Ediciones IPS, junto con Ediciones CEHTI, publicará El marxismo y la opresión de las mujeres por primera vez en idioma español. A la vez, en España fue publicado por Bellaterra y en Chile, por Proyección.
Escrito en 1984 por la socióloga feminista e historiadora del arte, Lise Vogel, este libro es una contribución al desarrollo de una teoría integradora de la opresión de género bajo condiciones capitalistas. Lise Vogel rastrea con agudeza los textos clásicos en busca de “la cuestión de la mujer” en la tradición socialista para repensarlos críticamente a partir de las categorías centrales de El capital de Marx. Así, abre una nueva lectura sobre el género, la producción y la reproducción social de la vida material.
Adelantamos el prólogo para esta edición, en el que Paula Varela desarrolla por qué es un libro publicado justo a tiempo, 40 años después.
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PRÓLOGO
Un libro justo a tiempo, 40 años después
[1]
En su introducción a la edición de Historical Materialism, Susan Ferguson y David McNally señalan que el libro de Lise Vogel, publicado originalmente en 1983, fue un libro “a destiempo” porque “apareció en un momento de gran desorganización en el movimiento socialista feminista que marcó sus términos de referencia” [2].
En esta introducción quiero argumentar, por qué, 40 años después, El marxismo y la opresión de las mujeres; hacia una teoría unitaria es un libro justo “a tiempo”. Y cuando digo “a tiempo”, me refiero a teórica y políticamente en el momento adecuado. Si el clima de época de la salida original del libro de Vogel estuvo signado por el inicio del neoliberalismo (y su impacto en el mundo de las teorías y de la militancia), esta primera edición en castellano está signada por la crisis de ese capitalismo neoliberal y la profundidad de sus cimbronazos en todos los aspectos de la vida social.
La Nueva Ola Feminista, de la que formamos parte millones de mujeres y diversidades en todo el globo, no puede entenderse por fuera de esa crisis y los variados fenómenos de protesta a los que dio origen, desde el ascenso de movimientos de lucha de 2011 (Ocuppy, Indignados, Geração a Rasga, Plaza Taksim) hasta los más recientes como la revuelta chilena, los chalecos amarillos, la reactualización de Black Lives Matter o los conflictos ecologistas. Esta inscripción en un conjunto de luchas contra los efectos de un capitalismo cada vez más violento le otorga parte de sus rasgos de personalidad: ser un feminismo masivo y desde abajo, contestatario y, en algunas ocasiones, abiertamente anticapitalista y de izquierda. A este movimiento, las búsquedas teóricas y los horizontes políticos del feminismo socialista de Lise Vogel tienen mucho que aportar.
Pero, además, nuestra ola feminista tiene una particularidad: la importancia que asume en ella la figura del trabajo que realizamos las mujeres en la sociedad capitalista. El hecho de que sea la Huelga Internacional de Mujeres el evento político que articula el movimiento a nivel mundial es expresión de dicha importancia. El momento de la huelga marca el desplazamiento de las mujeres como víctimas (de todo tipo de violencias, cuya máxima expresión son los femicidios) a las mujeres como sujetos peligrosos, sujetos que amenazan. ¿En qué está basada esa amenaza? En nuestra capacidad de trabajar, en nuestra capacidad de producir y reproducir. “Si nosotras paramos, se para el mundo”, “si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras” son las consignas que manifiestan la centralidad de este elemento de clase en el movimiento de mujeres y, al mismo tiempo, la centralidad de las mujeres en la clase que mueve el mundo.
Mientras el movimiento feminista exponía frente a los ojos de millones ese “secreto del capitalismo”, la pandemia de covid-19 mostró otro: la contradicción entre producción de ganancia y producción de vida. Y mostró que, puesto a elegir, el capital privilegia la ganancia, aunque eso socave las bases de su propia existencia [3].
Estas dos revelaciones han generado una serie de preguntas que están en pleno proceso de elaboración y debate colectivo: ¿bajo qué condiciones se reproduce la vida en nuestras sociedades? ¿Qué valor tiene el trabajo de las mujeres en esa reproducción? ¿Cuál es la relación entre el trabajo que hacemos y la opresión que sufrimos?
Son estas preguntas las que están en el corazón de la reflexión de Lise Vogel quien, montada sobre la enorme riqueza del debate sobre el trabajo doméstico de fines de los 60 y 70, elabora una respuesta original. En lo que sigue, destacaré lo que considero las principales innovaciones teóricas de este libro, las cuales sentaron las bases de la Teoría de la Reproducción Social (TRS) como perspectiva en pleno desarrollo en la actualidad. En este sentido, voy a fundamentar por qué, como la propia Vogel dijo hace unos años atrás, “la Teoría de la Reproducción Social es un marco analítico del siglo XXI, desarrollado a partir mis elaboraciones en el siglo XX” [4].
Del trabajo doméstico a la reproducción social
En el apéndice de El marxismo y la opresión de las mujeres, escrito en el 2000, Vogel dice: “sugiero que el proyecto inacabado de las primeras teóricas del trabajo doméstico merece una atención más profunda” [5]. Esta sugerencia tiene hoy una particular actualidad porque aquel debate [6], que involucró a decenas de activistas e intelectuales del heterogéneo campo del feminismo marxista y socialista en los años 70, aborda problemas que han recobrado fuerza con la Nueva Ola Feminista de la mano de “los cuidados”, “la sostenibilidad de la vida” y “la reproducción social”.
