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Marxismo, estrategia y arte militar

Matías Maiello

Emilio Albamonte

ESTRATEGIA

Marxismo, estrategia y arte militar

Matías Maiello

Emilio Albamonte

Ideas de Izquierda

A continuación presentamos el prefacio a la edición francesa del libro Marxisme, stratégie et art militaire (Marxismo, estrategia y arte militar) de Emilio Albamonte y Matías Maiello, publicado recientemente por éditions Communard.e.s donde realizan una actualización de algunos debates abordados originalmente en Estrategia socialista y arte militar (Ediciones IPS, 2017) a partir de los acontecimientos posteriores de la lucha de clases, en particular, de la rebelión de los Chalecos Amarillos en Francia.

Prefacio a la edición en francés

Gracias al trabajo de éditions Communard.e.s, tenemos la oportunidad de presentar esta edición de Marxisme, stratégie et art militaire con una selección de capítulos del libro Estrategia socialista y arte militar que publicamos originalmente en castellano en 2017 por Ediciones IPS. En esta presentación nos proponemos actualizar a la luz de los nuevos acontecimientos algunos de los debates a los que hacíamos referencia en la edición original. Si en ese entonces hablábamos de la imperiosa actualidad de la reflexión estratégica, desde aquel momento su importancia no ha hecho más que acrecentarse.

El panorama editorial actual en lengua francesa ha dado indicios de cierto renovado interés por la estrategia en el marxismo. Por ejemplo, con libros como Communisme et stratégie de Isabelle Garo [1], o el trabajo de Stathis Kouvelakis que encabeza la compilación Sur la Commune de Paris [2], o las reflexiones teóricas de Frédéric Lordon sobre la antipolítica y los debates con el autonomismo [3]. En nuestro caso, se trata de un retorno a los problemas de estrategia en el marxismo, no simplemente volviendo a Marx sino también a Lenin, a Trotsky, a Luxemburgo, a Gramsci, y más en general a los debates de estrategia que atravesaron la Segunda, la Tercera y la Cuarta Internacionales, a partir de una apropiación crítica de los principales conceptos de la estrategia militar en torno a la obra clásica de autores como Carl Clausewitz o Hans Delbrück, entre otros.

De algún modo aquel interés por la estrategia, aunque parcial, puede ser interpretado como contrapunto a los límites que han mostrado las corrientes autonomistas o neoautonomistas, así como los neoreformistas, frente a los procesos de movilización y revueltas de los últimos años. Entre ellos, la gran rebelión de los Gilets Jaunes, que ha mostrado, por un lado, que la espontaneidad y la radicalidad son absolutamente fundamentales para sacudir las viejas prácticas rutinarias institucionales así como las ilusiones de refugiarse en los intersticios que deja el capitalismo. Pero por otro lado, también ha expuesto que aquella espontaneidad es insuficiente para ir “hasta el final” en procesos de lucha y evitar que estas sean metabolizadas por regímenes políticos en decadencia.

A estos debates dedicaremos este prefacio. Para comenzar, queremos referirnos a algunas coordenadas actuales, retomando aquella consideración de Clausewitz que decía que: “El primer acto de discernimiento, el mayor y el más decisivo que llevan a cabo un estadista y un jefe militar, es el de establecer correctamente la clase de guerra en la que están empeñados y no tomarla o convertirla en algo diferente de lo que dicte la naturaleza de las circunstancias” [4]. Algo similar sucede cuando hablamos de estrategia revolucionaria. Ahora bien, ¿Qué clase de lucha plantea el escenario actual? ¿Qué tienen para decirnos desde este punto de vista los fenómenos políticos y de la lucha de clases de los últimos años?

Revuelta y revolución en el siglo XXI

Desde 2018 con los Chalecos Amarillos, diversos países de varios continentes fueron y son atravesados por amplios procesos de movilización. Se trata del segundo ciclo de lucha de clases desde que estalló la crisis capitalista de 2008 y comenzó la fase terminal de la hegemonía neoliberal. Desde aquel entonces los procesos de movilización y las revueltas son parte ineludible de la situación mundial; una tendencia que se ha reactivado luego de la pausa por las restricciones de la pandemia.

En el primer ciclo de lucha de clases vimos en “Occidente” revueltas esencialmente pacíficas, como la de los “indignados” del 15M español. Le siguieron movimientos como el de la Plaza Taksim en Turquía, o el masivo junio de 2013 en Brasil. En situaciones de crisis mayor, como Grecia en 2010, derivaron en procesos de la lucha de clases más agudos que fueron desviados; mientras que, en los escenarios más “orientales” de la “Primavera Árabe” que enfrentaron dictaduras, adquirieron una forma mucho más violenta.

