Músculos, saltar, correr, “volar”; todas grandes aptitudes para quienes la necesiten, no es este el caso. Cuando la sensibilidad, inteligencia, calidad y visión demuestran por qué el arte se manifiesta en los momentos en que el mismo arte decide ser, recrearse a través de una mente y ser llevada a cabo por un elemento apto, no necesariamente el más apto.
Sábado 13 de diciembre de 2014
Earvin “Magic” Johnson es el vehículo por dónde las manifestaciones más excelsas del básquet han pasado. Esas que importan, las que queremos ver hacer con las manos, las que nos confunden para luego entender que no estábamos entendiendo, que había alguien allí que jugaba con nuestra percepción, que había algo más.
No vamos a hablar de la historia, sus logros, su portentoso currículum, sino dejar entrever que hubo (y hay) una generación que prefiere otra cosa. Que prefiere el juego por el juego en sí mismo, no solo meter la pelota en el aro, ir volando, pasar por arriba de otros jugadores, humillarlos pisándoles la cabeza para luego enterrarla y que el estadio ruja pidiendo más sangre.
Estamos hablando de otra cosa: de disfrutar, de compartir la sabiduría y el talento para que otros sean grandes también (James Worthy, Byron Scott, Michael Cooper) y que un todo en conjunto produzca lo que otros hacen solos.
Podemos decir muchas cosas de Magic, sus dos metros seis centímetros con los cuales no sabríamos dónde ponerlo en la cancha, sus campeonatos, sus famosas asistencias sin mirar, que son la muestra de que un jugador de hoy tiene algo de talento; él casi que las inventó, son su sello, y no para pavear, sus trofeos y anillos dicen lo contrario. El señor jugaba de base, aunque lo sabía todo y cuando él se lo proponía jugaba de lo que necesitaba el equipo y ganaba el partido, o el campeonato.
Dice el mito que no se le podía robar una pelota mientras la traía con su fortísimo y seguro drible, podías lastimarte el brazo en el intento, picaba la pelota con una fuerza y rapidez amenazantes. Eso era lo que se escuchaba de este tipo a finales de los 80, ya era grandísimo y lo había ganado todo. Para ese entonces, los Red Hot Chili Peppers le habían dedicado una canción en el álbum “Mothers Milk”, citando también a otros del equipo angelino en la letra, cuando los Peppers todavía no eran populares. En Argentina se “traficaban” los videos para poder ver lo que pasaba allá en el norte respecto al básquet, especialmente para verlo a él y a algún “otro”. Avidez y asombro desde los más pequeños hasta los jugadores y entrenadores.
Es el juego en la más alta expresión, recordar que no es más que eso, que lo hacemos para divertirnos. Que si no es lindo aburre. Y es lindo a la vieja usanza, hoy debería ser como nos muestran la tele y los resúmenes, casi todo basado en la potencia, no en la elaboración. Pero algo de aquello subsiste por debajo de todo ese circo, y puede volver. Por eso de vez en cuando se ve a alguno tratando de imitar lo que nació por aquellos años, esa belleza que no es agresiva, que está emparentada con otros deportes. Aplaudir un punto del contrario en el tenis, reconocer que te hagan un caño al “fobal”, una buena "tijera" en el TC, en fin...
Para cerrar, debo decir que no es mi jugador preferido; escribo esto a modo de provocación, sólo para avivar una vieja polémica: ¿Magic o el 23? Esa polémica existió y fue grande, hoy quizás un poco olvidada, mal que le pese a los fanáticos de “Air”.
Magic vino a nuestro país, y tuve la suerte de verlo jugar en una de sus giras, ya retirado. Con uno de mis hermanos, en las gradas vimos a este gigante, con unos 11 o 12 años. Recuerdo aún la emoción. Terminando el partido, en el que estaban otros grandes locales como Milanesio, Espil etc, ya restando unos pocos segundos para la finalización, él traía la naranja y llegó a la mitad de la cancha y de ahí nomás la tiró.
Y la metió. Magia.