El lunes comenzó la 117° Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina, en la Casa de ejercicios El Cenáculo La Montonera de la localidad de Pilar. El congreso de la alta cúpula eclesiástica argentina, donde este año los abusos sexuales eclesiásticos fueron centro del discurso de apertura; una lavada de cara pero no de culpas.
Valeria Jasper @ValeriaMachluk
Jueves 14 de marzo de 2019 00:06
Como todos los años, la jerarquía clerical argentina se reúne para establecer los lineamientos doctrinarios a seguir, según dicte el Vaticano y según la realidad del país lo disponga.
Este año, por las miles de denuncias a nivel mundial sobre abusos sexuales eclesiásticos que pusieron en evidencia el macabro sistema de encubrimiento jerárquico de curas abusadores, Bergoglio no tuvo más remedio que juntar a los obispos del mundo y esbozar públicamente un lavado perdón, mientras muchos de los denunciados continúan con su labor sacerdotal. O sea, ningún cambio.
Siguiendo estos lineamientos bergoglianos, monseñor Oscar Ojea, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina; en la misa de apertura de la asamblea llamó a reflexionar sobre los abusos cometidos y limpiar sus conciencias, dando “un corte radical a estas situaciones y no encubrir ni de lejos una denuncia que amerite una investigación para proteger a los menores y a los adultos vulnerables”.
En esta línea el obispo llamó a “cuidar a los hermanos y hermanas de las periferias existenciales. Muchos de ellos, pequeños y pequeñas que debieron ser cuidados y protegidos, fueron cruelmente maltratados en situaciones de abuso dentro de la iglesia, que hoy estamos comprometidos a erradicar”. Imposible no pensar en las palabras del arzobispo tucumano que llamó a sus fieles a “custodiar y cuidar” el feto de la niña de 11 años que fuera violada, violando su identidad.
El jefe del Episcopado agregó que los abusos sexuales son también “abusos de conciencia que siempre parten de un abuso de poder, aprovechando una posición de inferioridad del indefenso abusado que permite la manipulación de su conciencia y de su fragilidad psicológica y física. Condiciones que son sostenidas por un “clericalismo que ama las situaciones de privilegio que ha facilitado que vivieran como si no tuvieran que rendir cuenta a nadie de sus actos”.
Instó a “renovar de raíz estilos de vida y estructuras de formación que han hecho posible que germinara en algunos clérigos un sentimiento de superioridad y de dominio con respecto al pueblo fiel”.
“Un pastor no domina, sino que acompaña, cuida e ilumina cuando es necesario, pero no hace sentir su autoridad”.
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Habría que preguntarle a las víctimas del cura Lorenzo de La Plata; a quien el arzobispo platense Víctor Fernández le pidió sinceras disculpas por el dolor causado, tras las “falsas acusaciones contra su persona”, o del cura Zanchetta de Salta; amigo personal de Bergoglio, con un puesto de rango en el Vaticano, quien paga por sus pecados en un exclusivo retiro espiritual en las afueras de Roma.
Ojea continuó su discurso haciendo alusión a la “rabia y enojo en muchos fieles” que estas situaciones han generado en un contexto de exacerbada de “crítica a la Iglesia”.
Claro, una iglesia que se beneficia económicamente del Estado, que se inmiscuye en la vida de miles decidiendo sobres sus cuerpos, negando la implementación de la educación sexual por considerarla “satánica” y que continúa encubriendo curas pedófilos y abusadores.
Hacia el final de la homilía, Ojea apeló a alejarse “de las discusiones y confrontaciones, evitar dejarnos llevar por conductas meramente emocionales que nos pueden conducir a distintos extremos para asegurar la paz interior”. O sea, seguir en profundo silencio en el ejército de la corporación celestial.