Esta es la historia de Juana. Tiene encima 67 años y 6 hijos. También un aborto y casi dos días presa por eso
Tatiana Mindis @TattGud
Lunes 18 de junio de 2018
Juana* tiene 67 años, su nieto mayor es adolescente y tiene 6 hijos. Hace 30 años, tenía 5 hijos cuando quedó embarazada nuevamente. Su ginecólogo y obstetra de todo su vida le dijo que el embarazo venía con problemas y ella fue firme: “no lo quiero tener”. El médico le recomendó un lugar, “el más seguro que conozco”. Luego de saber lo sucedido se sentiría muy culpable.
Juana se subió al auto con su marido y uno de sus hijos. Dejaron al nene en una fiestita de cumpleaños, lo pasarían a buscar una vez que todo hubiera sucedido. Llegaron. Una vez hecho, el médico se fue rápidamente. La enfermera y el anestesista se quedaron acompañándola hasta que se despertó. Ni bien lo hizo, se quiso ir. Todavía estaba medio dormida por la anestesia, pero no le importó, no quería pasar un segundo más en ese lugar.
El marido fue a buscar el auto y la enfermera la acompañó a la salida. Llegando a la puerta le dijo “los de afuera son policías, no digas de dónde venís”. Juana no entendió al instante, solo vio dos hombres de sobretodo, estaban sin uniforme. Para ella era todo nuevo, así que le hizo caso a la enfermera, dijo que venía de lo de una amiga e inventó un piso y departamento. La llenaron tanto de preguntas, la increparon tanto que terminó diciendo la verdad: “aborté”.
Su marido se acercó para ver qué estaba sucediendo. Le avisaron que Juana iba a quedar detenida y él dijo que lo detuvieran a él también, que él no la iba a dejar sola. Pero Juana le clavó la mirada y le dijo: “andá a buscar al nene al cumpleaños”. Claro, tenía cinco hijos de los que preocuparse.
Cuando llegó a la comisaría, Juana vio a otras mujeres como ella, haciendo fila para ser registradas. También vio a los acompañantes, esposados. Todas esas mujeres acababan de abortar, tenían que acceder a antibióticos y apósitos para no sufrir consecuencias. Los pidieron, pero nadie las escuchó.
Las pusieron en una sala común mientras un “agente de seguridad personal” les hacía preguntas. Después de varias horas las subieron a una camioneta, tenían que ir al forense. Juana volvió a pedir que pararan en una farmacia para comprar lo necesario, que ellas lo pagaban. Le dijeron que no, que se aguantaran. Pero ¿cómo iban a aguantar? No era algo que pudieran aguantar, los necesitaban.
Llegaron a un edificio, bajaron a un sótano y se sentaron en unas sillas que estaban en fila contra la pared. Salió un médico con el cigarrillo en la boca y, sin sacárselo, les dijo que fueran pasando de a una. Nadie se movió. Una chica, la más joven que había, fue la primera. Sus gritos se escucharon en todo el edificio. Salió llorando y temblando. Juana la abrazó y le dijo que todo iba a estar bien. No sabía si eso era cierto, pero se lo dijo como quien quiere calmar a un niño. Ella fue la segunda.
Entró y le dijo al médico que no la tocara, que no se lo iba a permitir. “Todavía no tomé antibióticos, si me tocás y me agarra una infección voy a decir que fuiste vos”. Amenazante. Es que ella sabía lo que le podía pasar. El forense le dijo que no tenía opción, que “te quedás adentro”.
Juana no entendía, ella lo había reconocido, le había dicho al médico lo sucedido, ¿para qué necesitaban una prueba forense? Lo tenía que hacer igual, así que le pidió que al menos, que si podía, que por favor no llegara al útero con el tacto, no lo necesitaba para comprobar que había habido un aborto. Días después le dijeron que el cuerpo es inviolable, que se podría haber negado. Eso sí que no lo sabía. Además, quería que todo terminara, como fuera.
Se volvieron a subir a una camioneta para volver a la comisaria. En el camino frenaron y las dejaron comprar antibióticos y apósitos, pero la exposición ya había sucedido, el riesgo ya se había cometido y a nadie le había importado.
Las metieron en celdas separadas y las hicieron declarar. Juana dijo que había sido un aborto terapéutico. Eso había sido y, además, así tenía menos chances de quedar adentro según le habían dicho. En el medio vio a su marido, esposado. Se había “autoencanado”, según la policía. Le agarró un ataque de risa de lo extraño que le resultó la situación. Luego, el marido, le contaría que un policía le preguntó por qué estaba ahí. Cuando le dijo, la respuesta fue que “tendría que haber ido a hacerlo a provincia”. “La próxima te pregunto a vos entonces”, le respondió el hombre mirándolo incrédulo.
Después de declarar, las pusieron todas juntas. Al fin algo de compañía, alguien con quien hablar. Estando en la celda, una mujer policía ingresa y le dice a una muchacha, de tez morena, que limpie la celda. Juana se levanta y la increpa: ¿por qué ella? ¿Porque es morocha? La policía la miró y sin responder dijo que había que limpiar la celda. Se turnaron, limpiaron un poco cada una entre todas las que allí estaban. Estaban juntas en esta.
Luego de varias horas, les dijeron que las iban a liberar. Las volvieron a trasladar y después de ver a un juez, las soltaron. Juana vio a su marido y juntos salieron de la comisaría. Afuera, con un abrigo para cada uno, estaba su papá. No le había dicho lo que iba a hacer, solo su madre sabía, pero aún así estuvo ahí, sin preguntar. Juana tuvo atención médica inmediata. Tuvo familiares que la apoyaron y la ayudaron. Juana no tuvo ninguna infección a pesar de todo lo vivido. Pero del resto de las chicas no supo ni sabe nada, si quedaron con secuelas, si están vivas.
Hoy Juana tiene 67 años y 6 hijos. El cuerpo no le da para movilizarse, pero siguió la sesión en diputados hasta altas horas de la noche y se despertó temprano para ver la votación. Se indignó cuando dijeron que nadie va presa por abortar, que el Estado falla en la penalización. Se puso feliz de que saliera a favor, pero sabe que la pelea no termina acá. Juana, cada vez que sale a la calle, se calza el pañuelo verde por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Porque ella, ella la puede contar.
*Juana es mi mamá. Me contó esta historia cuando yo tenía 15 años. Desde ese momento, peleo por el aborto legal, seguro y gratuito. Un día me pidió el pañuelo verde. Ese día me sentí orgullosa.