Pero no es solo la actualidad de los problemas lo que vuelve interesante al “debate sobre el trabajo doméstico”, es también el modo en que estos fueron pensados: el interés por comprender la imbricación entre la opresión de género y la explotación de clase. Esa búsqueda, que luego perdió terreno en los 80 y 90 a medida que miradas más culturalistas y posmodernas copaban la escena (haciendo que la opresión de género aparezca completamente disociada del carácter capitalista de nuestras sociedades), es la que resulta valioso recuperar.
La clave de aquel debate fue preguntarse por la relación entre el trabajo doméstico y el sostenimiento del modo de producción capitalista [7], a través de analizar la relación entre lo que sucede en el hogar y lo que sucede en el ámbito de la producción de valor. De allí que estuviera signado por el universo de conceptos de la crítica de la economía política de Marx y que sus principales preguntas fueran: si el ámbito del hogar no es únicamente un espacio de consumo sino también de trabajo, ¿qué produce el trabajo doméstico? Al producir al trabajador, ¿produce una mercancía? ¿Quiénes se benefician de eso que se produce en el ámbito del hogar?
Si bien el epicentro del debate fue el mundo angloparlante, el esfuerzo por comprender y explicar el trabajo doméstico en los marcos conceptuales de Marx excede el “debate sobre el trabajo doméstico”. Muestra de ello es que, en la misma época [8], en Latinoamérica, Isabel Larguía y John Dumoulin (residentes en la Cuba postrevolución), publican el texto “Por un feminismo científico” en el que analizan el “trabajo invisible” de las mujeres y su carácter indispensable para la producción de valor y plusvalor, en términos similares a los que retomará Vogel en su libro.
El trabajo familiar indispensable es de una naturaleza cualitativamente distinta al trabajo necesario obrero, a pesar de que en la economía capitalista ambos son imprescindibles; sólo los dos en conjunto son suficientes para la reproducción de la fuerza de trabajo. El primero reproduce la fuerza de trabajo directamente, sin mediar intercambio, mientras el segundo lo hace indirectamente. El trabajo doméstico es meramente un trabajo útil, concreto, mientras el trabajo obrero necesario es, además, un trabajo social y puede medirse como trabajo abstracto. El primero crea solamente valores de uso, mientras los productos del segundo encierran además valor, valor de cambio [9].
En el camino de buscar las relaciones entre “el hogar” y “la fábrica”, la pregunta acerca de si el trabajo doméstico produce o no produce valor se transformó en una cuestión central del debate. Y su respuesta configuró lo que podemos denominar como la visión autonomista y la visión marxista de la reproducción social. La primera, originada en los escritos de Mariarosa Dalla Costa [10] (proveniente del operaísmo italiano), y representada en la actualidad por Silvia Federici (entre otras). La segunda, encuentra en el libro de Vogel las bases teóricas de lo que es hoy la Teoría de la Reproducción Social con autoras como Tithi Bhattacharya, Susan Ferguson y Cinzia Arruzza (entre otras). El punto en común de ambas visiones es la crítica a aquellos abordajes del capitalismo que analizan, exclusivamente, el trabajo que produce valor (el trabajo asalariado) sin considerar el carácter indispensable que tiene el trabajo de reproducción social para la acumulación de capital. La principal diferencia reside en cómo piensa cada una de estas vertientes la relación entre ambos trabajos (productivo y reproductivo). Mientras la visión autonomista pone el foco en el espacio doméstico como ámbito de explotación de las mujeres y en la figura de la ama de casa como clave para comprender la opresión de género [11], la TRS coloca el foco en la relación contradictoria entre “producción de vida” y “producción de ganancias” bajo el capitalismo, y concibe la opresión de las mujeres como emergente de dicha contradicción. Estas diferencias teóricas tuvieron (y tienen) consecuencias políticas debido a que inciden en la definición de cuáles son los territorios de lucha contra el capital, quiénes son los sujetos que tienen que protagonizarla, y qué papel jugamos las mujeres en esa lucha [12].
De allí, la importancia de volver sobre aquel debate de los años 70, aunque no de un modo acrítico. Por el contrario, Vogel invita a recuperar su fuerza e identificar sus límites, mostrando que la focalización en el trabajo doméstico como “objeto de análisis” en sí mismo generó un estancamiento en un triple sentido. Por un lado, hizo que la discusión acerca de si el trabajo doméstico produce o no produce valor se tornara circular, volviéndolo excesivamente abstracto y cada vez más alejado de los ámbitos militantes. Por otro, produjo una suerte de fetichización del hogar (como locus en el que se juega la opresión de las mujeres) y del “ama de casa” (como sujeto de dicha opresión), secundarizando la pregunta por lo que sucede con las mujeres en otros espacios, como el del trabajo asalariado. Por último, y ante la frustración para encontrar una explicación satisfactoria sobre la relación entre explotación de clase y opresión de género, abrió la puerta al fortalecimiento de diversas versiones de “teorías dualistas” que propusieron pensar esa relación a partir de dos sistemas de dominación diferenciados [13]: capitalismo y patriarcado. A medida que la década del 80 avanzaba, las teorías dualistas tendieron a volverse dominantes. La consagración del término patriarcado para designar un sistema de opresión de género que puede pensarse en forma independiente al capitalismo (hoy bastante naturalizado tanto en la academia como en la militancia) puede leerse como un triunfo de estas teorías dualistas [14].
