A más de un mes del estallido de la histórica revuelta feminista en Irán, reflexionamos sobre el significado de estas protestas y qué lecciones estratégicas podemos sacar de la experiencia de la revolución iraní para triunfar hoy.
Sábado 29 de octubre de 2022
Han pasado más de 40 días desde que el brutal asesinato de Mahsa Jina Amini sacudió Irán hasta la médula y abrió las mayores protestas antigubernamentales en el país desde 2009. Es una tradición en el Islam chiíta celebrar el día 40 (chehellom) después de la muerte de un ser querido. Decenas de miles de iraníes viajaron a la ciudad natal kurda de Amini en Saqqez para protestar y conmemorar su chehellom. A pesar de los bloqueos de carreteras, multitudes de personas caminaron a pie para visitar su tumba.
Esta es solo una de las muchas imágenes que han captado la atención de los medios internacionales durante el último mes. Como George Floyd en Estados Unidos hace casi dos años, Mahsa Jina Amini se ha convertido en un símbolo internacional de resistencia. Su muerte ha encendido a los trabajadores de todo Irán: estudiantes universitarios y escolares, kurdos, baluchis, árabes, persas, azeríes, lures y turcomanos mano a mano. El mundo ha visto su valentía frente a la despiadada represión del régimen.
Hasta el momento, al menos 250 personas han muerto, 900 resultaron heridas y 12.500 han sido arrestadas, aunque es difícil obtener cifras oficiales. La represión ha sido particularmente feroz en las provincias de Sistán y Baluchistán y Kurdistán, que son regiones con importantes minorías étnicas. Los cortes masivos de Internet continúan, pero los jóvenes expertos en tecnología continúan encontrando formas de transmitir su lucha al resto del mundo. Justamente, uno de los principales objetivos de la represión ha sido la juventud; manifestantes de tan solo 11 años han sido asesinados por munición real disparada por las fuerzas represivas del régimen.
Entre los arrestados, muchos son activistas políticos y obreros. El 15 de octubre se produjo un incendio en la prisión de Evin, que muchos manifestantes consideran que fue provocado por el régimen como una forma de intimidar al movimiento. Evin es el principal centro de detención para disidentes políticos y opositores al régimen, y también se la conoce como la "Universidad de Evin" porque allí se encuentran detenidos muchos intelectuales, artistas y activistas antigubernamentales.
Aunque el régimen ha mantenido su política de brutal represión contra los manifestantes, la revuelta continúa y día a día está intensificando una crisis de legitimidad. Incluso destacados miembros de la línea dura del régimen han tenido que conceder algunos de los puntos del movimiento. Tomemos, por ejemplo, a Ali Larijani, ex presidente del parlamento que estuvo en los niveles más altos del poder desde la revolución de 1979 y hasta fue candidato a suceder a Khamenei como líder supremo. Ali Larijani ha pedido que se vuelva a examinar la aplicación de la ley del hiyab obligatorio y que el régimen disminuya su represión sobre los manifestantes.
Otro ejemplo de las crecientes divisiones de la clase dominante se puede ver entre los clérigos que componen la oligarquía clerical chiíta de Irán. El gran ayatolá Asadollah Bayat-Zanjani, criticó recientemente a la “policía de la moralidad”, que considera ilegal y contraria al Islam.
Un clérigo anónimo de la ciudad sagrada chiíta de Qom (que también ha sido escenario de protestas) le dijo a Middle East Eye a principios de octubre que “la mayoría en el seminario de Qom, o al menos un gran porcentaje de clérigos, están cada vez más en contra de la República Islámica, porque ha debilitado tanto al Islam como a los clérigos a los ojos de la gente”, dijo, y agregó que “muchos clérigos no tienen relaciones con el establishment y se han distanciado de su política, ya que no quieren ser vistos como parte de la República Islámica”.
Si bien está por verse hasta qué punto los disturbios dividirán aún más al régimen, esta ola de protestas ya ha demostrado ser uno de los desafíos más complejos para el régimen burgués de los mulás desde su inicio en 1979. ¿Qué hace que esta revuelta sea significativa en el contexto de la crisis de Irán?
Las características de la rebelión
Lo que comenzó como un levantamiento feminista, dando vida al eslogan ahora internacional "Mujeres, vida, libertad", se ha convertido rápidamente en una revuelta antigubernamental de mayor amplitud. En muchos sentidos, las protestas actuales son una continuación de las ocurridas en 2017 y 2019 (que repercutieron en los países de la esfera de influencia de Irán, como Líbano e Irak), que presentaron el lema similar de “Pan, Trabajo, Libertad.” Esta ola de lucha de clases en muchos sentidos había puesto de relieve el creciente sentimiento antineoliberal en todo el mundo y estaba directamente relacionada con la lucha contra la austeridad y el alto costo de la vida.
