Las feministas y el movimiento estudiantil venimos desde hace ya varios años intentando dialogar acerca de cómo la educación formal puede dejar de ser un instrumento de reproducción simbólica y práctica de la naturalización de pautas sexistas.
Martes 3 de mayo de 2016
Feminismo y Educación: definiciones
Para abordar la relación entre la educación y el feminismo es posible apelar a dos dimensiones educativas. La primera es el nexo entre la educación formal e informal y diversas prácticas de inclusión o exclusión social. El segundo es el papel de la educación para la asimilación y repetición, o para la transformación de los roles sociales genéricamente asignados a las mujeres y los hombres. La necesidad de que las y los actores del proceso educativo no sean preconcebidos como “neutros”, sino como personas sexuadas, con derechos, presencias, intereses, historias individuales y colectivas, y aportes propios al conjunto de la sociedad, fundan la demanda por una educación no sexista. Sólo desde la transformación estructural de estas dos dimensiones educativas es posible “revolucionar la vida cotidiana”, porque no hay revolución social sin revolución sexual ni viceversa.
Es importante esclarecer que entendemos la educación y los espacios educativos tanto formales como no formales, como un “espacio en tensión" definido por dos variables. La primera, la educación como aparato ideológico del Estado, es decir, generada para mantener en el poder a un grupo o clase social en particular, transmitiendo su moral y sus valores; y la segunda, la educación como herramienta facilitadora de construcción de conocimiento crítico para la sociedad, que en su seno se desarrollan corrientes alternativas de pensamiento y praxis subversiva que el propio sistema educativo retoma para reconciliarlas con su finalidad disciplinar y volverlas “inofensivas”. Es así como el mercado de la educación usurpa las modalidades curriculares más progresivas, limitándolas a los colegios particulares, con mensualidades que en algunos casos exceden el sueldo mínimo.
Escuela excluyente: el currículum oculto
De las formas explícitas de discriminación a través de la enseñanza, las más obvias son las que tratan de definir quién debe ser educado y quién no; la de segregar las escuelas y diferenciarlas entre escuelas para ricos y escuelas para pobres; la exclusión en base al sexo, la religión o la pertenencia a comunidades no hegemónicas de los y las educandas; la de privatizar la educación para que el derecho a los estudios se convierta en un privilegio; la de seleccionar, según métodos competitivos, el alumnado de las mejores instituciones educativas de un país o de las carreras que dan acceso a profesiones lucrativas. Todo esto es herencia de la Ley General de Educación impulsada durante la dictadura cívico militar de Pinochet.
Las instituciones educativas podrían ser poderosos instrumentos de transformación social, en tanto que en ellas, no se reprodujeran relaciones sociales anquilosadas, mediante estatutos escolares y universitarios profundamente autoritarios, sumados al llamado “currículum oculto”. ¿Qué es el currículum oculto? Son conductas y actitudes, en su mayoría inconscientes, y a veces dentro de un currículo oficialmente “inclusivo”, que se manifiestan en gestos, omisiones, selecciones sesgadas de materias, miradas de aprobación o reprobación, que reflejan la posición de las y los docentes o las instituciones educativas sobre los temas en que se asientan las desigualdades sociales, las prácticas culturales dominantes y los conflictos de género en las aulas.
El currículo oculto influye en los y las docentes y estudiantes, tanto o más que el currículo oficial, puesto que en tanto conflictos de género, reprograma estereotipos y tabúes acerca de lo que pueden y deben hacer hombres y mujeres. En las prácticas docentes se manifiestan en omisiones, períodos de atención, reforzamientos y otras distinciones, donde se estimulan la participación, liderazgo y aprendizaje de los hombres y la actitud pasiva de las mujeres. En un plano laboral, existe discriminación evidente respecto a la cantidad de profesores versus la suma de profesoras que conforman los planteles universitarios y secundarios y, a la vez, en sus respectivos salarios. Desde la academia se establece que los hombres son los constructores de la cultura y la ciencia, sus forjadores, enmascarando sus privilegios detrás de prácticas que denominan culturales, o que naturalizan afirmando inmutables tendencias de las mujeres e invisibilizándolas y adjudicando a los hombres ciertos conocimientos, actitudes, o facilidades. Al interior del mundo universitario, además, se han revelado prácticas de abuso o acoso sexual por parte de académicos o de los mismos estudiantes hacia las estudiantes o trabajadoras de la educación.
