Este año se cumple el 36 aniversario de la primera vez que vio la luz la obra del historiador inglés, Perry Anderson, Tras las huellas del materialismo histórico. Repasamos en este artículo el libro que más se aproximó a dar una explicación de cuándo y cómo el método de análisis y acción desarrollado por Marx para pasar de la sociedad capitalista a la socialista, fue despojado de la perspectiva estratégica y se convirtió en una materia más de la Academia.
La obra de Anderson hay que pensarla en el marco histórico que la vio nacer; publicada por primera vez en 1983 fue la síntesis y un intento de sacar una conclusión luego del último ascenso de la lucha de clases a escala internacional (1968-1981). En este contexto se hizo evidente el quiebre de la unidad entre programa político y estrategia.
Una forma más sencilla y clara de expresar esta teoría es por medio de la lúcida fórmula que propone Engels luego de la muerte de Marx, que se tensionó en dar fundamentos teóricos de qué es y cómo funciona el materialismo histórico, ya que la lucha de clases no es para la teoría marxista solo enfrentamiento por objetivos económicos, sino que “todas las luchas históricas, ya se desarrollen en el terreno político, en el religioso, en el filosófico o en otro terreno ideológico cualquiera, no son, en realidad, más que la expresión más o menos clara de luchas entre clases sociales” [1].
El origen del desvío
El advenimiento de la Primera Guerra Mundial iba a dividir las filas de la teoría marxista de la misma manera que consiguió dividir al movimiento obrero. Todo el movimiento político de las décadas anteriores había logrado unir la teoría a la práctica en la forma de una ascendente corriente política que se manifestó en los partidos socialistas Europeos de la II Internacional. La primera fisura comenzó a surgir cuando los principales teóricos marxistas se apartaron del marxismo para comenzar a confluir con el nacionalismo de sus respectivos países. Kautsky y Plejanov negaron enérgicamente el internacionalismo y optaron por el chovinismo social y el apoyo a sus respectivas patrias. Por el otro lado Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo se lanzaron a la resistencia total contra la guerra y a la denuncia de la traición de las organizaciones socialdemócratas a los pueblos trabajadores del mundo entero.
Lenin murió a principios de 1924. A los tres años, la victoria de Stalin dentro del PCUS selló el destino del socialismo y del marxismo dentro de la URSS. El aparato político de Stalin suprimió activamente las prácticas revolucionarias de las masas en la misma Rusia (encabezadas por la figura de Trotsky en la fracción partidaria de la Oposición de Izquierda [2]) y las desalentó y saboteó fuera de la Unión Soviética [3]. El ascenso del fascismo en Europa, sumado a la consolidación de un estrato burocrático privilegiado en la URSS, generó una derrota política y moral en la subjetividad del proletariado ruso y europeo, a lo que debemos sumar las derrotas de los principales procesos revolucionarios; en primer lugar en Europa Central (Alemania, Austria, Hungría, Italia) entre 1918 y 1922; y en segundo, el derrumbe de los frentes populares de finales de los años ‘30 como España (con la el ascenso de Franco y la caída de la República) y en Francia (con el colapso de la izquierda francesa que dejó las condiciones para que asuma Vichy).
El destino del marxismo en Europa fue regido por la derrota de las revoluciones en los países centrales. De esta forma surge una de las características centrales del marxismo occidental en su conjunto, y es que se trata del producto de una derrota. El fracaso de la revolución socialista fuera de Rusia, que fue consecuencia de la burocratización y posterior deformación del régimen dentro de la URSS, es el trasfondo común a todo este período.