El segundo ciclo tuvo su campana de largada con la irrupción de los Chalecos Amarillos. A diferencia de los “indignados”, partieron de un nivel de lucha de clase superior y más violenta, con una represión que hacía tiempo no se veía en las democracias imperialistas de “Occidente”. Este ciclo se fue expresando con sus características particulares en diferentes puntos del globo, como en Chile, Colombia, Ecuador, Bolivia, EE. UU., Cataluña, Argelia, Sudán, Líbano, Haití, Hong Kong, Myanmar, entre otros países.

El trasfondo de estos procesos no son en general grandes catástrofes (guerras o cracks económicos), como sucedió por ejemplo en la primera mitad del siglo XX, sino una crisis rastrera del capitalismo que desde 2008 ha pasado por diferentes momentos. Esta crisis de carácter histórico amenazó inicialmente con dar lugar a un escenario catastrófico como en los años ‘30 del siglo pasado, el cual pudo ser conjurado gracias a una intervención estatal masiva para salvar a los grandes bancos y corporaciones a costa de las condiciones de vida de las mayorías. Esto acentuó un escenario de décadas de ofensiva imperialista y saltos en la internacionalización del capital –la llamada “globalización”– a través de un proceso de desarrollo desigual y combinado que fue dejando junto a una minoría de “ganadores”, una gran mayoría de “perdedores”.

Dentro estos últimos, hay dos sectores diferentes que protagonizan los recientes procesos de la lucha de clases. Uno que podríamos llamar, a falta de una denominación más ilustrativa, el de los “perdedores relativos” de la globalización, los que de alguna manera lograron algún avance (aunque más no sea salir de la pobreza) y vieron sus expectativas de progreso frustradas por la crisis. Y otro gran sector que, siguiendo los términos anteriores, podríamos denominar el de los “perdedores absolutos”: sectores empobrecidos, precarizados, cuando no directamente desempleados, especialmente de clase trabajadora, muchos de ellos jóvenes, que quedaron virtualmente por fuera del “pacto social” neoliberal. Con la pandemia, estos se han extendido ampliamente con el incremento de la precariedad y el empobrecimiento, alimentando un profundo descontento social.

Ambos sectores forman la argamasa que da cuerpo a las protestas desde 2018 a esta parte, siendo la irrupción de los “perdedores absolutos” lo que les da un carácter distintivo, más violento y explosivo. Sin embargo, ambos ciclos, el que comienza en 2010 y el iniciado en 2018, comparten una característica fundamental: la primacía de la dinámica de las revueltas. Las mismas se componen de acciones espontáneas que liberan las energías de las masas y pueden tener importantes niveles de violencia, pero a diferencia de las revoluciones, no adoptan como objetivo reemplazar el orden existente sino presionarlo para obtener algo. No hay un muro entre revuelta y revolución. Las revueltas contienen en sí la posibilidad de superación de ese estadio de acciones de resistencia o actos de presión extrema. Pueden ser momentos de un mismo proceso que abra una revolución o no serlo. Depende de su desarrollo.

En este sentido, la lucha por la hegemonía de la clase trabajadora es determinante. Algo de esto esbozó la jornada de paro del 12 de noviembre de 2019 en Chile, la más importante desde el fin de la dictadura. Este despliegue, parcial y de solo un día, de la fuerza obrera, junto con los importantes enfrentamientos que se dieron en “las poblaciones”, marcaron un salto en el proceso de conjunto. Obligaron a los partidos del régimen a encerrarse a negociar el llamado “Acuerdo por la paz social”, con sus plebiscitos y constituyente amañada, para frenar la escalada. Otro ejemplo fueron las jornadas de huelga contra la reforma previsional que conmovieron a Francia a finales de 2019, frente a las cuales el gobierno y la burocracia sindical en sus diferentes variantes hicieron todo lo posible para evitar que se transformen en una huelga indefinida que articule un verdadero movimiento popular. También entre los ejemplos recientes, estuvo Myanmar, uno de los puntos más álgidos de la lucha de clases donde la clase trabajadora fue una de las principales protagonistas de la resistencia al golpe, en lo que fue uno de los mayores levantamientos populares de la ya convulsiva historia del país.

Tomando el panorama de conjunto, la ausencia de hegemonía obrera en la mayoría de los procesos es clave para que los movimientos se expresen esencialmente en forma “ciudadana”, a pesar de que muchos de sus protagonistas son parte de la clase trabajadora. La burguesía, el Estado y los medios de comunicación, se basan en la heterogeneidad entre perdedores “absolutos” y “relativos” para dividir e intentar canalizar las protestas. La pregunta estratégica es: ¿cómo hacer para que estas explosiones de odio y lucha de clases que se expresan en las revueltas no terminen agotándose en sí mismas, para que toda la energía de estos procesos no sea contenida en los marcos de los regímenes políticos capitalistas o se terminen imponiendo salidas reaccionarias, o peor aún, contrarrevolucionarias, sino al contrario que abran paso a las nuevas revoluciones?

