Claudia Sheinbaum Pardo, candidata de la Coalición oficialista encabezada por Morena, se ha impuesto con holgura en las elecciones presidenciales mexicanas con un 57% de los votos. Será la primera presidenta del país. Un primer análisis de los ganadores y perdedores de las elecciones más grandes de la historia de México.
Lunes 3 de junio 05:58
Al cierre de este artículo, Claudia Sheinbaum Pardo, candidata de la Coalición oficialista encabezada por Morena, se imponía con holgura con un 57% de los votos. Tempranamente, las encuestas de salida le daban este triunfo, en tanto que la candidata de la coalición opositora, del PAN, el PRI y el PRD, Xóchitl Gálvez Ruiz, apenas llega al 30%, mostrando una diferencia sustancial y mayor a la que aventuraban las encuestas de las últimas semanas. El tercero en discordia, el candidato de Movimiento Ciudadano, Jorge Álvarez Maynez, quien sustituyó en la carrera presidencial al gobernador de Nuevo León y mucho más conocido Samuel García, obtendría un poco más del 10 %.
El resultado electoral muestra un contundente triunfo del gobierno y su candidata sobre la oposición. Sheinbaum logra ampliar el porcentaje que obtuvo AMLO en 2018 (un 53 %) así como la cantidad de votos. Al cierre de este artículo está por verse en cuántas gubernaturas triunfa Morena (lleva ventaja en Chiapas, Tabasco, Ciudad de México, Puebla, Morelos, Veracruz) y si se acerca a la buscada mayoría calificada en el Congreso de la Unión. Pero de cualquier manera se trata de un resultado electoral que resalta sobre la derrota opositora, que retrocede incluso de los votos que los partidos que conforman la coalición obtuvieron en 2018.
La jornada electoral fue presentada como una “fiesta de la democracia” y una “elección histórica”; esto tanto por la cantidad de cargos de elección popular en juego (alrededor de 20 mil) como por el récord de casillas habilitadas para votar (un 99.9%). Hay que recordar que las elecciones estuvieron además marcadas por muchos actos de violencia previos a la misma (34 candidatos asesinados en los últimos meses).
El escenario político tras las elecciones más grandes de la historia
El triunfo de la candidata oficialista y su amplitud se basan en capitalizar la popularidad con la que cuenta López Obrador y la Cuarta Transformación. A lo largo del sexenio, AMLO combinó distintas medidas de corte progresista, que le dieron un amplio apoyo social entre sectores de trabajadores y del pueblo (como el aumento al salario mínimo, o los programas sociales), con una política que preservó los intereses de los grandes capitalistas y la subordinación a los Estados Unidos. Esto le dio al gobierno de AMLO una importante hegemonía. Le favorecó una buena coyuntura macroeconómica y el alza de exportaciones vía el TMEC, apareciendo como uno de los gobiernos más estables del actual “progresismo” latinoamericano.
Claudia Sheinbaum se posicionó como defensora y continuadora de la Cuarta Transformación (4T). Se apoyó en propagandizar esas medidas que mencionamos antes, y a la par defendió -de manera nada “progresista”- cuestiones como la militarización, la política hacia las mujeres -dividida entre el hostigamiento a sectores que se movilizan contra la violencia contra las mujeres, y la política de planes sociales y equidad de género en los cargos públicos-, entre otras. Además, hay que considerar que el amplio apoyo obtenido, expresa también las expectativas e ilusiones de millones de mujeres con la llegada a Palacio Nacional de una presidenta proveniente de Morena.
El descalabro de la candidatura de Gálvez, demuestra que la oposición no pudo remontar la crisis que arrastra. Aunque en las elecciones intermedias de 2021, a la salida de la pandemia, hicieron una buena elección en la Ciudad de México, eso no bastó.
