Los sindicatos estatizados mexicanos, al servicio por décadas de los gobiernos del PRI, posibilitaron el recambio de gobierno encabezado por el PAN, bajo la política de la “transición pactada”, así como la vuelta del PRI cada vez más subordinado a los Estados Unidos.
Jueves 27 de abril de 2017
En el año 2000 se iniciaba una nueva etapa del sistema político que durante 70 años había controlado a las masas trabajadoras (y a la sociedad en general). El dominio del PRI se había erosionado, producto del desgaste por tantas décadas de aplicar los planes económicos y políticos que la clase dominante demandaba. Ya en 1997 el PRI había perdido el control político de la capital del país, así como algunas diputaciones y gubernaturas en los estados. Eran los síntomas de la crisis terminal de esa institución política, que más tarde se expresaría en la pérdida de la presidencia en las elecciones del año 2000.
Desde sus inicios, el Partido Nacional Revolucionario, antecesor del PRI, buscó el control de los trabajadores para lograr la estabilidad que requería esa etapa convulsiva del México que buscaba crear y consolidar las instituciones soportes del nuevo desarrollo capitalista. En base a la represión al movimiento obrero y la negociación con los dirigentes de las organizaciones sindicales, el gobierno del PNR impuso la estabilidad en el marco de la gran crisis capitalista mundial abierta en 1929.
Pero fue el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) creado por el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas en 1938, quien en el contexto de un importante ascenso del movimiento obrero (basado en importantes huelgas generales nacionales, un importante avance en la organización de la clase trabajadora, y en conquistas de contratos colectivos), logró la total integración de los sindicatos al estado, vía la creación de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y su subordinación al régimen “nacionalista revolucionario”.
No se podría explicar la estabilidad y fuerza del régimen cardenista y del Estado que, apoyándose en la fuerza que daban las masas obreras (a las que hizo importantes concesiones), a la vez que negociaba con la entonces naciente y débil burguesía mexicana, logró imponer relaciones con el imperialismo estadounidense, basadas en cierto margen favorable de negociación. La expropiación petrolera a las empresas inglesas y yanquis, se basó en ese equilibrio logrado al situarse como árbitro de las clases del país, pues el gobierno aparecía tanto como defensor de las demandas obreras, como de las exigencias de la burguesía nativa ante el capital imperialista. Desde entonces, el “desfile” del 1 de mayo, tuvo un carácter oficialista y los sindicatos llevan en sus mantas la leyenda ¡“Gracias señor presidente”!
A partir de allí, se consolidó la subordinación de los sindicatos al Estado mexicano, a los que los principales dirigentes de la CTM (como Vicente Lombardo Toledano y el gángster Fidel Velázquez), quitaron cualquier atisbo de independencia política, relegándolos al papel de base electoral de los gobiernos de la época. No podemos dejar de mencionar el rol del estalinista Partido Comunista Mexicano que, después de una posición ultra izquierdista que tachaba al gobierno nacionalista de Cárdenas como fascista -luego de que había mostrado su carácter de colaboración de clases bajo el gobierno de Emilio Portes Gil-, pasaba a apoyar a Cárdenas por su política “progresista” y para formar un frente popular (de todas las clases) en contra de la “reacción”. Al mismo tiempo que llamaba a fortalecer a la CTM, subordinada al gobierno, bajo la táctica oportunista que denominaron “unidad a toda costa” en 1937.
El nuevo régimen político, la CTM y la UNT
Una vez que la etapa de crecimiento económico favorable a los planes del gobierno y el control sindical charro entraron en crisis (fin del boom económico de la posguerra, proceso de” insurgencia sindical” en los 70s-80s, devaluaciones en los 80s, 90s, crisis del PRI profundizada por la ruptura de un sector del partido encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Muñoz Ledo, así como por el levantamiento zapatista en 1994), el desgaste del priato necesitaba una reforma cosmética para oxigenarse: la "transición pactada".
Ésta fue acordada entre los partidos del Congreso para evitar que la crisis propiciara la entrada en escena de la clase trabajadora con sus métodos, y para que los grupos de poder representados por los partidos políticos patronales dirimieran sus diferencias en las urnas. En ella el PRD (al que gran parte de la izquierda se integró) fue el sostén de “izquierda” del régimen, pues con la contención del desvío del descontento popular vía la presión desde el Congreso apuntaló al naciente régimen que aplicaría posteriormente las llamadas reformas estructurales. Años después, el Pacto por México impulsado por los partidos protagonistas de esa transición, quiso profundizar la ofensiva contra las masas trabajadoras.
El aparato corporativo sindical priista (dirigido entonces por el cetemista Rodríguez Alcaine) no solamente no fue desmantelado, sino que fue la base de apoyo de gobierno del empresario panista Vicente Fox sobre las organizaciones obreras y campesinas, a las que les impuso tremendos planes antipopulares y un autoritarismo que atacó los más elementales derechos democráticos. Ya con el panista Calderón, los sindicatos oficialistas apoyaron la reaccionaria reforma laboral y la militarización del país que ha producido cientos de miles de muertos, detenidos y desaparecidos.
Pero también los sindicatos llamados opositores como la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) ligados al PRD (no integrados al Congreso del Trabajo), contribuyeron a que la “transición pactada” impusiera sus planes y sin ofrecerle ninguna resistencia. Como parte del nuevo régimen plural, buscaron cuotas de poder y enriquecimiento material alcanzando gubernaturas, el gobierno de la Ciudad de México, alcaldías, diputaciones, senadurías, delegaciones políticas, etc. Estos sindicatos también aprovecharon las ilusiones de los trabajadores para tenerlos como base electoral y quitarles todo filo combativo.
Este 1° de mayo los trabajadores tenemos que salir a luchar por nuestras demandas más elementales, pero también por la democratización de los sindicatos, llamando al movimiento obrero a recuperar sus organizaciones echando fuera a los traidores charros. Esto está indisolublemente ligado a conquistar la independencia política de los partidos del Congreso, como el PRI, el PAN y el PRD, pero también respecto al Morena que, aunque concentre las ilusiones de amplios sectores que ya no confían en aquellos partidos, sostiene una política que se limita a “reformar” este régimen político irreformable y el sistema capitalista de explotación y miseria.
Los trabajadores organizados bajo una política de independencia de clase -apoyados en los demás sectores explotados y oprimidos de la población-, debemos luchar contra este régimen político y para imponer, mediante la movilización revolucionaria, un gobierno basado en la democracia obrera, que resuelva los problemas de las grandes mayorías que la “transición pactada” nunca contempló resolver. Con esta fuerza, podemos entonces enfrentar la política colonizadora de imperialista Donald Trump.
Mario Caballero
Nació en Veracruz, en 1949. Es fundador del Movimiento de Trabajadores Socialistas de México.