Habló de las agitaciones en Latinoamérica, de los países donde hay crisis sociales, sin siquiera nombrar a los gobiernos y Estados responsables de las penurias de los pueblos y de las brutales represiones que tienen que enfrentar.
Mirta Pacheco @mirtapacheco1
Jueves 26 de diciembre de 2019 02:06
Como es tradición los 25 de diciembre, desde el balcón de la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco dio su discurso llamado “Urbi et Orbi” (para la ciudad y el mundo).
Pero este año hizo un recorrido discursivo por diferentes regiones y países donde las diferentes crisis económicas, sociales y políticas hunden a millones en la pobreza y limitan cada vez más las libertades democráticas.
En muchos de esos casos grandes sectores de esa población viene movilizándose a pesar de bestiales represiones que muchas veces terminan en asesinatos, con detenciones ilegales, a manos de las fuerzas represivas de los Estados.
En varios países por ejemplo de Asia, Estados Unidos viene intentando desestabilizar o neutralizar a gobiernos como los de Irán utilizando (alentándolas) esas movilizaciones, buscando cuidar así a sus socios menores en la región (como Israel) persiguiendo siempre sus propios intereses para preservar su papel hegemónico mundial, aunque en crisis.
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Pero de todo esto Jorge Bergoglio no dijo nada. Según su discurso de navidad todos son responsables del padecimiento de los pueblos, y se sabe: cuando todos son responsables, en realidad nadie lo es. Ahí radica el cinismo del Papa argentino.
También, y sobre todo, en el hecho de que “Francisco” dirige un mini Estado, el Vaticano, cuyas Iglesias en muchos de los países, son cómplices (por acción u omisión) de las políticas que los gobiernos vienen aplicando. El caso más notorio tal vez sea el del rol que jugó la Iglesia católica en Bolivia, siendo una de las instituciones sostenedoras del golpe de Estado en ese país.
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Otro de los países convulsionado por la lucha de clases es Chile. En ese país frente a los centenares de heridos por las represiones de los carabineros, que bajo las órdenes del Gobierno de Piñera hace casi dos meses vienen, a puros balazos de goma, carros hidrantes, palos y detenciones a mansalva, enfrentando una rebelión popular que se cansó de 30 años de continuidad pinochetista, la Iglesia católica de ese país, como es su costumbre, mira para otro lado.
Pero Bergoglio este miércoles de navidad no denunció ni los asesinados por el golpe en Bolivia, ni las más de doscientas personas que perdieron la visión (total o parcial) por la acción de las fuerzas represivas en Chile. Se limitó a pedir esperanzas para que “en el continente americano (N.R.: se pueda superar) el período de agitaciones sociales y políticas”.
Una fórmula tan general que eso mismo puede estar en boca de cualquier gobernante. De hecho la autoproclamada presidenta de Bolivia, Jeanine Áñez, llamando a la pacificación, con la sangre de los muertos por el Ejército y Policía, aún fresca, decía algo similar.
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Otro tramo del discurso “Urbi et Orbi” fue dedicado a la crisis en Siria, otra vez con generalidades que ocultan la responsabilidad tanto de Bashar Al Ásad, como de Turquía invadiendo el norte de ese país, contra el pueblo kurdo, así como la de Estados Unidos, otra vez, en lo que es ya una verdadera crisis humanitaria: más de seis millones de refugiados y una cifra similar para los desplazados internos.
Para ellos solo pidió –especialmente para los niños- que “Cristo sea luz para tantos niños que sufren la guerra y los conflictos en Oriente Medio y en diversos países del mundo”.
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Una “solución” espiritual para una crisis absolutamente terrenal cuyos responsables tienen nombre y apellido, como ya hemos dicho. Pero Bergoglio prefiere omitir esas responsabilidades.
¿Será porque al Jefe de la Iglesia católica, con esos gobernantes –por distintas vías, y con distintos modos, claro está-, lo une la misión (poco espiritual por cierto) de defender el orden mundial imperante?