No le resultó suficiente su discurso de “defensa de la democracia” contra el “autoritarismo” obradorista -un cinismo que finge amnesia de los fraudes electorales de 1988 y 2006 que comandaron el PRI y el PAN-, ni la defensa del empresariado y su apuesta clasista a “fortalecer a las clases medias”; ni siquiera el recurso demagógico de hablar de la continuidad de los planes sociales para no perder votos. Su carácter absolutamente neoliberal y conservador lo mostró muchas veces, por ejemplo cuando -como el Morena y Movimiento Ciudadano- sostuvo la necesidad de fortalecer a las fuerzas armadas y de dar más dinero para las policías, para continuar con la militarización que ellos mismos iniciaron.
Por su parte, Movimiento Ciudadano buscó posicionarse como tercera fuerza, y aunque seguramente disputó votos de la oposición de derecha y apostó a llegar a sectores críticos del Morena, no parece haberse convertido en el fenómeno político electoral que sus dirigentes presentan. Aun cuando desplegó en redes sociales una campaña electoral muy popular, con gestos a la juventud y al gusto popular, no dudó en integrar a sus listas a personajes impresentables provenientes del PAN y del PRI, como Sandra Cuevas.
Parecen avizorarse cambios en la configuración del régimen de partidos en México. Por una parte, Morena arranca un segundo sexenio con una todavía mayor presencia institucional en gubernaturas y en el Congreso de la Unión, lo cual le permitirá intentar avanzar con su agenda, en tanto la oposición conservadora profundiza su crisis. Y, junto al Morena, el partido que busca reformar el capitalismo a partir de disminuir la brecha de desigualdad social entre los más ricos y los más pobres, Movimiento Ciudadano empieza a dar pasos para una mayor proyección nacional -por ejemplo, presentó candidatos en las 9 gubernaturas en juego-, a partir de conjugar propuestas de asociación entre el Estado y empresas privadas en salud y educación, con otras propuestas en el terreno democrático, como la legalización de la marihuana, que van más allá de la oferta de medidas “progresistas” del Morena.
Sin embargo, hubo otras voces durante estas elecciones que mostraron, más allá de las campañas de los partidos con registro, que por debajo existe descontento tanto con el gobierno como con la oposición conservadora.
Por un lado, se expresó la anulación del voto con nombres de personas desaparecidas, por los 43 normalistas de Ayotzinapa, por ambientalistas asesinados, en apoyo a la lucha de las y los maestros de la CNTE y el repudio al genocidio del pueblo palestino, distintas expresiones de protesta que no se cuadran con ninguno de los partidos del régimen.
Por otro lado, de cara a estos comicios -en los cuales continúan las políticas restrictivas que impiden la participación electoral de la izquierda y los sindicatos-, distintas organizaciones sociales, de izquierda y de derechos humanos, como el Comité 68, la Coordinadora 1DMX, el Movimiento de las y los Trabajadores Socialistas (MTS), la Liga de Unidad Socialista (LUS), el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y el Movimiento al Socialismo (MAS), entre otras, se unieron en el Bloque Independiente, Anticapitalista y Antipatriarcal, en Ciudad de México y en Ciudad Juárez, Chihuahua. Un esfuerzo modesto pero que apostamos a fortalecer y a vincular a las luchas de las y los trabajadores, las mujeres y la juventud.
Perspectivas
Durante el sexenio, la actuación del gobierno de López Obrador y la colaboración de la mayoría de las centrales sindicales, incluyendo las que eran opositoras al gobierno de Peña Nieto -como la Unión Nacional de Trabajadores (UNT)- contuvieron la acción del movimiento de masas, en particular la posibilidad de que se expresen movilizaciones generalizadas como las que caracterizaron los sexenios previos. A pesar de eso, durante la administración de AMLO tuvieron lugar numerosas luchas de resistencia en distintos sectores de trabajadores y la juventud. Ahora mismo, estamos viendo el plantón de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), que lleva casi 3 semanas, con importantes movilizaciones en varios estados y ciudades.
La nueva presidenta se jugará a mantener la estabilidad económica y social y a conservar y poner en práctica el importante capital político evidenciado en la elección. Sin embargo, en un horizonte signado hoy por este triunfo electoral, se pueden ver y considerar distintas contradicciones.
