Entrevistamos a Myriam Bregman.
¿Cuál es tu balance del miércoles 8?
En primer lugar, creo que hay algo que está muy claro: la reaccionaria votación en el Senado no va a poder parar esta rebelión en las calles de decenas de miles de mujeres y jóvenes que lograron poner en cuestión los viejos valores anacrónicos que sostiene este régimen político. El 8A, y todo el proceso al que asistimos en estos largos meses, está diciendo basta al oscurantismo medieval que promueven desde las jerarquías de las Iglesias y desde una casta política que no duda en decidir sobre la vida y la muerte de las mujeres. Por supuesto nos duele, porque ya en estos pocos días que pasaron desde el rechazo a la ley nos enteramos de nuevas chicas internadas y una joven que perdió la vida por complicaciones por un aborto clandestino, y lamentablemente producto de la votación del miércoles vamos a tener nuevas muertas por responsabilidad directa de los senadores que bloquearon esta ley, con la complicidad del clero, de los gobernadores, de los partidos tradicionales.
De todas formas, la jornada del 8A fue histórica, y aunque no les guste, la historia la está escribiendo esa generación extraordinaria de pibas y pibes que salieron a pelear por sus derechos. Con mis compañeras de Pan y Rosas estuvimos desde muy temprano y fue emocionante cómo recibíamos mensajes y fotos desde cada plaza y cada calle donde nos estábamos movilizando en cada rincón del país.
En algún medio he planteado también que el 8A asistimos a una lección de historia y el resultado de esa batalla, de la que tenemos que sacar nuevas conclusiones, sin dudas va a endurecer nuestra pelea, porque como nunca quedó en evidencia para millones quiénes son nuestros amigos y quiénes nuestros enemigos.
Vimos en estas semanas desplegar el enorme poder de lobby de la jerarquía de la iglesia católica que se multiplicó después de la media sanción de diputados, y tuvimos que ver políticos tanto del PRO como del peronismo peregrinar al Vaticano, buscando los medios para evitar que la ley salga por cualquier medio. Las iglesias evangélicas, nucleadas en ACIERA, también hicieron lo suyo. Actos, misas, vigilias, llamadas telefónicas, mensajes de WhatsApp, todo confluyó en una movilización de recursos sin precedentes de las instituciones religiosas, que no se les vio para condenar a los crímenes aberrantes como los que cometen los sacerdotes pedófilos. La jerarquía de la Iglesia volvió a mostrarse vanguardia en la movilización reaccionaria contra las ampliaciones de derechos, como viene haciendo desde el divorcio vincular, o como vimos hace algunos años en el caso del matrimonio igualitario.
De la mano, también ha quedado en claro el rol del Senado. De espaldas al enorme movimiento de mujeres y jóvenes, se negó a votar una ley por la que venimos luchando hace años. No es la primera vez que juega este papel. Justamente, es una institución cuya función es ser guardián de los intereses de los feudos provinciales y ahogar cualquier iniciativa que pueda filtrarse en la cámara de diputados producto de la imposición popular.
La forma en que está constituida la Cámara alta es de por sí profundamente antidemocrática. Su composición no respeta siquiera una elemental representación poblacional. Los 38 senadores que votaron en contra de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo representan a 17 millones de habitantes, mientras que los 31 que votaron a favor a 21 millones. Además, solo acceden al Senado los dos partidos mayoritarios de cada provincia. No hay lugar para las otras minorías. Con estas reglas, el senado es territorio por excelencia de los gobernadores de Cambiemos, el PJ y los partidos provinciales, que actúan como señores feudales en sus provincias, dominadas por las oligarquías de terratenientes y empresarios.
