El paralelo entre Milei y Bolsonaro se repite en los análisis comparativos que inundan los diarios de todo el mundo. Sin embargo, establecer criterios claros para distinguir las diferencias entre los procesos es fundamental para evaluar los pronósticos sobre Argentina y el escenario latinoamericano. En el presente artículo, Danilo Paris, dirigente del Movimento Revolucionário de Trabalhadores (MRT) y analista político de Esquerda Diário de Brasil, analiza las semejanzas y diferencias entre ambos fenómenos.
La asociación entre Bolsonaro y Milei es inevitable y está promovida por ellos mismos, que son los principales representantes de la extrema derecha en América del Sur, con una relevancia que trasciende el propio continente. Una ideología ultraneoliberal, una idolatría trumpista, un ideario de privatización y destrucción de derechos, el antiambientalismo, el machismo y la misoginia. Todo está mezclado y combinado en un “outsider” como parte de la combinación química entre esos dos elementos instalados en la política contemporánea.
En diferentes lugares, se reproducen análisis que comparan de manera inequívoca los caminos de Bolsonaro y Milei. Una concepción que, además de equivocada, podría producir efectos igualmente ruinosos. Siendo procesos similares, los argentinos estarían condenados a, por lo menos, un mandato completo de Milei, a la espera de que futuras elecciones eliminen la anomia.
Sin embargo, aún así, con muchas similitudes, los procesos que impulsan a cada uno de estos presidentes no son mismos y poseen particularidades importantes. Vamos a ellas, empezando por sus intersecciones.
La extrema derecha y sus representaciones
Al analizar las razones por las que Napoleón, el sobrino, llegó al poder en la Francia del siglo XIX, Marx advirtió que las figuras y personalidades nunca pueden analizarse fuera de la dinámica concreta entre clases. Para no atribuir capacidades extraordinarias a individuos de mentalidad estrecha, siempre es importante recurrir al método presente en el célebre XVIII Brumario de Luis Bonaparte, analizando los resultados de las contradicciones existentes en las propias sociedades, en cada formación económico-social.
Los apodos de loco, desequilibrado, ignorante y mediocre -entre varios otros que combinados podrían producir todo un diccionario de adjetivos- se atribuyen a menudo a figuras de extrema derecha. Todas ellas, o la mayoría de ellos, son ciertos. Sin embargo, independientemente de la fidelidad descriptiva de la personalidad individual, lo que importa es el proceso histórico-social.
Bolsonaro y Milei representan un proyecto y encarnan un programa de radicalización burguesa. Corresponden a fracciones de clase que quieren un plan de shock, en el que ya no hay lugar para “gradualismos ni medias tintas”, como afirmó el propio Milei.
Desde un punto de vista, cada uno a su manera, son fenómenos que en cierta manera reverberan los efectos de la crisis de 2008, y cómo las crisis orgánicas se manifiestan en los distintos países, al mismo tiempo que son reacciones a los cambios sociales, políticos y procesos de lucha de clases. No es coincidencia que todos adopten una retórica anticomunista y ataquen violentamente a los sectores oprimidos. Quieren afirmarse como defensores de una moral reaccionaria, atacando la agenda feminista, antirracista, LGBTQ+, ambientalista, entre muchas otras.
De esta manera buscan mezclar el reaccionarismo chovinista con el ultraliberalismo económico. De esta manera, galvanizan el apoyo de sectores de las clases dominantes, con estratos sociales históricamente conservadores mezclados con otros que no se sienten representados dentro de lo que se llama “política tradicional”. Esto es parte de la explicación de por qué los jóvenes y sectores más precarios de la población, excluidos del acceso a derechos históricamente constituidos y a servicios sociales de distinta naturaleza, son parte de los captados por estas variantes políticas.