La teoría crítica
En el primer capítulo de Tras las huellas del materialismo histórico, Anderson desarrolla qué se entiende y cómo se usa el concepto de teoría crítica. Según él, hay dos sentidos en los que ese concepto trascendió. El primero de ellos estaba vinculado a las discusiones de la crítica literaria en la tradición anglosajona; el segundo se relaciona al sentido que le imprimió el “marxismo occidental”: un conjunto generalizado de teorías sobre la literatura, la psicología y la sociedad que se remonta a Marx. Pero Anderson agrega otra posible definición de la teoría crítica, que haciendo hincapié en la capacidad de “autocritica”, podría pensarse como equivalente o sinónimo del materialismo histórico como tal. O sea: es una teoría de la historia que al mismo tiempo ofrece una historia de la teoría; no hay un “estado ideal de las cosas” sino algo originado por el “movimiento real de las cosas”, decía Marx:
Las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican a sí mismas sin cesar, con mucha frecuencia interrumpen su propio curso, retroceden sobre aquello que parecía terminado para recomenzarlo desde el origen, se mofan con conciencia de las dudas, de las zonas débiles y mezquinas de los primeros intentos, parece que únicamente derriban a su enemigo para darle oportunidad de que extraiga del suelo nuevas fuerzas y se levante nuevamente contra ellas con más ímpetu [4].
El marxismo se distingue de todas las otras variantes de teoría crítica por su capacidad de construir una teoría autocrítica capaz de explicar su propio origen y cambio. En otras palabras, podemos decir que el materialismo histórico posee la capacidad de una movilidad autorreflexiva que permite explicar sus modelos variables de investigación en función de sus propios conceptos. La teoría marxista busca comprender el mundo, pero siempre aspirando a una unidad con la práctica de las masas para transformarlo. De esta forma la trayectoria de la teoría siempre va a estar determinada por el destino de dicha práctica. Cualquier exposición que se haga del marxismo de la última década (por dar un ejemplo) es en primera instancia una historia política de su desarrollo.
La exorbitancia del lenguaje
Hubo una vez un giro lingüístico. En 1962, Lévi-Strauss publicaba El pensamiento salvaje. Según Anderson es un texto duramente dirigido contra la Crítica de la razón dialéctica. El texto no solo contenía una antropología alternativa, sino que además terminaba con un ataque directo al historicismo de Sartre en nombre de las “propiedades invariables” de todas las mentes humanas.
El silencio teórico por parte de Sartre frente a semejante cuestionamiento filosófico hizo que la teoría estructuralista surgiera a la ofensiva. “El fin último de las ciencias humanas no es constituir al hombre, sino disolverlo” [5], llegaba a la conclusión Levi-Strauss, proporcionando así la nueva consigna. El autor trató de explicar cuál era la relación entre estructura y sujeto expulsando a este último de cualquier campo del conocimiento científico. El instrumental conceptual saussuriano pasó de Jakobson a Lévi-Strauss, que con su intrépida generalización de la teoría lingüística a su propio dominio antropológico, dio lugar al “estructuralismo” como movimiento y teoría.
Fue recién en 1965 cuando desde el marxismo llegó una respuesta proporcionada por Louis Althusser en sus obras Para leer El capital y posteriormente La revolución teórica de Marx (1967). Pero en vez de cuestionar o refutar el ataque de Lévi-Strauss al concepto de historia y la interpretación del humanismo, ¡los exaltó e incorporó al marxismo! De forma adaptada, reinterpretándolo ahora como un antihumanismo teórico para el que la diacronía no era más que un “desarrollo de las formas” del conocimiento sincrónico.
En lugar de oponerse al estructuralismo, Althusser lo radicalizó en una en una versión del marxismo en la que los sujetos fueron abolidos totalmente, a no ser como efectos ilusorios de las estructuras ideológicas. Uno de los mayores logros del materialismo histórico era haber creado una teoría que explicaba la relación entre los sujetos y las estructuras; a partir de este momento la unidad fue quebrada en mil partes.
De la nueva izquierda al posestructuralismo
La crisis teórica del materialismo histórico se vio agudizada aún más con el revisionismo y tergiversación que surgió de la “Nueva Izquierda”, cuando muchos intelectuales decepcionados del Partido Comunista se ilusionaron con la Revolución cubana y la Revolución china de Mao. Esa nueva corriente se conoció como las “tres M”: la influencia de la revolución cultural china de Mao Tse-Tung, la teoría de Karl Marx sobre la explotación y las críticas de Herbert Marcuse a la integración del proletariado en el capitalismo post-industrial.
