Domingo 23 de octubre de 2016 00:02
Esa mañana, cuando me enteré que habían encontrado a Lucía, estaba de franco. Mi compañera y yo nos pusimos a leer los detalles del asesinato pero no pudimos seguir. La atrocidad a la que fue sometida nos dejó en silencio. Un largo silencio. Un duelo. Porque aun la bronca dispare iniciativas de protesta, la atrocidad machista genera impotencia. Entonces lloramos. El rostro de una piba joven y llena de energía se nos aparecía en la pantalla como diciéndonos “viva me quería”.
Veníamos de un enorme Encuentro de Mujeres, en Rosario. Un éxito total. Allí habíamos dado batalla para que la fuerza organizada de las mujeres no quede en el saco vacío de lo testimonial. Pero el misógino no da respiro y ya nos había tirado su cadáver en la puerta del hospital. Sin reparos y con la bronca a cuestas había que organizar la respuesta. Y me pregunte ¿sería posible responder a la altura de la circunstancias? El machismo impregnado en la sociedad tiene sus caras. Sucede que se nos presenta nítido y asesino o invisible y cómplice del asesino. Arraigado en lo cotidiano, el machismo avanza sigiloso, hasta que un golpe artero se cobra la vida de otra mujer.
La dura jornada de atención al público merma las energías y yo temía que la cosa podía quedar en una foto. En LAN-TAM estamos acostumbrados a luchar por condiciones y salario. Pero esto era distinto. Esto no era corporativo.
Ayer, por la madrugada, cuando salía para el laburo apagué la compu. En el fondo de pantalla estaba Lucía. Tuve mi conversación silenciosa e imaginaria claro. "Que sea lo que sea", le dije. "Pero que no sea testimonial", me respondió. A las 13 horas empezaba la movida. Las presiones iban y venían. La dura jornada de atención al público merma las energías y yo temía que la cosa podía quedar en una foto. En LAN-TAM estamos acostumbrados a luchar por condiciones y salario. Pero esto era distinto. Esto no era corporativo. Mi miedo era que las fotos terminasen siendo un perfume de valientes (algo noble pero poco, muy poco).
12.55 horas: mientras buscaba la mejor toma para la mejor postal, noté que al fondo de los mostradores, una compañera cerró su posición. Luego otra compañera hizo lo mismo. En el sector del centro giraban los carteles. "Posición cerrada", reza el cartel. Y así, casi en simultáneo y concatenadas por su propia conciencia, todas se levantaron. Una emoción recorrió mi alma. Eran ellas, mis compañeras. Con la claridad nítida de que la cosa no es simbólica.
Con la marea de pasajeros encima atiné a dar una explicación a la muchedumbre que formaba fila. Todos asintieron y la pasajera del fondo las aplaudía "¡Vamos chicas! ¡Fuerza!", decía la señora. Entonces, ya en asamblea, reflexionamos y debatimos sobre el machismo, ese que todo lo apesta. La cosa siguió y una parva nos fuimos para la marcha.
"Posición cerrada", reza el cartel. Y así, casi en simultáneo y concatenadas por su propia conciencia, todas se levantaron. Una emoción recorrió mi alma. Eran ellas, mis compañeras. Con la claridad nítida de que la cosa no es simbólica.
Agotado. Llegando a casa. Prendí la compu. ¿Qué dirán los malditos medios sobre la masiva movilización? Y entonces apareciste, nuevamente. Eternamente joven y vital. Y conversamos. Hicimos un balance de la jornada. "Viste Lucía, no fue salario ni nada de eso. Viste Lucía, hoy mis compañeras pararon por vos." Y ella asintió con su mejor sonrisa. Esa sonrisa que los asesinos no pueden borrar, por más que insistan. Gracias compañeras (cada día aprendo más).