas las maricas; estaba trazado el límite de lo que no somos: ni una mujer (como quería mamá), ni un varón ( como quería papá). Lo único que salió de ellos fui yo, mi deseo, mi construcción. La de un maricón.
En una escuelita de barrio, donde no siempre hay tiza para escribir en el pizarrón; donde ni campana ni timbre suenan para salir al recreo, porque no hay; donde cuando llueve, no se dictan clases, porque los chicos no vienen; en una escuelita donde de alrededor de 100 estudiantes que forman la matrícula de la secundaria, hay 5 chicas embarazadas menores de 16 años; en una escuelita donde todxs las estudiantes asistirían al comedor, si no fuera porque gracias al fascista de Scioli que junto a su ministra Nora de Lucia y ante la vista gorda de un gobierno nacional que los avala, se recortaron las vacantes que hay en los comedores haciendo que les pibes se queden afuera. Es decir, en una escuela en el ámbito de la mayor postergación social, un nene, o unos cuantos, entienden que los maricones no somos ni mujeres ni varones.
Por supuesto que al mismo tiempo no pude evitar sentir tristeza porque, a lo que se enfrenta ese nenito todos los días por animarse a vivir abiertamente su deseo, es terrible. Yo escucho los insultos de sus compañeros cuando salen al recreo. Es terrible saber, por experiencia propia, lo que le espera. Y peor aún es saber incluso que su experiencia va a ser mucho peor que la mía. Porque no solo es maricón: es morocho, es pobre y viene de la villa.
Por eso son dos las ideas que quiero remarcar a partir de este verso:
Por un lado, creo que esto sirve para reflexionar entre nosotres mismas, todes lxs que pertenecemos a la disidencia sexual o de género, nuestra propia identidad. A todes lxs que nos han hecho creer que más allá de sentirnos lesbianas, gays o trans, pertenecíamos a las construcciones hombre/mujer, acá está la prueba de que no es cierto, acá esta la prueba de que hombre y mujer son construcciones sociales, que nuestras identidades también lo son, y que no tienen por qué encerrarse dentro de ninguna de las dos anteriores. Que si recordamos, de chicxs hemos roto con esos roles mil y una veces, los cuales luego nos han hecho creer que nos correspondían por la fuerza.
Por otro lado, me quedo pensando en cuáles son las posibilidades que un sistema capitalista, inclusive a través de un gobierno populista como este, nos brinda para desarrollarnos libremente sin que se vea truncada nuestra construcción identitaria. Desde mi perspectiva, claramente no es este un interés de un gobierno nacional que en 11 años no se ha encargado de regularizar la educación sexual en los niveles de jardín, primaria o secundaria, para que chicxs como mi alumno puedan transitar una infancia en la que no deban tener que impostarse cada día, a cada hora para poder existir siendo quienes sienten que son; ni hablar de las posibilidades que se han generado de inserción laboral para el colectivo trans. Sin embargo, supongamos que todo esto sí fuese una prioridad de este gobierno, o cualquier otro de turno.
¿Cuáles son las posibilidades reales de cambiar la situación material de nenes como mi alumno, en un sistema capitalista destinado a las etapas cíclicas, a la necesidad de fuerzas represivas del orden, a la competencia? ¿Qué posibilidades de igualdad nos deja un sistema condenado a la competencia? En el mejor de los casos, mi conclusión es que ese será el paraíso de los Peter robledo. Y en ese mundo, yo le podré explicar a mi alumno que ya no le van a pegar por maricón. Ahora solo lo golpearán por ser un negro villero.
Por eso quiero terminar lo que digo con un extracto del manifiesto (Hablo por mi diferencia) de Pedro Lemebel.
“Hay tantos niños que van a nacer
Con una alíta rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.”
Tomás Ramos