Ese es el escenario que enfrenta Vogel cuando elabora su libro, por lo que El marxismo y la opresión de las mujeres despliega sus armas en un triple campo de batalla: a) el de la recuperación crítica del debate del trabajo doméstico para proponer una posición que lo supere; b) el del combate a las teorías dualistas que se consolidaban a inicios de los años 80 a partir de construir una “teoría unitaria” en la que la opresión de género (y, como veremos, también otras opresiones, como la de raza) puedan comprenderse como elementos coconstitutivos de la explotación de clase en el capitalismo; c) el de una relectura de la tradición marxista que es, al mismo tiempo, una reivindicación de la riqueza del pensamiento originado en Marx y una crítica de sus debilidades. De allí que la perspectiva de Vogel (y también la TRS) se presente como un intento de “ampliar la teoría marxista” [15].
Y aquí es donde aparece la originalidad de su libro: en lugar de partir del trabajo doméstico para, desde allí, establecer los vínculos con el sostenimiento del sistema capitalista de conjunto, Vogel parte del carácter necesario que tiene la fuerza de trabajo para el sistema capitalista y, desde allí, establece los vínculos con la opresión de las mujeres:
[...] los portadores de la fuerza de trabajo son mortales. Los que trabajan sufren el des-gaste. Algunos son demasiado jóvenes para participar en el proceso de trabajo, otros demasiado viejos. Al final, todo individuo muere. Por lo tanto, toda reproducción social requiere o implica un proceso que satisfaga las necesidades personales continuas de los portadores de la fuerza de trabajo como individuos humanos, al igual que un proceso que sustituya a los trabajadores que han muerto o se han retirado de la fuerza de trabajo activa. Estos procesos de mantenimiento y sustitución se combinan a menudo de forma imprecisa, aunque efectiva, bajo el término reproducción de la fuerza de trabajo [16].
Ese desplazamiento teórico construye un nuevo objeto de análisis que, si bien comparte muchos elementos con el anterior, desenfoca lo “doméstico” y la “familia” como problemas en sí mismos, para colocar en el centro de gravedad de su teoría el modo, o mejor dicho, los modos en que el capitalismo se garantiza esa mercancía única e irremplazable: la fuerza de trabajo que es inseparable de las personas que la portamos.
Al hacerlo, coloca la lupa en lo que define como una relación necesaria, pero contradictoria, entre producción (de valor) y reproducción (de fuerza de trabajo) en el capitalismo, “una contradicción latente entre la necesidad de la clase dominante de apropiarse del trabajo excedente y sus necesidades de disponer de fuerza de trabajo para dicha apropiación” [17].
Esta contradicción constituyente del capitalismo, que lo fuerza a una suerte de canibalización sistemática de su condición de posibilidad [18], coloca a las mujeres en el corazón de esa relación y de sus crisis. Las mujeres, munidas de la posibilidad biológica de gestar y amamantar [19], son construidas como target de los intentos del capitalismo de resolver esta contradicción. La configuración de la reproducción de la fuerza de trabajo como asunto privado en el hogar (que transforma la reproducción social en un problema que debe resolverse aisladamente y lo “naturaliza” como “responsabilidad femenina”); la regulación del cuerpo de las mujeres (a través de la prohibición del aborto o de la maternidad forzada); el control diferenciado de nuestra sexualidad; la devaluación del trabajo de reproducción social incluso cuando se realiza en forma remunerada son mecanismos (que varían en el tiempo) a través de los cuales las clases dominantes (y sus Estados) intentan resolver esta contradicción constitutiva, abaratando y degradando lo más posible las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo que les es indispensable. La opresión de las mujeres en el capitalismo es pensada por Vogel como sostenida y moldeada por el lugar que ocupamos en el plexo de esa relación contradictoria.
He aquí el desplazamiento teórico fundamental que emerge de la estrategia de Vogel de basar su construcción conceptual en el análisis minucioso de los hallazgos (y de los límites) del volumen 1 de El capital de Marx, para encontrar allí una clave de lectura que le permita ir más allá del trabajo doméstico. La clave de lectura es el concepto de fuerza de trabajo [20] y ese “más allá del trabajo doméstico” es el concepto de reproducción social en tanto renovación cotidiana y generacional de esa fuerza de trabajo [21],
En una sociedad de clases, el concepto de fuerza de trabajo adquiere un significado específico de clase. La fuerza de trabajo se refiere a la capacidad de un miembro de la clase de productores directos para realizar el trabajo excedente del que se apropia la clase dominante. En otras palabras, los portadores de la fuerza de trabajo constituyen la clase explotada. Para una sociedad de clases, el concepto de reproducción de la fuerza de trabajo se refiere, en sentido estricto, al mantenimiento y la renovación de la clase de los portadores de fuerza de trabajo sometidos a la explotación [22].
Si uno de los núcleos duros del volumen 1 de El capital es explicar qué es lo pasa una vez que el trabajador o la trabajadora llega al punto de la producción para producir la mercancía (y el plusvalor); el núcleo duro de Vogel es explicar qué es lo que debe pasar para que el trabajador o trabajadora pueda llegar a la morada oculta del capital [23] en condiciones de ser explotado. La pregunta de partida es: ¿cómo hace el capitalismo para garantizarse la mercancía fuerza de trabajo para explotar? Y la respuesta es: la principal forma (aunque no la única) [24] en que el capitalismo garantiza esta provisión de fuerza de trabajo es a través del trabajo de reproducción social que realizan principalmente las mujeres en el ámbito del hogar, aunque no solo allí.