A diferencia del Movimiento Verde en 2009, que era reformista, liderado por la clase media y mayoritariamente contenido en las principales ciudades de Irán, esta ola más reciente de protestas en Irán llama explícitamente a la caída del régimen (aún cuando no tiene en claro de qué forma reemplazarlo), y se componen principalmente de personas de clase trabajadora. En un contexto de crisis del capitalismo, que ha tenido sus altibajos desde 2008, el panorama pospandémico marcado por la guerra en Ucrania y la alta inflación, también está desencadenando una nueva ola de lucha de clases.
Las semicolonias como Irán a menudo son las más afectadas por la crisis del capitalismo (como lo demostró el acaparamiento de vacunas de los países más ricos del mundo) porque están subordinadas al capitalismo global y son expoliadas por el imperialismo. A pesar del peso regional de Irán, su poder económico y militar aún palidece en comparación con los países imperialistas.
Además, Irán está lidiando con los impactos continuos de la pandemia. Fue un notorio epicentro de la pandemia y su impacto en la economía fue tan grave que el régimen se vio obligado a realizar una solicitud sin precedentes al FMI de un préstamo de emergencia de 5.000 millones de dólares. Y si bien la mala gestión del régimen exacerbó los peores efectos de la pandemia, estos se combinaron con las sanciones de “máxima presión” de Occidente que golpearon a la clase trabajadora y a los sectores más pobres de la sociedad iraní. Estas sanciones continúan aún hoy.
Con estos elementos en juego, no es de extrañar que Irán esté en un estado de protesta casi constante desde que se flexibilizaron las restricciones más severas por la pandemia. En ese sentido, el levantamiento actual puede verse como “la punta de iceberg” de una crisis social que se ha estado gestando desde mucho antes.
Lo que muchos no previeron es que este descontento social en ciernes sería aprovechado de manera más prominente por las mujeres trabajadoras en un país donde la participación laboral femenina es una de las más bajas del mundo, pero donde, paradójicamente, más del 60 % de los graduados y titulares universitarios de educación superior son mujeres. Además de la opresión patriarcal, muchas mujeres en Irán están sujetas no solo a la opresión de género sino también a la inseguridad económica.
Más allá de estos factores estructurales, la subjetividad de las mujeres en Irán debe verse en el contexto de una era posterior al movimiento #MeToo y de una revitalización del movimiento feminista global compuesto por mujeres y personas trans, queer y no binarias que enfrentan ataques diferentes pero interrelacionados.
Otra característica destacada de las actuales protestas es la unidad de los diversos sectores en lucha, entre los iraníes y su diáspora (que ha organizado protestas en más de 150 ciudades de todo el mundo, incluida una protesta de más de 80.000 personas en Berlín), diversas etnias y grupos, así como entre las diferentes generaciones. La generación Z de Irán, o daheh-ye hashtadiha, ha estado al frente de estas protestas y está madurando con los recientes movimientos de protesta de Irán, pero también a partir de las protestas de BLM que ampliaron la imaginación de una nueva generación de jóvenes radicalizados en todo el mundo. Más del 40 % de la población de Irán tiene menos de 24 años y el desempleo juvenil también es rampante.
Otro factor que no se puede ignorar es la presencia y actividad de la clase obrera, que tiene una fuerte presencia en este movimiento pero que hasta ahora ha organizado acciones independientes limitadas. Actualmente, los sindicatos de maestros y trabajadores subcontratados en la industria petrolera se encuentran entre los sectores más destacados para organizarse en respuesta a las protestas. En los últimos años, Irán ha visto un aumento en la militancia laboral de sectores tan diversos como la petroquímica, el transporte por carretera y la maquinaria pesada.
Es importante destacar que el surgimiento de estas protestas ha empujado a muchos de estos sectores a vincular las cuestiones democráticas y políticas con las económicas. Junto a esta dinámica, los trabajadores también se están autoorganizando en la tradición de los incipientes cuerpos de autoorganización que surgieron durante la revolución de 1979. Estos shoras existen no solo en los lugares de trabajo sino también en las universidades y los barrios.
El camino hacia la próxima revolución iraní
A pesar de todos los elementos progresistas de la revuelta iraní, la cuestión estratégica sigue siendo si la clase obrera y el movimiento de masas (que surgió espontáneamente) pueden avanzar en su conciencia y organización para abrir una situación revolucionaria por un camino independiente. En otras palabras, cómo las protestas logran superar su carácter de revuelta sin ser desviadas por fuerzas burguesas nacionales y extranjeras.
Aquí, podemos volver a la historia de la lucha de clases en Irán, utilizando la revolución iraní, nuestra experiencia más avanzada, para extraer lecciones y encontrar un camino a seguir, especialmente mientras los iraníes continúan su lucha contra su esclavitud a los regímenes burgueses represivos y el imperialismo, sistema que los sostiene.