Populismo, izquierda y lucha de clases

En su libro Por un populismo de izquierda, Chantal Mouffe insiste en que es urgente para la izquierda actual comprender el desafío del “momento populista” ante la crisis de la formación hegemónica neoliberal. Frente a los avances del “populismo de derecha” sería necesario desarrollar un “populismo de izquierda” que sea capaz de disputar con éxito la hegemonía [5]. Sin embargo, no hay una indagación crítica sobre lo que dejaron estos fenómenos surgidos del desvío del ciclo anterior de lucha de clases. Cómo la coalición Syriza, después de años de ajuste contra las mayorías, terminó dando paso al retorno de la derecha tradicional de Nueva Democracia. O cómo Podemos que terminó gobernando con el PSOE, ubicándose en la vereda de enfrente de la lucha nacional catalana y colaborando en la recomposición del viejo régimen que había sido masivamente repudiado en la Plaza del Sol.

Frente a las teorías como las de Mouffe y Laclau, para las cuales el problema de la hegemonía se sitúa en el terreno de la articulación discursiva, por fuera de las bases económicas de la sociedad capitalista y las clases sociales, en Marxisme, stratégie et art militaire desarrollamos un enfoque opuesto. Partimos de las relaciones de fuerza materiales que atraviesan a la sociedad capitalista y abordamos la articulación de volúmenes de fuerza para la lucha de clases en busca de una hegemonía que trascienda los espacios acotados dejados por la burguesía. En este sentido es que revisitamos los principales debates estratégicos del marxismo del siglo XX y realizamos una apropiación crítica de los clásicos de la estrategia como Clausewitz.

El populismo de derecha es justamente el intento de canalizar, mediante un discurso pretendidamente “anti-régimen”, la crisis de hegemonía burguesa para acentuar los rasgos bonapartistas del régimen y redoblar la ofensiva sobre el pueblo trabajador. Frente a esto, ¿no sería la izquierda anticapitalista y socialista, justamente, la que mejor tendría que expresar una alternativa verdaderamente anti-régimen, en el sentido más amplio del término, es decir, revolucionario?

Sin embargo, en muchos casos pareciera que la izquierda estuviese condenada a ser parte del “ecosistema” de regímenes burgueses en crisis a través de “frentes antiderecha”, “antineoliberales” o yendo, una y otra vez, detrás de alguno de los campos en los que se dividen los capitalistas. Pero no es así. Un modesto ejemplo en contrario expresa el propio Frente de Izquierda en Argentina, que ya lleva 10 años como polo independiente de clase, anticapitalista y socialista.

Ahora bien, ¿por dónde pasa el camino estratégico para el desarrollo de la izquierda revolucionaria hoy? Los nuevos fenómenos de la lucha de clases de los últimos años plantean toda una serie de elementos fundamentales que contribuyen a responder esta pregunta. Aquí vamos a concentrarnos en el proceso que marcó el inicio del segundo ciclo de lucha de clases a nivel internacional, la rebelión de los Gilets Jaunes, para ilustrar, a partir de los debates que desarrollamos en Marxisme, stratégie et art militaire, las encrucijadas que a nuestro modo de ver atraviesan a la izquierda revolucionaria en la actualidad.

El lado “oriental” de las democracias “occidentales”

En las páginas de Marxisme, stratégie et art militaire abordamos los desarrollos tácticos y estratégicos de la III Internacional, y particularmente en torno a las elaboraciones de Antonio Gramsci y León Trotsky, para dar cuenta de la mayor complejidad de la revolución en los países con estructuras socio-políticas “occidentales”. La metáfora geográfica Oriente-Occidente fue utilizada en aquellos debates para dar cuenta de la mayor solidez de las democracias capitalistas con sus “trincheras” y “fortificaciones permanentes” que permean la “sociedad civil”, a diferencia de las estructuras sociopolíticas “orientales” donde estas mediaciones son más débiles o directamente inexistentes.

Desde este ángulo, la irrupción de los Gilets Jaunes hacia finales de 2018, nada menos que en una de las principales democracias “occidentales”, tomó por sorpresa al conjunto del régimen francés. Las postales de Gilets Jaunes en el Arco del Triunfo rodeados de nubes blancas de gases lacrimógenos recorrieron el mundo. Decenas de jornadas de piquetes y movilizaciones, y como respuesta, un importante nivel de represión que incluyó muchas más detenciones que en mayo de 1968, con heridos que se contaron por miles, decenas de mutilados, incluyendo muertos producto de los operativos represivos.