En otras palabras, son producto de una grave crisis de hegemonía -es decir, una crisis de dominación burguesa- que afecta a diferentes países del mundo de diferentes maneras. Un termómetro evidente de la crisis de legitimidad que afecta a distintos regímenes políticos en todo el mundo. Después de todo, uno de los grandes síntomas mórbidos de nuestro tiempo es que las clases dominantes tengan que recurrir a figuras como éstas. Como decía Gramsci, signo de agonía de lo viejo que muere y de lo nuevo que aún no ha nacido.
Los detalles no son detalles
Habiendo presentado de forma muy sintética los rasgos que comparten estas figuras (con otras variantes, que no entran en este análisis), pasemos ahora a las particularidades de cada una de ellas, empezando por las más importantes.
Bolsonaro asumió el poder tras un golpe institucional, es decir, tras el impeachment de Dilma Rousseff. Como resultado de este y otros factores, la situación en el país fue marcadamente reaccionaria, y el asesinato de Marielle Franco y del Mestre Môa do Cantendê, revelaron su cara más agresiva.
El golpe institucional que secuestró el sufragio universal resultó en un mandato “amortiguador” para Michel Temer. A diferencia de lo que es habitual en las democracias burguesas, cuando las personalidades en el gobierno también se preocupan por su propia sucesión, Temer estuvo relativamente exento de esta tarea. La misión principal, sin la cual nunca habría sido investido con todos los recursos y fraudes realizados por gente de la peor calaña, fue aplicar un paquete de ataques históricos y ultra concentrados.
Temer lo hizo y aprobó nada menos que la expansión generalizada de la subcontratación, la reforma laboral, el congelamiento de las inversiones en salud y educación por un período de 20 años, una reforma educativa ultraneoliberal, además de abrir numerosos frentes de privatización. Varias de estas medidas terminaron empeorando las condiciones de vida de la población, lo que terminó por deshacer el prestigio de varios partidos que formaban parte de su coalición, incluido el PSDB, que hoy no es ni la sombra del partido que gobernó Brasil con Fernando Henrique Cardoso durante dos mandatos.
¿Y por qué es esto importante? Porque, si bien Bolsonaro tenía un programa neoliberal, con Paulo Guedes -legítimo representante de la Escuela de Chicago- como su garante, su legado económico es diferente al que dejó el golpe institucional y el gobierno de Temer. La mayor reforma de su administración fue la de la seguridad social, sin duda de gran magnitud. Sin embargo, este no es un ataque que se sienta inmediatamente y, además, sus consecuencias en los sectores de trabajadores informales, que son un enorme continente en Brasil, no son las mismas que en los sectores tradicionales.
Además, la pandemia fue un acontecimiento importante que también cambió las previsiones, los ritmos y la intensidad de la agenda neoliberal en Brasil, pero también en el mundo. Ante un mundo al revés, sectores de las clases dominantes favorecieron planes de contingencia para contener un escenario social absolutamente inestable. Así, aumentó el gasto en los sistemas de salud y se dio prioridad a la aprobación de ayudas y subsidios sociales para sectores sociales que habían perdido por completo su fuente de ingresos y apoyo.
Por tanto, en cierta manera, es el legado económico del golpe institucional, por el hecho de que gran parte de los ataques antipopulares ya habían sido aprobados, y también, de manera contradictoria, del estallido de la pandemia. En Brasil se establecieron políticas que contradictoriamente preservaron a Bolsonaro. El hecho de haber atravesado la pandemia le permitió justificar los problemas de su gestión como efecto de un momento especial.
Milei no podrá contar con ninguno de estos “factores excepcionales”. Sus propuestas de atacar el sistema de pensiones, las privatizaciones, la posibilidad de nuevas devaluaciones monetarias, entre otros ataques planificados, tendrán un impacto abrumador en una población que ya vive en una inflación galopante, con altos niveles de pobreza.