Es el foco puesto en el trabajo de reproducción social lo que permite comprender el capitalismo como una unidad diferenciada entre las esferas, distinguibles pero inescindibles, de la producción de valor y la (re)producción de fuerza de trabajo. Analizando en profundidad este trabajo indispensable, Vogel afirma:
[…] he distinguido tres tipos de procesos que conforman la reproducción de la fuerza de trabajo en las sociedades de clase. En primer lugar, una serie de actividades cotidianas restablecen la energía de los productores directos y les permiten volver al trabajo. En segundo lugar, otras actividades similares mantienen a los miembros no ocupados de las clases subordinadas (aquellos que son demasiado jóvenes, viejos o están enfermos, o quienes se ocupan de dichas actividades de mantenimiento, o bien, quienes están fuera de la fuerza de trabajo por otras razones). Y en tercer lugar, los procesos de reemplazo renuevan a la fuerza de trabajo, sustituyendo a los miembros de las clases subordinadas que hayan muerto o que ya no trabajan [25].
En síntesis, Vogel se ocupa, a partir del concepto de reproducción social, de analizar detalladamente la morada oculta de la morada oculta del capital. Allí está el corazón de su teoría alrededor del cual giran todos los elementos que componen el análisis. La opresión de las mujeres en las sociedades capitalistas no se explica por un sistema de explotación paralelo que explota a las mujeres en el hogar (una suerte de modo de producción doméstico), ni por un sistema ideológico-cultural de dominación “ancestral” (el patriarcado); se explica comprendiendo las formas en que la reproducción de la fuerza de trabajo como mercancía enlaza los procesos de acumulación a relaciones de opresión social (de género, pero también de raza, de origen étnico y nacional, de sexualidad) [26]. La dependencia que tiene el capital de la fuerza de trabajo como mercancía única que produce valor y, al mismo tiempo, su necesidad de degradarla para que la explotación sea más rentable, permiten comprender la dominación ejercida sobre las mujeres, las personas racializadas, los inmigrantes, etc., no como opresiones que se adicionan o intersectan aleatoreamente, sino como parte constituyente de la dominación de clase.
La vida que reproducimos y cómo lo hacemos
La colocación de la noción de fuerza de trabajo en el centro del debate constituye una contribución fundamental del libro de Vogel porque aporta precisión teórica y filo político a conceptos como el de cuidados o sostenibilidad de la vida [27], que han ganado circulación académica y militante en los últimos años.
¿Qué significa que cuando hablamos de reproducir la vida bajo el capitalismo estamos hablando de la reproducción de la fuerza de trabajo que portamos las y los trabajadores? En primer lugar, implica que, en nuestras sociedades, el interés en la reproducción de la vida está subordinado a la acumulación de capital. Como puede observarse en las cada vez más profundas violencias contra la vida (económica, territorial, institucional), en el capitalismo no hay interés en la reproducción de la vida per se, sino en tanto esta garantice el proceso de acumulación de capital. La pandemia de covid-19 puso eso de manifiesto de forma brutal. De allí que la idea de un capitalismo “humano” o que “ponga la vida en el centro” es un oxímoron. Para la gran mayoría de nosotros, la reproducción de nuestra vida depende de que logremos vender nuestra fuerza de trabajo a cambio de un ingreso (y si no logramos venderla, dependemos de otra persona que sí lo haga, o del Estado y sus reducidas políticas sociales allí donde todavía existen). La propia lógica (de expropiación y explotación) del capitalismo es la que nos impone esa condena. De allí que Vogel nos alerte sobre la necesidad de pensar los procesos, instituciones y tareas que sostienen la vida como procesos, instituciones y tareas que producen y reproducen a la clase trabajadora
[…] la reproducción de la fuerza de trabajo pasa a ser una cuestión de la reproducción de la clase obrera en su conjunto. El término clase obrera se interpreta a veces como si se tratara únicamente de trabajadores asalariados. En este uso, por ejemplo, solo las mujeres que trabajan serían consideradas parte de la clase obrera. Esta categorización deja a todos los que no formen parte de la fuerza de trabajo –niños, ancianos y discapacitados, así como las esposas sin trabajo remunerado– en un limbo teórico, por fuera de la estructura de clases. En la acepción que aquí se presenta, la clase trabajadora estaría conformada por el conjunto de la fuerza de trabajo asalariado pasada, presente y futura de una sociedad, junto con todos aquellos cuya manutención depende del salario, aunque no entren o no puedan entrar en el trabajo asalariado. En todo momento, el concepto engloba a la fuerza de trabajo activa, el ejército industrial de reserva y la parte de la sobrepoblación relativa que no está incorporada en el ejército industrial de reserva [28].
Todos ellos, todas nosotras, somos parte de esa clase a la que el capital expropió de medios de subsistencia obligándonos a transformar nuestra policromática capacidad de crear y producir en una mercancía puesta al servicio de generar valor.
Pero he aquí otra contradicción que el capitalismo no puede resolver: nosotros nos resistimos a ser reducidos a esa mercancía. La historia de la clase trabajadora es, también, la historia de esa resistencia. Pese al enorme esfuerzo del capital y sus regímenes de reproducción social por transformar nuestra vida en “una existencia dedicada a trabajar para vivir”, nuestras luchas por construir resquicios para el amor, el cuidado, el arte, el ocio, el placer, logran que, contra el capital, seamos mucho más que eso. Pero, mientras vivamos bajo el capitalismo, eso “mucho más que somos” estará sistemáticamente aplastado, amputado, reducido a su mínima expresión. Como señala Vogel, la reproducción social es un campo de batalla.