A diferencia de conflictos emblemáticos anteriores como la lucha por las pensiones en 2010, que contó con movilizaciones de varios millones de personas, o la pelea contra la reforma laboral de 2017 con paros nacionales poco efectivos y sin continuidad, la rebelión de los Gilets Jaunes logró hacer retroceder parcialmente al gobierno de Macron mostrando la potencialidad del movimiento. Dejó en evidencia un punto de falla de la dominación capitalista en una estructura sociopolítica típicamente “Occidental” como es la V República.

La novedad, como señala Juan Chingo en su libro Gilets Jaunes. Le Soulèvement, es el desarrollo de elementos “orientales” al interior de las estructuras sociopolíticas “occidentales”. Se trata de la contracara de décadas de ofensiva capitalista neoliberal que lograron un enorme avance sobre las condiciones de vida de la clase trabajadora y el progresivo desmantelamiento del llamado Estado de bienestar que había sido funcional en tiempos de la “guerra fría”. De este fenómeno dan cuenta a su manera numerosos autores, como el controvertido geógrafo Christophe Guilluy cuando habla del “hundimiento de la hegemonía cultural de las clases dominantes y superiores” [6].

Se configura así un debilitamiento de aquellas “trincheras” típicas de Occidente, desde el propio sufragio universal, pasando por los partidos de masas y los sindicatos, hasta las variadas “instituciones intermedias”, además de la escuela o el tejido asociativo, mediante las cuales se sostenía la influencia de la clase dominante más allá del aparato de coerción [7]. Este fenómeno quedó expuesto abiertamente durante la rebelión de los Gilets Jaunes.

Los grandes protagonistas del heterogéneo y explosivo movimiento fueron aquellos sectores ubicados del lado “oriental” de la fractura político-social, en gran parte provenientes de las zonas periurbanas: toda una fracción de la clase trabajadora, de sus sectores bajos y precarizados, empleados tanto en el sector público como en el privado –especialmente establecimientos pequeños–, así como jubilados, desempleados, junto a una parte minoritaria de la pequeño-burguesía y las clases medias (artesanos, profesiones liberales o cuentapropistas). Esto explica en gran medida las formas que adoptó el movimiento.

De la protesta a la lucha y la autoorganización

Se trató de una rebelión de aquellas capas más invisibilizadas de la sociedad francesa. Surgidos por fuera de los sindicatos, los Gilets Jaunes se veían a sí mismos como “ciudadanos”, “pueblo”, “franceses” aunque mayoritariamente eran trabajadores/as. En cuanto a sus métodos estuvieron centrados en afectar la circulación y el consumo, no así la producción. La perspectiva de huelga general no estuvo presente como parte del horizonte del movimiento.

Si bien esto representó un claro límite del movimiento, detenerse exclusivamente en este punto sería un gran error. En la polémica sobre la estrategia de desgaste y la estrategia de abatimiento que abordamos en este libro, Rosa Luxemburgo le crítica a Kautsky, la idea de que en las democracias “occidentales”, a diferencia de Oriente, las huelgas y manifestaciones “sin riesgo” (como complemento de la participación electoral) a las que denomina como acciones “de protesta”, son la única opción para los trabajadores a la hora de salir a la lucha. Frente a ellas destaca las acciones “de lucha” o combativas que expresan elementos de autoactividad y/o autoorganización de la clase trabajadora.

Desde este ángulo, la rebelión de los Gilets Jaunes cobra otra significación. Sus acciones fueron mucho más allá de las rutinarias manifestaciones sindicales. Por fuera de las vías instituidas para la canalización de la “protesta social”, las movilizaciones “no autorizadas” (ilegales), la multiplicidad de piquetes y acampes, y los enfrentamientos con las fuerzas represivas que intentaban impedir las acciones, le dieron su fisonomía distintiva al movimiento y su tinte anti-régimen. Lo cual se expresaba también como novedad en la tendencia a la unión entre lo social y lo político, cuya principal reivindicación era la renuncia de Macron.

A su vez, una característica importante del movimiento de los Gilets Jaunes fue la tendencia embrionaria que expresó a la autoorganización, especialmente con la puesta en pie de las “Asambleas de las Asambleas” de Commercy y Saint-Nazaire. Señala Stathis Kouvelakis, cómo con delegados mandatados y votación mayoritaria, estas fueron mucho más allá que lo que dieron movimientos como el Nuit Debouit [8]. Sin embargo, estas tendencias a la autorganización no se desarrollaron, ni siquiera la extrema izquierda se planteó impulsarlas resueltamente, buscando constituir una organización más estable y hegemónica.