Por ejemplo, en el caso de las privatizaciones, especialmente de la petrolera YPF, los costos de los combustibles aumentarán porque Milei quiere recortar subsidios, lo que repercute en los precios, además de argumentar que el Estado no gastará más en importar combustible. Todo esto en medio de una retórica de “liberalización” de los precios. El resultado será un impacto brutal en el proceso inflacionario y el costo de vida de la población trabajadora.
Aún falta ver cómo se relacionará Milei con los movimientos sociales argentinos, como los piqueteros, dada la enorme pobreza que afecta a la población de Argentina. Hay un gran número de personas que dependen de la asistencia social y estatal, y aunque es poco probable que Milei busque liquidar por completo esta asistencia, ya que esto podría producir una inestabilidad indeseable, podría atacar a las organizaciones que median entre estos movimientos y el Estado, lo que podría producir nuevos fenómenos sociales.
El “shock” de Milei probablemente producirá repercusiones tectónicas en distintos estratos de la sociedad argentina, factor que genera temor en los principales medios de prensa nacionales y extranjeros. En Brasil, los costos de los ataques tuvieron un “amortiguador” en Temer, escudado detrás de la retórica del Lava Jato de que fueron culpa de la corrupción llevada a cabo por los gobiernos del PT.
Finalmente, cabe señalar las enormes diferencias en el escenario económico e internacional que enfrentan Argentina en 2023 y Brasil en 2018. Para resumir el argumento, fue ilustrativa la nota de la revista británica The Economist, al señalar que “Milei enfrenta un escenario mucho más complicado que cualquier presidente estadounidense desde la Gran Depresión”.
Exageración o no, lo cierto es que Milei ya habla de un escenario de estancamiento, con una inflación altísima. Es una preparación que podría estar indicando un nuevo salto inflacionario provocado por una megadevaluación que podría provocar despidos y una mayor pérdida de poder adquisitivo. La contradicción que tiene Milei es precisamente que pretende aplicar un ajuste brutal de corto plazo cuando simultáneamente la base popular de su electorado espera mejorar sus condiciones de vida de manera inmediata.
Inestabilidad latinoamericana extrema
En un intervalo de 8 años, desde 2015 hasta el momento actual, se realizaron 33 elecciones en América Latina. En nada menos que 25 de ellos resultaron elegidos candidatos opuestos al gobierno de turno y, en consecuencia, los ciclos políticos son mucho más cortos. En la mayoría de los casos se produjo el llamado “voto de castigo”, o como lo llaman los argentinos el “voto bronca”, que en la elección de Milei parece haber sido un factor fundamental, aunque en este proceso actuaron varios otros elementos.
Tras el fracaso del anterior gobierno de Macri y la derecha (2015-2019), que bajó salarios y pensiones en más de un 20 %, volvió a ser elegido un gobierno peronista con alianzas y una política más conservadora, pero que prometió “llenar la heladera” y recuperar lo perdido. Sin embargo, el gobierno de Fernández y Cristina Kirchner adoptó en los hechos al pie de la letra toda la guía del FMI y lo que produjeron fue una situación de grandes dificultades para las mayorías populares.
La rendición al fondo fue tal que, a pedido del propio FMI, el gobierno devaluó el peso un 22 % en agosto, en vísperas de las elecciones. Pero esta es sólo una de las innumerables decisiones que, a costa de favorecer al capital financiero, terminaron fortaleciendo al candidato de extrema derecha. No es muy difícil pensar que los votantes rechazaron a un partido que culminó su mandato con más del 140 % de inflación y con tasas de pobreza superiores al 40 %. Un caso claro que prueba la tesis de que la conciliación de clases acaba fortaleciendo a la extrema derecha.
En Brasil, la política de conciliación del PT terminó en el golpe institucional. Y esto añadió elementos tortuosos al caso brasileño. Al igual que el gobierno de Fernández, Dilma venía aplicando medidas antipopulares. La elección del neoliberal Joaquim Levy como ministro de Finanzas (Economía) fue un signo de este momento.