Poner en el centro del análisis esa contradicción inscripta en la reproducción de nuestra vida en las sociedades capitalistas implica colocar esa “ley del capitalismo” en el centro de nuestros combates como feministas y, por ende, construir un feminismo que no puede sino ser anticapitalista. En sentido contrario, no reconocer esta particularidad de la reproducción de la vida en nuestras sociedades implicaría, o bien considerar que el capitalismo ya no se basa en la explotación de la fuerza de trabajo como fuente de creación de valor (adhiriendo a alguna de las narrativas del “fin del trabajo”); o bien, creer que podemos evadirnos de la performatividad de esa ley, edificando “mundos alternativos” que, en el marco del capitalismo, nos permitan reproducir nuestras vidas evitando sus reglas. Lamentablemente, la expansión y profundización de la explotación del trabajo humano a nivel mundial; el asedio permanente del capital por subsumir bajo su lógica toda producción de riqueza (expropiación a comunidades originarias, expoliación de recursos naturales y desposesión bajo diversas formas) y la proliferación de un sector cada vez más amplio de trabajadores sumidos en la pobreza hacen que la hipótesis de la evasión o la huida resulte difícil de sostener.
Cuando Vogel analiza el carácter contradictorio de la reproducción social en el capitalismo, abre, además, la puerta a la pregunta por los procesos específicos que este trabajo involucra. Aquí encontramos dos elementos destacados: el primero es el señalamiento de que este mantenimiento cotidiano y renovación generacional de la fuerza de trabajo no se reduce a lo “biológico o lo físico”, sino que implica también un proceso de subjetivación. Como señalan Arruzza y Bhattacharya
hablar de reproducción social implica hablar de una reproducción material, física, de la fuerza de trabajo porque, como es evidente, si nuestros cuerpos no están vivos y no están saludables, no hay reproducción social. Pero la reproducción social también incluye otras actividades destinadas a dar forma, a moldear a las personas. Para ponerlo en palabras simples: no nacemos con una propensión natural a trabajar 8 o 9 horas diarias o a prestar atención en una clase durante 3 horas en un aula (como ustedes están haciendo aquí). Esto no nos surge naturalmente. Debemos ser disciplinados, debemos ser formateados para aguantar estar sentadas tres horas en una clase […] ¡e incluso disfrutarlo! O estar durante horas en una computadora o en un puesto de trabajo en una fábrica y, aunque no lo disfrutemos, ser capaces de hacerlo. Entonces, la reproducción social tiene también que ver con la socialización. En otras palabras, la reproducción de actitudes, predisposiciones, habilidades, calificaciones; en cierto sentido, es la reproducción de la subjetividad e incluso la internalización de las formas de disciplina [29].
Lejos de cualquier visión romántica de “los cuidados”, Vogel concibe este trabajo como contradictorio en sí mismo porque, si bien no está sometido en forma directa a las leyes de la producción capitalista (como el trabajo en una fábrica o una cadena de comidas rápidas), se ve constreñido por las reglas y los mandatos que nuestro carácter de trabajadores nos imponen: la escasez de tiempo que disponemos para criar y cuidar cuando no estamos “trabajando para vivir” (o incluso, “mientras estamos trabajando para vivir”); la pobreza de recursos para alimentar y vestir debido a la propia pauperización del valor de nuestra fuerza de trabajo; las reglas de juego morales, afectivas, corporales, sexuales que constituyen la “normalidad” en una sociedad que piensa la vida en términos de mercancía. Lejos de cualquier idealización de los cuidados, en nuestras sociedades, el trabajo de producir y reproducir la vida está sometido a todas estas sujeciones.
El segundo elemento que destaca Vogel, contra la idea extendida de que reproducción social y hogar o esfera doméstica son sinónimos, es que hay diversos espacios en que el trabajo de reproducción social se lleva a cabo:
Las familias de clase trabajadora organizadas en hogares privados representan la forma dominante en que se lleva a cabo el trabajo de reproducción social en la mayoría de las sociedades capitalistas, pero el trabajo doméstico también se lleva a cabo en campamentos de trabajo, cuarteles, orfanatos, hospitales, prisiones y otras instituciones similares [30].
Si bien el hogar y la familia son el locus privilegiado de ese trabajo, el señalamiento de otros espacios en que este se despliega, nos permite poner el foco en instituciones y procesos que cumplen hoy un papel fundamental: a) las instituciones públicas, como escuelas, hospitales, jardines maternales o residencias para adultos mayores; b) las instituciones privadas, que expresan los impactos del avance de la mercantilización en las llamadas industrias de la educación y la salud como nuevos nichos de acumulación de capital; y c) las formas de trabajo remunerado a domicilio cuya, expansión es determinante de la situación migratoria de millones de mujeres en el mundo, y de la formación de cadenas globales de cuidados que moldean las experiencias de dominación de género, raza y origen étnico y/o nacional. El acceso desigual a estas instituciones y procesos permiten observar que la reproducción de la fuerza de trabajo es, en sí mismo, un proceso de diferenciación y segmentación fundamental para las relaciones sociales capitalistas [31].
De allí que, para poder pensar hoy en la “reproducción de la vida” y en nuestro lugar como mujeres en ella, sea indispensable analizar las formas concretas y específicas que asumen todas estas dimensiones de la reproducción de la fuerza de trabajo. Porque cada una de ellas expresan, de distintos modos, la hostilidad del capital hacia la vida y generan también distintas formas de resistencia que se llevan adelante en múltiples territorios.
Esos territorios y sus luchas están protagonizados por mujeres, transformando la clave de nuestra opresión (nuestra ubicación en el plexo de la relación contradictoria entre producción y reproducción) en clave también de nuestro poder de clase.