El carácter heterogéneo del movimiento, a su vez, no impidió que tomaran en sus manos, junto con la anulación del impuesto al combustible decretado por Macron, demandas sentidas del movimiento obrero que la dirigencia oficial de los sindicatos dejó de lado, empezando por el aumento del salario mínimo (SMIC) y de las pensiones, pero también el restablecimiento del impuesto a la riqueza (ISF) y elementos difusos de un programa democrático como el reclamo de “disminución significativa” de salarios y privilegios de los funcionarios electos y altos funcionarios, o dar al pueblo el derecho de pedir referéndum sobre todas las leyes aprobadas por el parlamento, etc. [9].

Ahora bien, a pesar de todos estos elementos que hicieron del movimiento –con su carácter social y políticamente contradictorio– un gran fenómeno de la lucha de clases en un país central y del apoyo masivo que tuvo –especialmente en sus inicios y persistente entre obreros y empleados–, el régimen logró mantener virtualmente aislada la sublevación de los Gilets Jaunes del resto de la clase trabajadora y sectores populares. Frente a la imposibilidad de derrotarlo, la acción del gobierno –fundamentalmente represiva– y de la burocracia manteniendo al margen a los sindicatos, buscó condenarlo al desgaste.

El “Estado ampliado” y la fractura de la clase trabajadora

Como analizamos en el último capítulo de este libro, la etapa de “Restauración burguesa” a partir de la década de 1980, modificó en gran medida el escenario que marcó buena parte del siglo XX. La clase trabajadora se extendió como nunca antes en la historia, pero se hizo mucho más heterogénea y sufrió un amplio proceso de fragmentación. La rebelión de los Gilets Jaunes planteó la profundidad de esta fragmentación, tanto en sus elementos estructurales como políticos e incluso culturales.

En su libro No Society, Guilluy expone a su manera un mapa de los sectores populares signado por la expulsión de buena parte de la clase trabajadora de los grandes centros urbanos hacia la periferia, por la “polarización” del empleo con la proliferación del trabajo precarizado, por el desmantelamiento de los servicios públicos para las grandes mayorías, entre otros aspectos [10]. No es el único que lo hace, y más allá de las intenciones polémicas del autor, lo cierto es que toda esta serie de elementos estructurales forjados durante décadas de ofensiva neoliberal se han convertido en factores actuantes en la lucha de clases.

No es difícil rastrearlos en la base del fenómeno de los Gilets Jaunes. El aumento decretado por Macron del combustible diésel (que utiliza el 60 % de la población) se combinó con la “desertificación” de los servicios públicos donde la destrucción del sistema ferroviario (en beneficio del tren de alta velocidad interurbano) hacen que gran parte de los asalariados y sectores populares expulsados de las grandes ciudades estén forzados a recorrer amplias distancias en auto para llegar al trabajo, para hacer un trámite e incluso para recurrir a atención médica.

Por otro lado, en las páginas de este libro retomamos el concepto de “Estado ampliado” a partir de la fórmula de Gramsci del Estado “en su significación integral: dictadura + hegemonía”, y analizamos cómo la burguesía en el siglo XX fue mucho más allá de la “espera pasiva” del consenso y desarrolló toda una serie de mecanismos para organizarlo. La estatización de las organizaciones de masas y el desarrollo de la burocracia en su interior es uno de los elementos fundamentales en esta ecuación, con su doble función de “integración” al Estado y de fragmentación de la clase trabajadora.

Con el retroceso y el salto en la estatización de los sindicatos en las últimas décadas, limitados a la organización de una porción cada vez más reducida de la clase trabajadora, pasó a primer plano la función de las burocracias sindicales como garantes de la fractura de clase. En la prueba de fuerza que significó la rebelión de los Gilets Jaunes para el régimen de V República, este factor fue clave. No solo las burocracias amarillas como la de la CFDT, sino, y en especial, la dirección supuestamente “combativa” de la CGT se cuidó de distanciar a los sectores sindicalizados –que ocupan las “posiciones estratégicas” [11]– del movimiento de los Chalecos Amarillos. Con una actitud apenas solapada de hostilidad, llamó constantemente a la “calma” y al “diálogo” con el gobierno, buscando reconducir la lucha de clases hacia los carriles institucionales “normales” mientras avanzaba la represión sobre el movimiento.

A la fragmentación estructural y el papel de la burocracia, se agrega otro elemento, que podríamos llamar cultural, marcado por la invisibilización de diversos sectores de la clase trabajadora y el desprecio hacia ellos cada vez más marcado de parte de la gran burguesía –encarnado en Francia en el propio Macron– y que los medios de comunicación de masas pugnan por establecer como “sentido común”. Una barrera que fue ampliamente utilizada contra los Gilets Jaunes, pero que puede encontrarse en formas variadas en las más diversas geografías. Como grafica Owen Jones, en su análisis sobre la estigmatización de la juventud trabajadora británica: “‘Ahora somos de clase media’, reza el mantra generalizado, todos excepto unos pocos irresponsables y recalcitrantes flecos de la vieja clase obrera” [12].

