Durante la etapa de la postdictadura, la temática de la homosexualidad se integró a una coyuntura atravesada por los organismos de derechos humanos que, por un lado, dispensaban una contención política y, por el otro, servían como espacio canalizador de conflictos.
Miércoles 19 de junio de 2019 10:23
Fotografía: Enrique Yurcovic / Archivo de Marcelo Ferreyra
En simultáneo, había una confrontación con el Estado por el uso de la violencia como factor de intimidación dirigido a las minorías sexuales. De todas formas, algo no quedaba claro: en 1983, el gobierno de Raúl Alfonsín, que anunciaba garantías institucionales donde la paz, el respeto por los derechos humanos y la democracia serían su reaseguro, tuvo posturas contrarias entre el recrudecimiento del accionar de las fuerzas policiales en Buenos Aires, La Plata y Rosario y el discurso de defensa de las libertades individuales. Precisamente, el entonces ministro del Interior, Antonio Tróccoli, afirmaba que la homosexualidad era “una enfermedad” y sostenía que “nosotros pensamos tratarla como tal”.
Sus declaraciones aparecieron en un reportaje realizado por el periodista Enrique Symns en la revista El Porteño, Nº29, mayo de 1984. Como respuestas dichas desde el poder, resultaron escandalosas, pero, lo peor de todo, dejaban una puerta abierta al operar del aparato represivo policial que aún gozaba de buena salud. Por ello, la aplicación de los edictos 2ª F y 2ª H y la Ley de Averiguación de Antecedentes se hicieron cada vez más frecuentes. Fueron los soportes cruciales para que la policía, mediante allanamientos, razzias y detenciones arbitrarias, pudiese perseguir, detener y reprimir a los homosexuales en sus lugares de encuentro y, en especial, a las travestis.
Así, en esa coyuntura bisagra que fue la transición democrática, el 30 de junio de 1986 en una gélida tarde de otoño en el Parque Centenario, se congregaron para conmemorar la revuelta de Stonewall y se la recordó como el Día Internacional de la Dignidad del Homosexual en vez de la Marcha del Orgullo. Tal hecho representó la primera movida articulada entre dos agrupaciones: la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) y el Grupo de Acción Gay (GAG). Asimismo, Alternativa Socialista por la Liberación Sexual, colectivo mixto dentro del Movimiento al Socialismo (MAS).
El objetivo de esta convocatoria, además de provocar una acción visibilidad en los espacios públicos, era hacer una volanteada callejera en contra de los edictos en plena vigencia. Se colgó una bandera con el lema “Por el libre ejercicio de la sexualidad”, divisa que también era propia de algunos grupos feministas de la época. Luego se hizo unas vueltas alrededor del lago del Parque Centenario para repartir las proclamas escritas con un tono rabioso.
Fotografía: Enrique Yurcovic / Archivo de Marcelo Ferreyra
La gente que circulaba por allí, en general familias y mujeres con niños, si bien no entendía mucho, no hubo agresiones. Efectivamente, al ser en su mayoría de los presentes jóvenes, de sectores medios, blancos no generó situaciones incómodas. Entre los participantes se encontraban: Oscar Gómez, Carlos Luis López Busto, Marcelo Pombo, Jorge Alesandria, Jorge Gumier Maier, Alejandro Salazar, Ángel Pérez, La Petela, Juan Pablo Guidice, Zelmar Acevedo, Enrique Yurcovich, Carlos Jáuregui y Gustavo Pecoraro. El referente más consignado del GAG era el artista plástico Jorge Gumier Maier, quien se oponía a la CHA, liderada por Carlos Jáuregui. Maier escribía picantes notas en la revista El Porteño. Además, de haber sido columnista del primer y único número de la publicación llamado Manuela. El Ojo en la Paja Ajena.
Por otra parte, una breve reseña titulada “Encuentro en el Parque”, salida en el Boletín Nº6 de la CHA, en julio de 1985, completaba con más datos esa jornada inaugural. La nota hacía hincapié en considerar que fue el primer acto público de los grupos homosexuales y que sirvió para tomar contacto con pares, como así con el resto de la población. De acuerdo con lo publicado también hubo otras adhesiones para el Día Internacional de la Dignidad del Homosexual, entre ellas, el Partido Los Verdes, el Partido Anarquista, la revista Vómito del Buey y la famosa casa de orientación feminista llamada Lugar de Mujer. Esta misma tenía cierto diálogo con el Grupo de Mujeres de la CHA. En su documento fundacional, fechado el 13 de noviembre de 1985, confirmaba ese vínculo. Efectivamente, dos integrantes de la CHA intervenían en las movidas feministas junto con el intercambio de materiales e información.
Los ecos de Stonewall
En realidad, los debates que se promovían en los inicios de los años ’80, en Buenos Aires, significaron una mezcla caótica de tendencias y personajes que dialogaban y se enfrentaban a la vez por fuera del orden estatal. El renacer de la movida homosexual también estuvo plagado de tensiones que catalizaban las polémicas de los pequeños grupos y los enfrentamientos entre sus corrientes internas.