Una de las lecciones más importantes que podemos sacar es que la clase obrera tiene un poder decisivo y que la organización debe desempeñar un papel, como vimos en la huelga general que los trabajadores organizaron a través de las shoras para poner de rodillas al régimen del Sha. Esta idea va en contra de las nociones posmodernas que han sido prestadas en gran medida por la ideología neoliberal, sobre que la clase trabajadora es irrelevante como sujeto o es simplemente una faceta cultural que constituye un subconjunto más amplio de "ciudadanía" o "pueblo".
Más bien enfatiza a la clase obrera como sujeto revolucionario (que el proletariado tiene el poder social para conducir una revolución a la victoria) y la pertinencia de la hegemonía obrera como estrategia política que hace que la clase obrera ponga su poder social al servicio de las necesidades de todos los sectores sociales afectados por el capitalismo y unir a estos diferentes sectores que fundamentalmente luchan contra el mismo enemigo, asumiendo sus demandas.
En relación con esto, la dinámica de la teoría de la revolución permanente (sistematizada por el revolucionario ruso León Trotsky) también es relevante aquí y estuvo en pleno desarrollo durante la revolución iraní. En los movimientos decisivos de la lucha de clases durante la revolución, donde se planteó la cuestión del poder entre la burguesía y la clase obrera, los trabajadores en lucha no se detuvieron en sus aspiraciones democráticas contra el régimen autoritario del Sha. Por el contrario, pusieron la producción bajo el control de los trabajadores al servicio del movimiento. En otras palabras, a través de esta breve experiencia, los trabajadores comenzaron a comprender que la salida a la miseria estaba en sus propias manos.
Las shoras, que también destacaron la importancia de la organización para la coordinación entre los sectores en lucha, también demostraron cómo es la democracia real y cómo se podría organizar la sociedad a partir de este tipo de democracia, en la que los lugares de trabajo, los barrios, las escuelas e incluso las zonas rurales, las comunidades pueden decidir democráticamente todo sobre cómo funciona la sociedad.
Lamentablemente, la experiencia de la revolución iraní se vio truncada debido a un proceso de represión y contrarrevolución a manos del régimen islámico que contaba con la influencia desestabilizadora del imperialismo occidental trabajando encubiertamente para impedir una revolución obrera. Al mismo tiempo, gran parte de la izquierda no pudo desafiar políticamente a los islamistas, ya fuera porque apoyaban al régimen de Jomeini a través de una concepción teatral de las revoluciones o porque estaban confundidos acerca del carácter del programa de Jomeini.
Algunos pensadores, como Foucault (haciéndose eco de las ideas de sus contemporáneos como Laclau y Mouffe), fueron víctimas de analizar el nuevo régimen principalmente a nivel del discurso, porque rechazaron el análisis de clase y defendieron en cambio un discurso populista “progresista” en el que Khomeini era experto, fusionando conceptos de la izquierda con ideas chiítas pan-iraníes. Al ignorar el contenido de clase del programa de Jomeini, gran parte de la izquierda, incluida la izquierda marxista, se subordinó políticamente al programa fundamentalmente burgués del nuevo régimen.
Basándonos en aquellos acontecimientos, podemos extraer las siguientes lecciones para el presente:
1. La clase obrera, que controla las posiciones estratégicas que hacen funcionar la sociedad, y no las categorías abstractas de “ciudadanos” o “pueblo”, tiene el poder decisivo para unir a los sectores en lucha. En consecuencia, la ausencia de hegemonía obrera significa que el movimiento se expresará en esta forma “ciudadana”, aunque muchos de sus protagonistas sean parte de la clase obrera.
2. Debemos abogar por cuerpos democráticos de autoorganización en cada coyuntura. Estos organismos podrían ser las semillas de futuros consejos de trabajadores que eventualmente podrían poner el control de toda la economía en manos de los trabajadores, para que los recursos del país se desarrollen y distribuyan de acuerdo con las necesidades de la mayoría de la sociedad.
3. Sin promover la idea de que la hegemonía obrera y las organizaciones de tipo soviético se desarrollan espontáneamente a medida que se intensifica la lucha de clases, la construcción de una organización política revolucionaria es una tarea clave para los revolucionarios. En vez de dejar abierto el vacío de liderazgo político para ser hegemonizado por las fuerzas contrarrevolucionarias, la formación de una dirección obrera independiente que luche por la dirección en los organismos democráticos, que organice la vanguardia de las luchas con su perspectiva política, y que plantee un programa para confrontar a todo el régimen burgués: tal liderazgo es fundamental para el éxito del movimiento.
4. Liberar el potencial de este movimiento y abrir el camino de la revuelta a la revolución también depende de la subjetividad de la clase obrera internacional. No solo moral sino también estratégica, la cuestión de apoyar a los trabajadores y oprimidos iraníes depende de la actividad y organización de los trabajadores y oprimidos en todo el mundo, particularmente en los países imperialistas. Nuestras luchas como trabajadores están indisolublemente unidas entre sí, y la muerte de Mahsa Amini, o el asesinato de otro miembro de nuestra clase, podría ser la chispa que encienda un fuego en todo el mundo.