El gobierno dio el primer paso del plan de ajuste sin mayores cimbronazos. Pero es sólo el primer paso. El “éxito” devaluatorio no está garantizado ni los desequilibrios económicos superados. La gran burguesía va por más. Es notorio el contraste con la tregua de la burocracia sindical. La inflación hace naufragar el pacto social. Las turbulencias internacionales acechan el plan de Macri.
Pablo Anino @PabloAnino
Miércoles 13 de enero de 2016
El gobierno de Mauricio Macri terminó su primer mes de gobierno con algunos éxitos aparentes en el terreno económico. El más notorio es que evitó una corrida cambiaria luego del levantamiento del “cepo” y la devaluación del peso. El salario se deterioró. Pero el partido para modificar las condiciones de explotación, la relación entre salarios y ganancias empresarias, atraviesa sus primeros minutos. El final es abierto.
Durante el anuncio de quita de retenciones al agro (y reducción a la soja) el presidente proclamó que quería transformar al país en el “supermercado del mundo”. Esta definición plantea una perspectiva de largo plazo en la cual la liberalización económica ubica al país en su sendero “natural” de productor primario con agregado de valor en las agroindustrias.
La transformación estructural que esto implica, con una industria atrasada que se supone debería ser liquidada, trastocará fuertemente las relaciones entre las clases fundamentales. Pero también implicará cimbronazos dentro de la propia burguesía, en detrimento de los empresarios pequeños y medios.
La deuda externa está registrando un importante salto, en parte para fortalecer las reservas del Banco Central, pero también se utilizará para solventar el déficit fiscal. Un acuerdo con los fondos buitre está al caer, redoblando la incidencia del capital financiero imperialista sobre el país.
Las cuentas públicas tienen un déficit muy relevante en proporción del PBI. El kirchnerismo estiró hasta el máximo el pulmotor fiscal de la economía para evitar, por aritmética política, que sea la propia Cristina Fernández de Kirchner quien aplicara la devaluación, baja de retenciones, reducción de subsidios y tarifazos. Dejó la mesa servida para el ajuste de Scioli o Macri.
La quita de retenciones agrava ese resultado. El ajuste fiscal se introdujo en la agenda. Los despidos comenzaron en varias dependencias públicas. El paso siguiente será la quita de subsidios que echará más combustible a la inflación, que ya se aceleró con la devaluación. La receta a la que acude el macrismo para frenar la inflación es la recesión. Inflación versus recesión son las “dos sogas” con las que amenaza el macrismo al cuello de los trabajadores.
Toda devaluación, como lo demuestra la historia económica argentina, trae una recesión. Es la situación que atravesará la economía argentina al menos el primer semestre del año. La caída del consumo popular es la consecuencia inevitable. No “somos un gran equipo”. Cambiemos tiene puesta la camiseta del capital más concentrado.
No obstante, el malestar excede a los afectados directamente por la devaluación. La burguesía agraria nacional y la imperialista que mejoró notablemente sus ingresos está retaceando la liquidación de granos, dosificando los dólares que entrega al Banco Central ¿Quieren más devaluación? Los empresarios que remarcaron, gastando a cuenta del triunfo de Macri, se niegan a la ilusa promesa de retrotraer los precios a noviembre. El pacto social se hunde antes de empezar.
Varios países de Latinoamérica atraviesan fines de ciclo, en particular Brasil, el principal socio comercial de Argentina. Las malas noticias de China, entre cracks bursátiles y desaceleración, empujan hacia abajo a sus vendedores de commodities. La Reserva Federal de Estados Unidos subió en diciembre la tasa de interés, en lo que podría ser el inicio de una tendencia alcista, encareciendo el crédito internacional que aspira obtener el macrismo. Para la directora del FMI el año 2016 será “decepcionante”. Una tormenta perfecta en la economía internacional conspira contra el plan del gobierno.
