Este día se conmemora la pelea histórica que dió el movimiento LGTBI contra los intentos, pasados y presentes, de instituciones como la medicina que buscaron patologizarla. Una pelea histórica contra la alienación del deseo sexual.
Tomás Máscolo @PibeTiger
Jueves 17 de mayo de 2018
“La libertad sexual completa existe exclusivamente en el sueño libertario y en la pesadilla del reformador”, sentencia Ken Plummer en su escrito La diversidad sexual: Una perspectiva sociológica. La frase fue escrita un año después de que la homosexualidad fuese retirada del Manual de Desordenes Mentales (DSM) en el año 1990.
Ya desde fines del siglo XIX los enfoques médicos, psiaquiatrícos y crimonológicos incursionaron en la vida de hombres y mujeres homosexuales y lesbianas, en un esfuerzo sin precedentes en la historia para catalogarla y demarcar las líneas entre aquellas experiencias sexuales consideradas “desviadas”, “patológicas” y “viciosas”, de aquellas consideradas “normales”. Sin embargo, es el “moderno” y “tolerante” siglo XX el escenario donde los modestos procedimientos farmacéuticos del siglo XIX cedieron ante la radiación, los tratamientos de electro-shock y con hormonas en búsqueda de la ansiada “cura”.
Es en el marco de la segunda posguerra mundial, en un contexto de políticas reproductivistas y familiaristas implementadas desde el Estado, cuando comienzan a aparecer con mayor envergadura voces críticas contra esta serie de prácticas aberrantes contra los “pervertidos”. El informe Kinsey, al proponer que la división entre heterosexuales y homosexuales no era tan tajante como se creía, provocó una desestablización de las normas socio-sexuales y fue leído como un “mensaje de liberación”.
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El ciclo que abrió el Mayo Francés de 1968 permitió la irrupción de movimientos de liberación sexual que se alzaron reivindicando el orgullo de su identidad, cuestionando todas las instituciones que la reprimían. A finales de la década del 70 la derecha cristiana comenzó a organizarse contra los crecientes movimientos feministas y de liberación sexual.
Los ’80 fueron escenarios de una ofensiva de las clases dominantes, que encabezada por Tatcher y Reagan atacó las principales conquistas de los trabajadores y los oprimidos. Esta reacción vino acompañada por la propaganda reaccionaria contra la “peste rosa” desatándose una oleada de discriminación y estigmatización contra la comunidad homosexual.
En este contexto se consolida la sexología y tal como sostiene el sociólogo español Óscar Guach en La crisis de la heterosexualidad, aparece “como nueva disciplina encargada de organizar el control social de la sexualidad”.
La remoción de la homosexualidad de las listas de enfermedades de la OMS significó una conquista democrática elemental, gays, lesbianas, travestis y transexuales no necesitamos de diagnósticos, ni cura. El hecho significó un paso más en la igualdad formal, pero hoy a 28 años los cambios en la vida real distan por lejos de aquel relato de una sociedad igualitaria y “tolerante” que los cambios avenidos en la década del ’90 quisieron retratar.
¿Y Ahora?
Esta semana se dio por finalizado la primera etapa del juicio por Diana Sacayán en el cual se exigió la carátula de travesticidio. También se realizaron diversas actividades exigiendo la absolución del joven transexual Joe Lemonge quien se defendió de sus atacantes en un caso muy parecido al de Higui. Los números son conocidos: 90 % de las travestis debe prostituirse, la deserción escolar está a la orden del día y el cupo laboral trans fue pedido en 16 de las 23 provincias, pero en las que fue sancionado se aplica mal.
El Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBT registró en 2017 unos 103 crímenes de odio por orientación sexual, expresión e identidad de género en todo el país. Con respecto al año pasado, los casos de violencia física aumentaron 500%.
En las entrevistas laborales siguen exigiendo un análisis de HIV, aunque contradice lo estipulado por ley de HIV/Sida de nuestro país. El estudio “Pride at Work” (Orgullo en el trabajo) de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) del año 2016, refleja la contradicción que existe entre los derechos democráticos conquistados por la comunidad LGTBI en diversos países, y la discriminación, la no inclusión y la violencia por la orientación e identidad sexual.
El estudio no se centró solamente en la comunidad trans. Muchas mujeres lesbianas dijeron que debían "disfrazarse" para lograr su inclusión laboral. Los estereotipos son un factor fundamental en las admisiones por parte de las empresas. Para el informe, estos hacen que se priorice a los varones y las mujeres heterosexuales: "primero está el hombre, segundo la mujer casada [heterosexual], tercero la mujer soltera [heterosexual], cuarto la lesbiana femenina, quinto la lesbiana masculina, y por último las personas trans".
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La Ley de Identidad, que fue sancionada bajo el kirchnerismo, logró que más de 10 mil personas puedan acceder a su cambio registral y claramente hay una mayor visibilización. Pero para la amplia mayoría de la comunidad, este cambio no llegó a la vida material. Como saldo contamos con una ley mundialmente progresiva pero que al día de hoy no puede dar una respuesta a los problemas cotidianos que se tienen por el hecho de elegir construir una identidad fuera de la norma.
Igualdad ante la vida
A comienzos del 2001, Lohana Berkins se inscribió en la Escuela Normal N° 3 para cursar la carrera de Magisterio. Los profesores no la nombraban cuando tomaban asistencia, hasta que descubrió que, a pesar de haberse identificado varias veces, nadie había registrado en las listas su nombre elegido. Realizó una denuncia en la Defensoría del Pueblo de la Ciudad con la que consiguió que respetaran su identidad de género. El Ejecutivo porteño dictó luego dos decretos para respetar el nombre de las personas trans en el sistema educativo y de salud de la Ciudad.
Pero en esas fechas ella no solamente dio una pelea en lo legal, fue una de las primeras que salió a las calles a gritar “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. En varias entrevistas aducía que fue una de las primeras veces que se sintió una ciudadana más.
Liberarse de todas aquellas instituciones, que bajo formas más sutiles siguen normatizando la sexualidad, y cuyos efectos en la vida cotidiana son más que concretos supone volver a poner en el horizonte la crítica radical contra un sistema que se vale de las divisiones entre los explotados y los oprimidos para perpetuar su dominio.
Tomás Máscolo
Militante del PTS y activista de la diversidad sexual. Editor de la sección Géneros y Sexualidades de La Izquierda Diario.