Por ello, se presentaron diferenciaciones en cuanto a la implementación de políticas de visibilidad y transparencia. Oposiciones, por cierto, tanto del orden semántico como ideológicas, que intentaban replicaban las disputas arrastradas de las capitales del Norte. Por caso, el concepto orgullo provocaba tensas discusiones a diferencia de dignidad que sonaba menos provocativo y más mesurado. Para muchos activistas, la expresión orgullo sonaba frívola y, además, festejar no representaba, precisamente, un arma crítica para la lucha contra la discriminación, persecución y violencia institucional.
En esos momentos, no se lograba percibir que todas esas manifestaciones de alarde no hacían más que responder a la nefasta asociación de homosexualidad con perversión. Asimismo, el término homosexual intentaba sustituir al de gay, situación que por cierto enardeció extremados choques no del todo saldados hasta este presente. En el mundo anglosajón, la noción gay retrotraía a diversión, a vida festiva. Hacia los años ‘70, los homosexuales de San Francisco eligieron esa manera para nombrarse a sí mismos.
En líneas generales, en los cenáculos más radicalizados de la comunidad mundial, había una reticencia en reconocerse como tal: algunos lo consideran un anglicismo; otros, una corrección política para mejorar su lugar dentro de las capas burguesas capitalistas, y también posicionarse desde el lugar de ciudadano. Mientras que, para muchos otrxs, gay representaba la forma en que el mercado asimilaba a las minorías sexuales como un consumidor privilegiado, conforme al esquema de vida de los sectores medios, profesionales, blancos y heterosexuales. Finalmente, hacia los años ‘90, se globalizó un modelo único de gay vinculado al modo de vida estadounidense y occidental.
Otra cuestión en pugna fue en cambiar la fecha de la Marcha del Orgullo lo que provocó sus dimes y diretes. Efectivamente, del 28 junio más tarde se pasó al 1º de noviembre. Pero ¿por qué y cómo alteró las fechas? Son varias las versiones y ninguna se pone de acuerdo al respecto de esta modificación. Había una necesidad de tener antecedentes históricos propios, a la vez evitar realizarla en esos meses de crudo invierno con una población fuertemente asaltada por el sida que no permitía ampliar la convocatoria, hicieron lo suyo. Recordemos que las travestis estaban recién participando de las marchas. Esta situación llevó a pensar que el día era movible, lo cual trajo aparejado fuertes discusiones políticas.
Entonces para reconciliar voces opuestas y contrincantes se trajo el antecedente histórico que permitía convertirla de un hecho internacional a uno nacional. Por un lado, fue el 1º de noviembre de 1973, frente a la aparición del órgano oficial Somos del Frente de Liberación Homosexual (FLH), la primera revista de ese tenor en América Latina y el Caribe, de la cual lograron salir ocho ejemplares hasta el inicio de la dictadura cívico militar de 1976. Por otro lado, se invocó otro hito nativo: el 1º de noviembre de 1969 se creó, en pleno imperio absolutista del dictador Juan Carlos Onganía, Nuestro Mundo, el primer grupo homosexual del cono Sur.
Lo conformaban diez personas, entre las cuales se encontraban activistas de gremios de sectores populares y obreros. Esto aconteció en noviembre de 1967 en Gerli, barrio del Gran Buenos Aires. En fin, tanto uno como otro dato compusieron el recorrido genealógico del movimiento homosexual en la Argentina y ninguno debería ser desechado como fuente del mito fundacional. Así, en un otoño de 1995, en los encuentros semanales en el bar Tasmania se concretó el cambio mediante un consenso de voluntades por parte de los propios activistas y referentes de lo que más tarde sería la comunidad Lésbico, Gay, Travesti, Transexual (LGTT) de la época.
Este artículo fue leído en la actividad A 50 años de Stonewall Conversatorio sobre Feminismos y Disidencias. “LA REVUELTA CONTINUA”, organizada por la Catedra Libre Virginia Bolten, Fundación Rosa Luxemburgo, Arte al Ataque, Colectiva Feminista Decidimos, Colectivo Cultural Otro Viento, Colectiva de Trabajadoras de la Comunicación La Plata, Berisso, Ensenada. Se llevó a cabo el 13 de junio 2019 en la Comisión Provincial de la Memoria (CPM).
*Activista feminista queer. Integrante del Grupo de Estudios sobre Sexualidades (GES) en el Instituto de Investigación Gino Germani (IIGG)-UBA y de la Cátedra Libre Virginia Bolten de la UNLPlata. Autora junto con Emmanuel Theumer del libro Desde la Cuba revolucionaria. Feminismo y Marxismo en la obra de Isabel Larguía y John Dumoulin. Clacso. 2018.
Mabel Bellucci
Archivista, investigadora y activista feminista LGTTBI.