Mientras el kirchnerismo se limita en las plazas a una “batalla cultural”, la burocracia sindical alineada con el Frente para la Victoria (y la que no) le da tregua al ajuste. La verdadera “resistencia con aguante” a la embestida inflacionaria y contra los puestos de trabajo la pueden dar los trabajadores. No contarán con apoyo de Cristina, Scioli ni las cúpulas del peronismo. Incluso, Miguel Bein, ex asesor de Scioli, consideró que el levantamiento del cepo: "Va a salir razonablemente bien, soy constructivo".
En el primer mes de Mauricio Macri se acabó la “revolución de la alegría”. En esta primera parte desarrollamos algunos elementos de balance que completaremos con una segunda entrega.
El enigma de la devaluación
Para el economista marxista David Harvey el enigma del capital es cómo logra conseguir espacios rentables para colocar el capital acumulado. A cada éxito sobreviene un desafío mayor. Masas crecientes de capital reproducen el enigma a cada instante y en nuevas geografías. Por esto, entre otras cosas, el capitalismo es un sistema esencialmente desequilibrado, que a la vez que se abre paso genera sus propios límites.
Algo similar ocurre con las devaluaciones. El éxito de toda devaluación depende de una concatenación de factores: la proporción de la devaluación debe ser mayor a la inflación, a la vez que el incremento de precios debe superar al aumento de salarios.
Pero la propia devaluación desata el proceso inflacionario que requiere ser contenido. Con la modificación del tipo de cambio aumentan los precios de los productos e insumos importados. También se incrementan internamente los precios de los productos que se exportan a causa de la mejora de la rentabilidad que se obtiene con su colocación en el exterior.
Son los mismos actores sociales, las grandes empresas, principalmente exportadoras, que se benefician con la devaluación los que pueden potencialmente llevarla al fracaso. Algo de eso estamos viendo estos días. Pero el principal enigma de un gobierno que devalúa es cómo logra infringir una derrota a la clase trabajadora, deteriorando el poder de compra del salario.
Es decir, el éxito lo logra si el salario real se deteriora y, como contrapartida necesaria, las ganancias empresarias se fortalecen.
En el transcurso del primer mes del macrismo, la devaluación fue de 40 por ciento. A su vez, la inflación desatada alcanzó 3,7 por ciento en diciembre, según la consultora Elypsis. De mantenerse ese ritmo, la inflación superaría ampliamente el 50 por ciento anual. Con estos guarismos la devaluación naufragaría.
Hábil en el manejo de estas relaciones entre “variables económicas”, el ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat Gay, salió a decir que la inflación de 2015 sería de alrededor del 30 por ciento, pero que se desaceleró en las últimas semanas. El objetivo es bajar las expectativas inflacionarias para alinear las paritarias en alrededor del 25% consiguiendo el objetivo de la devaluación: licuar el salario real.
La liberalización cambiaria y la devaluación están dejando ver de manera más nítida que en nuestro país hay prácticamente un monopolio privado del comercio exterior, donde pisan fuerte acopiadores y agroindustrias como Cargill, Bunge, AGD, Vicentín, Dreyfus, Toepfer, Molinos Río de La Plata y Nidera, entre otros. Estas grandes exportadoras (en su mayoría multinacionales) prometieron liquidar 400 millones de dólares diarios para fortalecer las reservas del Banco Central y permitirle a la entidad monetaria defenderse de corridas bancarias.
La luna de miel duró poco: sólo los últimos días de diciembre. Las primeras semanas de 2016 los exportadores agrarios comenzaron a retacear liquidaciones. La “sintonía gruesa” del macrismo eliminó todas las retenciones al agro, pero para la soja (el principal producto de exportación) las bajó solo 5 por ciento. Los exportadores agrarios consideran que con esa baja de retenciones más la devaluación apenas están consiguiendo ingresos moderados en comparación con los días felices del boom de las commodities. Y van por más.
No sólo eso. Las grandes empresas exportadoras (en su mayoría multinacionales) que actúan en las agroindustrias y en las economías regionales lograron presentar su interés particular, con el reclamo de devaluación y quita de retenciones, como si representaran el interés general del sector. Muchos pequeños productores estarían cayendo en el desencanto. El derrame de ingresos esperado no está llegando a sus manos.