Fue recién en 1966 cuando Michel Foucault (exalumno de Althusser) publicó Las palabras y las cosas, donde plantea que el marxismo es una episteme o paradigma propio de su época. Y que el marxismo (entiéndase el materialismo histórico) no podía pretender ser tomado como ciencia.
El test ácido o la prueba de fuego de toda corriente filosófica es la situación política del momento, y en ese sentido los estructuralistas la pasaron muy mal en los días del Mayo Francés. Como dijo Catherine Backés-Clément en una moción a la Asamblea General de filosofía: “Es evidente que las estructuras no bajan a la calle” [6]. El movimiento que quería pasar del “cuestionamiento de la universidad de clase al cuestionamiento de la sociedad de clases” se llevó puesta toda idea de inmovilismo estructural.
Foucault se reacomodó a la nueva época y cambió sus prácticas; es tan cierto que no formó parte del movimiento del ‘68 como que su actividad se politizó a partir del mismo, de lo que dio cuenta la fundación del Grupo de Información sobre las Prisiones para denunciar las condiciones carcelarias y el análisis de las nuevas formas de dominación. Fue una gran ejemplo de cómo el Estado aumentaba y desarrollaba nuevas formas de control en la población. Pero su escepticismo con respecto a la transformación social se agudizó a medida que realizaba sus investigaciones sobre los mecanismos de control.
En este punto presentamos una diferencia con Anderson cuando hace su balance del Mayo Francés. Según él, todo el movimiento estructuralista que no participó de la lucha de clases en el ‘68 “resurge como el ave Fénix” [7] en la forma de posestructuralismo. Viéndolo en perspectiva, desde el presente, la impresión que da la nueva corriente filosófica en relación con el materialismo histórico parece más un Frankenstein o un zombi. El resultado fue una teoría que quiso desarrollar una nueva explicación sistemática y total del capitalismo que falla por caer en relativismos varios. A medida que las nuevas experiencias políticas avanzaban, comenzaron a surgir problemas que terminaron potenciando el relativismo y borrando del mapa teórico la perspectiva estratégica en su análisis político.
Anderson vio en este movimiento teórico hacia el posestructuralismo la culminación de una época –la de los alzamientos revolucionarios de los ‘70–, volviendo al liberalismo económico, y además lo considera como potenciado a partir de los ‘80, culminado en los ‘90 con la caída del muro de Berlín, en la forma de neoliberalismo. No casualmente el propio Razmig Keucheyan en el libro Hemisferio Izquierda (2010) clasifica a Perry Anderson como uno de “los grandes pesimistas contemporáneos”.
Resumiendo, podemos decir que el movimiento estructuralista y sobre todo el posestructuralismo fue un ensanchamiento especulativo del lenguaje que carece de comparaciones demostradas. La consecuencia es negar cualquier posibilidad de entender la verdad como una correspondencia de las proposiciones con la realidad.
A modo de cierre y conclusión
Han pasado 36 años desde que Anderson publicó Tras las huellas del materialismo histórico, casi tres décadas en las cuales no hubo revoluciones aunque sí extensos y agudos procesos de lucha de clases (levantamientos, jornadas revolucionarias, etc.).
Anderson saca como principal conclusión y balance del proceso teórico que surgió del marxismo occidental que el único campo crucial en donde no se produjo ninguna obra fue la estrategia marxista, a tal punto que afirmó: “en el campo estratégico en su sentido estricto, no surgió casi nada de valor” [8] .
En un mundo con un capitalismo en aprietos, donde sobran crisis y falta hegemonía, con una hiperpotencia en decadencia, con una creciente polarización política, más que seguro se darán motivos para la irrupción violenta de las masas. La alternativa entre la liberación del género humano de la esclavitud asalariada o la profundización de la barbarie capitalista vuelve a estar planteada en toda su magnitud. En ese sentido es necesario recuperar y desarrollar la tradición marxista que pensó la estrategia por el poder como una de las tareas de primer orden.
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