Por una parte, los planes sociales y los beneficios dados a sectores de trabajadores en materia laboral, como señalamos antes, no resuelven de fondo la precariedad de la vida de amplios sectores de la población, ni la crisis de la educación pública ni la del sistema de salud, porque esto implicaría ir mucho más allá de recortar levemente los privilegios de transnacionales y empresarios, y requeriría medidas que ataquen las ganancias capitalistas, como aplicar impuestos progresivos a las grandes fortunas, dejar de pagar la deuda externa, cancelar las afores y volver al sistema de reparto solidario en las pensiones, bajo administración de las y los trabajadores.
Al no asumir esa perspectiva, las medidas impulsadas por Morena no solo no dan una solución de fondo, sino que podrían ser recortadas de acuerdo a los futuros vaivenes de la economía internacional y en nombre de la “austeridad fiscal”, como ha sucedido en otros gobiernos progresistas de América Latina en los últimos años, y esto podría acarrear nuevos descontentos con su administración.
También hay que considerar las posibles consecuencias de mantener la militarización ordenada desde Washington, una estrategia de “seguridad” ante el crimen organizado que en realidad busca garantizar los megaproyectos y la expoliación de los bienes comunes naturales -como el agua y el territorio- y el control social para sofocar todo descontento.
AMLO profundizó la militarización, con el discurso de que las fuerzas armadas son “pueblo uniformado” y dándole creciente poder económico y político al Ejército, mientras mantuvo la impunidad de la masacre de Tlatelolco, la guerra sucia, y tantos otros atropellos llevados a cabo por las fuerzas represivas del Estado.
La militarización ha provocado fenómenos muy reaccionarios que desde hace décadas golpean a la clase trabajadora, las mujeres y la juventud -como las desapariciones forzadas, los feminicidios y las ejecuciones- pero también han surgido movimientos y movilizaciones en respuesta a ello, que no han podido ser acallados por el gobierno de AMLO -como el movimiento por Ayotzinapa en 2014 o las madres buscadoras-; si el gobierno de Sheinbaum mantiene -esta política, puede enfrentarse a nuevos movimientos que irrumpan en la arena política nacional.
Por otra parte, mantener el papel de México como gendarme ante las personas migrantes, aún con el despliegue de planes sociales como Sembrando vida en países con alta migración, o no atender demandas democráticas como el derecho al aborto en todo el país, son otros aspectos que pueden llevar al cuestionamiento a la Cuarta Transformación.
Aunque hoy la economía mexicana goza de una situación macroeconómica que es presentada como muy favorable por el gobierno y el nearshoring es puesto como una “gran oportunidad” (para los capitalistas, claro), hay que considerar también que el país no está aislado de las tendencias internacionales.
En el marco de una situación internacional convulsiva, con crecientes tensiones geopolíticas, como se expresan en la competencia entre China y Estados Unidos en el plano económico y tecnológico, en el genocidio del pueblo palestino, en la continuidad de la guerra en Ucrania, un lento crecimiento de la economía internacional, el surgimiento de la ultraderecha en distintos países -como en Argentina con Milei- habrá que ver cómo sortea el futuro el nuevo gobierno de Sheimbaum si los vientos económicos y geopolíticos se tornan desfavorables para México.
En ese contexto, estará planteada la necesidad de impulsar toda tendencia a la lucha y la organización que desplieguen sectores de trabajadores, de la juventud y del movimiento de mujeres, para luchar por sus demandas y sus conquistas, y para desarrollar una postura independiente del gobierno y la derecha. Que retomen el ejemplo de la lucha de la CNTE y ocupen las calles, los centros de trabajo y los centros de estudio para exigir sus derechos.
A la par, en este nuevo sexenio tendremos planteados nuevos desafíos para las y los trabajadores, la juventud y el movimiento de mujeres. Los socialistas del MTS participamos y seguiremos participando de las luchas y los procesos de organización de los explotados y oprimidos, a la vez que impulsamos la necesidad de una herramienta política propia, un partido anticapitalista, internacionalista y antiimperialista que defienda los derechos de las y los de abajo, que pelee por la autoorganización de las y los trabajadores, que enfrente la subordinación al imperialismo estadounidense, Que luche por la revolución socialista y por una sociedad sin explotación ni opresión.