La lucha por la hegemonía más allá del “Estado ampliado”

Frente a este panorama de fragmentación, para los diferentes abordajes del populismo desde Guilluy hasta Mouffe, la articulación política se plantea en términos de espacios político-electorales “populistas” (en sus diferentes variantes). Es decir, dando por sentadas las formas de “organizar el consenso” propias del “Estado ampliado”. Sin embargo, los Gilets Jaunes mostraron elementos de una articulación alternativa: en Commercy y Saint-Nazaire retomaron el camino de la autoorganización que, como intentamos demostrar en este libro, necesariamente deberá profundizar cualquier estrategia que se proponga superar la fractura actual de la clase trabajadora en clave revolucionaria. Si esta es la primera conclusión del proceso, la segunda es que aquella tendencia a la autoorganización cuenta con importantes fuerzas contrarrestantes que van desde lo estructural hasta lo cultural pasando por la propia burocracia de las organizaciones de masas.

En la actualidad, las bases sociales y políticas de los regímenes burgueses son cada vez más estrechas. Sin embargo, como desarrollamos en el libro retomando aspectos de la crítica elaborada por Fabio Frosini a Laclau, eso no significa que existan momentos de “vacío” de hegemonía, como parece sugerir este último. Que no haya surgido ninguna fuerza contrahegemónica al macronismo a pesar de lo odiado de éste, es una muestra. La impotencia de la izquierda reformista de Mélenchon, zigzageando entre apelaciones a un “soberanismo de izquierda”, el coqueteo con los temas de la derecha y una política clásica de izquierda institucional fue incapaz de capitalizar electoralmente el descontento, mostrando las dificultades de la apuesta “populista de izquierda” que recomienda Mouffe.

Cuando planteamos que Commercy y Saint-Nazaire insinuaron un camino alternativo a la articulación en términos de espacios puramente político-electorales, también lo planteamos en este sentido. Un desarrollo cualitativamente mayor de las tendencias a la autoorganización, con organismos más estables y hegemónicos, de tipo coordinadoras o asambleas de delegados, capaces de unificar a los sectores en lucha e incorporar otros, hubieran posibilitado una experiencia política mucho más amplia del movimiento. En primer lugar, frente a la derecha lepenista que defendió el accionar de la policía y las penas de prisión para los Chalecos Amarillos condenados, o en relación a las propias demandas del movimiento como el aumento del salario mínimo y las pensiones, etc. Los organismos de autoorganización son claves para que los sectores más avanzados del movimiento puedan influir sobre los más atrasados, así como para contrarrestar la acción de la derecha que, justamente, se vale para su política de las brechas que abre la fragmentación en la propia clase trabajadora y en sus aliados.

Estas conclusiones no corresponden solo a un balance sino a cuestiones fundamentales tanto para el futuro de la lucha de clases en Francia como para abordar el ciclo de revueltas que se viene desarrollando en diversas latitudes. Frente a la pregunta sobre cómo armonizar diferentes reivindicaciones y formas de lucha de los trabajadores de la ciudad y del campo, de los desocupados, de las mujeres trabajadoras, campesinos arruinados, y los “millones de necesitados e ignorados por las organizaciones reformistas” cuando se ponen en marcha los grandes procesos de la lucha de clases, Trotsky sostenía en el Programa de Transición: “La historia ha contestado ya esta pregunta: por medio de los soviets. Los soviets unificarán a los representantes de los distintos sectores en lucha. Nadie ha propuesto otra forma de organización distinta para alcanzar esos fines, y parece imposible inventar otra mejor” [13]. De ahí que para el fundador de la IV Internacional no pueda existir ningún programa revolucionario sin el planteo “soviets” o consejos [14].

Ante el escenario de fragmentación que han producido décadas de ofensiva capitalista: o la perspectiva de desarrollar organismos de autoorganización (Consejos) es una hipótesis estratégica que guía la construcción de corrientes revolucionarias en las organizaciones de masas (para luchar por ellos contra las burocracias y todos los obstáculos que se le oponen); o la izquierda estará condenada, vía la rutina sindical, electoral y de “los movimientos sociales” a ser parte del “ecosistema” político-social de regímenes capitalistas en decadencia, y en el mejor de los casos, ser un componente más de alguna articulación “populista de izquierda” o neorreformista, allanando así el camino del “populismo de derecha”.