No por casualidad es en esas provincias donde se hallan los mayores índices de opresión hacia las mujeres. Ni tampoco que varios de los discursos de los senadores parecían inspirados en aquella caza de brujas de 1692, inmortalizada por el gran escritor norteamericano Arthur Miller, que denunció como nadie la furia del sometimiento hacia las mujeres. Demasiado actual para pasar por alto la comparación. En provincias como Salta se han opuesto de manera sistemática a la aplicación del derecho al aborto no punible, como vimos con el caso de la niña wichi violada en 2016 por nueve hombres y a quien se le negó la posibilidad de interrumpir el embarazo. Es en Salta también que se ha resuelto recién el año pasado que la educación religiosa no podrá tener lugar en horario escolar, ni será parte del plan de estudios de las escuelas públicas. La presión de la Iglesia en el norte del país fue categórica. De las 10 provincias del Norte, casi el 80 % de sus senadores votaron en contra de la ley, llegando incluso a algunos casos insólitos como la provincia de Tucumán que gobierna Juan Manzur y que fue declarada “provida” por su Legislatura. Pero no fueron solo los senadores de estas provincias. En CABA, donde la mayoría de la población es claramente favorable a la legalización, dos de tres senadores votaron en contra.
La Iglesia jugó fuerte, como hacía mucho no veíamos. Y lo peor de todo es que, como dijo mi compañera Andrea D’Atri, lo hizo con “nuestra plata”. Las marchas en todas las provincias, los escenarios, las vigilias y las campañas de mensajes se financian con impuestos que pagamos todos. Es lo que denunciamos también con Nathalia González Seligra y con Nicolás del Caño desde nuestras bancas en el Congreso Nacional y en la Legislatura. Por un lado, tenemos los más de $ 130 millones que se gastan en salarios de obispos, sacerdotes y seminaristas, que son casi 2000 personas, gracias a varias leyes de la dictadura que mantuvieron vigentes todos los gobiernos constitucionales, y por otro, millones que se evitan de pagar producto de exenciones impositivas u otras prebendas. Con ese financiamiento, que se nutre también de un sinfín de aportes indirectos, la jerarquía de la Iglesia desarrolló su cruzada contra las mujeres. Por eso también ha quedado planteado, como una tarea fundamental, la necesidad de pelear por la inmediata separación de la Iglesia del Estado.
En paralelo a esa casta política y a las Iglesias, católica y evangélica, ha quedado en pie un enorme movimiento juvenil y de mujeres. Un movimiento que miles de pibas y pibes van a seguir construyendo con sus aspiraciones de igualdad, de lucha por nuevos derechos, que el 8A se autoconvocaron y lograron sacudir la Ciudad y las principales plazas del país. Al día siguiente, el pañuelo verde seguía orgulloso en la calle. Una nueva generación ya se metió en la vida política. Nuestra apuesta es que ese movimiento persista, que se proponga revolucionarlo todo para que, junto a las trabajadoras, las más oprimidas, que son las que más sufren el ajuste del gobierno de Macri y su acuerdo con el FMI, seamos la avanzada en la lucha por todos nuestros derechos.
Ahora que todos los sectores han mostrado las cartas, ¿cuál es tu caracterización del rol que jugó cada quién en esta batalla? (como el kirchnerismo, el peronismo, el PRO, etc.)
Fue evidente la tensión que generó en todos los bloques la discusión del aborto. Con la excepción del Frente de Izquierda, todos se dividieron entre pañuelos verdes y celestes y terminaron garantizando el interés de los sectores más reaccionarios. Todos tuvieron también sus delegados al Vaticano para pensar la forma de evitar que se vote la ley en el Senado. Cuando Elisa Carrió señaló que Macri había habilitado el debate de la ley “porque pensaba que no salía”, confiaba en este rol de los partidos tradicionales.