Sin embargo, la burguesía brasileña, apoyada por fracciones del capital internacional, impaciente por establecer un gobierno que pudiera llamar suyo, no optó por esperar el tradicional proceso de sucesión, después de unas elecciones que Dilma ganó por un margen muy estrecho. El afán por implementar ataques aún más duros que el PT logró aplicar produjo un alineamiento entre diferentes fracciones de las clases dominantes. El plan inicial era destituir a Dilma y consagrar a Geraldo Alckmin, todavía perteneciente al PSDB, como presidente en 2018.
Sin embargo, la ejecución de una obra nunca corresponde precisamente a su idea. Así, Bolsonaro surgió como un hijo no deseado del golpe institucional. Él, y no Alckmin, fue quien mejor encarnó el brío de la propaganda anti-PT, aparentemente en el período previo al golpe institucional. El apuñalamiento de Bolsonaro durante la campaña, que le dio estatus de víctima y también preservó su aparición en los debates públicos, fue la frutilla del postre de un complejo enredo político. En su núcleo central estaba la operación Lava Jato, a partir de la cual se arrestaría a Lula de manera autoritaria y arbitraria, para que finalmente pudiera consumarse el plan de sacar del gobierno al PT.
Sin embargo, la liberación de fuerzas necesarias para que se produjera el golpe no se podía controlar mediante un botón de encendido y apagado. Las clases dominantes activaron a sectores de las clases medias más ricas para promover actos callejeros, y movilizaron a distintas fracciones de clase que no se durmieron tras la llegada de Bolsonaro al poder. Contrariamente a la pasivización de estos sectores, Bolsonaro se basó en estas movilizaciones reaccionarias para las disputas que ocurren dentro del régimen político brasileño.
El ascenso de Milei no pasó por este mismo proceso, a pesar de que hay una base social que es antikirchnerista, afincada en la política “anticorrupción”, y que tiene valores reaccionarios. Este sector fue la base para la cual “el loco” realizó mítines y actividades públicas, nada se puede comparar con las manifestaciones de cientos de miles de personas que realizaron manifestaciones dominicales en Brasil en apoyo al Lava Jato y al impeachment. Evidentemente, la realidad es dinámica y los fenómenos pueden cambiar y desarrollarse.
En Argentina, inicialmente, la gran burguesía optó por un gobierno de Juntos por el cambio, pero esta política tuvo un límite claro debido al fracaso del gobierno de Macri. Grandes sectores burgueses se interpusieron entre Larreta con su plan de ajuste negociado y Bullrich con su política centrada en el “orden” y con el apoyo de Macri, pero quien capitalizó el rechazo a las experiencias de los dos gobiernos anteriores fue Milei.
Incluso con enormes diferencias entre Milei y Bolsonaro, en ambos casos, el riesgo de la “amenaza fascista” fue utilizado por izquierdas y derechas como justificación para la creación de alianzas espurias para las elecciones, en el caso de Lula, para la composición de su propio gobierno. Si bien es obvia la presencia de sectores protofascistas que conforman la base social tanto de Milei como de Bolsonaro, las formas de un régimen y los factores concretos de la correlación de fuerzas no pueden confundirse con la verborrea reaccionaria de sus representantes.
Como afirmó el analista argentino Fernando Rosso: “después de la segunda vuelta, el ’fascismo’ fue recibido en la residencia de Olivos (Javier Milei de Alberto Fernández) y el ala más dura del ’fascismo’ (Victoria Villarruel ) fue recibida por Cristina Kirchner en el Senado. O cambiaron su actitud a la manera copernicana para convertirse en demócratas después de las elecciones o, en realidad, todo no fue más que una ideologización excesiva de la campaña por logros electorales que, además, no se materializó”.
Factores de potencia e incógnitas
Un aspecto en común es que tanto Milei como Bolsonaro, antes de llegar a la presidencia, no partieron de tener un partido propio, fuerte, estructurado, con mandatos y fuerza política. Sin embargo, aunque esto ya es cierto, hay otros elementos a analizar que también dan diferencias sustantivas al camino político de ambos.