Y para rematar, como no tenemos una educación democrática, las autoridades de los centros educativos no siempre se esfuerzan en combatir los currículos ocultos porque ciertos rasgos de sexismo y racismo hacen parte de la cultura “del país” o de la clase dominante del mismo. Así, cuanto más represivo o conservador es un gobierno, su organización de la educación será más tolerante con la discriminación o buscará fomentarla de manera subterránea.
Las mujeres y diversidad sexual en el currículo educativo
El método educativo de este sistema dominante es un mecanismo de adiestramiento a la obediencia de pautas de comportamiento y de aprendizaje incuestionables, que se sostiene en la identificación de lo hegemónico con lo científico, lo racional, lo masculino, lo desarrollado. En fin, con lo que corresponde a un mundo educado, global, en vía de superación de las emociones y contradicciones en base a la autorregulación que otorga la sociedad de mercado.
Puesto que las definiciones de qué es una mujer, así como qué es un hombre, son construcciones culturales, se debe tomar en cuenta que la invisibilidad de la vida de las mujeres y diversidad sexual en el currículum es, a la vez, una consecuencia de la relación de poder desigual entre las mujeres y los hombres y de la repetición de paradigmas que pretenden que la subordinación femenina, y la desigualdad entre los sexos, sean generalizadas e irreversibles, como si no fueran producto de un largo proceso de relación entre capitalismo y patriarcado.
El saber escolar -el currículo oficial- desarrolla muy superficialmente o directamente anula la diversidad de culturas, la historia de las luchas políticas y sociales que sustentan hoy los derechos que tenemos y los que nos planteamos conquistar, porque quien no corresponde a su ideal restrictivo de ciudadano es nuevamente castigado con la invisibilización o la ridiculización. Las preocupaciones y las vidas de las mujeres y sexualidades no hegemónicas han sido excluidas de los programas educativos, para ser devueltas al ámbito de la transmisión oral de conocimientos, negándole su carácter científico o racional, volviéndolo saber desjerarquizado e inútil para el mercado educativo.
El discurso del gobierno puede ser capaz de mostrar rostros de maquillajes diferentes, algunos aparentemente transformadores: insinúa desde el matrimonio gay, a la igualdad de las mujeres, a un multiculturalismo inofensivo que se resume en la aceptación de expresiones artísticas, religiosas y culturales indistintamente diversas. El capitalismo sostiene su hegemonía en tanto reproduce la competitividad económica en las esferas sociales de la vida.
Por ello, es indispensable recordar que, en palabras de Amalia Fischer, socióloga nicaragüense “el sistema capitalista y patriarcal sólo respeta aquello que es como él, por lo tanto, tolera la diferencia sólo cuando la ha derrotado”.
Educación no sexista y lucha contra el mercado en la educación: una misma lucha.
Cuando pensamos en una educación para todos y todas, no podemos pensar que esto gira en un eje meramente económico. La contradicción principal en la crisis educativa (su carácter mercantil) no debe entenderse como la única posible. El conquistar la educación como un derecho universal, implica hablar de lo que no se ha hablado. Es ahí donde el movimiento estudiantil debe tomar en sus manos la tarea de luchar por una educación no solamente gratuita sino también democrática y no sexista. Gratuita y sin selección para que todxs puedan estudiar; democrática bajo cogobierno y consejos escolares resolutivos para que todxs puedan decidir sobre su propia educación; y no sexista para construir efectivamente una educación como práctica emancipadora.
Hoy, además de sus otros problemas denunciados, la reforma educacional no se está haciendo cargo de las exigencias que pretenden formular nuevas visiones sobre el proyecto educativo en Chile. Esto es, no sólo enfocándose en su carácter no sexista, sino también en la integración de perspectivas étnicas y de diversidad sexual, en el trabajo de aula inclusivo, en una profunda educación sexual sin conservadurismos, por ejemplo.
Desde hace un tiempo, pensar la educación como una herramienta transformadora en Chile exige posicionar la perspectiva de género en la construcción de un proyecto político pedagógico transformador para Chile. Si queremos construir una escuela crítica, una escuela al servicio de las y los trabajadores y el pueblo, al servicio de los oprimidos y sus luchas, la educación no sexista debe ser la punta de lanza para cuestionar las relaciones de poder y sus contradicciones en el capitalismo, y así continuar la lucha por un mundo donde seamos “socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.