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Red Internacional
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Opinión. Malmenorismo como estrategia política, crecimiento de la derecha como resultado necesario

Ni derecho a la vivienda ni derecho al pan: inflación, ajuste y crisis social. Combatir a la derecha con palabras, alentarla con acciones. Sin embargo, no todo es ascenso de la derecha. Para enfrentarla hay que avanzar en poner en pie nuevas herramientas organizativas de les explotades y oprimides.

Viernes 21 de octubre de 2022 17:51

Las imágenes de la represión a familias pobres en Merlo no inundaron las pantallas. No llegaron a la portada de los diarios. Ni oficialistas ni opositores. Los rostros enojados y combativos de las mujeres que reclaman tierra para vivir no alcanzaron la difusión de la que sí gozaron los de Jonathan Morel y Sabrina Basile.

Hay noticias y noticias, podríamos decir, emulando la ya mítica escena de Marge Simpson como agente inmobiliaria.

Sin embargo, las balas de goma y los golpes existieron. Existen, al cierre de esta nota, los detenidos. Lo mostró, como siempre, La Izquierda Diario. Existieron, también, los repudios. Pocos, pero notorios. El arco progresista faltó esencialmente a la cita. Se entiende. Condenar la represión era criticar a Sergio Berni y Axel Kicillof, responsables políticos de la Policía Bonaerense. La misma que descargó su furia hace dos semanas en La Plata.

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Pasiones tristes, decepciones constantes

En La época de las pasiones tristes, Francois Dubet afirma que “la frustración y el sentimiento de injusticia se transforman en resentimiento cuando no tiene cabida en ningún relato social capaz de darles sentidos y designar adversarios y razones para esperar” [1]

No hay grandes relatos sin sustento material; sin levadura económica que garantice estabilidad social y emocional a millones de personas. Las crisis política y de representación en curso aparecen inseparables de esa carencia de soluciones a grandes problemas que sacuden la vida de las mayorías trabajadoras.

Hospitales desfinanciados, personal de la salud pobre y sobreexplotado; escuelas derruidas, docentes precarizadas y estresadas; alimentos en vertiginoso ascenso de precios, y niños y niñas que se privan de una comida diaria. Con la democracia capitalista no se cura, no se educa ni se come.

La ocurrido en Merlo es otro paso más en la larga negación del derecho a la vivienda. Trayectoria en la que el punto reciente más recordado ocurrió en Guernica, hace casi dos años exactos. Esa crisis asola la vida de millones de familias pobres. Y no tan pobres. A la imposibilidad de adquirir una casa o departamento se le suma, ahora, la dramática odisea de alquilar.

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Tiempo de decepciones crecientes, constantes. Tiempo de malestar y furia con un Frente de Todos que, sobreproduciendo relato, solo reemplazó el ajuste de la derecha macrista por el propio. En esas frustraciones múltiples del día a día hay que buscar, en parte, las razones de ese ascenso de la derecha.

Por fuera del rostro de Berni y las palabras vacías, ¿qué tiene el progresismo kirchnerista para ofrecerle a esos millones de personas maltratadas?

La receta del “mal menor"

Encerrado en sus propias contradicciones, rumiando impotencia, el progresismo edifica a cada paso el relato del mal menor como insípida pero inevitable alternativa a otros males mayores. El brutal ajuste de Macri o el ajuste moderado de Massa, Alberto y CFK; la derecha salvaje de Bullrich o la derecha “controlada” de Berni; el default caótico o el caos económico del acuerdo con el FMI.

El discurso omite las condiciones de posibilidad de cada política. El ajuste salvaje liberal o neoliberal puede agitarse. Sin embargo, como ilustra la brevísima gestión de la primer ministra británica Liz Truss, entre los gritos furiosos y los hechos median las verdaderas relaciones de fuerza.

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El discurso político malmenorista se completa, por estas horas, con la agitación mediática contra la derecha fascistoide que, sin lugar a dudas, encarnan Revolución Federal y la llamada Banda de los Copitos. Negar la peligrosidad de los mismos sería absurdo. Hemos escrito -y bastante- alrededor del tema y de la gravedad del intento magnicida contra Cristina Kirchner.

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Atendiendo a esa demonización de la derecha, el Poder Judicial apela a un andamiaje legal que, a futuro, puede ser usado contra reclamos obreros, populares o hacia la misma izquierda. Señalar ideas políticas como un “caldo de cultivo” para el intento de asesinato de CFK es demonizar a todo aquello que no profesa el discurso dominante.

