Crónica sobre mi calle Verón de Astrada, la pelota y las muñecas. Un juego que unía a los gurises de la cuadra. Entre De Andreas y Portugal
Viernes 20 de septiembre de 2019 10:16
¿Qué recuerdo de mi calle? Eso, que era solamente una cuadra en las intersecciones de las calles De Andreas y Portugal. Mi calle se llamaba Verón de Astrada en conmemoración de un gobernador correntino, me parece.
A mí no me atraían para nada las muñecas, pues no sabía como jugar con ellas, recuerdo que agarraba una con una mano y otra con la otra mano y no me salía ningún diálogo, sólo tenerlas en frente y contemplarlas un rato, luego iban a parar por un revoleo mío al húmedo baúl de los juguetes. A mí me fascinaba el fútbol y siempre sentía atracción por ir a darles unos puntapiés a las pelotas que les regalaban a mis hermanos.
En mi calle, mi cuadra, no había ninguna nena para jugar conmigo pero eso no era para mí un problema. Yo era feliz estando con los varones de mi barrio. Nos sentábamos en el hall de mi casa, con los gurises y mis hermanos, no faltaba uno que me dijera: raja de acá, gurisa, acá estamos los varones. Yo no le hacía caso, después de todo estábamos en mi propiedad, la vereda de mi casa.
Yo era una nena de 9 años que tenía una cabellera castaña clara que pasaba un poco más de los hombros, llevaba siempre el pelo suelto, muy distinto al de todas las nenas que lo llevaban atado con bellas colitas, prendedores y hebillas. ¿Vos sos media Marimacho, no? me dijo una vez un gurí de mi cuadra, mi calle. -mmm, no sé. -respondí sin importancia.
Lo cierto es que como no hacía cosas de nena pensaban que yo era un varón. Una vez, una señora como queriendo despejar la duda me preguntó como me llamaba. -Ana. Contesté bajito.
Cuando iba a los cumpleaños, sí deseaba ser un varón, ya que con vestido me sentía muy incómoda como para jugar, correr, ensuciarme y sentirme libre. Yo no me hallaba con las nenas y me perdía jugando a la pelota con los varones.
¿Te acordás cuando íbamos a los cumpleaños de los Imaz y vos jugabas a la pelota con los varones? me recordó Florencia una vez en el recreo del colegio. - Macho, macho - enunciaba Manuela en voz alta por detrás.
Los veranos eran hermosos en mi barrio, la temperatura había llegado a los 37 grados una vez y yo lo disfrutaba. Me iba a jugar a la pelota en mi calle, mi cuadra. Nada me hacía más feliz que sentir la adrenalina de hacer un gol entre los dos cascotes que oficiaban de arco en nuestra cancha y ver la cara de frustración del arquero. Una vez se sumó al equipo la hermana de uno de los gurises, Ángeles. Que bien que atajaba esa guacha, despejaba la pelota con las palmas alejando la pelota media cuadra.
Mamá y yo nos quedamos mirándonos fijamente a los ojos por unos segundos.
Los fines de semana eran bastante aburridos ya que no me gustaban los programas que pasaban por televisión. Yo prefería ir a la cancha, se trataba del Club Robinson que me quedaba sólo atravesando mi cuadra y una cuadra más. Se trataba de una cancha grande con gradas gigantes de cemento en su parte lateral, al ingreso hay una cancha de básquet al descubierto y la cancha de futbol estaba atrás.
Me encantaban esos jugadores, su mayoría tenían el ceño fruncido pelo negro peinado a la gomina, algunos de raya al medio, otra raya al costado. Las medias de toalla les llegaban a la mitad de la pantorrilla dejando ver las canilleras.
A veces el rival era San Lorenzo, a veces Libertad, a veces algún club del interior de la provincia.
Yo me sentaba en el medio de la tribuna y me proponía ver el partido, me cruzaba de piernas y de brazos mirando fijamente el baile de la pelota que iba de lado a lado. Como sabiendo donde podía estar un sábado al mediodía.
–Gisela!!! , gritaba papá desde el primer escalón de la tribuna. -vamos a casa.
Esos eran los recuerdos de mi calle, mi casa, el equipo de mi barrio.