El poder de las mujeres: la senda abierta por Vogel
En su último libro, Capitalismo caníbal, Nancy Fraser define la crisis del capitalismo actual del siguiente modo:
La verdad sea dicha: se trata de un tipo poco frecuente de crisis, en la cual convergen múltiples ataques de glotonería. Lo que enfrentamos, gracias a décadas de financiarización, no es “solo” una crisis de desigualdad salvaje y trabajo precario mal remunerado; no “meramente” una crisis de cuidado y reproducción social; no “solamente” una crisis migratoria y de violencia racializada. Tampoco se trata “simplemente” de una crisis ecológica en la cual un planeta en proceso de calentamiento vomita plagas letales, ni “solo” de una crisis política con un vaciamiento de la infraestructura, un militarismo en aumento y una proliferación de hombres fuertes. No, es algo peor: es una crisis general de la totalidad del orden social en la que todas esas calamidades convergen, se exacerban entre sí y amenazan con deglutirnos a todos [32].
En esta crisis general, que también vomita extremas derechas que atacan las conquistas de las mujeres en los últimos años (como los Kast, los Milei o las Ayuso), la “crisis de cuidado y reproducción social” ocupa un lugar central. Pero, ¿qué es la crisis de reproducción social? Lejos de cualquier concepción que la piense como una crisis de los hogares, barrios o comunidades, la noción de reproducción social que nos propone Vogel permite comprenderla a partir de la articulación entre la precarización del empleo (y su consecuente pauperización del salario); la destrucción de los servicios públicos y su creciente privatización y el agotamiento de recursos (económicos y de tiempo) en los hogares y comunidades que se ven agobiados por una reproducción de la vida que no logran garantizar. Esta concepción evita la aparición de “nuevos dualismos teóricos” que dicotomicen lo que sucede en el ámbito del trabajo asalariado de lo que sucede en el hogar o en las instituciones de reproducción social. Pero también evita “dualismos políticos” que fragmenten las heterogéneas luchas del conjunto de la-clase-que-vive-del-trabajo [33]: por un lado, las de la producción; por otro, las de la reproducción. En sentido contrario, la TRS permite pensar esa heterogeneidad en sus vasos comunicantes y puntos de intersección.
En lo que sigue, distingo tres tipos de luchas por la reproducción social que emergen de esta crisis y resulta importante analizar porque en todas ellas, las mujeres juegan un rol fundamental [34].
El primero es el que denominamos “luchas de la reproducción social asalariada” y refiere a aquellos conflictos y huelgas que se llevan a cabo en las instituciones (públicas o privadas) como los hospitales, escuelas, residencias de adultos mayores. Las luchas en estas instituciones vienen cobrando fuerza en los últimos años al calor del crecimiento relativo de este sector de los servicios, los ajustes que sufren, y un elemento que debe ser tenido en cuenta: la Nueva Ola Feminista y su cuestionamiento a la desvalorización del trabajo de cuidados. Sin afirmar aquí que las luchas en este sector tienen una impronta feminista per se, es preciso advertir que el nuevo movimiento feminista (y su capacidad para establecer agenda pública) ha ayudado a profundizar la contradicción entre el carácter necesario de este trabajo (“esencial” como se denominó en la pandemia) y el carácter “descartable” de quienes lo llevan a cabo.
Estas luchas de la reproducción social asalariada presentan una particularidad que la lente teórica de la TRS permite observar con claridad: la posición estratégica de sus trabajadoras, ya no en el sistema económico-productivo (como podría pensarse para sectores como la logística o ciertas industrias), sino en la condición de posibilidad de este sistema económico-productivo: la reproducción de la fuerza de trabajo. Esto repercute directamente en su (siempre potencial) “poder de clase” [35]. Pensar la posición socio-reproductiva como fuente específica y diferenciada del poder de la clase trabajadora implica advertir que las instituciones en las que se lleva a cabo este trabajo tienen la particularidad de combinar en tiempo y en espacio, por los propios rasgos del trabajo de producir y reproducir la vida, necesidades de las/os trabajadores en tanto asalariados con necesidades de las/os trabajadores en tanto clase-que-vive-del-trabajo (no solo su fracción asalariada). Eso las vuelve territorios anfibios y, por ende, potenciales nodos de articulación de luchas de la producción y la reproducción, lo que puede ser sumamente disruptivo como contra tendencia a las luchas corporativas (que son la estrategia mayoritaria de las organizaciones sindicales), y su reemplazo por el debate entre trabajadores acerca de cómo organizar luchas de clase que, por el contrario, articulen demandas de forma transversal. En ese debate, las mujeres son indiscutidas protagonistas.
Algo de ese “poder socio-reproductivo” se ha puesto de manifiesto en procesos huelguísticos diversos como el de las trabajadoras de residencias de adultos mayores en el País Vasco en 2016-2017 o en Madrid en 2020-2021; la “Primavera docente” en los Estados Unidos en 2018 o las luchas docentes en Chicago en 2019; y en las duras luchas de la salud que recorrieron diversos países durante o post covid-19, como la “lucha de los elefantes” en la Patagonia argentina, con su elocuente consigna “nos llaman esenciales pero nos tratan como descartables” [36].
