Un collage de cartón. La vida en una imagen.
Viernes 6 de diciembre de 2019 19:10
El mundo prometido a Juanito Laguna. Antonio Berni
Me acuerdo de la primera vez que vi un collage de Antonio Berni. Fue en un museo me había llevado mi viejo; en el collage estaba la imagen de Juanito Laguna, que era un personaje que representaba a un nene que era cartonero.
También estaba Ramona Montiel, que me parecía estupenda: una suerte de Sophia Loren armada con pedazos de papel, plumas y encaje. Yo, que soy hija de un tipo que fue dueño de una fábrica de acá de Lynch, muy cerca de donde hoy soy operaria, cuando era chica tenía el privilegio de poder ver obras de arte en persona en museos.
En una esquina de la calle España todos los días a las cuatro de la tarde cuando salgo de trabajar veo a un grupo de personas clasificar distintos desechos que Berni usaría para hacer sus collages. Con la cantidad de cosas que acopian se podría tapizar todo Lynch de obras de arte. Pero no: ellos las venden para juntar un par de pesos que no alcanzan para nada.
Años atrás pasaba por los mismos lugares para llegar a la textil que estuviera sobre una calle con nombre de ciudad de China pero siendo la hija del patrón. Y ahora es cuando podría detenerme a escribir algo que suene a epopeya autorreferencial, a martirio individual de quien renunció a su clase de origen para pasar a ser parte de la otra.
Pero lo mío nada tiene que ver con eso, sino con una decisión evidentemente práctica, sin más: varias circunstancias me dieron un bife lo suficientemente fuerte como para que, como dijera Lorca en su Romance Sonámbulo "yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa" y entonces me decidiera a querer transformar la realidad de la mayoría desde el lugar donde se tensan o aflojan los hilos que sostienen a este sistema: la industria. Así fue como en la tarea diaria de hacerme revolucionaria me metí a trabajar en una fábrica.
Las representaciones de un nene cartoneando, para mí ya en el momento en que era la hija del patrón eran duras, lúgubres, eran algo que distaba mucho de la realidad que me tocaba vivir en mi infancia. Insisto, me resultaban lúgubres.
Hoy, y hace años, no tengo los privilegios que sí tenía en ese momento. Falta para cobrar la quincena, pero me permito comprarme una lata de cerveza para cortar un ratito la semana. Me siguen gustando los cuadros de Antonio Berni, pero también siguen pareciéndome lúgubres.
Porque, más vale, me parece lúgubre la idea y la realidad de que haya miles de nenes que se ven obligados a cartonear. Me parece lúgubre y llena de injusticia, la realidad de que haya nenes que por agarrar un paquete de fideos de un supermercado sean asesinados por la policía. Me parece lúgubre y cruel la realidad de nenes que mueren intentando frenar el frío.
Hoy obras como las de Berni están en el MALBA y sus propietarios son cogotudos que se regodean viendo una representación colorida y fúnebre de una realidad que nunca va a rozarlos con su filo, porque no es la realidad que les toca, porque están rebalsados de privilegios y les importa dos carajos que esas escenas tengan lugar en la calle fuera de los collages.
Las galerías de arte y también la vida que yo quiero y por las que peleo con uñas y dientes son esas donde los nenes cartoneando sean sólo imágenes de collages, de escenas que existieron pero que van a ser parte del pasado. Sólo piezas de museo.