Sábado 25 de octubre de 2014
Foto: Bruce LaBruce
Existe una pregunta muy difundida en los Círculos LGBTIQ que busca alumbrar charlas, reuniones, foros, grupos de Facebook y otros lugares de encuentro: “¿Se hace, o se nace?”.
Las veces que observé el debate, suelo encontrar una tendencia fuerte a la segunda opción, postulando así quizás un resabio de esencialismo que nos piensa con tendencias (“biológicas”, “espirituales”) a devenir parte del colectivo, alterando así nuestras prácticas cotidianas, nuestro modo de vincularnos con el otro, nuestro desenvolvimiento sexual, nuestra manera de insertarnos laboralmente, (y, esperemos) nuestra participación política.
El modo en que habitamos se ve trastocado por nuestra orientación sexual o por el modo en que vivimos nuestro género. Lo que digo no es una novedad, pero da que pensar la creciente tendencia que uno encuentra con respecto a la “esencia” LGBTIQ. A veces, esa posición se ve fomentada por las primeras experiencias con respecto al deseo: “A mí me gustan los chicos desde el jardín, yo ya sabía que era puto”. Otro lugar que quizás bosqueje esa postura es el de “Género Auto percibido”, noción que tuvo un efecto claramente positivo al colaborar en sentar las bases del debate que permitió la Ley de Identidad de Género, pero que oculte quizás un resabio esencial.
Por supuesto que no se trata de criticar ese tipo de argumentos. Parte de los reclamos de nuestro colectivo implica el dar escucha a las voces de las personas que “ponen el cuerpo” a la situación, y exigir la garantía de espacios para que hablen. Ni yo sé cómo es que llegamos acá: quizás tengan razón, y haya algo así como una predestinación. Es importante también mencionar que dichas posturas salvaron a gente del colectivo de la tendencia de la sociedad por patologizarlos: el discurso que nos ven nacer como disidencias sexuales quizás haya sido una excelente defensa en nuestra historia.
Sin embargo, hay consideraciones que encuentro pertinentes, para prevenirnos de algunos peligros si buscamos realizar esta difícil tarea de definir el origen de nuestra orientación sexual o nuestro género.
Me parece fundamental rescatar la dimensión política de la discusión. No se trata meramente de un conocimiento que adquirimos para poder dar cuenta mejor del funcionamiento del mundo: lo que prediquemos acerca de nuestros cuerpos y nuestro modo de habitar necesariamente traerá acarreadas consecuencias políticas de las que luego debemos poder hacernos cargo. En ese marco, definir experiencias primarias que orienten nuestros cuerpos, o directamente postular algo así como un “Destino Gay” o “Destino Trans” pareciera esconder, y allí mi mayor miedo, una especie de pedido de disculpas. “Discúlpeme, Sr. Patriarcado, perdóneme, Empleador Laboral, no puedo ser de otra manera. Nací así, esto es lo que tengo para ofrecer”. Cederíamos territorio ganado y derechos conquistados, aunque sea en el plano del discurso.
Estas consideraciones me llevan a, en caso de entrar dentro de la discusión, optar radicalmente por la primera opción: Se hace. Se hace en cada práctica, en cada caricia, en cada mirada anónima en la calle, en cada apretón de manos debajo de la mesa, quizás escondido. En la mentira a los padres, en tener que abandonar el “nido” rápidamente, en decir “Mi Pareja” en lugares hostiles, en apretar en plena vía pública, en verse obligado a aclarar “Novio. Tengo novio, no novia”. En putear a los patovas que te echan de un boliche, en no permitir que la gente se grite “¡Puto!”, en ponerte de la cabeza cuando alguien dice “Un hombre disfrazado de mujer”.
El género no se “Auto-percibiría” sino que se construiría. La orientación sexual y la elección de género no sólo estarían “reprimidas”: No debemos sólo “liberarlas” sino que además debemos inventarlas. Y en esa invención, en ese Hacer, hay Creatividad. Ya no se trata quizás de defendernos de los ataques a tan conocidos por todxs, sino de dar un paso adelante, de crearnos a nosotros mismos.
Y en esa creación, quizás sólo ahí, todas nuestras experiencias, todos los deseos disidentes que desde chicxs habríamos vivido (pues nadie puede negar esto), pasarían a enmarcarse dentro de un nuevo sentido. El Colectivo no habría nacido así de una semilla dada que germina, sino de una construcción heroica, a partir de la invención de nuevas prácticas, de la experimentación, del arriesgar, de la militancia política, y del nunca, pero nunca, pedir disculpas por lo que queremos ser.