En última instancia, son todos partidos donde pesa mucho la influencia de las instituciones religiosas. Ya sabemos que en el PRO y el radicalismo hay muchos dinosaurios que se resisten a cualquier ampliación de derechos, pero el PJ y particularmente el Frente para la Victoria también pusieron en cuestión la aprobación en diputados, con 11 votos celestes, mientras que en el Senado mantuvieron su silencio durante las semanas de audiencia, sin expresar el apoyo que afirmaban que brindarían al proyecto en el recinto, de manera unánime. Eso que llaman el “peronismo racional” también colaboró en que se le diera la espalda a las millones de mujeres, dándoles varios votos al “no”.
En el Senado, el sector que estaba a favor fue además mayormente timorato, apoyado en una visión tranquilizadora de que “ya estaba” y que el camino era pelear el voto al interior de la Cámara alta y no que la clave era promover la movilización afuera.
Se hizo evidente que entre los partidos patronales y la Iglesia hay una relación simbiótica. ¿Por qué ningún presidente ni presidenta derogó hasta ahora estas leyes de la dictadura? Porque la Iglesia es parte del régimen de dominación en la Argentina, y eso es lo que volvió a quedar claro con este debate.
Un poco de eso se vio en el juego de Cristina Fernández en el Senado. Por un lado, cuando la senadora García Larraburu se dio vuelta (ante el silencio del resto del bloque) y cambió su voto días antes de la sesión y, por otro lado, cuando Cristina pidió en su propia intervención no enojarse con las religiones, las Iglesias o los sacerdotes.
La CGT y el resto de las conducciones, que tienen la posibilidad de parar el país por nuestro reclamo, también jugaron su papel: el sindicalismo argentino sigue siendo muy conservador y patriarcal. Hasta gremios que cuentan con mayoría de mujeres tienen secretarios generales varones. Ya no existe esa clase trabajadora masculinizada. Hoy las mujeres son una parte enorme de la fuerza de trabajo acá y en el mundo y las organizaciones sindicales no estuvieron a la altura de las circunstancias. ¿Se imaginan si hubiésemos podido parar el país para que millones de mujeres pudieran estar en la calle el 8A? La cantidad que fuimos a pesar del frío y la lluvia mostró una disposición enorme a la pelea y la dirigencia sindical quedó en deuda.
Visto todo el escenario de conjunto, es evidente que la irrupción de miles y miles de mujeres jóvenes se transformó ya en un movimiento de masas real que molesta los planes de todos los partidos mayoritarios. Se les abre una contradicción: su masividad y sus cuestionamientos no encajan en los planes de los partidos del régimen.
Este resultado pone en la agenda la pregunta por “cómo debe seguir” para el movimiento de mujeres, y allí se abren diversas posiciones que, en últimas, expresan diversos puntos de vista políticos (e incluso teóricos) sobre qué es el movimiento de mujeres y cuál es su potencialidad. ¿Cuál es tu posición?
Desde el primer momento alertamos que no era cuestión de argumentos. A los 72 senadores que se arrogan la representación de millones les debíamos imponer la ley con la más amplia y masiva movilización: el único lenguaje y los únicos motivos que pueden entender quienes cotidianamente votan leyes a espaldas de nuestros intereses. Hoy, tenemos que juntar fuerzas de lo que pasó el 8A y valorar todo lo que hicimos, pero tenemos sobre todo que prepararnos y discutir cómo seguir. Necesitamos este derecho y tenemos la fuerza para conquistarlo. Cada vez más fuertes y cada vez más organizadas.
Yo veo que este movimiento no conoce su techo y puede dar mucho más. Por varios motivos. Nosotras somos marxistas y estamos convencidas de que los trabajadores y las trabajadoras son el sujeto que puede transformar la sociedad por el lugar que ocupa en el sistema de producción, pero a mí me gusta decir que lo que cambió es la cara de la clase obrera. Hoy ya no es ese proletariado masculino, sino que tiene un rostro mucho más femenino. Es común hablar de la feminización de la pobreza, pero no se habla tanto de este cambio en la clase obrera que es muy profundo y que, me parece a mí, nos pone al movimiento de mujeres ante enormes desafíos.
