Jueves 9 de octubre de 2014
Perdidos en la noche, vieron de nuevo a la luna ponerse roja. Volvió a eclipsarse Buenos Aires, como si ya no fuera suficiente el desengaño de los que ni pueden acariciarla, corriendo su locura diaria. Pero hay quien dice que la luna sonrojó de pudor por ese beso que no se va a dormir, y está también el que jura que la luna ahora se pone así porque desde arriba se ve vez más la desigualdad. Pero la luna llora a veces cuando se pone roja, porque la que también se cansó de este sol, no va a mojarse más los pies a la luna desde que no le canta Spinetta, y la luna roja sobre el río negro apenas si ahora se deja ver porque Cerati ya no le da su más dulce estrofa.
Esta luna, que de tanto coquetearle al sol enrojece, es la misma que vio aquí al Che dar sus primeros pasos, y que por eso también se pone así cuando un 9 de octubre se acerca y recuerda la muerte de Guevara. La luna va a pedirle al cielo que vuelva a llorar su lluvia por su guerrillero poeta. Así será de nuevo nube para hacer el duelo.
La luna ya no rueda como rodaba por Callao, porque se le apaga el coro de astronautas aplastado por el sonoro berrinche del tránsito, o porque la frenan cortes y marchas de trabajadores que ni siquiera obtienen el derecho de mirarla. Ni Corrientes ya lleva al Luna, sin Locche, sin Monzón ni Bonavena, es apenas olvido mientras gritan pisando sobre lo que fue, las fanáticas de Arjona.
Quién no le cantó a la luna, quién no la miró de a dos, quién no guardó en esa esfera que lidera el ocaso del día, el recuerdo de un amor partido. Borges aseguraba que la luna era dudosa, pero que allí podrían morar “los sueños, lo inasible, el tiempo que se pierde, lo posible o lo imposible, que es la misma cosa”. Ahora viene dudosa esta luna que anda cada tanto roja por los desatinos de un mundo que maldice tener tan cerca.
Un amigo que no acostumbra dormir de noche, no se sabe, según su facultativo, si alucinado o alunizado, asegura que vio cómo se transformaba de ira la luna, al contarle a las tres marías que en la burocracia del universo se traspapeló su destino de satélite, y que vino a tener la desgracia de caer acá, de cara a la tierra. Les señalaba a las mellizas estrellas aquella y esta otra guerra, y las marías llorisqueaban.
Según este amigo, la luna enrojecida recordaba también aquella vez que los norteamericanos le pisaron el jardín y de cómo había temblado de miedo. Mis viejos volcanes erupsionaron, imagínense el terror que tenía, decía el amigo que les decía la luna a las estrellitas, que es así como parecen desde el oscuro cielo porteño. Me clavaron una bandera, los vanidosos –seguía la luna-, pero yo creía que me venían a hacer la guerra creyendo que en mis entrañas hubiera algún petróleo o arma química. ¿Qué si alguna vez me van habitar?, cuenta mi amigo que la luna repitió a los gritos la pregunta de una maría. Y, no sería nada raro, contestaba mortificada la luna: un día los hombres no van a dejar nada en pie. Pero espero que para ese entonces, el universo me haya cambiado de lugar.
Ese amigo se durmió al fin. Y pienso en el refrán ojos que no ven corazón que no siente. Pienso que no se ve desde el lado oscuro de la luna…