El segundo tipo de luchas por la reproducción social son aquellas que involucran a las trabajadoras de la reproducción social no remunerada, particularmente al “trabajo de las mujeres en el hogar y en las comunidades”. Este tipo de luchas han sido puestas de relieve, especialmente, por la Huelga Internacional de Mujeres que se desarrolla desde 2017 a nivel mundial y tiene la particularidad de resignificar la huelga, pensarla más allá de los lugares de trabajo (y del circuito de la producción), y reconfigurarla como un cese de actividades ya sea que estas estén remuneradas (y reconocidas, por ende, como trabajo), ya sea que estas no estén remuneradas y aparezcan, entonces, naturalizadas como parte del “amor”, para decirlo con la ya histórica frase “eso que llaman amor es trabajo no pago”.
Este tipo de luchas por la reproducción social convoca, en una misma acción colectiva, a una diversidad enorme de mujeres que, unidas por su capacidad de trabajar (de producir y reproducir), tienen experiencias distintas, muchas veces superpuestas e, incluso, contradictorias. El debate de esas tensiones es y debe ser parte de la discusión democrática en la organización y la construcción de la huelga, discusión para la cual la perspectiva de la reproducción social ofrece una potente herramienta, justamente, porque enlaza lo que en el discurso político suele aparecer como disociado (e incluso contrapuesto): el hogar y la fábrica, la experiencia del trabajo de cuidados no remunerado y la del trabajo explotado; el esfuerzo cotidiano en las comunidades y la expulsión de mano de obra por parte del capital. La Huelga Internacional de Mujeres no es una huelga únicamente de las cocinas, sino de los hospitales, de las escuelas, de las instituciones de cuidados, de las empresas de limpieza, de las peluquerías, de los comercios, de las fábricas, de los transportes, de las universidades [37]. Es decir, todos los territorios en los que se lleva a cabo el trabajo (reproductivo y productivo) de las mujeres.
Pero, además, esta huelga expande los tópicos por los que es necesario salir a luchar y, de este modo, coloca sobre la mesa una concepción más amplia y compleja de reproducción social. No se trata solamente de demandas económicas (sin las cuales estaríamos ante una visión idealista de cómo se reproduce la vida), se trata también del derecho al aborto, a la elección de la sexualidad y el género, a la defensa de la vida y el fin de la violencia machista e institucional, al ocio, al placer, al futuro. Todas dimensiones centrales de nuestra reproducción social que deben integrarse al debate sobre “cómo queremos gobernarnos”.
Por eso, este tipo de luchas por la reproducción social tiene como campo de batalla las plazas, las calles, los espacios políticos de las urbes. Porque este nivel de discusión sobre la reproducción de la vida tiene como destinatario privilegiado al Estado capitalista, garante último de las violencias que componen nuestra reproducción social bajo este sistema que privilegia las ganancias. La Huelga Internacional Feminista se dirige a los Estados (y sus representantes) como los administradores de una reproducción de la vida que no nos satisface, que está en crisis, que nos violenta, que nos pauperiza.
El tercer tipo de luchas por la reproducción social son aquellas cuyas demandas están directamente relacionadas con “la posibilidad de reproducir la vida, aunque no aparezcan como demandas de la reproducción social”. Este tipo de luchas (el más amplio y heterogéneo de los tres) incluye una diversidad de malestares y reclamos que operan como motor de protestas que la perspectiva de la TRS permite comprender en su componente común, al tiempo de respetar sus diferencias: las luchas por la vivienda; el aumento de los precios de los bienes de la canasta básica; el transporte público; el acceso a servicios como el agua, la electricidad, la red cloacal, el gas; pero también, la violencia policial o institucional a determinadas poblaciones; el abandono planificado (por parte del Estado) de ciertos territorios; los procesos de expropiación y expoliación de comunidades originarias; la devastación natural y social a través del extractivismo; la desposesión a través de la deuda.
Muchas veces, estos procesos han sido analizados en una oposición forzada y artificial con las protestas denominadas “clásicas” de los trabajadores. Sin embargo, y por el contrario, expresan otras dimensiones de las formas en que el capital ataca la vida de los y las trabajadoras y, en ciertas ocasiones, se articulan con procesos huelguísticos o luchas laborales, configurando un ascenso de la conflictividad a nivel internacional [38] que está directamente relacionado con la crisis de reproducción social como dimensión de la crisis capitalista desatada en 2008.
Las innovaciones teóricas de Vogel abrieron una senda (en construcción) que, colocando el concepto de reproducción social en el centro, permite pensar esta diversidad de luchas porque entiende la opresión que sufrimos las mujeres pero también el racismo, la violenta regimentación de los cuerpos y la sexualidad, la determinación de lo “capacitado” y lo “discapacitado”, la segregación espacial y la migración forzada, el saqueo a los pueblos originarios, como opresiones constituyentes de la producción y reproducción histórica de la clase trabajadora como clase explotada. En este sentido, la TRS, como perspectiva cuyos pilares están en este libro, es una perspectiva que, colocando la reproducción social en el centro, hilvana esas opresiones (y sus luchas), y permite comprender el protagonismo de las mujeres en el corazón de las batallas que han ampliado y radicalizado los horizontes políticos de una nueva generación militante en los últimos años. Como dicen Bhattacharya, Farris y Ferguson, “si la producción capitalista sólo se ocupa de un chato y rutinario tiempo presente, la Reproducción Social, como teoría y práctica, dirige su atención hacia el futuro, hacia la reproducción continua de la vida de la especie y del mundo social que creamos en y a partir del mundo natural” [39].
