El ex presidente brasilero negocia votos en pos de impedir el juicio político contra Dilma; la ex presidenta llama a un “frente ciudadano” que no se plantea luchar contra el ajuste.

Eduardo Castilla X: @castillaeduardo
Sábado 16 de abril de 2016
En pocas horas la Cámara de Diputados de Brasil decidirá si acepta o no el proceso de juicio político contra la presidenta Dilma Rousseff. La votación será favorable si la oposición logra sumar 342 voluntades sobre un total de 513 legisladores que integran la cámara.
El PT negocia contrarreloj para evitar esa perspectiva, que habilitaría un endeble gobierno de Michel Temer, actual vicepresidente. En esa transacción cumple un papel fundamental Lula, como expresidente y líder histórico de esa formación.
Lo hace mediante la negociación del voto de aquellos legisladores que transitan, con tensiones, el camino del golpismo institucional. A cambio del apoyo, Lula promete obras, recursos, puestos y, según todo indica, sumas suculentas. El periodista Marcelo Malak, especializado en la política brasilera, señala que los montos podrían alcanzar los U$ 570mil. Una verdadera inversión por parte del Partido de “Trabajadores”.
Como se señala en un análisis en el último número de la revista Ideas de Izquierda, el PT elige así el camino de profundizar la “democracia del soborno”. Aunque este viernes también apeló a la “responsabilidad” de los diputados, amenazando con el “caos” que sobrevendría si votan por el impeachment.
La “batalla” contra la derecha se libra con sus armas y sus reglas, mediante la apelación a los mecanismos fraudulentos de un régimen político donde la corrupción es inherente al manejo del Estado.
No hay novedad en lo que estamos afirmando. El “mensalão” en 2005 ya mostró la integración del PT a esos mecanismos. Pero los hechos de estos días vuelven a evidenciar el devenir de la llamada “izquierda latinoamericana” que, para enfrentar a la derecha, lejos de apelar a la movilización y la lucha, utilizó sus propios mecanismos.
No solo se integró a las formas del régimen político sino que, bajo el segundo gobierno de Dilma, avanzó en la aplicación del ajuste solicitado por el gran empresariado. La baja popularidad de la presidenta actual no se cimenta solo en los casos de corrupción sino también en las consecuencias sociales de ese ajuste ante el cual, durante meses, Lula hizo apenas comentarios críticos.
Del lado argentino de las fronteras, Cristina Fernández, que encarnó la versión local de esa izquierda progresista latinoamericana, convocó hace pocos días a poner de pie un “frente ciudadano”. Así abandona el viejo discurso populista, en el que tanto trabajo invirtiera, entre otros, Ernesto Laclau.
El giro es la confirmación del triunfo de la moderación. De la decisión de hacer oposición al macrismo dentro de sus propios límites, marcos conceptuales y, porque no, “sujetos”.
Si durante más de una década se denunció a las “corporaciones” –y más recientemente a los “buitres” aunque sin dar peleas reales, ahora ni eso ocurrirá. La moderación de Cristina conlleva el abandono de toda retórica de lucha. Los “ciudadanos” ocupan el lugar del “pueblo” y el Congreso ocupa el lugar de las calles.
Esta nueva “herramienta” está marcada por el sesgo de una amplitud, donde las credenciales políticas pasan a ser secundarios y hasta los “traidores” tienen una segunda oportunidad.
La década de los gobiernos pos-neoliberales termina con una derecha re-fortalecida y progresismos degradados aceptando las nuevas reglas de juego.
Esa crisis, todavía poco problematizada por intelectuales y periodistas que adhirieron al discurso de la “patria grande”, pone de manifiesto la necesidad de avanzar en seguir construyendo una izquierda claramente anticapitalista. Es decir, con un programa y una estrategia revolucionaria. En la Argentina, el PTS en el FIT actúa bajo esa definición. En Brasil, el Movimiento Revolucionario de Trabajadores también se orienta en ese sentido.
Los escenarios político-sociales de Brasil y de Argentina están lejos de augurar calma. La resistencia a los ajustes respectivos es un índice de la necesidad de avanzar en el desarrollo de esa izquierda revolucionaria.

Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.