Por la presencia siempre del compañero Enrique Fukman.
Domingo 17 de julio de 2016 17:11
Nos conocimos en nuestra adolescencia. Los años ´70 nos marcaron a fuego y siempre supe que era un buen tipo. Un Gran tipo: buenazo, solidario, comprometido con todo lo que encaraba y quería cambiar, siempre poniendo el cuerpo por los demás. Así fue, es y será Enrique Fukman. Para mí siempre Tzví (su nombre en hebreo), para otros Quique y para muchos Cachito.
A mediados de los 70, antes del golpe genocida de Videla y Cía, viajamos juntos a Israel. Siempre recuerdo como lo fueron parando en todos los aeropuertos que pasamos porque su cara era “sospechosa” de ser un guerrillero palestino o algo así. Pero también su alegría que en el propio Israel y en los territorios ocupados de la Cisjordania lo confundían como uno más de ellos, como si hubiera nacido en esas tierras y no fuera un pibe porteño de la calle Olaya que abría sus enormes ojos (y su enorme corazón) ante la tragedia que históricamente se vive en esa zona del Medio Oriente desde que los ingleses y los franceses metieran sus narices y enfrentaran violentamente a árabes y judíos, israelíes y palestinos.
Poco después, el tiempo y la geografía nos separó. Supe que había abrazado la causa de Montoneros e incluso tuvimos un pequeño encuentro en la estación de Chacarita donde me contó porqué estaba en la clandestinidad y porqué había seguido los pasos de nuestro querido Raúl Milberg, nuestro querido Rafi, desaparecido hasta hoy luego de haberse ido a combatir por las calles de Córdoba, también enrolado con la lucha de los Montos. Allí me contó de cómo habían fusilado a su hermano Jorgito y como él mismo y muchos otros y otras no iban a parar hasta hacer caer a la dictadura asesina de esos días en nuestro país.
También supe que lo habían atrapado los milicos y sus bandas fascistas pero que había sobrevivido. Recién muchos años después, cuando nos reencontramos en la Plaza Congreso en medio de esa gloriosa Carpa Blanca que el propio Cachito y todos sus Compañeros y Compañeras de la CTERA habían levantado por la Lucha y la Dignidad de miles y miles de maestras y maestros como él –egresado de la ORT como Técnico Electricista- me enteré de su propia boca todo lo que había pasado en la ESMA, como lo habían torturado salvajemente al igual que a miles y miles de Cumpas allí y en otros tantos campos de concentración, su testimonio ante la CONADEP, la formación junto a Adriana Calvo de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD). Allí entendí como había quedado entero después de esos años terribles y como no pudieron quebrarlo, manteniéndose intacto con sus sueños de un país distinto, igualitario y sobre todo con Justicia, por lo que tantos como él habían vivido y por los años que tenían y tienen que venir.
Desde allí nos fuimos encontrando de a puchos entre Buenos Aires y Neuquén, pero sabiendo que siempre estaba y estaría para toda lucha que se encarara, donde sea que sea y en el momento que se lo necesitara… como cuando vino a declarar como Testigo (así, con mayúscula) de concepto en el Juicio de La Escuelita de Neuquén. Nunca más podré olvidar como se dió vuelta para mirar a los ojos de los represores que estaban sentados allí a pocos metros de él para escupirles toda su verdad, todo su dolor y por sobre todo toda su Dignidad como ser humano sobreviviente de esos años de la Historia de la Argentina.
Desde allí a enterarnos que se había pegado un palazo con su coche pasaron otros años. Y la noticia que se lo había encontrado en su casa con un paro cardíaco nos sorprendió como todas las veces que uno no quiere saber que se ha ido un amigo, un Compañero, un gran tipo, un tipazo.
Porque eso fue y es lo que es Enrique Tzví Cachito Fukman: un Pequeño Gran Hombre. Uno de los nuestros. Un pibe que no pasó así nomás por la Vida sino que la vivió con todo lo que se puede vivir. Y que por sobre todo nunca, nunca, nunca nada ni nadie lo pudo quebrar.
Hasta siempre Compañero. Siempre seguirás viviendo en tantos que te conocieron y que te llevaremos adentro de nuestro corazón, querido Tzví.