Adentro para estar fuera. Cautivo y ser libre. Cerrarse para abrir lo nuevo. Lecciones que me deja Antonio José, sin querer… queriendo.

Valeria Jasper @ValeriaMachluk
Viernes 13 de septiembre de 2019 09:02
Intervención s/foto Adriana Lestido
Hace unos días tarareaba esa maravillosa canción que supieron suspender en el tiempo Piazzolla, Ferrer y Amelita.
“Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué se yo, ¿viste? Salgo de casa por Arenales, lo de siempre en la calle y en mí cuando, de repente, detrás de un árbol, se aparece él. Mezcla rara de penúltimo linyera. Y de primer polizonte en el viaje a Venus. Medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies. Y una banderita de taxi libre levantada en cada mano”
Inmediatamente pensé en él. Hace mucho que no lo veo. Hace rato que no pasa por la oficina. Una vez me dijo que quería irse de su casa para vivir tranquilo. Su familia era un caos: un padre que supo lastimar, una madre que pudo apenas, hermanos “un poco así” como él. Una casa abatida por el tiempo que solo él mantenía con su magra pensión.
Este hombre, apodado (y sentenciado desde todas las aristas) “el loco”, diplomado en infancias crueles, con un posgrado en farmacología psiquiátrica y asistencia social, quería un poco de paz. Y quería esa paz yéndose a vivir en una institución.
Reconozco que un gran embrollo de teorías a favor y en contra de la institucionalización, la manicomialización, la desmanicomialización y otros tantos “ción” (que perduran como los “ismos”) se apoderó de mi mente ante semejante decisión que, claramente, yo no esperaba o no quería.
Un alguien, que siempre estuvo fuera de la recta de la sociedad, busca escaparse dentro de cuatro paredes; “atravesar los muros para ser”, dicen en la radio La Colifata del hospital Borda.
“Parece que solo yo lo veo. Porque él pasa entre la gente y los maniquíes le guiñan, los semáforos le dan tres luces celestes Y las naranjas del frutero de la esquina le tiran azahares. Y así, medio bailando y medio volando; se saca el melón, me saluda, me regalo una banderita y me dice: Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao. No ves que va la luna rodando por Callao. Que un corso de astronautas y niños, con un vals me baila alrededor, ¡bailá! ¡vení! ¡volá!”
Me acuerdo cuando lo conocí. Estaba enojado, en ese momento quería ser atendido por un psiquiatra que lo trate bien y lo escuche. “Nada fuera de lo común” se podría pensar, aunque algo común en Antonio José era poco común. Su insistencia, para muchos, fue el inicio de un brote psiquiátrico; para mí el inicio de atractivas conversaciones.
“Tengo esquizofrenia pero quiero que me atiendan bien, ¿está bien, no? Porque está bien estar bien”, me dijo. Juego semántico mezclado con un ferviente deseo entre bienestar y estar bien.
Demás decir que ante cada llegada del “loco de Antonio” a la oficina las miradas, los miedos y un poco de “que lo atienda otro” golpeaban a mi puerta.
Historias libradas al azar en su veracidad pero que marcan la piel y la memoria de Antonio José son las que determinan el destino que quiere elegir por primera vez y que sobresale cada vez que comenzábamos una charla: “quiero estar bien”
“Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao. Yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión. Y a vos te vi tan triste... ¡vení! ¡volá! sentí el loco berretín que tengo para vos. ¡Ya vas a ver! Y así diciendo, el loco me convida a andar en su ilusión súper sport”
Hace pocos días, yendo a comprar algo para almorzar, me gritan en la calle “Hola doctora, ¿cómo está?”. Era Antonio José, salió a caminar con su acompañante terapéutica. Sonreía y sus ojos achinados también. Lo ví bien.
“Estoy en la clínica doctora, tranquilo y muy bien”, me confesó con una enorme sonrisa desplegada a lo largo de su voluminoso cuerpo. Nos abrazamos fuerte, nos prometimos vernos de nuevo y cada uno siguió su camino. De un pretérito imperfecto a un presente algo mejor, en el camino a un futuro cuasi perfecto, al que todos siempre queremos llegar: estar bien. Por ahí iba Antonio José.
Me quedé un ratito viéndolo, mientras Piazzolla de la mano de Amelita se ponía a bailotear conmigo, mientras Horacio Ferrer tomaba su café en una de esas tardecitas. Larilarilalá…
“Quereme así, piantao, piantao, piantao. Trepate a esta ternura de locos que hay en mí. Ponete esta peluca de alondras, ¡y volá! ¡Volá conmigo ya! ¡vení, volá, vení! Viva! ¡viva! ¡viva! Loca él y loca yo. ¡Locos! ¡Locos! ¡Locos! ¡Loco él y loca yo”