Cuando el odio tiene voceros oficiales, ¿el único responsable es quien gatilla? ¿Más control estatal es la solución?
Celeste Murillo @rompe_teclas
Martes 14 de junio de 2016
Fotografía: Andrew Dallos
Los discursos del presidente Barack Obama y la casi candidata demócrata Hillary Clinton instalaron nuevamente la agenda del control de armas. Las masacres, como la ocurrida el domingo 12 en Orlando (Florida), vuelven a poner el control de armas en el centro del debate.
Las posiciones procontrol estatal suelen responsabilizar a la portación civil de armas, un derecho garantizado por la Constitución en Estados Unidos, por el crecimiento de la violencia.
Irónicamente, la defensa del derecho individual a portar armas queda en manos de la derecha más rancia, personificada en la Sociedad Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) que agrupa a los sectores más reaccionarios. Como en muchos otros ámbitos, en la campaña electoral, la discusión se plantea como una falsa dicotomía entre republicanos (contrarios al control de armas) versus demócratas y sectores progresistas (a favor del control de armas).
Sin embargo, en esa dicotomía poco se habla de las raíces de la violencia en un país cuyo Estado se funda en el racismo y la guerra imperialista. Estados Unidos es además una sociedad profundamente polarizada, donde una minoría detenta el poder económico y político, concentrado en un puñado de empresas y grandes bancos. La polarización social y política solo se ha profundizado con la recesión económica iniciada en 2008.
En este escenario florecieron movimientos sociales contra la desigualdad como Occupy Wall Street, el movimiento por el salario mínimo, por los derechos de los inmigrantes y en contra del racismo (Black Lives Matter). Pero no han sido las únicas organizaciones sociales que surgieron.
Racismo, homofobia y guerras, ¿nada que ver?
En Estados Unidos existen casi 200 grupos activos del Ku Klux Klan y otras organizaciones supremacistas blancas como Oath Keepers, las milicias y grupos antigobierno como los rancheros de Ammon Bundy que tomaron en enero una reserva federal “en defensa” de sus tierras. También proliferaron grupos antimusulmanes y existen un sinfín de organizaciones de la derecha religiosa que impulsa medidas regresivas contra los derechos de las mujeres (especialmente el derecho al aborto) y la comunidad LGBT en todo el país.
Estas expresiones de polarización social no se dan en un contexto político neutro. Existe racismo institucional e impunidad policial, se reproducen los prejuicios islamófobos mediante detenciones y persecución a la comunidad musulmana, existieron múltiples trabas para efectivizar el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo (de republicanos y demócratas) y el derecho de las mujeres a interrumpir el embarazo está bajo ataque.
A esto se suma que Estados Unidos cuenta con un sistema de vigilancia monstruoso de su propia población, amparado en la suposición de una amenaza a la seguridad nacional. Esta es la herencia de la larga “guerra contra el terrorismo”, iniciada por George W. Bush y continuada por Barack Obama, en suelo estadounidense.
Fronteras afuera, aunque Estados Unidos se vio obligado a retirar parte de sus tropas en Irak y Afganistán, todavía siguen vigentes las consecuencias de sus guerras e invasiones. Sus tropas violan mujeres y niñas como en Irak y Afganistán, abusan de los prisioneros como en Abu Grhaib, usan centros de detención clandestinos, torturan prisioneros y sus aviones no tripulados bombardean escuelas y hospitales.
Nada de esto es gratuito. ¿O acaso no existe relación alguna entre los ataques perpetrados y la forma en la que Estados Unidos impone su voluntad con guerras e invasiones? El racismo, la brutalidad policial, la homofobia y los crímenes de odio, ¿son problemas sociales sin relación alguna con la violencia armada?
¿Las armas son el problema?
¿Es acaso una garantía constitucional la responsable de los asesinatos homofóbicos cuando la comunidad LGBT tiene 8,3 veces más probabilidades de ser el blanco de un crimen de odio? Gays, lesbianas y transexuales constituyen cerca del 2,1 % de la población en Estados Unidos, y sin embargo representan el 17,4 % de las víctimas de crímenes de odio. Los crímenes se dan en medio de una enorme polarización alrededor del fallo de la Corte Suprema que reconoce el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo. Cuando la homofobia tiene voceros institucionales (candidatos, gobernadores, diputados, etc.), ¿el único responsable es quien gatilla?
¿Es el acceso a las armas el responsable por la masacre perpetrada por un simpatizante del supremacismo blanco? Hace casi un año, Dylan Roof entraba en una iglesia de Charleston (Carolina del Sur) y asesinaba 8 personas negras. No está de más recordar que el ataque a la Iglesia Emmanuel se dio en medio de una ola de asesinatos de jóvenes negros a manos de policías blancos. Cuando no se cuestiona la brutalidad policial (racista) y la militarización de las policías, ¿el problema es la venta de armas a la población civil?
¿Más control estatal equivale a menos violencia armada?
En Estados Unidos, se contaron más de 15 tiroteos masivos durante los dos mandatos de Obama. El gobierno demócrata buscó fortalecer los controles estatales al derecho de portar armas. A la par creció la brutalidad policial racista, que obligó al gobierno a pasar del discurso “posracial”, pasando por no cuestionar los fallos de impunidad, a la presión para imputar a los policías que asesinaron a Freddie Gray en Baltimore.
Mientras se reclama aumentar el poder del Estado para controlar a la población civil, con la excusa del problema real de la violencia armada, se toman medidas insuficientes para frenar la brutalidad policial.
Según el último registro del FBI se vendieron más de 16.800.000 armas, el doble que los diez años anteriores. Solo en el Black Friday de 2015 (tradicional día de compras y super ofertas) se vendieron 185.354 armas de fuego.
¿Quiénes compran más armas? Según el Pew Research Center, la mayoría (61 %) son varones blancos. En contraste, mujeres, latinos y afroamericanos son el blanco más probable de ataques con armas de fuego: para comprobarlo basta analizar los últimos ataques de 2015. Además de San Bernardino: la [masacre de la iglesia Emanuel en Carolina del Sur o el ataque al centro de salud reproductiva en Colorado, ambos perpetrados por varones blancos, contra una iglesia negra el primero y contra un centro de salud de mujeres, el segundo.
No existe un problema de armas en general, existe un problema con quienes poseen las armas y contra quienes atentan: en su mayoría varones blancos que atentan contra grupos oprimidos, en su mayoría mujeres, negros, latinos y personas de la comunidad LGBT. Existen excepciones por supuesto, como lo prueba la propia masacre de Orlando, pero el blanco del ataque no difiere.
El insistente pedido de Obama de mayores controles para la portación de armas se da en paralelo y casi sin ningún cuestionamiento de los factores que alimentan el círculo de violencia estatal, racismo, militarización y más violencia. El saldo más cruento de ese círculo es que desde 2001 murieron más estadounidenses en tiroteos, ataques e incidentes por armas de fuego que por terrorismo, guerras, y sobredosis (todos los “enemigos” que justifican el blindaje de la democracia).
Este discurso estatal fortaleció a los sectores reaccionarios y a la derecha conservadora (incluyendo a sectores de elite como los que financian la Asociación Nacional del Rifle pero también a sectores medios y bajos sin perspectiva) en su cruzada por los “valores americanos”. Como en la masacre de San Bernardino en 2015, en Orlando volvieron a sonar los rumores de la llegada del terrorismo a suelo estadounidense, pero el enemigo hace tiempo que está en casa, y está armado hasta los dientes.
Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.