En 2018, tras pasar por siete partidos políticos, Bolsonaro fue elegido por el PSL (Partido Social Liberal) que se fusionó con los demócratas, pasó a ser conocido como União Brasil y ahora está en la base del gobierno de Lula, un partido de alquiler que antes de las elecciones sólo tenía un diputado. Después de las elecciones, y tras el fenómeno electoral, el partido obtuvo 52 escaños de diputados, todavía por debajo de los 54 diputados elegidos por el PT, dentro de una Cámara con 513 diputados.
Es un hecho que durante las elecciones, ante el auge del fenómeno Bolsonaro, la mayoría de los partidos y candidatos, incluso si estaban formalmente afiliados a Geraldo Alckmin, comenzaron a hacer campaña a favor de Bolsonaro.
Sin embargo, sería un error considerar que Bolsonaro entró con una base parlamentaria sólida. Por el contrario, la relación de Bolsonaro siempre ha sido muy inestable, y al inicio de su mandato hubo un compromiso de confiar en la fuerza de Lava Jato y sus métodos, para intentar imponer una forma de hiperpresidencialismo bonapartista. Uno de los generales más leales a Bolsonaro, Augusto Heleno, llamó ladrones a los diputados del Centrão [1].
Ante esto, ¿cuáles fueron las apuestas de Bolsonaro para lograr estabilidad para gobernar? Además del agronegocio, entre otras facciones burguesas, Bolsonaro contaba con el llamado “partido militar” para poder gobernar. Asignó puestos de confianza y nombramientos a personal militar, y llevó a generales muy importantes al centro del gobierno.
Además, para lograr capilaridad en la sociedad civil, buscó en las iglesias neopentecostales un medio para transmitir su política, llegando en particular a los sectores más precarios de la población. Los grandes actos de apoyo al gobierno fueron una síntesis de esta fusión entre las botas de combate y el crucifijo.
Esto hizo que Bolsonaro estableciera una nueva forma de gobernar, diferente a todas las que le precedieron. Aunque con matices, todo el mandato de Bolsonaro estuvo marcado por la inestabilidad política y de régimen. Sin embargo, esto no significa que Bolsonaro no se haya adaptado y no haya buscado bailar al ritmo de la música.
A mitad de su mandato, en medio de escándalos de corrupción en la compra de vacunas y todo el desgaste que generó su negativa a adoptar medidas básicas para contener la pandemia, el gobierno se encontró más debilitado y tuvo que cambiar de rumbo. Fue en ese momento que Bolsonaro construyó un fuerte vínculo con diferentes sectores del Centrão, ofreciendo los principales ministerios y el control de gran parte del presupuesto público. Precisamente los sectores de “casta”, a los que juró en su campaña que enfrentaría.
La contradicción es que Bolsonaro era de un sector proveniente del “bajo clero” del Centrão. Durante décadas circuló dentro de este espectro político, pero precisamente porque nunca tuvo un papel protagónico logró, de manera demagógica, erigirse como un personaje “outsider”. Al mismo tiempo, su carrera en Centrão le permitió hacer la transición y cerrar acuerdos con relativa facilidad cuando fue necesario. Algo que difiere de Milei, cuya aparición y visibilidad pública se dio a través de comentarios sobre economía en programas de televisión.
En cierto sentido, fue un proceso de disciplinamiento, a través de pruebas de correlación de fuerzas que se dieron de manera permanente entre diferentes fracciones del régimen. Si bien Bolsonaro es una figura inestable y disruptiva, su política y sus alianzas se moldearon según las circunstancias.
