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Red Internacional
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LATIDOS PORTEÑOS 17. No hay derechos entre los desechos

Sábado 1ro de noviembre de 2014

El cartón no flota, el agua de lluvia se lo pudre y al final la corriente se lo lleva. Como pequeños sauces empapados tratan de correrse el pelo de la frente, para intentar una manera de pensar en cómo harán para comer mañana. Son casi quince mil los cartoneros que andan rompiéndose la espalda cada día o cada noche en una ciudad que apenas los esquiva. Cuando llueve o diluvia en esta primavera dislocada, su soledad es más patética, su impotencia hace agua, se apichonan los pibes junto a sus padres amarraditos al carro que ni techo tiene, que ni vergüenza provoca en los que mandan. Caminantes del Medioevo en una Buenos Aires que aspira al palazo inmigratorio del primer mundo, se inclinan hasta donde pueden en esos tachos de basura sin fin, y se zambullen los más chicos como si fueran unas piscinas olímpicamente inmundas. No hay derechos en una vida sobre el desecho.

Un grupito, apenas, tienen la tutela del jefe de Gobierno de la Ciudad a cambio de favores de punteros políticos, que atesoran el increíble oximorón de hacer riqueza con la pobreza. Pero la mayoría, abandonada a su suerte, apenas si logra alcanzar los cincuenta pesos diarios rejuntando papel, cartón, metales, vidrios, plástico. La crisis, que crece como una enredadera desbocada, suma más y más gente buscando las sobras de la ciudad, porque además de que el trabajo digno empieza otra vez a desaparecer como un fantasma cruel y reiterativo, los cincuenta pesos diarios en la mano cada día, son preferibles a las changas mensuales que la inflación deglute.

Los cartoneros aparecieron en Buenos Aires en el primer año del siglo XXI , que duele menos que decir 2001, De la Rúa, Alianza y desastre. A la noche se aparecían por cualquier parte, en camiones, o en grupos con carromatos, o en carretas tiradas por famélicos caballos. Los porteños con la suerte asalariada miraban asustados porque hay mucha gente que todavía hoy no cree que hay mucha gente que no tiene qué comer. La empresa de Ferrocarriles TBA, de los hermanos Cirigliano, siempre tan cerca de los gobiernos y los negociados, en un gesto de supina magnanimidad, les puso a los cartoneros, en aquella época, como para que no den ese espectáculo, vio, el llamado tren blanco que eran formaciones destartaladas que traían, sin luz ni asientos, a cientos y cientos de cartoneros desde el conurbano, y después se los llevaban de vuelta. Todo eso duró hasta 2007, cuando los magnánimos dijeron basta, con el caradurezco argumento de que esas maltratadas familias producían vandalismo en los vagones. ¿Cómo iban a romper lo roto…?

Después se intentaron cooperativas, y algunas funcionan. Tres mil cartoneros tienen la promesa del lord Mauricio Macri de que serán instituídos con el nombre de promotores ambientales, para que rescaten los materiales recicables que los vecinos dejan en los tachos con formatos de campanas verdes que se ubican en apenas tres comunas. En las pruebas que ya hicieron estos cartoneros organizados, siempre llegan tarde. Les gana de mano la gente cuyo estómago no da más.

Los cartoneros juntan unas cinco mil toneladas por mes de material reciclable de la ciudad, a cambio de un poquito más de dos mil pesos mensuales para cada uno o cada familia, aunque quienes recogen exclusivamente para una empresa, cobran el doble. Muchos se quedan durmiendo en la calle toda la semana, porque no pueden estar yendo y viniendo de sus lejanos domicilios bonaerenses. Otros pernoctan en las villas de la ciudad.

Vida que no es vida, trabajo que no debería ser, capitalismo que saborea exultante marginando así.