En 1571 se fundó en México el Tribunal del Santo Oficio. Durante la época colonial cientos de personas fueron procesadas, sin embargo, existió un sector más atacado, el femenino.
Jueves 11 de febrero de 2016
Este tribunal era el encargado de investigar y sentenciar todas las denuncias presentadas por los feligreses con la finalidad de perseguir a toda persona que pusiera en riesgo la fe católica.
La pena máxima era la muerte en la hoguera, utilizándola para las personas condenadas por los actos de herejía, magia y hechicería. Las principales víctimas de esta atrocidad eran las mujeres: eran acusadas de pactar con el diablo o por practicar sus costumbres como la curación a través de plantas medicinales, brebajes y demás.
La Inquisición se originó en España. No obstante, Perú y México fueron los únicos en tener un extensión de esta institución en América Latina.
Los principales acusados fueron criollos y mestizos. Algunos de ellos practicaban en privado otras creencias. Muchos fueron injustamente castigados al ser torturados para declarar “sus culpas”. Las razones por las cuales se podía acusar a alguien eran sospechas de practicar bigamia, aborto, sodomía, herejía, magia, hechicería o cualquier situación que pusiera en duda su fidelidad al catolicismo.
La Inquisición llegaba sin previo aviso, muchas veces a media noche, y se llevaba a la persona acusada en calidad de detenido. Ésta era encerrada en una celda sin saber los motivos de su detención o quienes habían sido las personas que la habían denunciado. Resultase culpable o no, la Iglesia confiscaba los bienes de todos los procesados.
Dado que el Santo Oficio no podía castigar puesto que rompería uno de sus principales mandatos -“no lastimarás a tu prójimo”-, la institución encargada era la Corte Civil, la cual dependiendo del grado de culpabilidad, determinaba las penas.
Desde la conquista de México por la corona española en el siglo XVI, la Iglesia y el Estado han tenido una estrecha relación.
La tortura legal ejercida por la Iglesia
Un gran porcentaje admitía su culpabilidad, sino lo hacían eran torturados con los ya famosos instrumentos que la misma Iglesia católica, que predica el amor al prójimo, diseñó.
Muchas de las personas procesadas por la Inquisición eran víctimas de vecinos, conocidos o familiares que tenían algún problema personal con ellos.
Entre los aparatos de tortura más frecuentes para las mujeres era el llamado desgarrador de senos, que como su nombre lo indica el fierro atravesaba todo el seno para desgarrarlo. Los inquisidores utilizaban también la pera, la cual se introducía por la vagina y al encontrarse al interior, se abría, lo que provocaba múltiples desgarres. Tanto a las mujeres como a los homosexuales les aplicaban el empalamiento, un palo atravesaba todo el cuerpo. Otro instrumento de tortura aplicado a las mujeres era la araña de hierro, que arrancaba los senos desde la raíz.
Cabe mencionar la famosa leyenda veracruzana “La mulata de Córdoba”, una bella mujer soltera que rechazó las insinuaciones de un hombre pudiente. Éste, al sentir su orgullo herido, la denunció al Tribunal del Santo Oficio por razones de magia y hechicería. En esa época era impensable que una mujer no quisiera casarse y tener hijos, por lo que la Corte determinó su culpabilidad. La leyenda cuenta que, sin embargo, la mulata de Córdoba dibujó un barco en una pared de la celda y escapó en él.
La Iglesia católica en nuestros días
A pesar de abolirse la Inquisición en 1820 la persecución hacia las mujeres por parte de la Iglesia no cesa.
Apenas en 2015, el Papa Francisco en uno de sus discursos públicos equiparó las demandas por la igualdad de género con el fascismo y señaló “Me pregunto, por ejemplo, si la llamada teoría del género no será expresión de una frustración o de una resignación que lleva a eliminar la diferencia sexual porque no sabe medirse con ella”, como citamos acá.
Este mismo Papa envió un mensaje a un seminario internacional del Pontificio Consejo para los Laicos sobre “Mujeres y trabajo”, en el que expresó “que el simposio contribuya a afirmar el papel insustituible de la mujer en la familia y en la educación de los hijos, así como el aporte esencial de las mujeres trabajadoras en la edificación de estructuras económicas y políticas ricas en humanidad”. Claro: el lugar de la mujer es la familia, pero para beneficio del capitalismo, las mujeres trabajadoras tienen que ser productivas en el centro de trabajo y al mismo tiempo, cumplir sin falla con las labores domésticas. Un mensaje para fortalecer la naturalización de la doble jornada laboral que oprime a las mujeres trabajadoras y de los sectores populares.
En los próximos días, el máximo representante de la Iglesia católica visitará varios lugares de México, entre ellos, el municipio de Ecatepec, en el Estado de México, y Ciudad Juárez, en Chihuahua. En ambos, miles de mujeres han sido víctimas de feminicidio y cientos de miles malviven agobiadas por brutales ritmos de producción y las tareas de cuidados de la familia.
No podemos olvidar que aunque el Papa Francisco quiera tener una imagen de progresista disculpando a las mujeres que han abortado, en 2014, durante su discurso al Movimiento por la Vida Italiano sostuvo: “Es necesario reiterar la oposición más firme a cualquier atentado directo a la vida, especialmente inocente e indefensa, y el nonato en el seno materno es el inocente por antonomasia. Recordemos las palabras del Concilio Vaticano II: ‘La vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables’’’. Declaraciones a tono con los dichos de monseñor Norberto Rivera, líder de la Iglesia católica en México, que sostiene que el “aborto es el mayor destructor de la paz en el mundo.”
La Iglesia católica, cuyo máximo representante es el Papa Francisco, es garante de que las mujeres sigamos oprimidas por exigencias sociales que se multiplican sobre nosotras: ser madre, esposa y trabajadora productiva, que garantice la existencia de la próxima generación de explotados para beneficio del gran capital.