Volviendo a la Argentina, no es posible hacer futurología y no es eso lo que pretendemos. Milei ni siquiera ha asumido el cargo aún y queda mucho por ver. Sin embargo, su capacidad “plástica”, es decir, de adaptarse a las circunstancias, ya se puede comprobar a simple vista. Las relaciones con la “casta”, que incluyen negociaciones no sólo con sectores del macrismo, sino también con la llamada “derecha peronista”, relaciones con Brasil y China, fotos de transición con Alberto Fernández, entre muchos otros ejemplos, son expresiones de la política real que adopta Milei tras su victoria electoral.
Y esto no es una coincidencia. El partido de Milei, La Libertad Avanza, fundado en 2021, antes de las últimas elecciones tenía solo 3 diputados y ningún senador. Ahora ha elegido 35 diputados y ocho senadores. Si bien ha habido un crecimiento considerable, este representa el 13 % de la Cámara de Diputados y el 11 % del Senado. Sólo como parámetro comparativo, la coalición de partidos peronistas Unión por la Patria seguirá siendo el grupo más numeroso en la Cámara de Diputados con el 42 % de los escaños.
Aún así, es importante señalar que hay muchas disputas en pleno apogeo, con rupturas y acuerdos que indican que Macri está siendo relegado. Según esta tesis, Bullrich asumirá el cargo de ministra de Seguridad diciendo que ya no responde a Macri, al igual que el ex empleado de Macri, Luis Caputo, quien respondería como ministro de Economía.
Milei dependerá en gran medida de los diez gobernadores, 93 diputados y 24 senadores de Juntos por el cambio para gobernar. En las elecciones, el apoyo de Macri y Patricia Bullrich fue fundamental para ayudarle a aumentar el porcentaje de votos obtenidos en la primera vuelta.
Además, a diferencia de Brasil, en Argentina no podemos considerar la existencia de un ’partido militar’. Aunque su vicepresidenta, Victoria Villarruel, pretende dar mayor influencia a los militares, la actividad política y la influencia de los militares no se pueden comparar con el caso brasileño, debido a las enormes diferencias en los procesos de transición y apertura, así como en el efecto de la derrota en las Malvinas, además de una tradición antirepresiva construida durante años por la fuerza del movimiento de derechos humanos en el país. A modo de ejemplo, mientras en Brasil torturadores y asesinos confesos morían sin rendir cuentas, Videla y Massera fueron condenados a cadena perpetua.
Otra diferencia abismal es la actividad de una base de apoyo social que pueda dar apoyo al régimen. Como dijimos, Bolsonaro heredó una base lavajatista, y luego contó con el apoyo de las iglesias neopentecostales para mantener ’las calles’ a su favor. Factores que actualmente no existen en la Argentina, y que para desarrollarse dependerían de nuevos fenómenos.
Sin embargo, es una regla básica del marxismo considerar que las fracciones mayoritarias y hegemónicas de la burguesía pueden gestionar y beneficiarse de un presidente, incluso si ese no es su plan inicial, como lo fue el proceso de ascenso de Bolsonaro. En cierto sentido, y al margen de todas las diferencias históricas, Milei representa el programa abiertamente neoliberal y violento de destrucción masiva de derechos, que se expresó en otros momentos de la historia argentina, como a principios de los noventa con Menem, e incluso en la experiencia más cercana del gobierno de Mauricio Macri en 2015-2019.
Sin embargo, Menem con la estructura del PJ (Partido Justicialista) y la contención que ofrece la burocracia sindical de la CGT y Macri por ser un candidato neoliberal tradicional que agrada especialmente al capital financiero. Así, todo eso contaba como factores de poder, aliados, relaciones directas con el capital financiero que no necesitaban crearse de la noche a la mañana, algo por lo que Milei tendrá que luchar para construir.
Sin embargo, vale recordar que esta costura está en pleno apogeo y Milei está demostrando que formará nuevas alianzas para implementar su reaccionario programa. Menos aún, se puede descartar que sea imposible que sea el arco sustentador de su gobierno. Pero para hacerlo, tendrá que enfrentarse y derrotar a todos aquellos cuyos derechos serán atacados.