Clausewitz decía que: “Cualesquiera que sean sus diversos aspectos, por alejado que parezca de la cruel explosión del odio y la animosidad de una lucha a brazo partido, aunque mil circunstancias que no son propiamente lucha lo penetren, siempre es de notar en el concepto de la guerra que, cuantas acciones en ella aparecen, tienen su origen en la lucha” [15]. Algo similar sucede con la construcción de un partido revolucionario en relación a lucha de clases. Solo un partido que se proponga intervenir en todos los ámbitos, sean sindicatos, movimiento estudiantil, de mujeres y LGTBI, contra el cambio climático, contra el racismo, en las elecciones, en los parlamentos, o donde sea con el norte de aquella perspectiva basada en la autoorganización podrá proponerse realmente, frente a procesos de radicalización, articular las fuerzas materiales capaces de unificar a la mayoría de la clase trabajadora y el movimiento de masas para luchar por una nueva hegemonía bajo un programa socialista revolucionario. Lo contrario, parafraseando a Clausewitz, sería tomar la clase de lucha en la que estamos empeñados como algo diferente de lo que realmente es.

¿Qué partido para una perspectiva basada en la autoorganización de masas?

Las conclusiones que fuimos desarrollando son pertinentes mucho más allá de las fronteras de Francia. Lo cual nos lleva a una reflexión más general sobre qué tipo de partido es necesario para el desarrollo una estrategia que supere los límites del “Estado ampliado” y apunte a oponerle organismos de autoorganización de masas. Retomando los desarrollos que hacemos al respecto en este libro, podemos distinguir tres grandes “modelos” de partido desde el punto de vista de la relación entre clase, partido y dirección: el “stalinista”, el “socialdemócrata” y el “leninista”.

En cuanto a la relación entre el partido y su dirección, el modelo stalinista se caracteriza por su extrema centralización, una disciplina mecánica (burocrática) donde cuadros y militantes no participan de la elaboración de la política, compelidos a acatar la “línea oficial”, y una dirección bonapartista, generalmente unipersonal. El “socialdemócrata”, por su parte, consta de una organización laxa, donde las instancias de deliberación política en las que se expresa la militancia son muy débiles, esporádicas, con escasa influencia real sobre la orientación cotidiana, y una dirección efectiva que recae en las “figuras públicas” o parlamentarias que son las únicas posibilitadas de llegar a un auditorio de masas.

A pesar de sus diferencias, ambos modelos tienen un punto en común en lo que hace a la relación entre el partido y las masas: la clase es una “masa de maniobra” (ya sea electoral, sindical, militar, o plebiscitaria) de una dirección o de un “líder”. El “modelo” leninista –no el de la caricatura sino el que quedó plasmado en la historia del Partido Bolchevique antes de su burocratización- parte de una aproximación opuesta, la clase no es “masa de maniobra” sino sujeto de autoactividad y autoorganización. De ahí que, a diferencia de los otros modelos, cobren un papel clave el partido y sus cuadros en la relación con el movimiento de masas.

Durante la última década, parte de las corrientes provenientes del trotskismo, han presentado como “novedad” más democrática el modelo de los llamados “partidos amplios”, como el NPA en Francia. Sin embargo, este modelo se asemeja en varios sentidos al viejo modelo “socialdemócrata”. Funcionan como federación de múltiples grupos cuyos acuerdos y diferencias no se resuelven a partir de una discusión democrática cotidiana en el conjunto de la militancia, y su dirección efectiva recae en las “figuras”, “voceros” o los parlamentarios en caso de tenerlos.

De ahí que combinen eclecticismo programático y estratégico, con escasa democracia interna efectiva e incapacidad de centralización de la intervención política frente a la lucha de clases. Todo esto conspira contra cualquier intento serio de ir más allá de la rutina sindical y electoral al interior del régimen, y establecer una relación honesta con el movimiento de masas.

Se trata de un tipo de construcción que elude la necesidad de preparar un partido de combate, verdaderamente democrático, de cuadros, que sea un engranaje fundamental para la lucha de clases. Esto no niega la importancia de las tácticas, incluso la importancia de las tácticas electorales. Por ejemplo, en Argentina, desde el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) somos parte del Frente de Izquierda y los Trabajadores – Unidad, que es un frente electoral de independencia de clase y socialista que en la actualidad agrupa a la gran mayoría de la izquierda local. Participamos del parlamento nacional, y en varias legislaturas provinciales y municipales donde tenemos representación. También en los sindicatos y en las luchas obreras, así como del movimiento estudiantil, de mujeres, etc.