¿No es toda esta energía, fuerza y militancia que pusimos las mujeres en las calles lo que necesitamos para terminar con todas las demás penurias que sufrimos hoy en Argentina? Deberíamos empezar por el acuerdo firmado con el FMI, y las consecuencias terribles que va a tener para el país. Porque si seguimos esperando a la CGT…
Si ellos intentan aplacar todo el tiempo, nosotras nos movemos, nos abrazamos, saltamos, cantamos, gritamos bien fuerte, y nos organizamos por nuestros derechos. Somos un movimiento revulsivo que quiere cambiar todo. No tenemos esos tiempos de la dirigencia sindical y la política tradicional. Y no nos resignamos. No tenemos ese tiempo para perder. No podemos esperar y que se sigan muriendo mujeres por abortos clandestinos y tampoco queremos esperar el nuevo tendal de pobres que nos va a dejar el plan del FMI si no lo derrotamos. Estamos peleando por nuestras conquistas hoy, en este día y cada día, no mañana ni pasado. Desde el 2015 con el grito de ¡Ni una menos! hay algo que, categóricamente, cambió en Argentina.
Mi aspiración es que se lleven todo por delante. Que revolucionen todo. La fuerza y la energía están.
Por último, hay dos palabras que se popularizaron durante este riquísimo proceso de lucha y discusión. Una es la de patriarcado y la otra la de sororidad. ¿Qué conclusiones dejó este proceso al respecto de estos conceptos según tu opinión?
El patriarcado es un sistema por el que las mujeres venimos siendo oprimidas hace miles de años. El capitalismo se ha aprovechado de esta situación para mejorar sus condiciones de explotación y maximizar sus ganancias. Es innegable que esta opresión se manifiesta de distintas maneras en todas las clases sociales y nos ha llevado a mucho debate y discusión en el movimiento de mujeres y feminista, donde hay distintos puntos de vista, prácticas, perspectivas de clase y, en consecuencia, también estrategias diferentes.
Yo soy socialista feminista y milito por los derechos de las mujeres desde una perspectiva de liberación de toda explotación y opresión. Porque sabemos que no vamos a terminar con la opresión de las mujeres y la diversidad sexual si no unimos nuestras demandas al conjunto de la clase trabajadora, cada vez compuesta por más mujeres. Hay innumerables ejemplos de revoluciones donde las mujeres dieron ese primer paso y fueron la vanguardia en la lucha contra el poder, y terminaron arrastrando a sus compañeros para que se sumen a la batalla, para derrotar al poder constituido.
Me preguntás también por el concepto de sororidad. Le doy mucha importancia a la victoria transversal conseguida en el Congreso. Pero no me olvido quiénes son mis aliados y quiénes son mis enemigos. Creo que Macri tuvo que habilitar el debate por el derecho al aborto por ese poder que mostramos en la calle el 14 y 18 de diciembre, luchando contra la reforma previsional que hizo temblar al gobierno, que venía de un fuerte triunfo en octubre, lo puso en crisis, y por eso luego buscó lavarse la cara.
Muchas de las diputadas y bloques que acompañaron finalmente con su voto nuestro reclamo en el Congreso también fueron parte de quienes no dudaron en votar en contra de nuestros derechos cuando la reforma previsional llegó al recinto. Desde ya, peleamos con la mayor amplitud para arrancarle a este régimen todos los derechos que nos niegan, como el derecho a que no se siga condenando a las mujeres a morir en la clandestinidad, pero no olvidamos que si el género nos une, es la clase la que nos divide y nos presenta intereses antagónicos.
Sin cuestionar el sistema capitalista que legitima, reproduce y garantiza la subordinación de las mujeres, no podemos terminar definitivamente con el patriarcado. No podemos lograrlo en un sistema donde el 1 % de la población mundial, una absoluta minoría de ricos, acapara el 80 % de la riqueza del planeta. Por eso nuestro feminismo es socialista.
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