Analizamos a Monseñor Villalba, el arzobispo emérito de Tucumán designado cardenal por Bergoglio. Intolerancia y fascismo en uno de los miembros más influyentes de la Iglesia Católica nacional.
Diego MV @Diego_PTS
Miércoles 7 de enero de 2015

Los datos estadísticos nos muestran que Villalba nació en Buenos Aires el 11 de octubre de 1934, ingresando en la Iglesia como sacerdote a partir de 1960. Se desempeñó como obispo desde 1984 a 1999, año en que fue transferido al arzobispado de Tucumán, donde cumplió la función de arzobispo hasta su retiro en el año 2011.
Poseedor de una marcada intolerancia, saltó a la fama en 2002 por su oposición a la candidatura de Alperovich a la gobernación. Lo llamativo de este caso es que no se debió a acusaciones de corrupción en contra del candidato del oficialismo tucumano, sino al hecho de que éste era judío, reclamando que “se cumpla a rajatabla la Constitución especialmente en su disposición confesional, que exige que el gobernador y el vicegobernador profesen la fe católica, apostólica y romana. Somos un país que no cumple las leyes y, por no tener reglas, vamos a los tumbos”. Es necesario recordar que en aquellos tiempos, la llamada Ley Fundamental, presente en la Constitución tucumana, exigía que tanto el gobernador como el vicegobernador profesaran la religión católica apostólica romana, todo esto reforzado por un juramento (sin alternativa) que, por su formulación, dejaba afuera de la carrera por la gobernación a toda persona que no profesara la fe católica, algo fuertemente avalado por la Iglesia en general y por Villalba en particular, convirtiéndose en la cara visible de la oposición a la modificación de aquella exigencia presente en la Constitución.
Llamativa también fue su opinión durante una entrevista acerca de la despenalización de la marihuana. En dicha ocasión, expresó que despenalizar la tenencia de droga para consumo equivalía a “lavarnos las manos, no lo ponemos preso y que haga su vida”, dejando en claro su visión de cercenar las libertades individuales y derechos fundamentales de las personas.
Asimismo, cumplió el papel de “mediador” en numerosos conflictos sociales, logrando desactivarlos y minar la lucha de numerosos trabajadores, valiéndole el reconocimiento en 2011 del empresariado, que lo agasajó con un almuerzo en los salones del Jockey Club, siendo destacado, entre otros, por el gerente de la Asociación Tucumana del Citrus, Bartolomé del Bono, quien calificó su labor de mediador como “destacable y fructífera”, y del empresario Fernando Bach, de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas, quien expresó que Villalba “ha dado un testimonio importantísimo de su función, al ser el padre, el amigo y el hermano”.
Más allá de la gravedad de lo anteriormente mencionado, todo queda opacado al conocer su accionar en el caso Mijalchyk. El “padre Pepe” (Mijalchyk) fue un conocido colaborador de la dictadura, con visitas cotidianas al centro de detención ubicado en el Arsenal Miguel de Azcuénaga, en la provincia de Tucumán. Allí, exhortaba a los detenidos a contar todo lo que sabían, remarcando que era la única opción para salvar sus vidas. Claro está, esta promesa raramente se cumplía. Su colaboración iba más allá, cumpliendo labores de espionaje, llegando a adjuntar croquis con los domicilios de los “sospechosos”. Todos estos hechos llevaron a que Mijalchyk fuera enjuiciado, ocasión en la que la Iglesia puso sus fondos a disposición. La fianza de $150.000 que permitió su liberación se pagó de la siguiente manera: $35.000 los donó el propio Villalba, aportando una camioneta personal. El resto ($115.000) fue aportado por el Arzobispado de Tucumán (a cargo de Villalba), todo esto acompañado de una labor propagándistica, como entrega de folletos en su defensa y palabras a su favor durante las homilías.
Cabe mencionar también la relación estrecha que Villalba posee con Bergoglio, previa a su designación como Papa, habiéndolo acompañado en reiteradas ocasiones al Vaticano, siendo uno de sus hombres de confianza. Sus posiciones ultraconservadoras y fascistas le han valido el reconocimiento del Vaticano, siendo su designación un premio a su labor.
Para cerrar el análisis se adjuntan dos archivos, muestra de la ayuda eclesiástica, a cargo de Villalba, brindada a Mijalchyk. Su designación como cardenal nos muestra, una vez más, el verdadero rostro de la Iglesia Católica, rostro expresado no sólo en sus altos dirigentes, sino en todos aquellos sacerdotes que convalidan sus acciones.