Por tanto, no hay duda de que las grandes disputas, que indicarán una mayor estabilización o no del futuro gobierno, aún están por producirse. En última instancia, el terreno de este conflicto será la lucha de clases.
Estamos ante una situación incierta. Milei ganó porque aprovechó el rechazo al gobierno del Frente de Todos, del que Sergio Massa era representante en esa elección. También aprovechó el rechazo a la experiencia del gobierno de Juntos por el Cambio de Macri, que no logró ganar a Patricia Bullrich. Estos son factores que pesaron en la ecuación electoral y deben ser considerados.
Evidentemente, no se puede negar que entre sus votantes también hay un sector reaccionario y antiobrero. Pero también hay sectores que votaron por él con la esperanza de algún cambio después de años de empobrecimiento desesperado. En otras palabras, lo que está claro es que definitivamente no existe el cheque en blanco.
Lo que sí podemos decir definitivamente es que no se reparten las cartas ni se decide el juego. Ver en Milei, y en su futuro mandato, la perfecta imagen y semejanza de Bolsonaro conlleva también una posición política. Está implícito en esta concepción que terminará su mandato y, después de una administración desastrosa, una nueva elección redimirá a la Argentina. Una concepción que en cierto sentido es una reedición de la fórmula “hay 2019”. Esta fue la frase que utilizó el peronismo para decir que en lugar de enfrentar los ataques de Macri, había que esperar a las próximas elecciones.
Desde este punto de vista, es importante considerar las diferencias entre las intensidades de la crisis económica entre la que encontró Bolsonaro cuando asumió el cargo y la que enfrentará Milei. En Argentina la crisis, al ser más aguda, tiende a producir ataques de mayor intensidad. En cierto modo, Milei tendrá la difícil tarea de concentrar lo que hicieron Temer y Bolsonaro, pero en menos tiempo y con mayor fragilidad institucional. Una combinación de factores que podrían conducir a la resistencia, la lucha de clases y una eventual situación más convulsa en la lucha de clases.
El paralelo con Brasil y con la elección de Lula refuerza aún más esta posición. Pero contrariamente al cuento de hadas que afirma que Brasil ahora vuelve a sonreír, hay que decir que la permanencia de Bolsonaro en el gobierno costó la vida y los derechos de millones de brasileños. Y esto también se debe a la estrategia del PT de constituir una “oposición domesticada” a Bolsonaro. Aunque condenaron algunas de las medidas del gobierno, en ningún momento pusieron a sus sindicatos, y a su central sindical (la CUT, la más grande de Brasil), al servicio de derrocar a Bolsonaro, o revertir cualquier ataque, mediante los métodos de huelgas y huelgas. Incluso Lula argumentó que ni siquiera el impeachment de Bolsonaro era posible y que sería mejor esperar a las elecciones.
Además, las condiciones subjetivas entre la clase trabajadora brasileña en 2018 y la clase trabajadora argentina en 2023 son diferentes. En Argentina, uno de los elementos que es importante resaltar para entender los votos populares que ganó Milei, es el gran deterioro del poder económico y el empobrecimiento de los sectores más precarizados de la clase trabajadora. Ante un proceso de exclusión del acceso a derechos, este sector es más susceptible a la demagogia neoliberal que utiliza el discurso antiestatal para crear una mayor aceptación de sus derechos sociales. En Brasil, para entender el 2018 brasileño, no podemos cerrar los ojos ante la enorme traición de las burocracias sindicales que desconvocaron una huelga general horas antes de que se llevara a cabo. Después de que numerosas categorías que habían protagonizado semanas antes una importante huelga (según algunos historiadores, la que reunió a la mayor cantidad de trabajadores en huelga en la historia del país) declararan su adhesión, los principales sindicatos, incluida la CUT, simplemente permitieron que se aprobara la reforma laboral sin resistencia.