El ministro de Agroindustrias, Ricardo Buryaile, está tomando conciencia de lo obvio: no es lo mismo defender un interés sectorial desde las Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), que es de dónde proviene, que buscar mantener un equilibrio social entre las fracciones de la burguesía agraria. Tanto es así que se develaron fricciones entre los funcionarios de su ministerio.
Los beneficiarios de las políticas del gobierno se notan envalentonados e insaciables. Nuevas escaladas cambiarias agravarían la posibilidad de resolver, desde el punto de vista capitalista burgués, el enigma de la devaluación. Y hay más.
La inflación manda al pacto social de vacaciones
La primera semana del año el equipo económico logró dificultosamente la continuidad de los “Precios cuidados”. Se trata de un programa cada vez menos efectivo y con una cantidad reducida de productos.
Aunque parezca una contradicción, el “control de precios” se liberó a la interacción entre proveedores y grandes cadenas de supermercados, con escasa participación de la Secretaría de Comercio. El promedio de incremento fue de 3,9 por ciento, pero existen alzas de 5 a 15 por ciento.
El presidente de la COPAL, Daniel Funes de Rioja, aprovecho esa negociación para rechazar el reclamo de Prat Gay de retrotraer los precios a noviembre. Además, advirtió sobre nuevos aumentos de precios a causa de las subas en los combustibles autorizadas por el Ministerio de Energía y Minería.
El macrismo, en disonancia con su ambición de que Argentina se “integre al mundo”, autorizó un alza de 6 por ciento en las naftas y el gasoil mientras el crudo se derrumba en todo el globo. Pero esa decisión contentó a las petroleras soló hasta marzo (apenas dos meses) cuando quieren remarcar nuevamente. El ministro Juan José Aranguren, ex CEO de Shell, como no podría ser de otra forma, está dispuesto a concederles todo.
Si se proyecta ese aumento, el incremento de combustibles superaría el 40 por ciento anual. Al ser un insumo de muchas industrias eleva los costos de producción y se expande como un virus por todo el aparato productivo. Es sólo un síntoma de las dificultades para mantener a raya los precios.
El mencionado índice de precios de Elypsis indica que en octubre la inflación fue 1,5 por ciento, en noviembre 2,2 y en diciembre 3,7. La desaceleración que estima el ministro de Hacienda y Finanzas no se verifica en los registros de los últimos meses. Como se mencionó, la extensión del aumento de precios de diciembre ubicaría la inflación en 55 por ciento anual.
Pero en los “eslabones débiles” de la clase trabajadora el impacto de la devaluación fue aún mayor. De acuerdo a un relevamiento de la consultora FIEL, para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la canasta básica alimentaria (que define el nivel de indigencia) exhibió un aumento de 7 por ciento en diciembre. A su vez, la canasta básica total (que determina el nivel de pobreza) se incrementó 4,7 por ciento. Mejor no anualizar ciertas cosas: el incremento de precios se ubicaría entre 75 y 125 por ciento en estos consumos.
Así las cosas, al gobierno trocó el método de manipulación por el default directo de las estadísticas públicas, en especial del índice de precios. El macrismo hace honor al kirchnerismo para intentar burlar los reclamos de la clase trabajadora, pero aun así la inflación está mandando al pacto social de vacaciones.
En las apreciaciones de Prat Gay puede haber una cuota de verdad. La inflación está relativamente y circunstancialmente contenida en las últimas semanas por la recesión. Son "dos sogas" las que acechan a los trabajadores.
No es sólo el problema de la inflación sino que la contención de la inflación, necesaria para el éxito de la devaluación, sólo podrá lograrse a través de mayor recesión, cuestión que está inscripta en las políticas de despidos y bajas salariales. O sea que lo que viene es mayor inflación o sino, en cambio, recesión. Son disyuntivas ajenas a los intereses de la clase trabajadora.
Pablo Anino
Nació en la provincia de Buenos Aires en 1974. Es Licenciado en Economía con Maestría en Historia Económica. Es docente en la UBA. Milita en el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Es columnista de economía en el programa de radio El Círculo Rojo y en La Izquierda Diario.