Sin embargo, toda esta importante actividad no implica en sí misma la preparación de un partido revolucionario. En este punto es insustituible la concepción de Lenin de “tribunos del pueblo”. Con ella se refiere, no solo a la necesidad para los revolucionarios de combatir el rutinarismo sindical y hacerse eco de los agravios de todos los explotados y oprimidos de la sociedad, sino también a la práctica de “generalizar todos estos hechos y ofrecer un cuadro de conjunto” [16] contra el Estado y el capitalismo. Desde allí es necesario “moldear” a través de una agitación política a la vanguardia y a sectores de masas para una perspectiva hegemónica y revolucionaria, lo que debería ir de la mano con el desarrollo de corrientes propias en las organizaciones de masas.

La rebelión de los Gilets Jaunes, dejó planteado justamente que sin fracciones en los sindicatos capaces de enfrentar la política de aislamiento de la burocracia e ir a la búsqueda de los sectores menos organizados –y en muchos casos, más explosivos– a través del impulso de la autoorganización y tácticas como el Frente Único, es imposible proponerse seriamente superar las grietas que atraviesan a la clase trabajadora y desplegar una política hegemónica.

De lo que se trata es de buscar un camino para contribuir a la construcción de partidos revolucionarios. Sabemos que es un camino difícil, no carente de obstáculos y derrotas pero, como mostró la irrupción de los Gilets Jaunes, y vuelve a poner sobre la mesa cada nuevo proceso, avanzar en este sentido es condición fundamental para poder empalmar con los nuevos fenómenos de la lucha de clases y desarrollar toda su potencialidad. Estamos convencidos de que el futuro de una izquierda revolucionaria en el siglo XXI pasará necesariamente por ahí.

A 30 años de la caída del muro de Berlín, un nuevo escenario internacional se está delineando. La crisis histórica del capitalismo que expuso el 2008, el retorno del nacionalismo de las grandes potencias, y el ciclo de revueltas que viene desarrollándose internacionalmente, plantean la perspectiva de procesos mucho más agudos de la lucha de clases. Con ella se abre la posibilidad de un resurgimiento del movimiento revolucionario, para lo cual es fundamental reactualizar las condiciones subjetivas luego de décadas de ofensiva capitalista y retroceso del movimiento obrero. Sobre este nuevo comienzo es que el presente libro se propone reflexionar de cara al futuro intentando extraer las conclusiones de un siglo de historia del movimiento revolucionario.

Para finalizar estás líneas queríamos agradecerles muy especialmente a Marina Garrisi, a Jean-Philippe Divès y a éditions Communard.e.s quienes hicieron posible la edición de Marxisme, stratégie et art militaire.


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NOTAS AL PIE

[1Ver Garo, Isabelle, Communisme et stratégie, Amsterdam, París, 2019.

[2Ver Kouvélakis, Stathis, “Événement et stratégie révolutionnaire”, en Marx, Karl y Engels, Friedrich, Sur la Commune de Paris. Textes et controverses, Les Éditions sociales, París, 2021.

[3Ver Lordon, Frédéric, Vivre sans?, La fabrique, París, 2019; y Figures du communisme, La fabrique, París, 2021.

[4Clausewitz, Carl, De la Guerra, Tomo I, Buenos Aires, Círculo Militar, 1968, p. 53.

[5Mouffe, Chantal, Por un populismo de izquierda, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2018. Para una crítica, ver: Cinatti, Claudia, “Chantal Mouffe y el populismo de lo posible”.

[6Guilluy, Christophe, No Society. El fin de la clase media occidental, Taurus, Madrid, 2019, p. 162.

[7Ver Chingo, Juan, Gilets Jaunes. Le soulèvement, Communard.e.s, Paris, 2019, pp. 94 y ss.

[8Ver, Kouvelakis, Stathis, “The french insurgency”, Left Review nº 116/117, Mar-Jun 2019.

[10Ver Guilluy, Christophe, ob. cit.

[11Para un desarrollo del concepto de “posición estratégica”, ver capítulo 1 de Albamonte, Emilio y Maiello, Matías, Estrategia socialista y arte militar, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2017.

[12Jones, Owen, Chavs: The Demonization of the Working Class, Verso, 2012 (Edición digital)

[13Trotsky, León, El programa de transición, Buenos Aires, CEIP, 2008, p. 94.

[15Clausewitz, Carl von, De la Guerra, Tomo I, ob. cit., p. 68.

[16Lenin, V. I., “¿Qué hacer?”, Obras selectas, Tomo 1, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2013, p. 126.
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Matías Maiello

@MaielloMatias
Buenos Aires, 1979. Sociólogo y docente (UBA). Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Coautor con Emilio Albamonte del libro Estrategia Socialista y Arte Militar (2017) y autor de De la movilización a la revolución (2022).

Emilio Albamonte

Dirigente del PTS, coautor del libro Estrategia socialista y arte militar (2017)