Una gran derrota, que produjo una situación reaccionaria. Algo muy diferente a Argentina donde no se dio un proceso como este. Incluso durante el gobierno de Macri, los ataques que pasaron sucedieron con un gran costo político y ante una gran resistencia de sectores importantes, con enormes batallas como la que se vio frente al parlamento argentino, con horas y horas de enfrentamientos entre policías y miles de manifestantes.
La burocracia sindical y todo el peronismo paralizaron esta energía para las elecciones de 2019, frenando durante dos años la lucha de clases, contención que continuó durante todo el gobierno de Alberto Fernández. El resultado es que durante todo este período la lucha de clases en Argentina fue de baja intensidad, lo que contribuyó a que lleguemos al escenario actual.
Ahora bien, sería irónico que si no fuera por la tragedia, Lula le desea buena suerte al gobierno de Milei. Su gobierno del Frente Amplio se está reconciliando con los sectores que pertenecían al propio bolsonarismo. Tanto en el legislativo como en el judicial, hay innumerables aliados del nuevo gobierno que apoyaban y sostenían al gobierno reaccionario de Bolsonaro. Y, sobre todo, el legado económico no sólo de Bolsonaro, sino también del gobierno de Temer, está intacto, con la esencia de importantes reformas y privatizaciones mantenidas por el gobierno actual.
Pero en Argentina los caminos están abiertos, y hay una parte de la izquierda que pretende poner todas sus fuerzas en preparar eficazmente la lucha, a través de asambleas, actos, movilizaciones y huelgas. Es esta izquierda la que ha sido parte de muchas luchas en los últimos años, no sólo en los tradicionales “baluartes” del sindicalismo combativo, sino también ganando una voz en la política nacional.
Destacamos el papel de sectores de izquierda que no cedieron a la presión del mal menor, manteniendo una política de independencia de clase que rechazó a Milei, sin darle apoyo político y electoral a Massa. A través del Frente de Izquierda y Trabajadores, en el que el PTS tiene un papel protagónico, en la próxima legislatura la izquierda tendrá 5 bancas en el Congreso y muchos legisladores y concejales en distintos puntos del país, un resultado histórico para la izquierda argentina.
Además, el protagonismo del PTS en el Frente de Izquierda también se logró gracias a que fue la primera línea en la lucha contra el gobierno de Macri, sin ceder nunca a la campaña anticorrupción, orquestada por sectores de derecha, como hizo parte de la izquierda brasileña, como el PSTU y el MES, con Lava Jato y el impeachment de Dilma.
Esta conquista de puestos parlamentarios no será un fin en sí mismo, sino que servirá como una gran plataforma para batallas extraparlamentarias. En este camino, la lucha para permitir la creación de un frente único de trabajadores está en el centro, con convocatorias de sindicatos, movimientos sociales (piqueteros), movimiento estudiantil, movimientos de mujeres, etc., para que puedan construir un plan de lucha para enfrentar los ataques ya anunciados. A diferencia de los sectores mayoritarios de la izquierda brasileña, especialmente los agrupados en torno al PSOL, que hoy están rendidos al gobierno del Frente Amplio que concilia con los ex bolsonaristas, el PTS pondrá todas sus energías en construir una gran resistencia “desde abajo” contra todos. de los ataques de Milei junto a trabajadores, estudiantes y movimientos sociales, incluyendo la lucha contra sus aliados, desde el macrismo hasta alas del peronismo.
Ante la quiebra del peronismo y los planes de ataque declarados de la extrema derecha, la clase obrera y la izquierda en Argentina enfrentarán una prueba histórica, cuando mucho estará definido para toda América Latina. Las diferencias entre los procesos que culminaron con el ascenso de Milei y Bolsonaro son muchas. Al mismo tiempo, la capacidad de la extrema derecha para negociar y acomodarse dentro del régimen político ya está demostrando ser grande. Saber leer y actuar en cada situación particular, sin perder de vista los puntos de intersección de los fenómenos políticos del ascenso de la extrema derecha, será fundamental para el próximo período.
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