Recuperando la totalidad (y renovando el marxismo)
Quisiera cerrar este prólogo por el principio. Si hace 40 años, El marxismo y la opresión de las mujeres fue un libro a destiempo, hoy es un libro “justo a tiempo”. Porque contiene los pilares sobre los que está construyéndose una perspectiva teórica, la Teoría de la Reproducción Social, dentro de la cual nuevas generaciones de investigadoras y activistas expanden su potencialidad explicativa, configurando nuevas preguntas y problemas, y ampliando los horizontes conceptuales, pero también los políticos. Al hacerlo, desarrollan tanto el campo de los feminismos como el de los marxismos y las teorías críticas.
En el Routledge Handbook of Marxism and Post-Marxism, donde se ofrece un amplísimo panorama de la renovación del marxismo en las últimas dos décadas, Lise Vogel y la TRS tienen su lugar en el apartado denominado “Territorios Inexplorados” junto a figuras como Stuart Hall, Judith Butler y Angela Davis [40]. En el Sage Handbook of Marxism, el ensayo “Feminismos de la Reproducción Social” [41] ofrece un panorama de la genealogía conceptual de este enfoque y de Vogel como hito inevitable en su desarrollo, y mapea los pasos que está dando esta tradición en el abordaje de la racialidad, la inmigración, las poblaciones sobrantes, el anticolonialismo, la crisis climática y la reproducción de la vida [42].
Si bien, la actual renovación de la investigación marxista abarca muchísimas problemáticas, que sería imposible reponer en estas páginas, a riesgo de ser esquemática, quisiera mencionar algunos campos temáticos en los que la TRS interviene y enriquece investigaciones con las que comparte preguntas en común.
El más obvio, es el campo de los feminismos y el movimiento de lucha de las mujeres y diversidades que atraviesa un gran momento de renovación de puntos de vista y exploración de abordajes teóricos. Estos van desde la actualización del enfoque de la interseccionalidad y las teorías críticas del racismo (con quienes la TRS viene llevando a cabo un fecundo diálogo no exento de críticas de fondo) [43]; pasando por las teorías y estudios trans que exploran las sexualidades queer y la reproducción de la vida (y de la fuerza de trabajo) más allá de la familia nuclear heteronormativa y la normatividad cis [44]; hasta los feminismos materialistas y los tecnofeminismos que abordan la reproducción social en relación con los cambios tecnológicos en el capitalismo contemporáneo [45].
Otro campo de confluencia ineludible es el que tiene en el centro la pregunta por la crisis del trabajo y el estudio de las reconfiguraciones de la clase trabajadora. Aquí, la TRS ofrece herramientas novedosas para pensar los cambios en la morfología de la clase obrera y su relación con la reproducción social; la primacía del sector “servicios” y la centralidad de las instituciones públicas y privadas de reproducción social y cómo estas emergen como territorios de lucha; las consecuencias de la “uberización” y la “gig economy” en la modificación de las fronteras entre producción y reproducción; los debates sobre la automatización y el impacto de las nuevas tecnologías digitales en los servicios en general y en los cuidados en particular; por mencionar solo algunos [46].
Otra problemática en expansión y que interpela en forma directa a la TRS es el análisis sobre las profundas contradicciones ecológicas que el capitalismo generó y su impacto en la reproducción de la vida humana y no humana. Este campo engloba un conjunto de debates en el que se destacan los ecologismos materialistas y los enfoques marxistas y ecosocialistas que suman sus esfuerzos a los aportes inaugurales de John Bellamy Foster y otros pioneros, para pensar la fractura metabólica en la actualidad, como lo hacen Andreas Malm y Kohei Saito, entre otros [47].
Dado el carácter crítico del capitalismo que la TRS postula, sus investigaciones se insertan también en la actualización de las perspectivas de salida de la sociedad actual y el debate sobre nuevos futuros alternativos, el cual está conociendo un renovado impulso de la mano de nuevos debates sobre la planificación, el socialismo y el comunismo, y el modo en que las tecnologías contemporáneas pueden permitir repensarlos [48]. Imaginar una transformación radical de nuestros modos de vida tiene un capítulo imprescindible en la reflexión acerca de la desprivatización de los espacios de reproducción social, la crítica radical a la familia bajo su forma dominante en la actualidad y la socialización democrática del trabajo de reproducción social.
Por último, la renovación de estos marxismos tiene lugar en una escena teórica más amplia de reverdecer de miradas críticas en las ciencias sociales y las humanidades. Los problemas sociales contemporáneos y su profundidad parecen encontrar un límite para ser comprendidos y explicados bajo el paradigma del “giro lingüístico” que marcó el ritmo del pensamiento social (y todavía lo hace) a través de diferentes variaciones de un “constructivismo idealista”. La pregunta por la totalidad, que fue extirpada del corazón de la reflexión social en favor de los análisis de las particularidades y singularidades en sí mismas, parece estar pidiendo que le den paso. Y con ella, la pregunta por el capitalismo y la inherente hostilidad del capital hacia la vida.
Es por todo este conjunto de razones que esta primera edición en castellano de El marxismo y la opresión de las mujeres llega justo a tiempo. Porque este libro sienta las bases de la Teoría de la Reproducción Social, que es, al mismo tiempo, una sofisticada teoría feminista; una elaborada teoría sobre los contornos y texturas de la clase-que-vive-del-trabajo; y una teoría crítica del capitalismo que pone el foco en su irreductible tendencia a la degradación de nuestras posibilidades de reproducción social y, por ende, postula la necesidad de combatirlo sin ambages. Invitar a que lo lean es, además de un convite a apropiarse de estas filosas herramientas para las batallas del presente, una incitación a ejercer nuestro derecho a construir otro futuro.
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