El relato malmenorista apela a las simplificaciones. La derecha es solo la derecha y nada más. Pero resulta imposible separar su crecimiento de las condiciones políticas y sociales en las que emerge.

Si el Gobierno “progre” entrega palos en lugar de vivienda a las familias pobres; si encubre y protege al represor Berni; si criminaliza y persigue a las comunidades del pueblo mapuche. ¿Cómo frenar el crecimiento político de esa derecha rabiosa?

¿Cómo separarlo de las consecuencias sociales de una política de ajuste? Ajuste que, por estas horas, camina un nuevo paso de la mano del Presupuesto 2023. Norma a la que, todo indica, el kirchnerismo dará su aval. La temporalidad de los discursos de oposición pertenece al pasado. Habitamos tiempos de realpolitik progresista, dictados por el FMI y administrados por Massa. La única verdad es la realidad.

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El origen de la ira

Hace algunos años, describiendo las consecuencias del estallido de Lehman Brothers en el escenario político europeo, Wolfgang Streeck hablaba de la crisis de la democracia como producto de la “des-democratización del capitalismo a través de la des-economización de la democracia” [2].

La imagen de un capitalismo democrático pertenece al pasado. Ese discurso ideológico hundió raíces en los años de crecimiento del llamado Boom de posguerra. Allá lejos y hace tiempo.

El capitalismo es, en esencia, no democrático. Presupone el funcionamiento de la economía en interés de una minoría de explotadores; del gran poder burgués que domina el mundo y cada nación. Sin embargo, la apreciación de Streeck da cuenta de la progresiva erosión de todo control político sobre el desarrollo de las tendencias económicas. De una creciente pérdida de “capacidad de gestión” por parte de los mismos regímenes que hablan en nombre de la democracia liberal.

El fracaso estrepitoso de la “regulación estatal” en la Argentina frentetodista funciona a modo de simple ilustración. El poder de los grandes monopolios alimenticios -que llegan a concentrar el 80 % de la producción en determinadas ramas- emerge como contracara del hambre que asalta, cada día más intensamente, a millones de habitantes del país. El descontrol inflacionario, enfrentado a puro parche, confirma la inviabilidad de los controles “desde arriba”.

¿Cómo no entender el descontento con “la política” si ésta, en el nombre de las coaliciones mayoritarias, se muestra incapaz de estabilizar el precio del pan? Invirtiendo esencia y apariencia, esa “inoperancia” aparece revestida bajo el discurso del Estado presente. ¿Cómo no entender entonces el despliegue de una subjetividad que rechaza lo público y lo estatal?

Tiempo de nuevas herramientas

“¿Qué es esta economía moral que produce ira e indignación, sin ser capaz de reflexionar sobre sus causas?”, se interroga también Dubet.

La pregunta, tal vez, no pueda responderse por fuera de las múltiples trayectorias de las organizaciones políticas y sindicales que hablaron -y hablan- desde las clases subalternas.

¿Cómo expresar colectivamente esa indignación sin las herramientas organizativas adecuadas? La historia de las últimas décadas es la de la progresiva traición y capitulación de dirigencias sindicales, sociales y políticas.

Si elegimos el acotado marco nacional y el último lustro. ¿Cómo no ver en la traición de las muchas burocracias sindicales una invitación de la resignación? Imposible separar la degradación social en curso de la rigurosa pasividad de los dirigentes que pueblan la CGT y las CTA. Imposible, también, escindirla de la creciente decadencia del peronismo como corriente política.

La mecánica repetición del discurso malmenorista emerge como consecuencia de esa crisis. Objetivamente incapaz de proponer un escenario social y político superador para las grandes mayorías, el peronismo realmente existente solo puede ofrecerse como la alternativa a un “mal mayor”. El resultado, necesario, es un constante llamado a la resignación que abre la puerta a la derecha.

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Superar ese horizonte de conformismo y apatía obliga a reconquistar herramientas de lucha y a construir otras nuevas. Impone la estratégica tarea de recuperar cuerpos de delegados, comisiones internas y eventualmente sindicatos. Convoca a la necesaria batalla por unir y coordinar a los distintos sectores en lucha.

Al mismo tiempo, para la clase obrera y el pueblo pobre, la alternativa a un mayor declive social pasa por construir su propia fuerza política. Un gran partido socialista de la clase trabajadora que proponga un escenario de lucha y transformación revolucionaria de un orden social en crisis.


[1La época de las pasiones tristes. Siglo XXI. 2021.

[2Comprando tiempo. Katz. 2016.

Eduardo Castilla

Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.

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