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Red Internacional
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Opinión. Los trabajadores de la educación y el engaño de la “solidaridad”

El Estado pide "solidaridad" a los trabajadores en las escuelas que sufren desde hace años ajuste y desinversión. Una solidaridad que termina siendo funcional a perpetuar las desigualdades.

Viernes 13 de marzo de 2020 18:11

Termina la primera semana de clases en secundaria y me deja un sabor amargo por diferentes situaciones que viví en las escuelas de Malvinas Argentinas donde trabajo.

Primero el domingo un posteo en Instagram me llama la atención. Alejandro Perrone, Presidente del Consejo Escolar de Malvinas Argentinas, al frente de una “selfie” con otras personas muy sonrientes mostrando a “los que tiran para arriba” en la escuela pública. Están limpiando las aulas container y los bancos y sillas llenas de hollín que se salvaron de las escuelas Nº 30 y Nº 31 de Pablo Nogués. Aquellas que se incendiaron en diciembre pasado. La épica está puesta en una jornada de trabajo un día sábado a la que también se invitó a “colaborar” a docentes y auxiliares.

Esta “bajada de línea” de las autoridades educativas llega a las escuelas cada vez menos sutilmente a través de la presión sobre los Equipos Directivos.

En una reunión plenaria de docentes se insta a que seamos más solidarios, “somos muy pocos los que colaboramos cuándo se necesita”. Hay que colaborar con las rifas, llevando alimentos cuando se organizan meriendas o desayunos para los pibes y pibas, con la cooperadora. De esta forma se podrá mejorar las instalaciones y recursos de la escuela.

En otra escuela no hay libros de tema para los cursos. Para quiénes no son del ámbito educativo, allí las y los docentes llevamos un registro de los temas y actividades que realizamos cada clase. Se sugiere que todos los docentes pongamos de nuestro bolsillo dinero para comprarlos.

Un directivo comenta que son las mismas auxiliares quienes compran los insumos para limpiar la escuela, “ni siquiera me pidieron plata de la cooperadora para hacerlo” dice con cierto pudor.

Las y los colegas que me están leyendo dirán “nada nuevo bajo el sol”. Estas prácticas están totalmente naturalizadas en las escuelas públicas desde hace años. Lo nuevo es que ahora se alinea con un discurso direccionado desde el Estado para bancar el ajuste en educación.

Cuándo se habla de solidaridad hablamos de la “adhesión de modo circunstancial a una causa o a proyectos de terceros”(RAE). En su etimología la palabra solidaridad proviene del latín soliditas, que expresa la realidad homogénea de algo físicamente entero, unido, compacto, cuyas partes integrantes son de igual naturaleza. La solidaridad sería, por lo tanto, una acción que se practica entre iguales. Es por esto que vemos, a menudo, como los trabajadores son quienes más prontamente recurren a hacerse eco de las carencias que sufren las comunidades educativas de las que somos parte.

Esta característica de ser una acción entre iguales muestra la desvirtuación que se hace del concepto por parte de las autoridades educativas y del mismo gobierno. La solidaridad que se demanda a los y las trabajadoras de la educación es en realidad una colaboración con el ajuste que el gobierno lleva adelante en educación. Si somos los trabajadores de la educación y las familias a través de las cooperadoras quienes garantizamos los libros, la limpieza, el mobiliario, los alimentos, el botiquín, entre otros cientos de insumos de la escuela, ya no importa tanto si el Estado no se hace cargo. La escuela sigue funcionando igual. De la misma forma nos pueden tocar nuestro salario o ingresos.

Así se aprobó en Diciembre pasado la ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva con la cual se le exige “solidaridad” a los jubilados que no cobran la mínima. Estos jubilados igual siguen estando por debajo de la línea de pobreza o perciben un haber totalmente insuficiente. Así también Kicillof decidió que podía postergar el pago de parte del aumento del salario de diciembre de los docentes de PBA. Así el rector de la UNSaM, Carlos Greco, expresó recientemente su idea de cobrar un “tributo”a quienes egresan para compensar la falta de presupuesto universitario. Sucede que ahora los privilegiados somos los trabajadores y el pueblo, así seamos pobres, por lo que tenemos que ser solidarios mientras no se les tocan las ganancias a los banqueros, especuladores financieros, agroexportadores y petroleras.

La nueva solidaridad berreta del fernandismo apela a un imperativo moral abonado por la religión católica de acción por el prójimo. “El Estado somos todos” se pregona como justificación de esta colaboración. El Estado no somos todos, el Estado es el garante de que estas injusticias se sigan perpetuando. La clase trabajadora y la juventud siente empatía por los sufrimientos de sus semejantes. Se sensibiliza ante la falta de trabajo, la pobreza, la crisis de la salud, de la educación, y acciona desinteresadamente. Esta acción es aprovechada por los capitalistas para evitar un cuestionamiento a las bases de su sistema. Nuestra solidaridad actúa solamente sobre los efectos de este sistema de explotación. Los beneficiados son una porción cada vez más pequeña de la sociedad y los padecimientos para las mayorías aumentan exponencialmente, así como la necesidad de asistencia y más solidaridad.
La solidaridad aislada de un proyecto político realmente transformador, es decir, revolucionario donde la tortilla se de vuelta, dónde los baños de un shopping no sean mejores que los de cualquier escuela a la que asisten nuestros niños y niñas, cae en saco roto, sólo pone curitas a las heridas profundas que va produciendo el capitalismo. Los medios de comunicación y los políticos capitalistas utilizan estas imágenes solidarias, las reproducen en redes sociales, los protagonistas son héroes, heroínas, ejemplos a seguir. La desigualdad, la injusticia debe ser combatida civilizadamente, con acciones emotivas, inofensivas. Los protagonistas son manipulados, su acción es utilizada para invisibilizar las colaterales del ajuste capitalista. El pago de la deuda es esto, niños wichí que mueren de hambre, escuelas sin insumos, hacinamiento, la falta de acceso a mínimas condiciones sanitarias ante pandemias, millones de seres humanos hundidos en la miseria.

La solidaridad tiene que ser puesta en función de cambiar nuestras vidas para siempre, para no tener que mendigar más por lo que nos merecemos por el simple hecho de ser humanos. Nuestra energía transformadora y nuestros sueños merecen destinos superiores: una vida que merezca ser vivida.